La gran crisis del asado argentino: por qué el consumo de carne tocó un mínimo histórico
Entre los muchos indicadores sociales y económicos dolorosos que se han publicado en los últimos meses, hay uno que preocupa particularmente: el consumo de carne vacuna, que bajó a su mínimo histórico con 47,8 kilos por habitante, un nivel que no se había registrado ni siquiera en el peor momento de la crisis social del 2002.
Como saben todos los sociólogos, políticos y asesores de campaña, la carne no es un producto cualquiera: está ligada a la propia identidad nacional y al orgullo de un histórico bienestar alimenticio en comparación con el resto del mundo.
No por casualidad, el presidente Alberto Fernández había centrado su campaña de 2019 en la promesa del regreso del asado. Y, tampoco por casualidad, una de las chicanas preferidas de la oposición macrista es que en vez de asado, el Gobierno proveyó polenta.
Es, por lo tanto, un tema que desvela al Gobierno, que no logra encontrarle la vuelta al tema, a pesar de todas las medidas enfocadas a ese fin, como la selección de cortes con precios populares o las restricciones a la exportación, para forzar a los frigoríficos a volcar su producción al mercado interno.
Pero los números muestran una frialdad cruel: no sólo no se ha registrado mejora tras estas medidas intervencionistas, sino que la situación ha empeorado: la carne está entre los rubros de mayor aumento de precios en los últimos meses -un 6,1% en mayo- y si se considera la suba acumulada de un año, da un 68%, según el Instituto de Promoción de la Carne Vacuna Argentina (Ipvca).
Esto implica que la suba de la carne fue algo mayor que la del promedio de los alimentos -un 64%-, lo que, puesto en otros términos, significa que se probó errado el argumento del Gobierno en el sentido de que la suba de la carne se producía por culpa de la explosiva demanda de China, que subía los precios del mercado internacional, y que por eso había que restringir la exportación.
Pero en realidad, cuando se hace la comparación de precios con otros países, la conclusión es que, contrariamente a lo que afirma el Gobierno, Argentina vende a su público una carne notoriamente más barata.
Una investigación de la Fundación Mediterránea hecha el verano pasado revela que en las carnicerías argentinas los precios son un 6% más baratos que en Uruguay y Brasil, y un 18% más bajo que en Chile.
La gran diferencia no es el precio de la carne sino los salarios: medido al tipo de cambio oficial, el haber mínimo argentino se encuentra un 25% por debajo del uruguayo, que lidera el ranking. Y si la conversión se hace al blue, el ingreso de Argentina es por lejos el más bajo de la región.
Y ahora, ¿quién baja los precios?
Quienes se opusieron a la medida del Gobierno podrán sentir que los hechos finalmente les dieron la razón pero, paradójicamente, eso ya no sirve como consuelo. En este momento, lo que se está constatando en el mercado global es una marcada caída de los precios de exportación de carne, que en algunos casos ha llegado a 25% respecto de los valores de año pasado.
Una caída en la demanda, causada en parte por el shock de precios energéticos tras la invasión a Ucrania, y en parte por la retracción de China por el rebrote de covid, han alterado las condiciones del mercado en el corto plazo. En abril pasado, la balanza comercial registró una caída de 14% de exportación de carne -medida en volumen- respecto de un año atrás, cuando todavía no se había implementado el cupo.
¿Podrá esta caída incidir en una mayor oferta hacia el mercado local y, finalmente, lograr una moderación en los precios? Hay algunas señales positivas, pero los analistas son cautos en cuanto a considerarlas como un fenómeno duradero.
Por ejemplo: un incremento en los números de la faena, aunque con una composición que privilegia los animales más viejos y preserva a los más jóvenes y livianos.
Según los datos del Senasa, en mayo se mandaron a faena 1,18 millón de vacunos, lo que implica una suba de 13% respecto del mes anterior y un acumulado en el año de 5,3 millones de animales. A este ritmo, los expertos prevén que se podría terminar el año con una faena de 13 millones, que no se considera un mal número pero sigue estando un millón por debajo del nivel registrado en 2020.
El consumidor argentino tiende a demandar ganado liviano, que tiene carne más tierna, y que se comercializa a un precio más caro. Los analistas creen que los productores están esperando a un momento más propicio, cuando un mercado de salarios deprimidos pueda convalidar precios más altos, algo que presumen podría ocurrir ya entrado el invierno.
Mientras tanto, hay una faena de la carne de menor calidad, por un fenómeno estacional, ya que se produce el descarte de vacas que no están en condiciones de parir. Como contrapartida de esa situación estacional, se podría agudizar el incremento de los precios al consumidor a partir del segundo semestre.
La realidad es que en este momento la oferta no está sufriendo una retracción tan fuerte como la que se podía suponer, aunque no está claro si ello pueda llevar a una mejora en los deprimidos niveles de consumo.
"Nuestra conclusión es que el gobierno se volvió a equivocar al limitar las exportaciones en la primera parte del año, dejando a un mercado cargado de mercadería para vender: hoy no tiene buen precio ni tampoco una gran demanda. El mercado interno no logra dinamizar buenos negocios ya que el salario real es muy bajo y hace que el consumo siga en niveles bajos", observa el consultor Salvador Di Stefano.
