El peronismo vota a Lula: Alberto ve un espaldarazo a su candidatura mientras Cristina quiere un golpe al "lawfare"
Nunca una elección brasileña se había vivido con tal intensidad desde Argentina, casi como si fuera un comicio local. Y la realidad es que son muchos los actores políticos argentinos que sienten que su suerte puede cambiar en función de lo que ocurra en el país vecino.
Sobre todo en el peronismo, todos apuestan a que una eventual victoria de Luiz Inácio "Lula" Da Silva pueda significar un espaldarazo político en el plano local. Empezando por el presidente Alberto Fernández, que tiene todo preparado para viajar la misma noche del domingo si es que se produce una victoria clara de Lula sobre el presidente Jair Bolsonaro.
De hecho, Alberto ya pensaba hacer ese viaje en la primera vuelta del mes pasado, y hasta había organizado todo con su amigo el embajador Daniel Scioli -por cierto, se comenta que en el sueño reeleccionista, Alberto ya designó a Scioli como compañero de fórmula-.
Aquel viaje se suspendió sobre la hora cuando en la Casa Rosada, como en todo el mundo, se sorprendieron por una performance mucho mejor de lo esperada por parte de Bolsonaro, que forzaría a un balotaje.
Pero, si se cumple lo que las encuestas han marcado en los últimos días, finalmente Lula se impondría en la segunda vuelta por un estrecho margen. En todo caso, las dudas están puestas en si Bolsonaro aceptará democráticamente el resultado y aceptará la derrota o si, como se comentó en los últimos días, podría desconocer la votación y alegar irregularidades.
Alberto hizo una mención indirecta al tema cuando, en su calidad de presidente temporario de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), dijo en una conferencia junto a directivos de la Unión Europea que no había margen en el continente para resolver los conflictos de otra forma que no fuera por el diálogo.
El presidente argentino no se estaba refiriendo a Venezuela, Cuba ni Nicaragua, permanentemente acusadas por violaciones a los derechos humanos y persecución de opositores -que Argentina se abstiene de condenar en los foros internacionales-, sino a Brasil."Llamo a la reflexión a mi continente. No quiero que en ningún lado no se respete la democracia ni el veredicto popular ni se tergiversen los procesos electorales que están en marcha", dijo en alusión a las amenazas veladas de Bolsonaro.
Festejando con la foto de Lula
¿Por qué está Alberto Fernández tan interesado en el triunfo de Lula? Los analistas políticos no tienen dudas: interpretan que el presidente argentino se sentiría respaldado en su proyecto reeleccionista.
Él considera que una victoria de Lula cambiaría el humor social tras una seguidilla de victoria de la extrema derecha que causaron impacto en Argentina -como el de la neofascista Giorgia Meloni en Italia- y que predispondría mejor a la población hacia propuestas "progresistas".
En ese sentido, espera sacar el máximo provecho de haber sido el único presidente que visitó a Lula en prisión, en un gesto que en su momento fue criticado, pero que hoy lo reivindicaría. Y hasta ayudaría al Presidente a compensar por errores de su política exterior, como la recordada entrevista con Vladimir Putin a poco de comenzar la guerra con Ucrania, en la cual invitó al ruso a usar a Argentina como puerta de entrada a la región.
Para Alberto, la eventual victoria de Lula implica no solamente un triunfo sobre la oposición macrista -que tratará de mantener una equidistancia para no ser calificada de bolsonarista- sino que, imprevistamente, también podrá suponer una ayuda en la pelea interna frente al kirchnerismo.
Ocurre que Lula está lejos de ser un exponente de la izquierda radicalizada. Más bien al contrario, el gran esfuerzo del líder del PT durante la campaña fue enviar mensajes a la clase media y al poder económico.
Es por eso que, para empezar, eligió como compañero de fórmula a un ex candidato del Patrido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), al cual pertenece el ex presidente Fernando Henrique Cardoso. Es por eso que, además, habló ante la poderosa Federación de Industrias del Estado de Sao Paulo, donde envió señales de previsibilidad en cuanto a la política económica y financiera.
Brasil está creciendo a un 2,3% y, después de tres meses seguidos con deflación, espera disminuir su inflación para el año próximo a apenas un 5%. El mensaje de Lula no fue el de un ataque a los márgenes empresariales ni una explosión de gasto público financiada con emisión monetaria. Todo lo contrario: sus gestos y los nombramientos de colaboradores apuntan a la continuidad de una política reformista y "market friendly".
Alberto ve un impulso a la izquierda moderada
Traducido al plano argentino, esto será usado por Alberto Fernández como la confirmación de que, así como no hay margen para el neolibearalismo en la región, tampoco hay posibilidades para posturas radicalizadas. Ya se vio algo de esto en los casos de mandatarios izquierdistas que se vieron obligados a suavizar su agenda, como le ocurrió a Pedro Castillo en Perú y a Gabriel Boric en Chile.
Y Alberto, en definitiva, tratará de usar una eventual victoria de Lula como argumento ante las críticas que recibe del kirchnerismo. Su convicción es que se debe mantener un programa de estabilización financiera con algunos componentes de ajuste, incluso con guiños al empresariado. No por casualidad, en los últimos días se comentó sobre la intención del Presidente por sumar a su equipo a figuras empresariales de alto perfil, como Antonio Aracre, ex CEO de Syngenta, y a Daniel Herrero, de Toyota.
