La inflación baja, pero el dólar oficial pisa el acelerador: por qué Massa cambia de plan antes de las PASO
A pesar del relativo alivio que trajo la inflación de junio, el dato no alcanzará para que Sergio Massa ralentice su política devaluatoria. Más bien al contrario, está dando señales -junto al Banco Central- de querer aprovechar la situación para recuperar competitividad. De esa forma, está compensando parcialmente por los cinco meses en los que el IPC se ubicó bien por encima del dólar oficial.
Lo que se vivió en junio fue anómalo: un 7,2% de "crawling peg" frente a una inflación del 6%. Hay que remontarse a diciembre del año pasado para encontrar un mes en el que no se haya producido un retraso cambiario.
Y todo indica que en julio se mantendrá la misma tónica: en la primera mitad del mes, el dólar mayorista se movió un 3,48%. Mientras tanto, las mediciones privadas para el rubro alimentos - el de mayor ponderación en la canasta del Indec-, como el de la consultora LCG, estiman una inflación del 2%.
Es decir, de mantenerse esta tendencia, el mes podría terminar otra vez con un tipo de cambio acelerando a más del 7% mientras el IPC que ya están pronosticando consultoras como Ecolatina indican un nivel similar al de junio, en torno al 6%.
De la misma manera, el Banco Central comunicó que mantendrá en su actual nivel de 97% nominal anual la tasa de interés para los plazos fijos. En otras palabras, la tasa que cobra el ahorrista –de 8,03% en un mes- será superior a la inflación, algo también inédito desde hace mucho tiempo.
Lo que está quedando en claro con todos estos cambios es que el ministro/candidato Massa piensa en todos los públicos a los que debe atender: al ahorrista para que no retire sus pesos del banco y se refugie en el dólar; al empresariado para mostrar que no está dispuesto a dejar que la economía pierda competitividad; y al Fondo Monetario Internacional para mostrarle que piensa seguir sus recomendaciones, a pesar de las dificultades.
Massa pisa el acelerador
La dilación para cerrar la negociación con el FMI es una de las grandes razones para explicar los cambios: desde hacía meses, Massa venía incumpliendo con dos de los preceptos fundamentales del organismo: que las tasas de interés deben ser positivas en términos reales y que el deslizamiento del tipo de cambio oficial debía superar al IPC.
En el documento de revisión de fin de año, el FMI planteó explícitamente: "Para mejorar la acumulación de reservas, la tasa de devaluación deberá ubicarse de manera consistente por encima de la inflación". Y, más contundente aun, había estimado en hasta un 25% la sobrevaluación del peso.
Lejos de seguir esa recomendación, en el acumulado del año el dólar oficial sólo se movió un 45% mientras que los precios lo hicieron un 50,7%. Esto arroja como resultado una "inflación en dólares" de 3,9%, que se suma a la de 12% que se había acumulado en 2022, y a la de 25% que se había registrado en 2021.
Salvo por el cuatrimestre septiembre-diciembre del año pasado -cuando el "crawling peg" fue del 28% frente a una inflación del 24,4%- esa recomendación del FMI fue sistemáticamente desoída.
Esto ocurrió, en parte, por motivos económicos, dado que la inflación volvió a repuntar luego de la moderación de fines del 2022, y en el equipo de Massa predominó la opinión de que si se aceleraba la devaluación en ese momento se podría estar echando más combustible a la hoguera inflacionaria, al darle a los empresarios una señal de que incrementaría su costo de reposición de stock. Es por ese motivo que se volvió, entre enero y mayo, al recurso clásico del ancla cambiaria.
Pero, además, hubo motivos políticos: se estaba en pleno proceso de definición de las candidaturas y Massa necesitaba el apoyo de Cristina Kirchner para concretar su postulación presidencial por el peronismo. Y un tema recurrente en los últimos discursos de Cristina ha sido, precisamente, la crítica a la exigencia del FMI sobre la necesidad de acelerar la devaluación por sobre el IPC. Desde la óptica de la líder kirchnerista, esto es lo que hace que los acuerdos que promueve el organismo de crédito sean, en sí mismo, un factor inflacionario.
Lo cierto es que el Gobierno parece haber tomado la decisión de manejar la tasa devaluatoria con criterio contracíclico: en momentos de inflación en baja, tomó nota del pedido del Fondo, pero cuando el IPC empezó a acelerar, volvió a la receta clásica. Y ahora, que otra vez hay relativa calma en los precios, se pisa el acelerador del tipo de cambio.
La brecha, el factor clave
Mantener el equilibrio entre la necesidad de agradar al mercado local, al FMI y a los socios políticos de la coalición gubernamental fue algo que puso en examen la "cintura" política de Massa.
Y el ministro encontró un argumento para discutir con el Fondo cuando le reclamaban por el retraso cambiario y le insinuaban que se necesitaba una corrección cambiaria. El punto de Massa era que, más que la evolución nominal del tipo de cambio, y más que la diferencia entre el "crawling peg" y la inflación, lo que había que mirar era la brecha cambiaria.
