Crece la presión sobre el dólar: se quebró la tendencia y los precios volvieron a superar a la devaluación
El índice inflacionario de enero que se acaba de dar a conocer no sólo preocupa por la confirmación de que hay una aceleración de los precios, sino por otro dato no tan publicitado pero del que toman nota en la city financiera y en las empresas: se quebró la tendencia de que la tasa devaluatoria fuera mayor al IPC.
Con el 6% que arrojó el IPC de enero, se volvió a la clásica situación en la que los precios suben más rápido que el dólar, dado que la tasa devaluatoria del mes -o el "crawling peg", como se lo llama en la jerga financiera- fue de 5,5% en el mes.
Y esto pone una nota de duda respecto de cómo seguirá la política cambiaria del Gobierno: ¿se volverá a acelerar la tasa devaluatoria para ponerla a tono con una inflación en alza o se caerá en la tentación clásica de usar al dólar como "ancla" de los precios?
Por lo pronto, en lo que va de febrero se acumula un "crawling peg" de 2,5%. Lo cual, si esta tendencia se mantuviera, llevaría a proyectar una suba del dólar de 5,3% para todo el mes. Los economistas que participan en la encuesta REM del Banco Central creen que la inflación de febrero terminará en 5,7%, lo que implica la posibilidad de que esta situación ocurrida en enero no sea una excepción sino que pase a ser la tónica del año.
De todas maneras, resta ver cuál será la decisión política sobre el tema. A juzgar por las definiciones que hizo el viceministro Gabriel Rubinstein, en su reciente artículo de opinión en defensa de la gestión económica, habría que esperar que el deslizamiento del dólar siga acelerando, en línea con los precios.
"En cuanto al crawling peg, se ha dejado de lado la política de atrasarlo", afirmó explícitamente Rubinstein, en la parte de su columna en la que analiza la política cambiaria y declara que el objetivo de corto plazo es reducir la brecha entre el tipo de cambio oficial y el paralelo, para lo cual plantea como condición necesaria una reducción del déficit fiscal y un refuerzo en las reservas del Banco Central.
Dólar acelerado: resistencia del kirchnerismo
El comentado artículo de Rubinstein tuvo el objetivo de responder a las críticas de la oposición sobre la "bomba" que se estaba generando por la deuda en pesos. Pero, además, el viceministro también aprovechó la situación para dedicar algunos párrafos a la propia crítica interna de la coalición de Gobierno.
Y, en particular, el del tipo de cambio ha sido un punto que ha generado resistencias y críticas desde el kirchnerismo. Economistas de esa facción fueron críticos desde el inicio con el compromiso que se había asumido con el Fondo Monetario Internacional, en el sentido de mantener en términos reales el tipo de cambio de diciembre de 2021.
Para el kirchnerismo, eso supondría un error. El argumento es que un dólar avanzando a mayor velocidad se convertiría, en sí mismo, en un factor inflacionario, dado el gran número de precios de la economía que toman al tipo de cambio como referencia. Y, por otra parte, argumentaban que un dólar más alto agravaría la erosión del poder adquisitivo del salario.
Y, de hecho, el propio Rubinstein ha terminado admitiendo que el "crawling peg" ha tenido su cuota de culpa en la aceleración inflacionaria de los últimos meses: "La inercia inflacionaria es aún muy alta. Y estamos absorbiendo el triple impacto de un dólar que ha dejado de atrasarse, tarifas en proceso de recomposición, y suba de la carne por reversión del ciclo ganadero", escribió en su artículo.
Devaluación vs. inflación: un quiebre de tendencia
Sin embargo, el ministro Sergio Massa hizo caso omiso a esas críticas y revirtió un largo proceso de retraso cambiario. En agosto, cuando Massa asumió en Economía, la inflación en dólares anual era de 25%, producto de una sistemática diferencia entre el IPC y la tasa de devaluación.
La clásica práctica del "ancla cambiaria" para frenar la inflación había llegado a su máxima expresión a mediados de 2021, cuando por cada tres puntos que subían los precios, el dólar se deslizaba apenas uno. En 2022, al firmar el acuerdo con el FMI esa práctica se moderó pero no se eliminó: en promedio la relación pasó a ser de dos puntos de devaluación por cada tres de inflación.
