Rubinstein, ¿el sorpresivo ganador de la polémica sobre la "bomba" de la deuda en pesos?
El análisis político por estas horas pasa por determinar quién salió ganador del debate sobre la deuda que instaló el comunicado de Juntos por el Cambio que denunciaba la "bomba" financiera que recibiría el próximo Gobierno. Y a medida que pasan los días, surgen pruebas de que ambos extremos de la "grieta" salieron magullados, pero emerge un ganador inesperado: el viceministro de Economía, Gabriel Rubinstein, verdadero ideólogo del plan que lleva adelante el ministro Sergio Massa.
El debate le permitió a Rubinstein -que venía recibiendo críticas duras por las evidentes dificultades para controlar la inflación- contraatacar para defender su plan no solamente contra los economistas de la oposición sino, también, contra las críticas de la propia interna oficialista.
De hecho, el ala kirchnerista, que hasta hace pocos días tenía como objetivo central el impulso a un cambio drástico de política económica, se vio obligada a salir a defender y convalidar los argumentos de Rubinstein -lo cual incluye el sendero de recorte del gasto público, la aceleración de la tasa devaluatoria, la suba de las tasas de interés y la continuidad de la política de endeudamiento-.
Lo que a esta altura ya parece claro es que quienes originaron la polémica han sido víctimas de un "efecto boomerang": el tema trajo como efecto colateral el renovado debate sobre la deuda tomada durante la gestión macrista, y el "reperfilamiento" de la deuda en pesos decidido por el entonces ministro Hernán Lacunza.
Además, no todo el gremio de los economistas de la línea ortodoxa coincidió con el diagnóstico sobre que la deuda del Tesoro resulta impagable. Por caso, el informe de la influyente consultora LCG planteó: "Las dudas actualmente pesan más sobre la voluntad de pago que sobre la capacidad. La deuda del Tesoro no sería un problema en tanto este no fuera un año electoral: el mercado parece temer más a la nueva gestión que a la actual".
En tanto, el "ministeriable" Emmanuel Álvarez Agis afirmó: "La deuda en pesos no representa ningún problema para la Argentina. Es la conclusión de mi análisis y lo han dicho economista de distintos sectores. Que Cambiemos hable de irresponsabilidad es parte de un chiste de mal gusto".
Efecto boomerang en JxC
Pero, sobre todo, el mayor efecto boomerang para la oposición es que desde el peronismo les recordaron que fue Hernán Lacunza quien concretó el "reperfilamiento" de la deuda en pesos al final de la gestión de Mauricio Macri. Y eso le dio pie al viceministro Rubinstein para que les reclamara a los principales economistas de JxC que dijeran explícitamente si estaban dispuestos a honrar o a defaultear la deuda que eventualmente heredarán en diciembre próximo.
Fue allí que los acusados tomaron el rol de acusadores, y quedó en evidencia la incomodidad de los economistas de la oposición, que respondieron con ambigüedad sobre el punto de la sostenibilidad de la deuda. De hecho, Lacunza -vinculado al sector de Horacio Rodríguez Larreta- y Eduardo Levy Yeyati -ligado a la UCR- bajaron el tono del comunicado y prefirieron evitar el uso del término "bomba" para referirse al endeudamiento.
La oposición intentó recuperar el control del debate, al contestar el argumento oficialista de que la deuda actual es menos grave por estar nominada en pesos. Fue Luciano Laspina el más explícito, al mencionar que, en realidad, "el Tesoro no está colocando deuda; está vendiendo ‘seguros de cambio’ en un país con 100% de brecha cambiaria y menos de u$s5.000 millones de reservas netas".
Pero a esa altura ya era inocultable que, sin quererlo, los economistas opositores se habían metido en un terreno incómodo. Esto se evidenció en reproches internos, como el del ex vicepresidente del BCRA, Lucas Llach, quien cuestionó que el comunicado de JxC haya calculado la deuda del Tesoro tomando la conversión al tipo de cambio oficial. O la de Pablo Gerchunoff, economista radical que participó en la gestión de Raúl Alfonsín, quien escribió este elocuente mensaje: "No entiendo cómo radicales que vivieron la campaña de Menem y Cavallo en 1988 y 1989 terminaron firmando el comunicado ‘bombástico’ de la mesa política de JxC".
En contraste, otros economistas afines al espacio opositor creen que el comunicado pecó por tibio. Es el caso de Marcos Buscaglia, ex economista del Bank of America Merrill Lynch, quien se lamentó de que los economistas que firmaron el texto sobre la "bomba" no hayan profundizado y explicado que la herencia pesada que heredará la próxima gestión se debe, además, a la laxitud del acuerdo firmado con el Fondo Monetario Internacional.
"Es una pena que los partidos que componen la coalición opositora hayan votado el acuerdo con el FMI y el presupuesto 2023. No debieron haberlo hecho, tanto por la herencia que implicaban, como porque no fueron votados por parte de la coalición del Gobierno que (...) juega a ser oposición", escribió Buscaglia.
Y, de hecho, el propio Ricardo López Murphy, en línea con ese argumento, no pudo evitar el reproche retroactivo a sus compañeros de bloque legislativo, al reivindicar su voto negativo tanto para el acuerdo con el FMI como para el presupuesto, en disonancia con la postura mayoristaria de JxC.
