Kicillof, dispuesto a pelear para salir de la cuarentena con mayor porción de la torta impositiva
Uno de los efectos políticos colaterales de la pandemia está quedando en evidencia en estos días: se acelera el plan de Cristina Kirchner para reforzar con recursos financieros la provincia de Buenos Aires y así apuntalar la gestión de Axel Kicillof.
Claro que el contexto es propicio: quién podría negarse luego de ver casos como el de Villa Azul y el riesgo de que esa sea apenas la mecha que encienda una situación de emergencia sanitaria y desborde social en el conurbano.
Como para confirmar la gravedad del momento, un reciente informe del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica reveló que la cuarentena no afecta de manera uniforme a toda la población sino que se ensaña con las zonas más pobres.
Por caso, en la población de menos ingresos, quienes quedaron sin posibilidad de trabajar por la cuarentena llegan al 68,2%, mientras que en el sector por encima de la línea de pobreza los afectados son 38,3%.
Y cuando se pone la lupa sobre la geografía del área metropolitana de Buenos Aires, también se confirma lo que todos presumían: que se sufre más la cuarentena en el conurbano que en la Capital. En el primer caso, llega al 21,7% la cantidad de gente que quedó sin ingresos de ningún tipo, mientras que en la ciudad el guarismo es de 13,7%.
Al decir de Alberto Fernández, la pandemia dejó en evidencia las desigualdades de la sociedad. Fue en atención a estos problemas que el Presidente definió la asignación de recursos nacionales para un plan de obras en la provincia por $20.000 millones, tendiente a aliviar la situación social y a generar 8.700 empleos.
El plan incluye la ampliación de la capacidad carcelaria para 2.000 individuos, obras de saneamiento en 16 partidos del conurbano y la concreción de 35 proyectos presentados por 28 municipios para obras viales y en hospitales públicos.
Además, el Presidente privilegió la flexibilidad de la cuarentena productiva al permitir la reapertura de plantas industriales en la Provincia, como hizo con Volkswagen y Ford en General Pacheco y con Toyota en Zárate.
Pero lo que llamó la atención fue el diagnóstico que hizo Alberto Fernández al anunciar el plan de obras, junto al gobernador Kicillof: se quejó de que la crisis era consecuencia de que Argentina, a la hora de repartir el dinero, no lo hace como un país federal sino como unitario, porque "el Estado acumula y distribuye con cierta discrecionalidad", en vez de darle "a cada uno lo que corresponda".
"Uno se pregunta por la provincia de Buenos Aires, que produce el 41% del PBI, que tiene una densidad demográfica impresionante y ha crecido como ninguna provincia en los últimos 30 años, por qué le toca lo que le toca", dijo el mandatario.
La porción de la torta más polémica
Tocar el tema del reparto de impuestos equivale a entrar en un terreno pantanoso para un mandatario peronista, porque supone indagar sobre los motivos políticos que llevó a sus antecesores –y, más concretamente, a Cristina Kirchner- a privilegiar a algunas provincias y castigar a otras.
Alberto intentó una audaz voltereta retórica al situar el inicio de las inequidades para con Buenos Aires en los años ’80, con la gestión de Raúl Alfonsín. Recordó que en aquella época, con el argumento de que había que frenar el éxodo interno desde las provincias del norte al conurbano, Alfonsín había decidido recortar la porción de impuestos que le correspondían a Buenos Aires para favorecer al norte, y que el resultado fue que ambas partes se perjudicaron.
No hubo, en su discurso, ni una mención a la discriminación impositiva que Buenos Aires sufrió por parte de Cristina mientras Daniel Scioli fue gobernador.
Tampoco Kicillof dio señas del más mínimo atisbo de contradicción: consideró el incremento de la ayuda como un acto de justicia. Y celebró que se esté dando "como pocas veces en la historia reciente una coordinación y un apoyo tan claro del gobierno nacional hacia la provincia".
Tampoco a nadie le pareció contradictorio que se reivindique el criterio de que la provincia de Buenos Aires reciba una porción de impuestos proporcional a su aporte a la economía cuando, al mismo tiempo, se aplica la inversa para la Ciudad: produce 25% de los recursos y, al asumir Alberto recibía un 3,5% de coparticipación que todos los gobernadores veían como excesivo.
Lo cierto es que en este contexto de emergencia –en el que la recaudación tributaria se desploma cada mes- aparecen todos los ingredientes para un replanteo del eterno tironeo por los impuestos.
Y se legitima políticamente lo que estuvo en la mira de Kicillof y Cristina Kirchner desde el primer día. La ex mandataria fue quien dio el puntapié inicial en su recordado discurso de La Matanza, cuando acompañó la reasunción de Fernando Espinoza como intendente.
"Hay una asignación de recursos muy desigual, profundamente injusta e inequitativa. Desde hace tiempo, la Capital concentró riquezas postergando al resto de la periferia", había dicho la vicepresidenta.
Intentó justificar de esa forma las falencias de infraestructura urbana en La Matanza, que pocas semanas antes había sufrido una severa inundación, y por la cual la entonces gobernadora María Eugenia Vidal había acusado de ineficiencia en la gestión a Verónica Magario, que no había usado los recursos puestos a su disposición.
Pero Cristina Kirchner dejó en claro la línea discursiva con su clásica visión de "suma cero": si hay problemas en el conurbano es porque alguien se queda con los recursos que le corresponderían si hubiese justicia en el reparto.