Desincentivos para invertir
Pero hay algo más inquietante, y es que acaso todavía no se haya visto lo peor para el asado argentino. Ocurre que el impacto de la situación internacional hace que se encarezcan los insumos para la cría de animales, lo cual puede tener un impacto en la oferta.
Concretamente, se está encareciendo el fertilizante, que se produce a partir de la urea, un subproducto del gas. Esto, a su vez, implica que se encarezca el precio del maíz, que es el principal insumo utilizado para el engorde de los animales en el sector vacuno.
Para tener una idea de la gravedad de la situación, la estadística muestra que hoy se necesitan tres toneladas de soja, casi cinco toneladas de máíz y más de tres de trigo para comprar una tonelada de urea. Hace apenas un año, estos valores estaban en la mitad.
Como explica Marianela de Emilio, ingeniera agrónoma y docente en Agroeducación, los productores tienen menores incentivos en comprar insumos para engordar el ganado, lo cual lleva a un encarecimiento del mercado cárnico.
"La venta de granos compra menos fertilizantes que antes. Además, la suba de precios de los granos es proporcionalmente mayor que la suba de precios de la carne, es decir que agregar valor es proporcionalmente más costoso y resulta en menores márgenes", argumenta la experta.
Cepo exportador: del festejo al lamento
El "cepo" a la exportación de carne tuvo un brevísimo momento de celebración, en agosto del año pasado, cuando en pleno cierre de la campaña electoral para las PASO, Alberto Fernández festejaba que los precios mostraban una leve caída de 2,3% en las carnicerías.
Los datos habían sido provistos por el CEPA (Centro de Economía Política Argentina), dirigido por Hernán Lechter, uno de los economistas preferidos de Cristina Kirchner, que lo había propuesto como secretario de Comercio y chocó con el veto del ex ministro Matías Kulfas.
Era en aquel momento en que la propia Cristina ironizaba sobre la queja de los ganaderos, que afirmaban que la carne que se exportaba a China era diferente a la consumida en el mercado local porque se componía de "vacas viejas".
La vice, tras preguntarse con sorna si el campo argentino era "un geriátrico de vacas", dejó en claro su visión sobre cuál era la forma de levantar los niveles de consumo local: recortar el margen de ganancia de los ganaderos y frigoríficos.
"Obvio que si yo tengo vacas quiero poder venderlas a precio dólar, pero ¿qué hacemos entonces, dejamos que nadie coma carne?, ¿les decimos que a la gente que no van a poder comer más carne hasta que no tengan los sueldos como en 2015?", preguntó Cristina.
Por ese entonces, las agremiaciones del sector cárnico advertían que se estaba cometiendo un error en la interpretación de los datos, porque esa baja obedecía a una cuestión estacional, pero que en cambio sobre fin de año ocurriría un faltante de producto, con la consecuente suba de precios.Y el tiempo les dio la razón, como queda en evidencia en la estadística inflacionaria.
Los empresarios, planteando una alternativa al cierre exportador, machacaban en un argumento clásico: que la solución pasaba por incentivos para vender animales más gordos: comercializarlos con 430 kilos en vez de 320, como es la norma local. De esa forma, se lograría mantener la misma producción de carne pero con una faena de 10 millones de animales por año, en vez de 13 o 14 millones.
Esa solución permitiría que el stock vacuno pudiera volver a crecer -hoy es muy difícil, porque la tasa de mortandad de vacas está en un nivel similar al de nacimientos-. La estadística marca que la cantidad de vacunos, que hace 25 años rondaba los 60 millones de animales, hoy está en 54 millones.
En ese lapso, la población argentina subió en 14 millones de personas. Con lo cual la relación disminuyó de casi dos vacas por habitante a 1,14 vacas por persona. Como referencia, en Uruguay la relación es de 3,2 vacas por habitante.
A contramano del mercado
Lo más extraño de la situación es que la propuesta de los empresarios del campo era compartida también por los gobernadores de las provincias ganaderas -que se opusieron a las medidas intervencionistas- e, incluso, por el propio ex ministro Kulfas, que publicitó un plan de incentivos que no tuvo mucha aplicación.
Lo cierto es que el perfil anti exportador no ayudó al sector, y significó una pérdida de oportunidad, ya que otros países fuertes en el mercado, como Australia, topearon su exportación para recomponer el stock afectado por una época de sequía.
Pero hoy, con una súbita caída en los precios, por la retracción de la demanda china, la pregunta que domina en el campo es si se volvió a perder una oportunidad histórica.
"Cuando hubo oportunidad de darle salida y flujo de fondos al productor para que pudiera invertir, se le cerró la exportación a China, que nos cansamos de decir es una carne que no se consume acá. Y hoy China está cerrada, entonces lo que se ve es preocupante porque puede afectar a los frigoríficos, y eso es algo muy pesado", advirtió en un zoom con productores el ex ministro de Ganadería de la gestión macrista, Ricardo Buryaile.
Es así que se llegó a una situación rara, que el consultor Di Stefano califica como "un blooper": cuando había alta demanda no se exportó, mientras ahora, que el mercado internacional tiene peores condiciones "los frigoríficos perdieron las ventas que podrían haber realizado en el primer cuatrimestre del año, y hoy penan por la mercadería que está en las cámaras".
Su advertencia es que todo el sector cárnico podría estar en vísperas de una crisis por estrés financiero.