Mientras el mercado habla del blue, Massa envía señales al FMI con una aceleración del dólar oficial
Por estas horas todos hablan del nuevo salto del dólar blue, y sin embargo lo más novedoso del mercado podría estar en el tipo de cambio oficial. El Gobierno empezó a enviar señales más concretas al mercado respecto de qué cosas piensa priorizar y cuáles está dispuesto a sacrificar en aras de lograr la estabilidad de la economía. Y el lunes lo más importante vino de la mesa de dinero del Banco Central, donde se aceleró notablemente la devaluación del peso.
Después de haber cerrado el viernes -el mismo día en que el INDEC dio a conocer la inflación de 8,4% de abril- en una cotización de $229,20, el Banco Central dejó correr al dólar oficial hasta los $230,70, un salto de $1,50 en un día, que triplica el ritmo al que se venía devaluando en las últimas jornadas.
Y es un dato elocuente, porque en el cúmulo de medidas que se habían adelantado durante el fin de semana, el tema cambiario era el menos claro. A diferencia de lo ocurrido con otras herramientas, tales como las tasas de interés o los aranceles de importación, en el caso del dólar no estaba claro cuál sería la actitud a tomar.
La expresión de que "el BCRA aumentará la intervención en mercado de cambios y va a administrar el ritmo del crawling peg" era lo suficientemente ambigua para que cada quien interpretase que se estaba anunciando una devaluación más rápida o, por el contrario, un regreso al "ancla" cambiaria.
El tema había estado en las últimas semanas en el centro mismo del debate económico, ya que muchos analistas argumentan que, en una economía como la argentina, el deslizamiento del tipo de cambio oficial es, en sí mismo, un factor inflacionario, dado que los empresarios miran al dólar para calcular sus costos de reposición.
Entre quienes adhieren a esa tesitura figuran economistas de línea ortodoxa pero también políticos de fuerte impronta intervencionista. La más enérgica e influyente sobre este punto es Cristina Kirchner, quien en su última aparición pública dijo que uno de los factores que aceleran la inflación es la exigencia que el Fondo Monetario Internacional hace para que la tasa devaluatoria evolucione en línea con el IPC.
"Fíjense cómo se dispara la inflación a partir de la firma del acuerdo, cuando se pierden herramientas. Desde entonces, la tasa de devaluación tiene que acompañar a la inflación en un país de economía bimonetaria, cuando es el dólar el que genera la inflación, y es algo que no les entra a los funcionarios del Fondo y parece que tampoco a muchos argentinos", disparó Cristina ante su auditorio de militantes en La Plata, mientras acompañaba sus palabras con un gráfico que mostraba la aceleración del IPC a partir de inicios de 2022.
Lo llamativo es que, a diferencia de lo que ocurre con otras posturas de la líder kirchnerista -por ejemplo, su idea de que no hay relación causal entre el déficit fiscal y la inflación-, en este punto hay varios economistas ortodoxos que comparten ese punto de vista.
Se notó en los últimos días en los debates de las redes sociales, donde se vieron frases como esta de Gabriel Caamaño: "En la facultad van a enseñar, como ejemplo de una estupidez supina en la gestión de la Política Económica, la carrera nominal que este gobierno y el BCRA decidieron correrle de atrás a la inflación con la tasa de interés y el tipo de cambio nominal oficial mientras emitían por más de 16 puntos del PIB en paralelo".
Y muchos recordaron que, en la crisis de 2018, el equipo económico macrista le había planteado al FMI la necesidad de usar reservas para estabilizar el tipo de cambio, basándose también en la cualidad bimonetaria de la economía argentina, y bajo la advertencia de que una devaluación brusca sería rápidamente neutralizada por el efecto contagio a precios -o pass through, en la jerga financiera-.
Dólar: otro punto de inflexión
Pero lo cierto es que Sergio Massa también tenía poderosos motivos como para pisar el acelerador del "crawling peg". El primero es la necesidad de dar una señal de que quiere achicar la brecha entre el tipo de cambio oficial y el dólar paralelo: es lo que ya había hecho en la última semana de abril, como respuesta a la corrida cambiaria que había llevado al blue hasta el entorno de los $500.
