Paradoja del "cepo al turismo": ¿será la inesperada llave que destrabará el acuerdo con el Fondo Monetario?
Dentro de todas las paradojas argentinas, es una de las más notables: la muy criticada medida del Banco Central que restringe la financiación con tarjeta para el turismo externo está pensada, antes que nada, para tranquilizar al Fondo Monetario Internacional.
Ocurre que, en un momento de debilidad extrema de las reservas, y cuando, además, el Gobierno argentino está pidiendo explícitamente un refuerzo en la asistencia internacional con nuevos créditos, hay una garantía que todos le exigen: que los nuevos dólares que ingresen no se "fuguen" de inmediato para ser gastados por los turistas argentinos en Miami.
Es, después de todo, algo que tiene lógica: el propio peronismo había criticado ácidamente cómo la mayor parte de los u$s44.000 que ingresaron al país durante la gestión macrista como parte del acuerdo "stand by" se fugaron casi de inmediato del sistema financiero. Y la crítica tenía dos destinatarios: el primero era el Gobierno macrista, por no introducir controles cambiarios, y el segundo era el propio FMI, por permitir que sus divisas -que por estatuto no pueden ser usadas para defender un tipo de cambio atrasado- se gastaran en una pulseada diaria que finalmente gano el mercado con una mega devaluación.
El punto fue motivo de debate interno en el FMI, que no quiere vivir otra vez la misma situación: si le tiene que dar dólares frescos a Argentina, quiere asegurarse que vayan a reforzar las reservas.
Pero claro, hay un problema: en una situación "normal", la exigencia del FMI sería que se dejara flotar al tipo de cambio hasta que alcanzara un nivel de equilibrio de mercado. Sin embargo, tanto los funcionarios macristas como los peronistas convencieron al FMI que en una economía bimonetaria, esa libre flotación es extremadamente arriesgada.
En definitiva, el FMI está resignado a que el "cepo" no se puede desmantelar de inmediato. Pero ve que, aun así, no termina de ser un instrumento a salvo de la "fuga" de capitales. Ya fue una prueba elocuente de ello los u$s2.500 millones que le costó al Banco Central mantener la estabilidad del dólar paralelo en la previa de las elecciones.
Y, el año pasado, el Gobierno había pasado una zozobra al ver cómo la ventanilla de u$s200 por mes para los ahorristas -que al principio era vista como una cifra ínfima- se transformaba en una bola de nieve que se llevaba u$s1.000 millones por mes de las reservas.
Pero, sobre todo, está el antecedente histórico de que, antes de la pandemia, los gastos vinculados al turismo y la compra de bienes y servicios del exterior tiene un potencial explosivo. Como referencia de qué tan alto se puede llegar, en 2017 la salida de dólares fue de u$s10.600 millones.
De manera que la forma de garantizar que los dólares que eventualmente ingresen como parte de un nuevo acuerdo no serán "regalados" bajo ningún tipo de subsidio. Visto desde ese punto de vista, la medida restrictiva sobre el turismo es un factor que los funcionarios creen que allanará el camino para un acuerdo con el Fondo.
El Gobierno aspira a dólares frescos
Precisamente, entre los principales puntos que está negociando el equipo del ministro Martín Guzmán con los funcionarios del Fondo figura el desembolso de nuevos recursos que ayuden a sobrellevar el ajuste fiscal. Guzmán afirma tener el apoyo político para un "sendero de reducción del déficit" pero pide hacerlo de manera gradual, para que sea política y socialmente sostenible.
Por lo pronto, en el proyecto de presupuesto había avisado que llevaría el rojo a un 3,3% del PBI. Es una cifra que el FMI sigue viendo como excesiva, y es por eso que se está pensando en que una forma de compensar los recortes sea un incremento en la ayuda de organismos multilaterales de crédito, como el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Mundial.
