El rey de la simulación: el día que Kenneth Lay "dibujó números" y cometió fraude por u$s63.000 millones
Kenneth Lay era el hijo de un predicador bautista de Missouri, que pasó de una infancia de privaciones a rodearse de las personalidades políticas y empresarias más poderosas del planeta.
Tras doctorarse en economía, trabajó en Exxon y dictó clases en la Universidad George Washington donde comenzó a desarrollar sus ideas para transformar el mercado energético, que luego le permitieron realizar su carrera en firmas especializadas en gasoductos hasta alcanzar en 1984 la conducción de Houston Natural Gas.
Solo dos años después asumió como presidente y director ejecutivo de la entonces pequeña compañía de gas Enron, que nace en 1985 por la fusión de esa compañía con InterNorth Inc., y que en solo diez años multiplicó por nueve su capitalización de mercado para convertirse en la séptima empresa más grande de su país y la más poderosa del mundo en su actividad, con oficinas en 40 países y mas de 20.000 empleados.
También mantuvo fuertes lazos con el Partido Republicano, en especial durante los gobiernos de George Bush padre y de su hijo George W., a quienes apoyó financieramente para sus respectivas campañas. Tal es así que muchos analistas consideran que su influencia en Washington llegó a ser legendaria en particular con este último, quien lo llamaba "Kenny boy".
Pero el colapso de la compañía -la quiebra más grande en la historia empresarial estadounidense- su renuncia y su negativa a declarar ante diferentes comisiones del Congreso, lo llevaron en la imagen pública de ser el héroe de Wall Street al enemigo número uno.
Kenneth Lay murió de un ataque cardiaco en su residencia de Aspen el 5 de julio de 2006. Días antes, el ex directivo, de 64 años, y el ex presidente de la compañía Jeffrey Skilling, habían sido declarados culpables de fraude y conspiración para engañar a los inversores de Enron, mientras esperaba la fecha en la que debía dictarse la pena de cárcel en su contra.
En su caso, se exponía a un máximo de 165 años de cárcel, a los cuales se les sumarían unos u$s5,8 millones en concepto de multas, un monto importante para quien declaró que "sólo disponía de un millón".
Según declaró en el juicio, ese fue el dinero que le quedó tras haber acumulado una fortuna de u$s400 millones, pero con el desastre de Enron se había reducido a solo veinte millones, que continuaron cayendo por los gastos legales y el pago de deudas, hasta esa cifra.
Quienes aún lo defienden sostienen que nunca tuvo conciencia de la gravedad de sus delitos y seguía sorprendido ante la condena solicitada por la fiscalía.
"A Ken lo mató una justicia empeñada en hundirlo", sostenían los abogados del difunto y es por ello que incluso se habló de la hipótesis del suicidio. Son los que sostienen, por el contrario, que era un hipócrita.
La acusación contra Lay
En la acusación los mayores cargos contra "Kenny boy" no se relacionan con los trucos contables, sino con su gestión tras retomar el cargo de CEO en agosto de 2001, tras la forzada renuncia de Skilling.
Además se le imputó las numerosas declaraciones falsas que hizo ante los accionistas, inversores, auditores y personal, en las que pintaba una imagen positiva de la empresa.
Pero lo más curioso de la acusación es que no se le atribuyó el delito de haber cometido "inside information", es decir el uso indebido de información reservada en provecho propio o de terceros.
Cabe apuntar que cuando retomó la conducción de la compañía, ésta se preparaba para una revisión de sus prácticas contables, que le hubiera exigido disminuir significativamente los ingresos basado en la valuación de ciertos activos intangibles, los fondos de comercio, obtenidos vía adquisiciones y obligado a capitalizar algunas empresas del grupo, pero Lay no estaba dispuesto a hacerlo.
Mientras tanto, ante la evidencia que se avecinaban tiempos difíciles, Lay vendió en forma frenética sus acciones, porque había tomado préstamos bancarios por u$s100 millones que estaban garantizados con esos papeles y en la medida que su cotización bursátil se desmoronaba, los bancos exigían más efectivo, ante lo cual Lay comenzó a obtener crédito de la propia compañía y empleó sus acciones para amortizarlos.
Pero al mismo tiempo que vendía sus acciones, daba charlas a sus empleados animándolos a comprarlas explicando que había que ver la baja en el precio de las acciones como una oportunidad para el futuro.
La quiebra de Enron
Más allá del fuerte crecimiento dentro de su sector, a principios de los 90 la compañía aprovechó sucesivos cambios en la legislación para expandir sus operaciones a una amplia variedad de productos básicos y en 1999 se sumó al boom del internet al invertir en una red de telecomunicaciones de banda ancha, conocida como Enron Online (EOL), que para el 2001 ejecutaba operaciones en línea por un valor aproximado de 2.500 millones de dólares al día.
En el año 2000 Enron Broadband Services y Blockbuster Video se asociaron para entrar en el mercado de alquiler de videos, pero para algunos analistas ese fue el principio del fin, pues en ese entonces la compañía cambió el método tradicional de contabilidad, en función de los costos, para adoptar el denominado Mark-to-Market, que tiene como objetivo "proporcionar una valoración realista de la situación financiera actual de una empresa".
A partir de ese cambio empezó a registrar las ganancias con base al crecimiento esperado del mercado, lo que infló las cifras de manera exorbitante y ya a mediados del año 2000, Enron Online registraba casi 350.000 millones de dólares en operaciones.
Pero con el tiempo se demostró que la mayoría de las ganancias era obtenida mediante "contabilidad creativa" y que en realidad venía acumulando enormes pérdidas, hasta que en diciembre de 2001 se vio obligada a declararse en bancarrota.
En ese momento sus pasivos ascendían a más de u$s30.000 millones y las pérdidas de este fraude llegaron a los u$s63.400 millones, en tanto que su capitalización bursátil era del orden de los u$s100.000 millones.
Los numerosos fiscales que revisaron las finanzas en los años finales de Enron, detectaron una compleja trama de maniobras fraudulentas a través de una compleja red de sociedades fantasma que no se asentaban en los libros.
Pero compañía no cayó sola, pues arrastró a la empresa de auditoría Andersen, que fue sentenciada por los tribunales federales de Houston por delitos de obstrucción a la justicia, y de destrucción y alteración de documentos relacionados con la quiebra de Enron y las irregularidades cometidas por dicha corporación. Más allá de una multa simbólica, se privó a la compañía de poder seguir ejerciendo sus funciones de auditoría y asesoría para las sociedades registradas en la bolsa de valores de los Estados Unidos.
Más allá de las cifras en juego, con su quiebra se convirtió en un caso emblemático de los excesos que llevaron a cabo las empresas estadounidenses hacia finales de los años 90 y en sinónimo de fraude electrónico y lavado de dinero.