La recaudación de AFIP recalentó el debate sobre el "reparto": entra más plata, pero el consumo no levanta
Pocas cosas sintetizan mejor las contradicciones del modelo económico que el dato de la recaudación de impuestos de enero. Por un lado, Martín Guzmán sigue contento por la posibilidad de dar buenas noticias, sobre todo a la hora de demostrarles a sus interlocutores del Fondo Monetario Internacional que habla en serio cuando se propone una mejora en los números fiscales.
Y hasta puede darse el gusto de afirmar que la cifra recaudada ($772.860 millones), que implica un 46% más que lo ingresado hace un año y un 13% más que lo obtenido en el pasado mes de diciembre, implica una demostración sobre la recuperación de la economía.
Después de todo, se trata del quinto mes consecutivo en el que la recaudación no solamente crece nominalmente sino que se mueve por encima de la inflación. En otras palabras, el sueño de todo ministro de economía: ajustar las cuentas fiscales al mismo tiempo que la actividad se recupera, de manera que pueda quedar a salvo de las acusaciones de ajuste.
La alegría de Guzmán queda en evidencia ya desde el hecho de que, desde que los números están mejorando, decidió "primerear" a la AFIP, que tradicionalmente daba la información con un tono más bien técnico. En cambio, el comunicado del ministerio enfatiza en que la mejora de la recaudación obedece a una gradual recuperación económica.
Sin embargo, ese tono optimista contrasta con la preocupación que hay dentro del Gobierno, y que está levantando la temperatura del debate interno. La recaudación no está reflejando una mejora en el consumo, y ni siquiera una reactivación notable a nivel industrial.
Más bien al contrario, parecen confirmar muchas de las críticas que se le hacen al modelo económico, tanto desde dentro como desde fuera. Como, por ejemplo, que hay impuestos que más bien confirman la crisis y sólo aumentan porque está empeorando la inflación –como Ganancias y Bienes Personales, que al no tener una actualización de la base imponible igual a la evolución de precios, terminan reflejando una situación que no se condice con la realidad-.
Pero, sobre todo, la creciente dependencia de la economía respecto de los ingresos del comercio exterior. De hecho, si se excluyera del análisis las retenciones por exportaciones y los impuestos a la importación, hasta se notaría una desmejora respecto del año pasado: sería una variación de 34%, que es tres puntos menos que la inflación anual que se confirmará la semana próxima cuando se conozca el dato de la inflación de enero.
¿Un boom sostenible?
Para colmo, se trató de un mes plagado de situaciones anómalas, que obligan a poner la lupa en cada rubro, para no sacar conclusiones erróneas.
Es cierto que en este último mes hubo un ingreso muy alto de retenciones por exportaciones, pero, como el propio comunicado oficial reconoce, eso se debió al efecto de "puesta al día" por las exportaciones que no se habían realizado en diciembre, por causa del conflicto portuario. Hablando en números, por ese rubro entraron a las arcas fiscales u$s79.423, que es el doble del promedio de los últimos meses. Claro, en enero, por efecto del paro de los portuarios y los atrasos en los registros de exportación apenas se había ingresado u$s28.217.
Aun así, es notorio que la tendencia es creciente, como consecuencia del boom en los precios agrícolas y de un cambio en las expectativas de los productores, que se convencieron de que la devaluación no era inminente y empezaron a acelerar los envíos del producto que descansaba en las silobolsas.
Pero tampoco debe llamar a engaño el impactante 231% de incremento que hubo por ingreso de impuestos por exportación, dado que esa comparación se hace contra enero del año pasado, y ese había sido un mes de bajas exportaciones, porque los productores, ante el cambio de gobierno y la certeza de que vendrían mayores retenciones, se habían apurado a adelantar las operaciones.
En definitiva, la mayor parte del festejo por la mejora fiscal obedece al fenómeno sobre el cual ahora se debate en el país, la "maldición de exportar alimentos".
Y en cuando a la otra parte de la recaudación por comercio exterior, la de las importaciones, el aumento da como para entusiasmarse… siempre que uno considere que importar es algo bueno, claro. Un tema sobre el cual no hay unanimidad en el Gobierno. De hecho, es un síntoma de reactivación –y los economistas concuerdan con que por cada punto del PBI que se recupere la economía deben crecer tres puntos las compras del exterior- pero por otra parte es un agujero por el cual salen divisas.
De manera que ese rubro de impuestos a las importaciones, uno de los cuales en principio debería crecer un 54% en el año para ayudar a que se cumpla la proyección de una recaudación fiscal que suba un 43% está en duda por las últimas medidas adoptadas por el Gobierno –más las que se siguen debatiendo en este momento-.
De hecho, entre los empresarios crece la sospecha de que, tal como ocurrió en otras épocas, vendrá un fuerte cierre importador en la medida en que el Banco Central no logre mejorar su nivel de reservas.
Mientras tanto, el consumo no arranca
La situación de la AFIP, por lo tanto, pasa rápidamente del optimismo al pesimismo cuando se la considera desde la óptica del kirchnerismo y su plan electoral. Ganancias crece por una mayor inflación, y el rubro estrella –comercio exterior- es justamente uno que buena parte del oficialismo busca reprimir por la vía de mayores trabas a la exportación y más cierre a la importación.
Pero lo peor de todo es que la mejora en la recaudación no parece tener mucha relación directa con los rubros ligados a la actividad. El IVA (del DGI no el aduanero), que es el rubro más directamente ligado al consumo, tuvo un flaco crecimiento de 28% interanual.
Peor que eso, lo que ocurrió con el IVA fue un sinceramiento. Porque hasta ahora venía creciendo a un ritmo equiparable con la inflación –en diciembre había dado 35% interanual- pero eso tenía una razón más estadística que real: comparaba contra un momento en el que regían exenciones de productos de la canasta básica.