Es una postura que se contrapone al kirchnerismo, donde predomina otra sensación: que las probabilidades electorales del peronismo aumentan en la medida en que radicaliza su discurso y aumenta la agresividad hacia "los poderes concentrados".
Hay encuestas propias en el kirchnerismo que expresan cómo, por ejemplo, hay una vasta mayoría que rechaza al Fondo Monetario Internacional y que vería con simpatía nacionalizaciones de recursos naturales como el litio, o que apoyarían una decidida ofensiva contra el empresariado mediante subas de retenciones a la exportación, nuevos impuestos a la riqueza y congelamientos de precios.
Desde ese punto de vista, no hay mucho para ganar con un corrimiento hacia el centro y con la moderación del discurso. Y esa postura está quedando en evidencia con gestos de Cristina Kirchner, como su reciente crítica al incremento de las tarifas de la medicina prepaga "dispuesto por el Gobierno".
En definitiva, desde el punto de vista de Alberto, lo que ocurra en Brasil podrá se usado en su favor a la hora de dar la pelea interna del peronismo: con su viaje en la noche de la elección y con la foto junto a Lula, tratará de enviar un mensaje claro. Es decir, que es la hora de una izquierda responsable y que teje alianzas con el empresariado, algo que él quiere encarnar en contraposición a un kirchnerismo dispuesto a tensar la cuerda en el plano social.
Una apuesta a la derrota del "lawfare"
Claro que esa es la interpretación "albertista" y no la que se hace en el kirchnerismo, donde también se espera con ansiedad una victoria de Lula.
Pero en el caso de la militancia K, la visión es diferente: lo que se busca es un paralelismo entre las figuras de Lula y de Cristina Kirchner. Ambos son ex mandatarios que en su momento fueron muy populares y lograron ser reelectos, tuvieron un momento de fuerte crecimiento económico con redistribución del ingreso y, ambos, sufrieron acusaciones por corrupción.
De manera que un eventual regreso de Lula al poder sería, en la narrativa K, una forma de reivindicar a Cristina, que pertenece a la misma categoría de "líderes populares" que sufrieron persecución en el plano judicial.
En el caso del kirchnerismo, la apuesta a la victoria del PT brasileño tiene un componente más judicial que político: se aspira a que influya indirectamente sobre el proceso que se sigue a la ex mandataria por corrupción en la obra pública.
Como han afirmado referentes del entorno de Cristina, la apuesta es a que jueces y fiscales argentinos hagan una lectura de la situación brasileña como una advertencia sobre la suerte que corren quienes fomentan el "lawfare": un líder político que fue llevado a prisión por corrupción vuelve al poder, mientras el juez Sergio Moro, que lideró su juicio, cayó en el descrédito y tiene una causa judicial en su contra.
El espejo de Lula y el juez Moro
Moro fue, durante el proceso conocido como "Lava Jato" -que investigó una red de lavado de dinero y pago de sobornos que involucraba a la petrolera estatal Petrobras-, una estrella política en Brasil. Dio conferencias fuera de fronteras y llegó a ser glorificado en una serie de ficción emitida en Netflix. Con Bolsonaro en la presidencia, fue nombrado ministro de justicia, y su nombre comenzó a sonar como un posible presidenciable.
Sin embargo, su suerte cambió radicalmente. Se alejó del gobierno, ante divergencias con el presidente, al tiempo que también empezó a cambiar su imagen de juez ejemplar. Una investigación dejó al descubierto un complot entre Moro y los fiscales para restringir el acceso a la defensa de Lula.
El Supremo Tribunal Federal entendió que Moro no se había comportado con la imparcialidad que su condición de juez exigía, con lo cual la causa fue revisada y Lula liberado. Más adelante, las otras causas contra Lula fueron anuladas por problemas de jurisdicción, con lo cual el ex presidente quedó rehabilitado para actuar en política.
Moro, por su parte, que había anunciado su candidatura presidencial, anunció que se apartaría de la competencia electoral. En ese momento, estaba cuestionado por declaraciones públicas donde reconocía que la causa Lava Jato había sido una forma de combatir al Partido de los Trabajadores.
En un irónico giro de la historia, hoy Lula y Moro cambiaron los roles. Mientras el líder del PT está por regresar el poder, Moro enfrenta una causa judicial, en la que se lo acusa de haber perjudicado a la economía brasileña porque la causa "Lava Jato" hizo que se cayeran contratos y se retirasen de la economía brasileña u$s35.000 millones, lo cual afectó a cuatro millones de empleos.
Vista desde Argentina, y particularmente desde el entorno de Cristina, es inevitable trazar el paralelismo entre las dos situaciones. La apuesta del kirchnerismo es que si el argumento del lawfare es aceptado por la opinión pública, los funcionarios del poder judicial, que son permeables al clima político del país, tenderán a suavizar sus posturas.
Y, a esos efectos, la suerte divergente que corrieron Lula y Moro implicaría un mensaje potente para fiscales y jueces en Argentina. De hecho, en su último alegato por la causa de la obra pública en Santa Cruz, Cristina insinuó que piensa pedir un juicio por prevaricato contra sus acusadores.
Ya anteriormente, al declarar por otra causa en diciembre de 2019 les había dicho a los jueces: "A mí me absolvió la historia. Y a ustedes seguramente los va a condenar la historia. ¿Preguntas? Preguntas tienen que contestar ustedes, no yo".