Dólar anestesiado y mejora en la recaudación: un escenario que le gusta al FMI pero insostenible
Es probable que el ala política del peronismo tenga sus dudas respecto de si conviene firmar ya un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional o si posponerlo hasta después de las elecciones, pero para el ministro Martín Guzmán no caben dudas: este momento del año probablemente sea el mejor para obtener un buen acuerdo.
Y el motivo es simple: pocas cosas conmueven más a un funcionario del FMI que la perspectiva de un plan que conduce al equilibrio fiscal. Si, además, a eso se le agrega un panorama de estabilidad cambiaria garantizada, entonces buena parte del argumento de "venta" estará logrado.
Hoy Guzmán puede mostrar logros que hasta hace poco parecían imposibles, como por ejemplo seis meses consecutivos de recaudación tributaria evolucionando por encima de la inflación -es decir, de crecimiento real del ingreso de la AFIP-.
Además, puede mostrar que habla en serio cuando dice que está dispuesto a cuidar el equilibrio fiscal: tanto la reforma de la indexación jubilatoria como la sustitución de los regímenes especiales de la pandemia -el IFE y el ATP- por mecanismos de ayuda clásicos como los Repro implican un recorte del gasto que podría llegar a dos puntos del PBI.
Y hasta cuando se implementan medidas que no le gustan a la ortodoxia económica, puede también asegurar que van en el sentido de un equilibrio de las cuentas. Por caso, el polémico aporte extraordinario conocido como Impuesto a las Grandes Fortunas implicará una doble ganancia. Por el lado fiscal, implica un ingreso potencial de unos $420.000 millones –para tener una referencia de lo que eso implica, equivale al 58% de la recaudación de AFIP de febrero.
Pero además, ese impuesto también ayudará a las arcas del Banco Central, porque, como dicen los tributaristas, el que pague la cuota mínima de ese impuesto tendrá que pagar $4 millones, y como nadie tiene ese efectivo en la mano, es probable que deba vender algún activo para poder pagar. Probablemente, dólares.
Otra medida muy criticada por los economistas, como el alivio en el impuesto a las Ganancias para los asalariados, que tendrá como contraparte un castigo a las empresas -incluyendo pymes con ganancias de apenas $108.000 mensuales- también está motivado, en el discurso público, por un sentido de responsabilidad fiscal.
Es por eso que una de sus principales preocupaciones en las últimas horas fue ratificar que la reforma en Ganancias terminaría con un resultado "fiscalmente neutro", algo que muchos ponen en duda, dado el costo de $40.000 millones que implicará para la AFIP el nuevo régimen.
Pero Guzmán hizo hincapié en que nada lo apartaría del plan trazado en el presupuesto: ni Ganancias, y la política de tarifas ni la política de asistencia social.
Una tijera progresista
"Reducir el déficit no es de derecha", dijo la semana pasada en un acto en Catamarca, un mensaje dirigido hacia la interna, y en especial a los sectores del kirchnerismo que le reclamaban un mayor grado de "keynesianismo" por la vía de expandir el gasto público para ayudar a reactivar la economía.
De hecho, hasta en el tema tarifario, que es una de las preocupaciones centrales de Cristina Kirchner, parece estar logrando un resultado mejor al esperado. Mientras se termina de diseñar un esquema capaz de discernir entre aquellos que realmente necesitan subsidios y los que pueden pagar la tarifa completa -un proceso que puede llevar todo el año- ya se dieron algunas pistas respecto del tipo de incremento que se espera.
El argumento de Guzmán es astuto políticamente, aunque todavía tiene que pasar el filtro de los dirigentes sindicales. Como la previsión oficial es que habrá una inflación de 29% y los salarios estará algunos puntos por encima, en torno de 33%, es factible pensar en un ajuste tarifario gradual que termine en un 75% del salario, según insinuó el propio Alberto Fernández. En números, esto implicaría la posibilidad de una suba tarifaria de aproximadamente un 24% a lo largo del año.