Era una medida temporaria que se tomó sobre el final del gobierno macrista y que Alberto Fernández decidió no prorrogar. En definitiva, el 28% de aumento en la recaudación del IVA frente a una inflación de 37% se aproxima más a la situación real: el consumo todavía sigue por debajo del que había un año atrás.
Y sigue habiendo temas que, aunque en apariencia dan para festejar, provocan inquietud en el Gobierno. Como por ejemplo que uno de los mayores crecimientos (61% anual) haya correspondido al rubro combustibles, en el medio del debate político por el rechazo que la política de aumentos generó en una facción del propio Gobierno.
La "progresividad" en peligro
Lo cierto es que con una economía recesiva, el hecho de que la recaudación tributaria aumente por encima de la inflación, sólo puede significar dos cosas: o hubo una gran devaluación que impulsó un boom exportador –que no ocurrió, al menos no todavía- o se produjo un aumento en la presión tributaria.
Esta segunda alternativa había sido explícitamente buscada incluso desde antes de que irrumpiera la pandemia. La Ley de solidaridad impuso el nuevo impuesto de 30% a la compra de dólares y un incremento en las alícuotas del impuesto a los Bienes Personales.
Este último impuesto se transformó en uno de los pilares de lo que el kirchnerismo llama "progresividad" y que los críticos denominan directamente como confiscación. El impuesto, que tenía una alícuota de 0,25% pasó a un mínimo de 0,5% y en algunos casos llegaba al 2,25%.
Pero el tema que más irrita a expertos como César Litvin es que, a diferencia de otros países, sólo toma en cuenta activos sin restar pasivos tales como deudas. Y destaca que, como la actualización del mínimo no imponible no sigue el incremento real del costo de vida, un impuesto que fue pensado para la clase media alta ya puede alcanzar, teóricamente, a cualquier familia que posea un departamento y un auto.
Y ahora, como objetivo para ayudar a cumplir el objetivo de Guzmán de bajar el déficit fiscal a 4,5%, está la pelea por la judicialización del nuevo aporte extraordinario a las grandes fortunas
Litvin ha estado entre los principales denunciantes de que el incurre en una "doble imposición" porque grava los mismos activos que Bienes Personales. Y agrega que, si se suman las imposiciones de ambos impuestos, se puede hablar de una situación inconstitucional por violación al derecho de propiedad.
"Sin lugar a dudas se vuelve confiscatorio y esa confiscatoriedad afecta una garantía esencial del contribuyente que es el derecho de propiedad protegido por la Constitución Nacional", señala Litvin, en medio de la polémica por la reglamentación del "aporte extraordinario" y cuando el Gobierno se apresta a dar la batalla contra la "rebelión fiscal".
Quieren aportar... y no los dejan
Por otra parte, el otro impuesto creado con un criterio de "progresividad", que fue el PAIS, que castigó a los compradores de dólares, tuvo un destino paradójico. Hasta agosto, cuando regía el permiso para comprar u$s200 por persona y el Banco Central resignaba cada mes unos u$s1.000 millones en reservas, se había transformado en uno de los pilares de la recaudación.
Pero las sucesivas restricciones lo han hecho caer en la irrelevancia. Fue así que este tributo, que en agosto había aportado a las arcas de la AFIP $21.800 millones, en enero apenas acumuló $8.347.
Y lo irónico es que, cuando el Gobierno diseñó en su presupuesto los ingresos fiscales para este 2021, había previsto que el impuesto PAIS aportara $342.000 millones, es decir un promedio de $28.000 millones por mes, que únicamente se podría lograr si el Gobierno tolerara una "fuga" de u$s1.000 millones por mes.
La involuntaria reivindicación de Dujovne
En definitiva, lo que a primera vista luce como algo positivo, esconde una contradicción: el Gobierno quiere que el motor de la recuperación sea el consumo, pero el ingreso por el IVA demuestra que eso no está ocurriendo.
Es por eso que el debate de la hora es cómo lograr una redistribución a través del boom agrícola, sin que ello implique una mayor inflacionaria. El famoso "desacople" que eleva la temperatura del debate político y pone a los productores en alerta.
Y el ruido de fondo, por supuesto, es la negociación de las mejoras salariales, en la cual el gobierno intenta recorrer un equilibrio difícil. Los números de la AFIP muestran que las medidas de ayuda a las empresas tuvieron un alto costo en términos de recaudación –hasta el día de hoy, los aportes patronales y contribuciones a la seguridad social siguen unos 10 puntos por debajo de la inflación. De manera que la suba salarial es un objetivo tanto de sindicatos como los funcionarios del área fiscal.
Sin embargo, una parte "ortodoxa" del Gobierno, que se está imponiendo, tiene el objetivo inconfeso pero real de que el salario sea una de las anclas de la economía. Por lo pronto, piensa trabar cualquier acuerdo que incluya "cláusula gatillo" y quiere que los acuerdos tomen como referente el objetivo de inflación oficial de 29%, una cifra en la que, a esta altura, nadie cree.
Como además la nueva fórmula indexatoria de las jubilaciones depende de esa recaudación, cada vez son más los escépticos sobre que los jubilados puedan este año ganarle a la inflación.
Ironías de la Argentina, la mejora fiscal que está viviendo el Gobierno es algo que deja incómoda al ala más "progresista" y que se acerca al objetivo de los fiscalistas. Y, paradójicamente, hace recordar a aquella denostada frase de Nicolás Dujovne, cuando se jactaba frente a los funcionarios del FMI de haber logrado hacer tolerable un tipo de ajuste fiscal que nunca había sido hecho fuera del contexto de una dictadura.