Abril turbulento: viene un duro cóctel de precios, alquileres y menos dólares de la soja
Llegar a abril era, en la visión de los funcionarios del equipo económico, la gran meta para conseguir la ansiada "normalización" de las variables y dejar atrás los riesgos de turbulencias. Pero en los últimos días empezaron a surgir advertencias en el sentido de que los problemas no desaparecerán cuando se vaya el verano.
¿Por qué abril tenía esa connotación de "espacio zen" para Martín Guzmán y los suyos? Para empezar, porque es cuando arranca la época de la liquidación fuerte de las divisas provenientes de la cosecha gruesa.
Es decir, empiezan a entrar los dólares, justo en coincidencia con un aumento en la demanda de dinero (que durante el mes de febrero suele caer a sus mínimos del año, lo cual implica el riesgo de temblores cambiarios).
Pero, además, porque en la previsión de Guzmán, abril debería ser el mes en el cual las expectativas de inflación deberían descomprimirse fuertemente, a tal punto que su pronóstico oficial de 29% de inflación para el año -hoy seriamente cuestionado- vuelva a ser creíble.
Por otra parte, Guzmán está por viajar a fines de marzo a Washington para entrevistarse con la plana mayor del Fondo Monetario Internacional y algunos ex amigos de la universidad de Columbia que hoy ocupan puestos clave en la administración Biden. Y la apuesta es volver con un mensaje positivo, lo que implica que el país tendrá un alivio para el pago de sus obligaciones de este año.
Concretamente, el país debería cancelar este año u$s4.700 millones, que en buena medida podrían quedar neutralizados si, como el Gobierno argentino espera se aprueba un aumento en el capital del FMI que implique un reparto de DEGs (derechos especiales de giro), lo cual podría beneficiar a Argentina en una suma de hasta u$s4.000 millones.
El efecto alquileres, una amenaza
Pero, sin embargo, se empezaron a acumular motivos para pensar que abril no será esa panacea a la que hasta ahora los funcionarios tenían marcada en rojo en sus almanaques.
El motivo fundamental es que al Gobierno se le hace cada vez más difícil sostener su discurso frente a los empresarios y sindicatos en las mesas de negociación sectoriales en las que se pretende "alinear precios y salarios".
Lo cierto es que ya se da por descontado que marzo volverá a tener una inflación alta, en torno al 4%. Esto ocurrirá tanto por cuestiones estacionales -marzo suele ser un mes de inflación alta por el inicio de las clases y el cambio de estación- pero también por la entrada en vigencia de aumentos de precios regulados.
En los planes del Gobierno, esas presiones deberían desaparecer en abril, un mes a partir del cual el índice tendría que bajar fuertemente para que se recupere la credibilidad en el plan anti inflacionario.
Pero en el mercado no todos creen que eso vaya a ocurrir. Para empezar, la encuesta entre bancos que hace el propio Gobierno -el REM del Banco Central- marca una expectativa de 3,4%. Esto daría para el primer cuatrimestre del año una inflación acumulada de casi 16%, un dato muy complicado si se tiene en cuenta que justo para esa fecha se estarán revisando la mayoría de las paritarias.
Uno de los elementos que pueden complicar la inflación en abril es el remanido descongelamiento de los alquileres, que tiene preocupados a todos los inquilinos. De hecho, los detractores de la nueva ley ya venían advirtiendo que en cuatrimestre posterior a su aprobación, el costo real de los alquileres había aumentado un 32%, casi el triple que la inflación promedio registrada en el período, una situación que contrasta fuertemente con la previa a la ley, cuando los contratos de alquiler venían evolucionando por debajo del costo de vida.
Y ahora abundan los pronósticos catastrofistas respecto de lo que ocurrirá en el mercado inmobiliario después del 31 de marzo. Sobre todo porque, como efecto de las deudas acumuladas por parte de quienes no pudieron pagar el año pasado, se establecerá un interés compensatorio.
Según algunos cálculos, la suma del alquiler ajustado por inflación, más intereses compensatorios y subas en expensas, podrían llevar algunos contratos a sufrir un shockeante aumento de 80%.
Mientras se recalienta el debate sobre la posibilidad de deducir parte del alquiler del impuesto a las Ganancias, y sobre cómo el Estado puede implementar algún tipo de subsidio para aquellos inquilinos que no estén en condiciones de pagar las compensaciones por los impagos del 2020, lo cierto es que el mercado se prepara para un reacomodamiento fuerte.
Según los expertos del mercado inmobiliario, un efecto de la aprobación de la nueva ley fue una retracción en la oferta, lo cual otorgará mayor capacidad real de negociación a los propietarios. Entre los agentes inmobiliarios más optimistas, se maneja una expectativa de suba de 40%.
Para completar el cuadro, también tendrá su influencia -entre abril y mayo- la entrada en vigencia de la nueva paritaria de encargados de edificio, que arregló un incremento de 32% a pagarse en cuatro tramos.
No, la soja por sí sola no será suficiente
Por otra parte, los alquileres no son el único factor que le pondrá presión a la inflación. El otro son los insumos importados, que empiezan a mostrar subas en la medida en que el Gobierno incrementa las trabas para importar.
Como el Gobierno cuenta con un ambicioso objetivo de lograr un superávit comercial de u$s15.000 millones para este año, necesita que las exportaciones crezcan casi u$s10.000 millones -algo así como un 18%- o que las importaciones moderen su ritmo de crecimiento, que en los últimos meses del año pasado venía todos los meses creciendo por encima de las ventas, a un ritmo en torno del 20%.