En definitiva, Guzmán considera posible un recorte sobre el nivel de $56.000 millones que actualmente el Estado debe pagar por concepto de subsidios, de manera tal de no apartarse de su promesa de que el costo en términos del PBI se mantenga en 1,7%.
A esos logros del ministro se le agregará posiblemente otro, más difícil de conseguir a nivel político: que la masa salarial de los trabajadores estatales se mantenga en línea con la meta oficial de inflación, más algunos puntos de recuperación.
Si se pudiera replicar a nivel nacional, por ejemplo, el acuerdo que logro el gobernador bonaerense Axel Kicillof con los estatales provinciales -un incremento de 34% a pagar en tres cuotas-, esto podría implicar un alivio fiscal adicional para Guzmán. Claro, suponiendo que, como todo el mercado supone, la inflación real del año sea de aproximadamente 48%.
Naturalmente, no todas estas argumentaciones pueden se dichas explícitamente por Guzmán, que no puede admitir ante los técnicos del FMI que una parte de su éxito fiscal depende de que la inflación sea mayor a la prevista. Pero no es necesario que llegue a explicar con ese nivel de detalle: los técnicos del organismo entienden el contexto argentino.
Basta con sacar las cuentas de que en el primer trimestre del año la inflación acumulada será de 12% para entender las dificultades del plan inflacionario.
Guzmán, con el tiempo en contra
El problema que tiene Guzmán es que el tiempo le juega en contra, porque muchos de los síntomas de su capacidad para "tranquilizar" la economía empezarán a ponerse en riesgo en la medida que el año avance, la economía revele sus inconsistencias y aumenten las presiones políticas.
Hoy, según la encuesta regional Focus, el mercado espera que el año termine con un déficit fiscal de 5,7%, lo cual sigue estando lejos del 4,5% prometido por el ministro, pero no deja de ser un avance en la credibilidad, si se considera que en octubre pasado la expectativa era de un rojo de 6,1 puntos del PBI.
La gran victoria que hoy puede mostrar el ministro es su capacidad para mantener bajo control al dólar, en una operatoria no exenta de costos. De hecho, los economistas de la oposición afirman que en lo que va del año sacrificó u$s700 millones de reservas en sus operaciones de compraventa de bonos para mantener a raya al dólar paralelo.
Lo cierto es que Guzmán, en tándem con el titular del Banco Central, Miguel Pesce, han logrado mantener la situación bajo control sin tener que adoptar la medida ortodoxa que le reclamaba el mercado. Es decir, una drástica suba de la tasa de interés, que luce como un objetivo contrapuesto con la meta de reactivar la economía.
Guzmán aprovechó la coyuntura favorable de los dólares extra que ingresaron por el boom de la soja, de manera de poder proveer bonos en dólares al mercado. Dado que esos dólares fueron comprados "baratos" -es decir, a los $91 del tipo de cambio oficial- y son revendidos a $145, esto implica una ganancia por la brecha. Algo así como un "puré oficial".
Y el Banco Central aprovecha esta situación para descomprimir su pesado pasivo, mediante la venta de bonos, luego de que durante 2020 llegara a triplicar la emisión de Leliqs y los "pases" pagados a los bancos. Esa capacidad para hacerse de dólares, absorber pesos y, al mismo tiempo, achicar la brecha, es lo que ha llevado al ministro a recibir aplausos incluso en lo círculos empresariales.
Pero aun dentro de esa bonanza ya empiezan a notarse los síntomas de que la situación podría cambiar.
Por caso, cuando Guzmán llama a licitaciones de deuda logra "rollear" los vencimientos, como le ocurrió en los últimos días, en que colocó $77.000 millones -cuando le vencían $67.400 millones- pero los inversores cada vez se inclinan más por instrumentos que indexan por inflación.
Esto implica, por un lado, la confianza en que logrará mantener al dólar bajo control, pero por otro lado la necesidad de una garantía por su el plan se sale de cauce.
Después de todo, uno de los puntos débiles de Guzmán es que está contando por adelantando dólares que todavía no están seguros.
