Alberto deja a un lado las diferencias con Lacalle Pou y busca lanzar una agenda común con Uruguay
En las próximas horas se decide. Alberto Fernández consentirá o no, en las próximas 48 horas, su asistencia a un acto el lunes venidero en Concordia, a la inauguración de un polo tecnológico del complejo hidroeléctrico Salto Grande. Parece un esfuerzo innovador de los dos países en materia de agua, ambiente y laboratorio solar, una obra infrecuente.
No sería para el mandatario argentino un viaje común, excede a la infraestructura binacional: allí estará su colega uruguayo, Luis Alberto Lacalle Pou, con quien todavía no se entrevistó desde que asumieron como presidentes, a pesar de una historia común de 200 años y una hermandad vecinal que ni siquiera el río separa. Una picardía, por lo menos, esa ausencia de relaciones, por no mencionar un inmerecido desprecio al interés de los dos pueblos. Pasaron ocho meses de recelo entre los dos jefes ejecutivos, y nadie sabe aún si con el encuentro empezará otra historia diplomática.
La presencia segura del oriental no garantiza la de Fernández, quien se podría escudar en un pretexto de último momento, un accidente: hace pocas horas lo asalto el nefasto Covid al entrerriano gobernador Bordet y a varios de sus ministros. La inauguración se hace igual, Lacalle concurrirá de cualquier manera, solo falta la determinación de Fernández (quien, como se sabe, envió como embajador a su ex socio en el estudio jurídico y ex ministro de Kirchner, Alberto Iribarne, recibido hace 15 días por el Presidente oriental).
Al otro lado del río
Quienes imaginan una posible cercanía si vuela Alberto no ignoran las diferencias: Lacalle, guste o no, parece inclinarse hacia Brasil, hacia su política económica (léase, la ortodoxa del ministro Guedes), se supone que junto a Paraguay realizaran emprendimientos conjuntos en el futuro. Lejos de Buenos Aires. Descree y rechaza el estatismo que profesa Fernández y su compañera en el dueto, Cristina. Y, para ser justos, tal vez el uruguayo sigue las instrucciones del primer gobierno de los Kirchner, cuando a través de su canciller (Rafael Bielsa) se reconoció el liderazgo de Brasil en la región, sugirió una forma de seguimiento. Tiempos pretéritos, después vendría el comandante Chávez y otras dependencias.
Al margen de chicanas, el vínculo entre los dos países se desvaneció por el conflicto de las pasteras, sin importar siquiera el presunto apego ideológico izquierdista que los reunía: los Kirchner se pelearon con el Frente Amplio, con Tabaré Vázquez -a quien el sureño recordó más de una vez por la madre-, ira que les hicieron cortar las rutas y movilizar gentíos hasta con Blumberg de compañero. Sin reparos la ceguera por la presunta promesa incumplida de Tabaré de cambiar el lugar de la instalación, mudar la industria de Fray Bentos a otro sitio. No ocurrió y Nestor ni siquiera quería aceptar los fallos internacionales.
Con el tiempo se disipó el odio, apareció el paisano Pepe Mujica, la sucesión fallida y Alberto Fernández haciendo campaña contra Lacalle Pou a pesar de reconocerse "amigo de la familia". O de un dúctil Bustillo, hoy canciller pero que sirvió al anterior gobierno como embajador en España (en una residencia en la cual fue a pernoctar Alberto en su primer viaje al exterior una vez elegido), amable personaje familiarizado con diversos empresarios argentinos. Siempre costó entender que la fracción kirchnereana se opusiera al nacionalismo uruguayo o blanco de Lacalle, el mismo que por medio de su jefe Luis Alberto de Herrera, bisabuelo del actual mandatario, defendió al general Perón cuando la mayor parte de la banda oriental lo detestaba.
Esa devoción de Fernández por Mujica o por Lula, un progresismo con cierta decadencia, también generó respuestas: Lacalle despachó dardos contra la corrupción reconocida en el gobierno de Cristina, objeto en otros tiempos a la actual Vicepresidente, y hasta se permitió una provocación indeseable invitando a los argentinos a asilarse en el paraíso del Uruguay, lejos del infierno que instaló este año la pareja de los Fernández. Más o menos, sus palabras. Para colmo, con el virus tuvo mucho más suerte que su vecino, se respira otro clima en esa tierra.
Hidrovía y el BID en la agenda
Por supuesto, nada está olvidado entre las partes, aunque ciertas conveniencias quizás borren esas disputas si Alberto concurre este lunes a Concordia. Hay obras comunes a realizar, justamente en Salto Grande, y una gran expectativa de negocios se empezó a vislumbrar hace pocos días cuando el gobierno argentino anunció que finalizaba el servicio privado de la Hidrovía (realizado por un empresario cercano a los Alfonsín), prevé realizarlo con varias provincias y cederle el dragado a una empresa china (lo hacía una belga), cuestión que parece alertar a más de uno para cuestionar esas preferencias que le atribuyen a Cristina.
Más allá de esas posibles certezas, lo de la Hidrovía apunta a un mismo criterio que ya se advertía en la frustrada nacionalización de Vicentin: controlar la exportación de cereales. Dicen que "Los traficantes de granos", un libro clásico del periodista Dan Morgan que desnudó la actividad de las grandes compañías del sector reposa en la mesita de luz de Cristina de Kirchner, tan adicta al mundo de las conspiraciones. Y si no lo leyó, alguien se lo ha comentado.
Sobre el tema de la Hidrovía, si hay viaje de Fernández a Concordia, quizás pueda pedir alguna explicación Lacalle Pou (necesitan algo semejante en el río Uruguay para habilitar puertos como Nueva Palmira). Sin embargo, el tema de la eventual presencia china ha desatado cuestionamientos en Estados Unidos, en Europa, basta ver declaraciones y artículos, naturalmente le debe preocupar al Uruguay (parece que este año, si el virus lo permite, un primer periplo al exterior de Alberto sería justamente a Beijing).
Mientras, el mandatario argentino insistirá en demandar la venia oriental para impedir las elecciones en los próximos 15 días para reemplazar al nuevo titular del BID, episodio que de realizarse consagraría al candidato Claver Carone, un delegado de Trump más conocido como lobbysta anticastrista. Al parecer, la cancillería de Montevideo se opone a que un representante de los Estados Unidos alcance la presidencia del BID -lo cual ocurriría por primera vez en la historia del organismo-, pero compartir ese criterio no significa acompañar a la Argentina con la postulación del candidato que proponen los Fernández: Gustavo Béliz, secretario de Asuntos Estratégicos, quien supo refugiarse en el organismo internacional durante muchos años y, por esa experiencia, cree que merece ser elegido.
Esa propuesta reconoce, por lo menos, un detalle a observar: resulta paradójico que le cedan a un país que no suele pagar sus deudas, que merodea el default cada dos por tres, la titularidad de un banco. Más allá de las bondades que podría esgrimir Fernández, nadie entiende la razón por la cual aspiraría a desprenderse de alguien que considera vital en su administración, lugar donde justamente no abunda la inteligencia animal o artificial.