En definitiva, lo que en un principio fue concebido como un gesto que daría una imagen de imagen y de coherencia programática y que, además, implicaría una crítica de peso al Gobierno, tuvo un efecto opuesto al buscado. Dejó a la vista divergencias internas y, además, le dio pie al peronismo para recordar los problemas del macrismo con su propia deuda.
Tanto fue así que los temas que más llamaron la atención mediática fueron la anécdota de Álvarez Agis -sobre los pedidos de ayuda que a fines de 2019 le hacían Lacunza y el ex presidente del BCRA Guido Sandleris para estabilizar al dólar- y el regreso a escena de Martín Guzmán, que aprovechó la situación para reivindicar su propio canje del 2020.
La paradójica defensa kirchnerista
Podría decirse que la denuncia de JxC sobre la "bomba" financiera le hizo un favor indirecto al Frente de Todos, que venía en un crescendo de debate interno por la política económica, con múltiples quejas en el sentido de que Massa estaba haciendo un macrismo apenas disimulado, con concesiones a los "poderes concentrados" y con metas comprometidas con el FMI que deberían ser revisadas si se quería evitar una derrota electoral catastrófica.
Y es cierto que esa denuncia le permitió al peronismo reinstalar su tema preferido -la deuda de Macri- y además contraatacar con la denuncia de que el ex presidente quiere generar una turbulencia en los mercados para que, de esa manera, en una situación de caos económico, encontrarse con menos resistencia política a su programa de reformas liberales. Fue un argumento intensamente propagado desde las usinas mediáticas kirchneristas.
Pero esa estrategia tiene un problema: denunciar el presunto plan macrista de jugar al caos implica tener que defender la política actual y argumentar que la deuda que contrae Massa sí es sostenible.
En otras palabras, rechazar las críticas de Macri supone una justificación de las actuales políticas de Massa en materia de deuda, emisión monetaria, tipo de cambio y gasto público. Precisamente, todo lo que Máximo Kirchner quiere poner en revisión.
Y fue allí donde Massa y Rubinstein vieron la gran oportunidad: el viceministro publicó el fin de semana una columna de opinión en Infobae, donde no se limitó a responder las críticas de los economistas opositores sino que dedicó mensajes cifrados al kirchnerismo.
Fue así que presentó, como virtuosos, temas que históricamente han provocado el rechazo de los economistas K. No por casualidad, Rubinstein definió como objetivo de mediano plazo recrear la situación que existía al inicio de la gestión de Néstor Kirchner: "Siempre recordar que, en 2003-2005, la inflación fue bastante menor al 10 anual, sin controles de precios, en un contexto de dólar único y superávit fiscal primario del orden del 3% del PBI. Pero aún estamos lejos de eso", fue la sugestiva frase del funcionario.
Sin margen para un Plan Platita
Y, sobre todo, Rubinstein recordó que, al momento de asumir Massa, el país estaba en una crisis financiera y cambiaria, que había tenido su inicio en el desplome del valor de los bonos de deuda en pesos. Y que, en ese mismo momento, había una inercia del gasto público creciendo por encima de la inflación, que llevaba a que el déficit fiscal terminara en 3,5% del PBI.
Ahora, afirma Rubinstein, la deuda sí es sostenible, porque los títulos del Tesoro representan 8% del PBI, algo que deja margen de acción, siempre que el Gobierno continúe su senda de recorte fiscal.
"Reafirmamos la meta de lograr un déficit de 1,9% para 2023", dice la frase más importante del editorial de Rubinstein. ¿A quién le estaba hablando el viceministro al hacer esa afirmación? Ciertamente, no es en la oposición donde pueda encontrar críticas al celo fiscalista. Más bien, las quejas parten del kirchnerismo, donde se plantea la necesidad de una expansión para atender mejor las demandas del año electoral, y donde se ven con preocupación las protestas piqueteras donde se denuncia que los recortes en la nómina del plan Potenciar Trabajo obedecen a una exigencia del FMI.
En otras palabras, Massa y Rubinstein vieron la ocasión perfecta para enviarle al kirchnerismo un mensaje contundente: no hay margen para otro "Plan Platita" en la próxima campaña electoral, ni tampoco hay posibilidades de relajar el frente fiscal porque, entonces sí, se haría realidad la advertencia macrista sobre la "bomba". Es algo que el propio Rubinstein insinúa al recordar la crisis de los bonos de junio pasado.
En definitiva, Rubinstein puede sentirse como el ganador del debate: los precios de los bonos no acusaron movimientos bruscos en medio de la polémica, lo cual le sirve para reforzar su argumento de que no hay temor en el mercado sobre la capacidad de pago.
Y las dos fuerzas políticas se encontraron con situaciones incómodas. Para la oposición, el tema de la "bomba" implicó tener que dar explicaciones sobre su propia deuda y sobre su eventual disposición a defaultear. Y para el kirchnerismo, meterse en la polémica implicó tener que defender las políticas de Massa, lo cual incluye tácitamente el ajuste del gasto, la aceleración del dólar y el retiro de los subsidios energéticos.
Para completar, hubo también un mensaje entrelíneas para el propio FMI, cuya misión técnica estaba en Buenos Aires justo cuando estalló el debate sobre la deuda. Massa y Rubinstein les dejaron en claro que no es momento de extremar las exigencias, porque el margen político del Gobierno es estrecho.