Y eso incrementa las expectativas de una mayor "mano dura" y decisiones discrecionales a la hora de soltar las divisas para importar.
A juzgar por la actitud de los importadores, no son optimistas sobre una apertura en la política comercial del Gobierno. De hecho, se está produciendo una especie de "judicialización" del comercio exterior, con una ola de medidas cautelares para liberar importaciones. En comparación con el año pasado, la cantidad de casos se cuadruplicó.
Esto se está notando en "aumentos preventivos" de precios, de parte de sectores que no saben si en el futuro podrán contar con el permiso para reponer la mercadería que ahora están vendiendo.
Un típico sector que sufre ese efecto es el de la construcción, que en 2020 tuvo un incremento de 70% en los precios de los materiales y que ya acumulan un 5% en lo que va del año. Uno de los principales insumos del sector, el cemento, ya sufrió un 40% de aumento desde fin del 2020 a la fecha. Y los empresarios del sector son pesimistas sobre un cambio en la situación, a no ser que el Gobierno libere su política cambiaria.
Pero esa posibilidad hoy luce más lejana que nunca. Y no, abril tampoco será la panacea a partir de la cual empiece a notarse una superabundancia de dólares. Porque si bien es cierto que hay un boom global en el precio de los commodities agrícolas, eso no significa que la liquidación de la cosecha vaya a explotar.
Primer dato para preocuparse: la cuestión climática volvió a instalar dudas, de manera que la previsión de la cosecha de soja que realiza la Bolsa de Cereales volvió a tener una revisión a la baja. Ya se había bajado la previsión desde 49 millones de toneladas a 45 millones, y ahora sufrió una nueva corrección a 44 millones.
Por otra parte, están las señales internacionales. Los analistas en la materia creen que la suba de la tasa de interés en Estados Unidos le sacará algo de empuje al furor por los commodities y que se vienen tiempos de tomas de ganancias. Si bien nadie espera una caída brusca, todo indica que el techo de los precios ya se alcanzó.
Y, como siempre, está el tema local: por más atractivo que sea el precio internacional, los productores locales no apurarán la exportación. Más bien al contrario, los conocedores del negocio agrícola esperan que el ritmo de ventas será similar al del año pasado (es decir, que para junio recién se haya liquidado el 50% de la cosecha) y hasta corren versiones sobre un boom en la compra de silobolsas.
El consultor Salvador Di Stefano advierte que el Gobierno está celebrando por adelantado un viento de popa que todavía no ocurrió. "El campo no va a vender todo lo que el gobierno espera. El productor no quiere vender en este contexto donde la soja vale u$s 520 en Chicago, y solo recibe a cambio u$s 206 billetes. Con el maíz, el precio en Chicago es de u$s 222, y en Argentina solo consigue U$S 122. La lluvia de dólares está lejos de que aparezca", explica.
Y este dato es fundamental, porque un ingreso de dólares menor al esperado puede desestabilizar al plan de Guzmán que -como dijo recientemente, y se ganó el aplauso de los empresarios- obliga a ser más cuidadosos con la emisión, dado que los pesos "sobrantes" tienden a ir al dólar y el dólar a su vez contagia a los precios.
De hecho, en los últimos días causó preocupación un cambio de tendencia: luego de un arranque de año "ortodoxo" en el que el Tesoro no le pidió dinero al Banco Central, volvió a recurrir al auxilio de "la maquinita".
La transferencia de $70.000 en concepto de adelantos transitorios puso una nota de duda sobre qué tan fuerte será el compromiso de Guzmán sobre mantener la disciplina monetaria y fiscal, que para reforzar su credibilidad había realizado "devoluciones" simbólicas al Central sobre el fin de año.
Los gremios, con la calculadora en la mano
Lo cierto es que son demasiadas las señales que se van acumulando como para que el mercado crea que, pasado el verano, la economía tenderá a "tranquilizarse" en forma automática.
Y uno de los objetivos más difíciles será convencer a los sindicatos de que firmen en línea con una meta inflacionaria que nació herida en su credibilidad.
De hecho, si se cumple la evolución esperada en el REM, ya en agosto se habrá llegado a la meta del 29% anual que prometió Guzmán para todo el año. Es uno de los temas que pondrá a prueba la capacidad de persuasión del ministro.
"Definimos un objetivo de la inflación, para eso hay que ayudarlo con políticas de precios e ingresos en pos de que los precios vayan en la línea presupuestada y los ingresos también", dijo Guzmán la semana pasada en una visita a Catamarca.
"Los distintos acuerdos salariales están cerrando en la línea de lo que el presupuesto establece", agregó, y puso como ejemplo algunas de las negociaciones de gremios grandes que el Gobierno aspira a que sean tomadas como referencia para el resto del mercado.
Por caso, el gremio bancario, bajo la conducción de Sergio Palazzo, firmó por un 29%, a pagar en tres cuotas, una retroactiva a enero, otra en abril –ambas de 11,5%- y una tercera, en agosto, de 6%.
Todo un mensaje para el resto del mercado, que acaso esté percibiendo la instalación de un nuevo "techo Palazzo". Claro que los bancarios son conscientes de que están en un sector económicamente fuerte y eso les otorga mayores posibilidades de negociación. No solamente un salario inicial por encima de los $100.000 sino, además, la promesa de que en dos momentos del año habrá "una revisión del acuerdo por si hubiera inconveniente en relación precios y salario".
Pero ahí es donde entrará la letra chica: una revisión si la inflación superó la meta prevista no es una cláusula gatillo, sino que implica una reapertura de la negociación, con su posible carga de conflictividad. Es decir, lo último que quiere el Gobierno en un año electoral.