No por casualidad, al día siguiente de la elección legislativa, Alberto Fernández aprovechó el acto por los 30 años de la Comunidad Iberoamericana para calificar como "urgente" la provisión de liquidez al sistema multilateral de desarrollo, como forma de combatir la crisis social derivada de la pandemia. Y enfatizó, además, que era fundamental dotar de rapidez a esa asistencia, mediante "un sistema iberoamericano 4.0 que movilice recursos de modo ágil".
Ese reclamo coincide, además, con el intento de que los Derechos Especiales de Giro que repartió el FMI a los países en crisis –y que Argentina inmediatamente debió usar para cancelar obligaciones financieras- puedan regresar para apoyar la financiación de infraestructura pública.
Hablando en plata, la aspiración de Argentina es que la cuota de u$s4.300 millones -que se está usando para cancelar las cuotas de la deuda pendiente con el propio FMI- puedan regresar, y que sean reforzadas por excedentes de los DEGs de países que no necesitan utilizar su cuota. Y que, además, haya préstamos de organismos multilaterales que financien la obra pública y, por lo tanto, disminuyan la dependencia de la "maquinita" del Banco Central -el proyecto de presupuesto de Guzmán prevé que la financiación monetaria del déficit llegará al 36% del agujero fiscal, mientras que el resto provendrá del mercado de deuda-.
Un discurso para la interna, una señal al FMI
A primera vista, puede sonar raro que el controvertido "cepo al turismo" pueda ser la llave que haga más fácil un acuerdo con el FMI y que, por consiguiente, Argentina mejore su posición en el mercado de crédito -que hoy la castiga con un índice de riesgo país de 1.870 puntos, 12 veces el nivel de Uruguay-.
Sobre todo, parece raro porque el argumento oficial para justificar la medida va en línea con el "relato" del modelo de inclusión social. Los funcionarios han planteado que esta "medida temporaria" para cuidar los dólares es la forma de garantizar que no se interrumpa la acelerada recuperación de la actividad económica.
Es por eso que entre los referentes kirchneristas se suele mostrar esta medida como la contracara de otra que el Banco Central anunció el mismo día: la flexibilización en las asignaciones de divisas para los importadores de bienes de capital.
Sin embargo, lo que en el mercado se empieza a sospechar es que el propio FMI pide garantías de que sus divisas no volverán a esfumarse, como ya pasó con Macri. No es que el organismo haya reclamado expresamente un corte al turismo, pero sí que no haya un subsidio encubierto.
Y el Banco Central, que durante la pandemia tuvo una tregua con la pérdida de dólares del turismo emisivo, sabe que, una vez levantadas las restricciones sanitarias, no podrá evitar que la situación vuelva a la "normalidad". Es decir, que por más impuesto PAIS, percepción de 35% por Ganancias e impuestos a los pasajes aéreos, la clase media argentina no abandonará su pasión por viajar -de hecho, el último informe cambiario muestra que en octubre el turismo demandó un 50% más que en el mes anterior.
La cifra -u$s265 millones- luce pequeña, pero el titular del BCRA, Miguel Pesce, sabe que tiene un potencial de crecimiento explosivo. Después de todo, lo mismo había ocurrido el año pasado con la demanda de "dólar ahorro" a precio oficial, que al principio representaba montos insignificantes y llegó a casi u$s1.000 millones mensual.
En definitiva, el freno al turismo -una medida antipática en extremo por la que el Gobierno pagará costo político ante su propio electorado de clase media- sólo pudo haber sido tomada por un motivo poderoso. El más obvio es el cuidado de las escasas reservas, que para muchos economistas ya están en terreno negativo cuando se consideran en términos netos.
Pero, además, es una forma de compromiso con el FMI: una forma de demostrar que el Gobierno está dispuesto a asumir situaciones desagradables para asegurar que los dólares que ingresen reforzarán las reservas, ayudarán a disminuir la financiación monetaria del défitic y, sobre todo, que no se fugarán de inmediato en forma de pasajes de avión.