Así, apuntó contra el gobierno porteño, porque en la Ciudad, "hasta los árboles tienen luz y agua, te rompen la vereda y ponen baldosas más brillantes; mientras, en el conurbano tenemos a los bonaerenses chapoteando en agua y barro".
Una tensión histórica
Horacio Rodríguez Larreta ya había asumido desde el primer minuto lo que se vendría, y por eso se preparó con un incremento de impuestos municipales.
Pero la realidad es que el destinatario principal de las advertencias de Cristina no era el jefe de gobierno porteño sino, más bien, el propio Alberto Fernández. El Presidente había prometido durante toda la campaña que haría un gobierno netamente federal y que les daría a los gobernadores provinciales los recursos impositivos sin someterlos a la discrecionalidad centralista que caracterizó a otros gobiernos.
En ese momento, la especulación que se hacía en el ámbito político era que se podía recrear la tradicional rivalidad entre el gobierno nacional y el provincial. Un artículo del politólogo Andrés Malamud recordaba que esa tensión por el reparto de recursos causó levantamientos armados hasta 1880, y que se resolvió con el traslado de la gobernación a La Plata, a partir de lo cual la provincia siempre fue discriminada.
"Todo candidato presidencial tiene incentivos para priorizar a Buenos Aires, porque alberga al 37% del electorado. Pero todo presidente tiene incentivos para relegarla, porque solo controla el 27% de los diputados y el 4% del Senado. Imprescindible en la campaña y dispensable en el gobierno, la provincia está condenada al abandono federal", apuntaba Malamud.
Lo cierto es que hasta la mismísima María Eugenia Vidal sufrió esa situación, ya que cuando las cuentas se pusieron feas tuvo que sufrir la tijera de Mauricio Macri.
La ex gobernadora había desistido de su reclamo para recuperar los recursos del Fondo del Conurbano, que en ese momento recaudaba $52.000 millones, de los cuales a la provincia le quedaba un ridículo monto fijo de $650 millones.
En el marco de un "pacto fiscal", Vidal suspendió el juicio, a cambio de una promesa de fondos por unos 2.500 millones de dólares. Parecía la ganadora del reparto, hasta que "pasaron cosas" y entonces Macri le pidió que diera el ejemplo de austeridad frente a los gobernadores peronistas.
Así, tuvo que hacerse cargo de pagar los subsidios al transporte público con dinero provincial. Eso le supuso tachar otros 25.000 millones de pesos que originalmente estaban destinados a obras. Y otra vez debió pedir a la legislatura permiso para tomar deuda.
De la pelea con Scioli a la defensa de Kicillof
Hoy, en cambio, el contexto político es muy peculiar. Tanto por la cuarentena como por el capital político de Kicillof, ahijado político de Cristina, que lo ve como potencial presidenciable. Y que, por consiguiente, no dudará en alinearse con él ante un eventual enfrentamiento entre el gobernador y el Presidente.
Lo curioso es que casi todo lo que Cristina señala como discriminación hacia la Provincia fue producto de su propia pelea con Scioli. Fue ella quien dispuso el congelamiento de la porción que Buenos Aires recibía por el Fondo del Conurbano, una cuota que se fue diluyendo por efecto de la inflación.
Esa situación llevaba a Scioli a un déficit crónico, por el cual siempre estaba en conflicto con los gremios docentes y en una ocasión hasta tuvo que pagar el aguinaldo en cuatro cuotas.
Cristina, en ese entonces argumentaba que la Provincia era privilegiada por sus recursos naturales. Por caso, en un acto junto a Scioli en 2012, luego de haber ayudado con un tercio del dinero que pedía el gobernador, enumeró las transferencias hechas por su gobierno en obras, y lo acusó de no gestionar correctamente.
"Tuve un maestro que me enseño que no hay manera de poder sobrevivir si no se administra y gestiona como se debe", decía Cristina, en alusión a Néstor Kirchner. Impávido, Scioli se resignaba a seguir aumentando los impuestos provinciales.
Lo cierto es que mientras todas las provincias tomaban el 60% de sus recursos de las transferencias del gobierno central, Buenos Aires sólo cubría un 38%. Con el agravante de que parte de ese ingreso podía modificarse a discreción por la propia Cristina, que en un momento llegó a acaparar el 73% del ingreso tributario nacional.
Y ella aplicaba la norma de premios y castigos según su criterio político. Porque Scioli sufrió un recorte de 75% de los giros cuando en 2013 el gobernador blanqueó su intención de postularse a presidente.
Para otro político, estos antecedentes podrían implicar el riesgo de transformarse en un efecto boomerang, al ser flagrantemente contradictorios con su discurso de hoy. Pero no para Cristina, que siempre tiene cintura política para justificar los cambios de actitud.
Más bien al contrario, ahora reclama recursos para Buenos Aires con el mismo entusiasmo con el que antes los retaceaba. Claro, los tiempos cambian: quien se sienta ahora en el sillón de la gobernación en La Plata no sólo no constituye un peligro -como ella percibía a Scioli- sino que encarna la esperanza de continuidad de su proyecto político.
Y, como le enseñó Kirchner, Cristina sabe que no se puede hacer política sin presupuesto. Es bajo esa premisa que se está dando la renovada pulseada por los fondos para la provincia. Y Alberto Fernández ya tomó nota.