Alberto, preocupado ante la creciente influencia de los "indignados" con capacidad de movilización callejera
"Que o nos confundan", dijo un visiblemente irritado Alberto Fernández en su última conferencia de prensa, en alusión a los que critican la política sanitaria del Gobierno y convocan a manifestaciones de protesta.
En particular, a la que se va a realizar hoy mismo, aprovechando el feriado del Día de San Martín y emulando las anteriores manifestaciones masivas del 20 de junio y del 9 de julio.
El Presidente ya dio señales elocuentes de que no le gusta el espectáculo de esas masas de clase media enojada que salen a las calles de la ciudad o a las plazas y rutas en pueblos del interior. Y, de hecho, en cada una de esas ocasiones intentó gestos que descomprimieran la tensión social.
Por ejemplo, la víspera del Día de Belgrano, cuando el tema Vicentin amenazaba con recrear una "guerra del campo" similar a la de 2008, anunció que suspendía la intervención de la compañía y que dejaba en manos del gobierno santafecino la búsqueda de una solución a la empresa en crisis.
Y el 9 de julio fue más lejos, al convocar a los directivos de las principales cámaras empresariales del país a compartir el acto en la residencia de Olivos, un gesto que despertó la irritación del kirchnerismo duro. Fue el recordado día en que condenó a los "odiadores seriales".
Antes de eso, había tratado de congraciarse con los gobernadores provinciales, que estaban enojados por el amague de recorte en el IFE.
En ninguna de las dos ocasiones el Presidente logró disminuir la potencia de la protesta. De todas formas se notó su esfuerzo por no caer en la confrontación. "Gente confundida", calificó a los manifestantes, pero no entró en el terreno de la descalificación.
En esta nueva oportunidad, también intentó con sus intervenciones públicas "desinflar" los motivos de la convocatoria a la protesta. Ya con el anuncio del acuerdo sobre el canje de la deuda había tomado distancia de los maximalismos típicos del kirchnerismo, y ratificó un discurso de buena relación con el mundo.
Pero, sobre todo, fue inmejorable el "timing" del anuncio de la vacuna contra el Covid 19. Además de funcionar como caricia al orgullo nacional por el hecho de que aquí se realice parte del proceso productivo, lo que permite la vacuna es tener un horizonte de terminación de la emergencia económica y social.
Por eso, en la alocución por cadena nacional del viernes, junto a Horacio Rodríguez Larreta y a Axel Kicillof, reiteró que el esfuerzo no había sido en vano –para lo cual volvió a mostrar gráficos comparativos con otros países- y buscó equilibrar dosis de mensaje esperanzador con advertencia sobre la gravedad del momento actual.
Siguiendo el consejo de sus asesores, reiteró que la cuarentena propiamente dicha ya no existe, y apeló a la responsabilidad individual para evitar la propagación del virus.
En evidente alusión a las críticas que generaron hechos como el del remero sancionado por entrenar en solitario, Alberto dedicó buena parte de su alocución a rebatir el argumento de que el Gobierno está vulnerando las libertades individuales. Y, llevando al extremo su afán docente, trazó un comparativo entre la cuarentena y los consejos médicos para que los hipertensos coman sin sal.
Aun cuando se lo notó irritado por las críticas, se cuidó de no ser agresivo ni hacer alusiones directas a dirigentes opositores ni empresariales. Como en las previas de las anteriores manifestaciones, buscó persuadir en el sentido de que la protesta no tenía razón de ser.
Reminiscencias de los cacerolazos de Cristina
¿Le alcanzará al Presidente con esas señales de moderación, con las argumentaciones sanitarias y con la noticia esperanzadora de la vacuna para vaciar de adhesión a esta nueva protesta? Todo indica que no, a juzgar por el entusiasmo que los convocantes están mostrando.
En las redes sociales la confrontación está más caliente que nunca, y se alimenta de testimonios de profesionales y comerciantes que manifiestan su desesperación por la parálisis de la actividad.
Pero, además, esta vez fue más fuerte el protagonismo de los partidos de la oposición, que en las protestas anteriores habían jugado un rol más bien de acompañamiento ante lo que había sido una autoconvocatoria de productores rurales.