Después de todo, ese es uno de los objetivos fundamentales, dado que también el FMI pidió que el régimen de "cepo" cambiario ingresara en un terreno de normalización y convergencia hacia un tipo de cambio único. Fue en ese contexto que, en las últimas semanas, se volvió a hablar de la iniciativa del "desdoblamiento", con un dólar oficial para las operaciones de comercio exterior y otro a precio de mercado para el turismo y las importaciones no esenciales.
Lo cierto es que cuando se colocaba la lupa sobre la distancia entre el dólar paralelo y el oficial, ahí los números jugaban a favor de Massa, porque esa distancia -a pesar de la crisis de fines de abril- se ha venido sosteniendo en el entorno del 80%.
O, por lo menos, fue así hasta el inicio de la escalada del blue de las últimas semanas. Porque en pocos días la situación tuvo un giro drástico: hasta el 6 de julio, la diferencia entre el dólar del Banco Nación y el "blue" era de 80%, pero terminada la primera quincena era de 88%. Si la comparación se hace entre el "blue" y el tipo de cambio mayorista que fija el Banco Central, la brecha ya es otra vez del 100%.
Son números que siguen lejos de los récords registrados durante esta gestión de gobierno, como el de julio del año pasado, durante el interinato de Silvina Batakis en el ministerio de Economía: en ese momento, la brecha había subido a 149%, superando incluso el peor momento de la gestión de Martín Guzmán, cuando en octubre del 2020 la distancia respecto del dólar oficial había llegado al 133%.
Sin embargo, aunque el nivel actual de la brecha no revista esa gravedad, quedó en claro que la situación puede cambiar muy rápido. Sin ir más lejos, en abril pasado se pasó de una brecha de 82% a un pico de 118% en apenas tres semanas.
¿Un cambio de tendencia?
Es por eso que el gran interrogante a dilucidar es si la actual volatilidad del dólar paralelo es un acomodamiento tras un período de relativa calma o si, por el contrario, es una nueva tendencia alcista justo en las semanas previas a las PASO.
Hay economistas que creen que el movimiento es lógico, porque el paralelo había evolucionado por debajo de la inflación, y esta es una época del año donde estacionalmente aumenta la demanda de divisas.
Pero también hay quienes creen que el problema es más estructural, y que está vinculado por las dificultades de Massa para cerrar un acuerdo con el FMI y recibir una nueva asistencia financiera. Con las reservas del Banco Central en estado crítico, Massa ya tuvo que echar mano a la ayuda de China para saldar en junio una cuota con yuanes, y es probable que deba repetir ese mismo recurso cuando a fin de mes tenga otro vencimiento por u$s2.600 millones.
De hecho, una situación que llamó la atención de los analistas es una diferencia entre la intervención cambiaria que informaba el Banco Central y la que efectivamente se notaba en el mercado. Y la explicación es que, cada vez con más intensidad, la entidad dirigida por Miguel Pesce está apelando a los yuanes del swap para mantener bajo control al mercado.
Según una estimación de Salvador Vitelli, analista de Romano Group, solo en la primera mitad de julio, se han vendido yuanes por u$s910 millones en intervención cambiaria, mientras que, si se analiza solo el dato de dólares, el Banco Central resulta vendedor en u$s47 millones.
La gravedad de la situación de las reservas se refleja en el hecho de que se está hablando nuevamente sobre un dólar preferencial para incentivar a los productores sojeros a vender las menos de 10 millones de toneladas que aun restan de esta campaña. Sería la cuarta versión del llamado "dólar soja", que en los hechos funciona como una devaluación sectorizada para el campo.
Lo que viene para dólar y tasas
La conclusión de esta situación es que, aun cuando lleguen noticias relativamente buenas desde el frente de la inflación, Massa no está en condiciones de relajarse y hacer lo que, en otras circunstancias, cualquier ministro de economía habría hecho: ralentizar la devaluación y bajar las tasas de interés.
El motivo es el dólar blue: mientras la volatilidad de la cotización persista y la brecha con el tipo de cambio oficial se mantenga como una amenaza, habrá necesidad de apelar a las medidas compensatorias.
En consecuencia, en el mercado se da por descontado que no se frenará el "crawling peg", con lo cual, por segunda vez en el año, el dólar le ganará a la inflación.
Y en cuanto a las tasas de interés en pesos, el hecho de mantenerlas incambiadas en un contexto de alivio inflacionario puede interpretarse como una suba efectiva.
Pero claro, los funcionarios tienen en claro que los ahorristas no sólo hacen la comparación entre la tasa y el IPC sino que también hacen la medición contra el dólar paralelo. En ese contexto, una baja de la tasa justo cuando el blue acelera, sería un invitación a sacar los pesos del banco y correr a hacerse de billetes verdes.