Aquella medida había significado un punto de inflexión, dado que en el correr del año, la tónica había sido que el dólar oficial siempre se ubicara por debajo del IPC. Los números son elocuentes: mientras la devaluación en el cuatrimestre fue de 25,5%, la inflación se ubicó en 32%. Puesto en términos mensuales, se venía devaluando a una tasa de 6,5%, hasta que Massa decidió acelerar, en contra de la opinión de una parte importante de la coalición de Gobierno.
Y no fue una aceleración menor: para frenar la corrida de abril, se llevó la tasa del "crawling peg" a una velocidad que, de mantenerse, llegaría a 8,4% en un mes. Sin embargo, una vez que el dólar paralelo se estabilizó, otra vez desde el Banco Central se dieron señales de reducir el ritmo devaluatorio, lo cual llenó de dudas al mercado sobre cuál sería finalmente la estrategia.
Esa indecisión tenía sus motivos: acelerar la devaluación puede moderar los riesgos de una corrida -dado que se da una señal de querer achicar la brecha y mejorar la competitividad de la economía- pero, al mismo tiempo, implica la aceptación tácita de que se está dispuesto a pagar el precio de una inflación alta.
Bajo la mirada del FMI
En esa disyuntiva, está claro que uno de los principales impulsores de acelerar la devaluación es el propio FMI. Y para Massa es un detalle clave, porque de ello puede depender que se decida otorgar la asistencia financiera por u$s10.000 millones que oxigenaría las reservas del Banco Central.
El FMI dio a entender que no quiere repetir la mala experiencia de 2018, durante la gestión de Macri, cuando la ayuda del Fondo se diluyó en pocas semanas, en medio de una pulseada entre el Banco Central y el mercado. Es por eso que ahora el organismo parece aferrarse más que nunca a uno de sus principios rectores: las asistencias financieras sólo pueden usarse para reforzar las reservas pero nunca para defender un determinado nivel de tipo de cambio.
En el mercado, se percibe la desconfianza del Fondo y es por eso que se habla con insistencia de que el desembolso de la ayuda estaría atado a la exigencia de una devaluación previa.
"Podría existir alguna sospecha en Washington respecto al verdadero compromiso del gobierno en no usar esos fondos para otros fines", observa un informe de Fundación Mediterránea.
Por su parte, un análisis de la firma inversora Consultatio argumenta que Massa deberá decidir, en "un incómodo trade off" si le dará prioridad al mantenimiento de la actividad productiva -que implica darles dólares a los importadores en vez de acumular reservas- o a la estabilidad de las variables.
"La pregunta que nos hacemos es ¿será capaz el gobierno de sostener las importaciones para evitar un mayor deterioro en la actividad y un empeoramiento de la dinámica inflacionaria? En todo caso, queda claro que el límite de este trade-off lo marca el propio esquema cambiario", advierte la consultora.
¿Devaluando a un 13% mensual?
En estos primeros días tras el shock político causado por la inflación de abril, Massa está dando algunas señales respecto de cómo resolver su dilema. Para empezar, tiene claro que anclar al dólar no es, en este momento, una opción viable. Sobre todo, porque implicaría un estancamiento de la negociación con el Fondo Monetario.
Ya en uno de sus últimos reportes, el FMI había sido explícito sobre su diagnóstico de un retraso cambiario en Argentina: "Para mejorar la acumulación de reservas, la tasa de devaluación deberá ubicarse de manera consistente por encima de la inflación".
Y, más contundente aun, había estimado en hasta un 25% la sobrevaluación del peso. Lo que, en otras palabras, significa que para el staff técnico del organismo, hoy el tipo de cambio oficial debería cotizar a en el entorno de $280.
En la reapertura del mercado tras el anuncio de nuevas medidas, lo que se evidenció fue que la "administración del ritmo del crawling peg" puede ser una apuesta fuerte. De hecho, si el ritmo devaluatorio mostrado el lunes se mantuviese y fuera la tónica de las próximas semanas, se estaría llegando a una tasa devaluatoria de 13% mensual. Claro que se trata de apenas un día y es pronto para sacar conclusiones, pero ya implica todo un mensaje al mercado.
Acaso sea el intento de un "camino del medio" que busque Massa para satisfacer las demandas del FMI sin tener que dar un salto devaluatorio brusco. Es cierto que en el mercado no abundan las opiniones optimistas respecto de cómo salga el experimento, pero Massa quiso enviar una señal política clara: que ante una situación de crisis no se mantendrá en una actitud pasiva y echará mano a medidas polémicas, aun cuando puedan costarle el enojo del kirchnerismo.