Por caso, circuló profusamente un mensaje en video de Luis Brandoni, quien emocionado y al borde del llanto, prometía "nos van a escuchar". Fue un mensaje que hizo recordar a las convocatorias emotivas para sumarse al cierre de la campaña macrista. Y connotados dirigentes opositores, como la presidente del PRO, Patricia Bullrich, y el de la Unión Cívica Radical, Alfredo Cornejo.
Además, en los últimos días se vio el regreso mediático de Elisa Carrió, un referente de liderazgo ineludible para buena parte de la clase media antikirchnerista. Y, claro, adhirió Mauricio Macri desde su autoexilio europeo.
Pero más allá de quién asuma la convocatoria, lo que parece garantizar el éxito de la protesta es un clima social propicio, que hace recordar a los cacerolazos de 2012 contra el gobierno de Cristina Kirchner.
Como pasaba en aquella época, las motivaciones individuales para manifestar la indignación eran múltiples y variadas, pero tenían el dominador común de expresar el hartazgo ante un estilo de gobierno que se percibía como agresivo y avasallador de derechos.
Ahora, hay quienes tienen el tema cuarentena como motivo de enojo, pero también están los que quieren expresar el repudio a la reforma del sistema judicial, otros asustados por la ola delictiva, otros que tras el caso Vicentin ven un intento de avanzada contra el sector privado y la propiedad privada. Y hasta situaciones que ni siquiera involucran al gobierno como protagonista, como el boicot de los Moyano a Mercado Libre, contribuyeron a crear el caldo de cultivo para una protesta masiva.
De hecho, en el mensaje de Brandoni no se alude expresamente a la cuarentena ni a ningún motivo concreto, sino que se convoca "a manifestar nuestra oposición a cualquier intento de atropellar las instituciones fundamentales de la democracia republicana".
El bautismo callejero de una clase media "apolítica"
Pero, sobre todo, lo que transmiten los adherentes a la jornada de protesta es un deseo de volver a "ganar la calle" con una manifestación opositora, como en un intento de darle continuidad al entusiasmo militante que tuvo su momento cúlmine en la "marcha del millón" del macrismo en el cierre de la última campaña electoral.
Es uno de los fenómenos políticos raros de los últimos tiempos que empezó a consolidarse: esa corriente de opinión pública –que, por simplificar, se podría denominar como una clase media de centroderecha, con poco hábito de manifestación callejera y cero experiencia militante- que en los últimos años tuvo su bautismo de movilizaciones políticas y le encontró el gusto a usar esa herramienta para influir en la agenda pública.
Ese fenómeno, en su momento, llegó a sorprender al propio Macri, a quien le llevó tiempo convencerse de que ese terreno callejero, que parecía patrimonio exclusivo del kirchnerismo, los sindicatos y la izquierda, también podía ser un ámbito donde él se sintiera cómodo y hasta "jugara de local".
También el peronismo reconoció el punto de inflexión: una "derecha" con capacidad de movilización implicaba una situación novedosa y algo incómoda para un movimiento que siempre sintió que "la calle" era el ámbito donde siempre podía imponer la primacía.
Es lo que intuye Alberto Fernández cada vez que se producen las convocatorias de este estilo. Y ha dado muestras de que no subestima la importancia de esas manifestaciones, al punto que fue ese el dato que lo llevó al retroceso con Vicentin y lo convenció de la necesidad de un acercamiento con el campo.
Paradójicamente, la vitalidad y vocación militante de esa corriente de opinión no luce ahora como patrimonio de ningún dirigente ni partido. Macri, que podía haber sido el líder natural de la expresión de malestar, no puede ocupar el rol después de sus polémicas salidas del país, que desdibujaron su imagen.
Y aunque aparecen nuevos aspirantes en el ala del nuevo liberalismo –José Luis Espert, Javier Milei, Agustín Etchebarne y hasta el reciclado Ricardo López Murphy- con aspiraciones a ocupar ese rol, no parece todavía que cuenten con un volumen como para poder liderar.
En todo caso, Alberto Fernández entendió que ese no es el punto más importante. Ya la gestión de Cristina dejó en claro que las manifestaciones de "autoconvocados" de clase media no importan tanto por su potencial de proyección político-electoral sino por su capacidad para influir en la opinión pública y forzar cambios de políticas. A eso apuntó el Presidente al tratar de desanimar la protesta de "gente confundida". Y ese será el centro de sus preocupaciones en este nuevo feriado de manifestaciones.