Fue en el segundo semestre -y después de haber sufrido una turbulencia cambiaria- que se tomó la decisión de acelerar el "crawling peg": en agosto se había ubicado en 5,7%, subió a 6,2% en septiembre, a 6,4% en octubre y alcanzó un pico de 6,6% en noviembre. En diciembre bajó a 6,2% pero igual se volvió a ubicar encima del IPC.
Esta política permitió que se atenuara la "inflación en dólares", que en 2022 fue de 12,7%, un valor relativamente bajo si se considera que se redujo a la mitad en menos de un semestre. A juzgar por lo que afirma el viceministro Rubinstein, esa cifra se debería reducir a cero en 2023, lo cual supondrá todo un desafío político, dado que acelerar la tasa inflacionaria en un contexto de precios en alza es una política que no suele ser vista con simpatía por la dirigencia política, y menos en un año electoral.
De hecho, continúa vigente la convicción de que no hay forma de que un Gobierno pueda tener un buen resultado electoral con un dólar inestable o en una carrera alcista. La opinión del mercado es -según la encuesta REM- que este año el precio del dólar se deslizará un 75% contra una inflación que será del 94,7%. En otras palabras, los economistas creen que el Gobierno no resistirá la presión y que volverá a generar un retraso cambiario, con una inflación en dólares del 11%
Massa, entre dos fuegos
Sin embargo, así como hay desincentivos de orden político para ralentizar al "crawling peg", también hay fuertes incentivos económicos para acelerar la tasa devaluatoria. El principal es la escasez de reservas, una situación que torna imprescindible la maximización de exportaciones. Y un dólar que se atrasa va en sentido opuesto a ese objetivo.
Para peor, la grave crisis climática en el campo hace que haya menores volúmenes de producción y que los empresarios agrícolas tiendan a tomar conductas defensivas en cuanto a la venta de sus stocks. Informes recientes apuntan a que la exportación del campo en esta campaña sería hasta u$s14.000 millones inferior a la proyectada originalmente. Y un reporte de la Bolsa de Rosario volvió a recalcular a la baja la producción en soja en un 7% y la de maíz en un 15%.
Con ese marco, hay mucho escepticismo del mercado en el sentido de que el Gobierno pueda alcanzar su meta de exportaciones para este año. Más bien al contrario, lo que marcan las encuestas de economistas es que las ventas de productos argentinos estarán unos u$s10.000 millones debajo de lo que espera el Gobierno.
No es un contexto en el cual un equipo económico vea condiciones para retrasar al dólar sino como para acelerarlo. Es por eso que lo que se verá en las próximas semanas es el resultado de la pulseada entre la motivación económica, que pide aquietar al tipo de cambio, y la económica, que pide pisar el acelerador del "crawling peg".
Entre esos dos fuegos, Massa sostiene el discurso del "alineamiento" de las variables. "Estoy seguro que vamos a seguir bajando la inflación porque cuando ordenás las cuentas, te proponés acumular reservas, alineas la tasa de interés, y recorrés un planteo de acuerdo y buen uso de los instrumentos económicos para mejores ofertas para el consumidor, el objetivo lo lográs", había dicho el ministro el ministro en una entrevista.
Ese alineamiento, en los hechos, supone que el dólar no puede volver a correr a una velocidad demasiado inferior a la del promedio de los precios. Algo que, por otra parte, es una de las políticas comprometidas con el FMI.
Lo cierto es que, además, hay otra motivación para mantener la tasa devaluatoria alta: es una forma de atenuar la suba del dólar blue y los paralelos del mercado financiero. En realidad, más que el precio nominal, lo que pone nervioso al mercado es qué tan grande es la brecha con el oficial, porque una distancia muy grande puede ser el preludio de turbulencias.
¿Qué tan grave es hoy la situación, después de la escapada que el blue registró desde fin de año? Si bien el 90% que registra hoy la brecha entre el blue y el oficial está lejos del pico de 160% que se había alcanzado en julio, todavía es una cifra alta en comparación con el promedio de 70% que se registraba en el primer semestre del año pasado. Es decir, sigue habiendo margen para empeorar.