Primer dato para preocuparse: la cuestión climática volvió a instalar dudas, de manera que la previsión de la cosecha de soja que realiza la Bolsa de Cereales volvió a tener una revisión a la baja. Ya se había bajado la previsión desde 49 millones de toneladas a 45 millones, y ahora sufrió una nueva corrección a 44 millones.
Por otra parte, están las señales internacionales. Los analistas en la materia creen que la suba de la tasa de interés en Estados Unidos le sacará algo de empuje al furor por los commodities y que se vienen tiempos de tomas de ganancias. Si bien nadie espera una caída brusca, todo indica que el techo de los precios ya se alcanzó.
La gran pregunta: ¿Puede seguir durando la calma financiera?
Esto pone ciertas dudas sobre si el segundo semestre del año será tan tranquilo como Guzmán predice y si, además, se podrá lograr el ambicioso objetivo de un superávit comercial de u$s15.000 millones.
Para colmo, el mercado tomó nota de un dato inquietante: después de un arranque de año "ortodoxo" en el que el Tesoro no le pidió dinero al Banco Central, volvió a recurrir al auxilio de "la maquinita".
La transferencia de $70.000 en concepto de adelantos transitorios puso una nota de duda sobre qué tan fuerte será el compromiso de Guzmán sobre mantener la disciplina monetaria y fiscal, que para reforzar su credibilidad había realizado "devoluciones" simbólicas al Central sobre el fin de año.
Un economista cercano al oficialismo, como el ex viceministro Roberto Feletti, explicó los riesgos con claridad: actualmente la cuenta que resulta de dividir los pasivos del Banco Central sobre el nivel de reservas brutas. Es el típico "dólar de convertibilidad" que el mercado toma en cuenta para determinar el dólar paralelo.
Actualmente, esa cuenta de $130, lo cual explica por qué se mantiene la calma e incluso por qué hubo jornadas en las que el blue cayó por debajo del dólar oficial "solidario".
Pero advierte que "si la ecuación se alterara por aumento del numerador de la división por encima del denominador, es decir, si crecieran los pasivos monetarios líquidos más que proporcionalmente a las reservas internacionales, reaparecerían las presiones cambiarias". Y recuerda que Guzmán se verá en un dilema, ya que una política monetaria excesivamente contractiva podrá poner en riesgo el objetivo de lubricar la economía y el consumo.
Eso es lo que teme buena parte del mercado, que cree que la calma de Guzmán puede ser de corto plazo. Empezaron a aparecer indicadores inquietantes, como el hecho de que el stock de Leliqs del Banco Central volvió a crecer en términos reales y superó la marca récord de $3 billones.
Semejante "bola" va generando la obligación de pagar intereses en dosis crecientes, al punto que no logran ser compensadas por la esterilización que hace el Banco Central. En lo que va del año, los intereses devengados por este concepto alcanzaron $200.000 millones.
En definitiva, podría alcanzar con cualquier situación imprevista del mercado agropecuario que disminuya el ingreso de divisas, como para que nuevamente el país esté en una situación de tensión cambiaria.
Nadie está pronosticando que esto vaya a ocurrir en el corto plazo -es decir, en el primer semestre-. Pero casi todos creen que será inevitable un ajuste más sobre fin de año.
Por otra parte, el argumento de Guzmán sobre la inflación decreciente está basado en una menor necesidad de asistencia del Tesoro por parte del Central a lo largo del año y por una mayor contracción monetaria, todas metas que están por verse.
En definitiva, la realidad indica que el mejor momento de Guzmán es este. Puede mostrar seriedad en su objetivo de recortar el rojo fiscal y de mantener la estabilidad financiera. A futuro, dominará la escena política y es probable que deba ceder a presiones de tipo salarial, tarifario y fiscal.
Mejor firmar ahora, que los números están relativamente prolijos. Hoy, el ministro puede sentarse frente a los técnicos del Fondo y mostrar buena letra. Mañana, no se sabe.