Alberto y un mensaje de relanzamiento de la gestión ante un mercado todavía desconfiado
Alberto Fernández marcó el lunes 31 de agosto como una fecha clave en su mandato, acaso tan trascendental como la del 10 de diciembre de su asunción: fue el día en el que relanzó su gobierno, al presentar el acuerdo por la deuda como un momento refundacional. Y con la evidente intención de dejar un mensaje esperanzador en contra de -según sus propias palabras- los que dicen "me voy de este país del diablo".
El Presidente escenificó el anuncio con el cuidado de los grandes acontecimientos: la presencia de los gobernadores provinciales, cabecera de la mesa para Cristina Kirchner, Martín Guzmán y Sergio Massa, tono solemne en el acto realizado en el salón del Bicentenario. Y un discurso que fue mucho más allá del tema financiero y que focalizó en cómo, gracias al cierre del canje, ahora el país podrá retomar su frustrado camino de crecimiento.
Hasta se permitió hacerles sugerencias a los periodistas, al marcar que no sería justo que se titulara su discurso como una nueva crítica contra la herencia recibida del macrismo. Más bien, Alberto prefiere que el día de ayer sea visto como "la salida del laberinto". Y hasta le imprimió al discurso un tono de "nunca más", en alusión a la tendencia cíclica de la Argentina de tomar deuda que después no está en condiciones de afrontar.
Pero el objetivo fundamental fue el de persuadir a la población –y, particularmente, a los inversores y "decision makers" que influyen en la economía- de que ahora sí arranca la gestión de gobierno en serio, con la aplicación del programa elaborado durante la campaña electoral. Lo que ocurrió hasta ahora, según lo presentó el Presidente, fue algo así como un período de emergencia marcado por la negociación de la deuda y por el impacto de la pandemia.
Por eso marcó el contraste entre las penurias de la recesión en cuarentena y el lanzamiento del nuevo satélite argentino. Todo un símbolo del "gobierno de científicos" que Alberto prometió como tono de su gestión.
Discurso triunfalista, un mercado que duda
Pero pese al triunfalismo por la casi unanimidad de aceptación del canje, y pese al tono emotivo del país que estaba caído y se vuelve a poner de pie, el Gobierno no está del todo libre de las demostraciones de falta de credibilidad.
Hoy mismo ya tendrá una primera respuesta por parte del mercado. Y todo indica que, una vez más, después de que les hablaron con el corazón, los ahorristas responden con el bolsillo. En el primer día del mes, se espera otro aluvión de compradores de dólares, que probablemente volverán a hacer colapsar los sistemas de los bancos.
Tras los casi cinco millones de compradores que se estima se llevaron más de u$s900 millones de las reservas el mes pasado, esa cifra podría incrementarse, sin que ninguno de los ahorristas se sienta conmovido por el discurso de la salida del laberinto de la deuda y la retomada del crecimiento.
Por otra parte, en la city financiera hay un sentimiento dual. Por un lado se celebra el hecho de que el país escapará del riesgo de nuevos litigios en tribunales neoyorquinos. Pero todos los analistas son conscientes de que el desahogo del cronograma de pagos en el futuro inmediato tiene su lado B: la pesada concentración de pagos a partir de 2026 –cuando empieza un período de cuatro años con vencimientos promedio de u$s10.000 millones cada año- , y que ya ha llevado a bancos de inversión a pronosticar un default argentino para 2030.
Resultó sugestivo el error, que el mismo Alberto enmendó, en el final de su discurso. Tras cuantificar el alivio que tendrán las finanzas locales al sacarse de encima el cronograma de vencimientos inmediatos, dijo "Ahora ese problema no existe". Y, tras reflexionar un instante, agregó: "se pateó para más adelante".
Precisamente, ese "más adelante" es lo que hace dudar a los inversores sobre la verdadera capacidad del país para evitar la nueva crisis, porque dependerá del plan económico que se presente en los próximos días. Y ya hay advertencias en el sentido de que ahí radicará la dificultad de un acuerdo con el Fondo Monetario: no se puede hacer coincidir los vencimientos de los bonistas con los del FMI, porque serían de tal magnitud que resultarán impagables.
En definitiva, en el mercado no se termina de despejar la desconfianza sobre el punto clave en el que siempre machacó el ministro Guzmán: "la sustentabilidad de la deuda". Para el Presidente, si se demoró la negociación y no se cerró de inmediato como le exigían los críticos, era porque se quería una solución permanente y no sólo "salir del paso". Un punto cuya realidad está por verse.
De todas formas, el Presidente quiso festejar un logro innegable: pocos habrían apostado a semejante nivel de aceptación por el canje y a esquivar el temido default. Y aprovechó para enviar un mensaje político: la postura argentina no sólo no va a contramano del mundo, sino que contó con el apoyo de los principales líderes.
No por casualidad Alberto mencionó el apoyo del Papa Francisco, de los presidentes a los que visitó en su gira europea, de los economistas que firmaron la carta pro-Argentina y hasta de Kristalina Georgieva, con quien ahora deberá discutir la segunda parte de la "normalización".
En cualquier caso, el mensaje fue claro. Esta Argentina inserta en el mundo y que envía satélites al espacio es la Argentina del programa de gobierno. Y no la Argentina de la emergencia que sobrevive gracias a las asistencias del IFE y el ATP.
Para el Gobierno, fue la oportunidad de relanzar la gestión y mostrar un punto de inflexión. Del otro lado de la pantalla, un público ya muy acostumbrado a decodificar estos mensajes trata de interpretar hasta dónde habrá un cambio real y hasta dónde hay sólo marketing político.