"Fuga al consumo": por qué la fórmula exitosa de Cristina Kirchner quedó obsoleta y no funciona
Es casi un principio de aplicación universal: las fórmulas que dieron resultado en el pasado no siempre logran el mismo éxito cuando intentan ser reutilizadas después de un tiempo. Lo saben los cinéfilos que se decepcionan con la segunda parte de una película o serie que perdió gracia y sorpresa en comparación con la primera. Lo saben los hinchas de Boca que se decepcionaron cuando Carlitos Bianchi volvió y no pudo reeditar su saga victoriosa. Lo saben, en fin, quienes repiten un viaje de juventud y en vez de revivir aquella experiencia pasada sólo descubren cuántas cosas ya no son igual que antes.
Esa sensación es la que están viviendo los kirchneristas que formaron parte de los años felices de la gestión de Cristina Kirchner, cuando la palabra mágica que resolvía todos los problemas era "consumo".
Más concretamente, lo que funcionaba hace 10 años y hoy ya no puede repetirse es la fórmula de inflación alta, cepo cambiario, controles de precios y abundancia de crédito. Era algo que los economistas habían bautizado como "fuga al consumo" y se explicaba de esta forma: todos los que tuvieran una capacidad de ahorro, al ver que la inflación podía diluir su dinero, y ante la imposibilidad de comprar dólares, decidían consumir lo que fuera y así motorizaban la economía.
No se trataba necesariamente de un consumismo clásico de tipo aspiracional, sino más bien defensivo: el que no compraba, perdía capital. El complemento de la fórmula era que, por el retraso cambiario, muchos bienes durables -autos, electrodomésticos- quedaban inusualmente baratos cuando se los calculaba a dólar blue. Y, como si fuera poco, las empresas ponían en marcha planes promocionales de crédito en muchas cuotas.
Fue así que se llegó en 2013 al récord histórico de un millón de autos vendidos. Fue en ese contexto que Cristina se jactaba, en sus recordadas cadenas televisadas, de cómo la clase media había podido acceder a bienes antes considerados suntuarios como aparatos de aire acondicionado, motos y conexiones de DirecTV.
El fenómeno no se limitaba a la clase media con capacidad de ahorro sino que alcanzaba también a los estratos de ingresos bajos, que adquiría masivamente teléfonos celulares y ropa deportiva de primera marca y le permitía al kirchnerismo sostener su discurso sobre la "inclusión social".
El desgaste de la vieja fórmula
Hoy, el kirchnerismo intenta revivir esa vieja fórmula por la vía de inyectar dinero en el mercado. Pero como suele ocurrir con las segundas partes, la repetición no siempre genera el mismo resultado. El contexto cambió.
Y entonces, por más que haya inflación, tarifas planchadas, retraso cambiario, precios topeados, liquidez bancaria récord y revisión de paritarias, la realidad se muestra porfiada: el consumo no reacciona. Y menos aun en los sectores de menores ingresos a los que el plan oficial pretende ayudar.
Las cifras son de una contundencia irrefutable. Las ventas minoristas, según la encuesta de la Cámara Argentina de la Mediana Empresa, siguen muy lejos del recesivo 2019. En abril había habido un repunte -40% contra el mismo mes del año pasado, cuando empezó la cuarenena, pero 26% debajo del 2019-. Y en mayo otra vez se produjo una debacle, con un 7% de caída respecto del mes anterior.
Los cierres de locales comerciales, según el relevamiento de CAME, ya supera el 15%, y en general las ventas no llegan al 40% de la etapa pre-pandemia.
Ni siquiera en sectores que apuntan a la clase media-alta con capacidad de ahorro, como el sector automotor, ve grandes chances. En la gremial ACARA se fijaron el objetivo de vender 420.000 autos, una cifra que si bien supera en 20% la alcanzada el año pasado, todavía está por debajo de la marca de 2019, que en aquel momento había sido calificado por los concesionarios como "un año para el olvido".
Y en cuanto al consumo masivo, el que se compone de los bienes más básicos, como alimentos, la preocupación no cesa, porque los números siguen negativos. Un informe de la consultora Scentia, que releva supermercados y autoservicios, registró en mayo una caída de 3,5% interanual para los productos de la canasta básica, con lo cual la caída acumulada en el año ya es de 8,4%.
El empleo, factor determinante
Es ahí donde surge la pregunta inevitable: ¿Qué es lo que cambió entre aquel momento y este, como para que una misma fórmula tenga resultados tan diferentes? Y los expertos señalan un cambio radical de contexto, tanto en los datos concretos como la cantidad de pesos en el bolsillo, como en las consideraciones más subjetivas, como el ánimo de la población y su desesperanza sobre el futuro.
Para empezar, claro, la pandemia. Y, como primera gran diferencia, el empleo. Hace una década, el boom consumista de Cristina coincidía con una expectativa positiva en cuanto al empleo: ante la pregunta de si era difícil conseguir trabajo, las respuestas pesimistas habían caído a un mínimo de 27%.
Hoy, en cambio, ocurre lo opuesto. Se estima que en 2020 perdieron su trabajo un millón y medio de personas. Y hay investigaciones como la de la Universidad Católica que ubican en un contundente 28% la "desocupación real" cuando se considera a aquellos que tuvieron que cerrar sus negocios o quedarse en sus casas por la pandemia.
Como observa Guillermo Oliveto, director de la consultora W: "En los hogares se están produciendo implosiones silenciosas cuyas consecuencias dejarán cicatrices queloides, ‘marcas de guerra’. Saldremos, pero ese registro estará siempre allí. Solo más adelante lograremos adquirir verdadera dimensión de su magnitud".
En la misma línea, el encuestador y politólogo Alejandro Catterberg, de Poliarquía, también marca el estado anímico como gran diferencia entre el momento actual y los años del boom consumista: "El malhumor social es muy fuerte. Nunca en 12 años el kirchnerismo gobernó con el nivel de pesimismo que vemos en la actualidad", dijo en una entrevista a Apertura.
El efecto de desánimo que produce esta situación es señalada por los expertos como un punto crucial: aquellos que sí tienen trabajo tienen una sensación de inestabilidad que los inhibe de endeudarse en compras de precio alto. Y las encuestas de expectativas, como la de la Universidad Di Tella, está en su nivel más bajo de los últimos dos años, con una tendencia decreciente en la disposición a comprar bienes durables.
De la "nueva clase media" al movimiento social descendente
Claro que, además de lo anímico, está la situación concreta de los bolsillos. Hace una década, el boom sojero motorizó la economía y empujó a sectores como la construcción y el comercio. Esto hizo que se conformara los que los analistas denominaban "la nueva clase media obrera".
Era un fenómeno singular, en el que trabajadores de los sectores dinámicos y que estaban representados por gremios fuertes -los camioneros de Moyano es el ejemplo clásico- habían pasado en ingresos a otros segmentos que tradicionalmente estaban más ligados a la idea de clase media, como los docentes y empleados públicos.
Ese fenómeno era posible, básicamente, porque aunque la inflación estuviera en torno del 25%, la economía permitía que los rubros líderes dieran aumentos salariales por encima de la suba de precios. Esto fue lo que posibilitó que esa "ex clase baja" se lanzara a consumir bienes que antes parecían vedados sólo a la élite de altos ingresos.
Fue uno de los orgullos del kirchnerismo, pero parece imposible de repetir. Más bien se está viendo el fenómeno opuesto: gente que se considera de clase media, está descendiendo su nivel de ingresos al punto que le cuesta mantener un consumo básico.
Osvaldo Del Rio, de Scentia, manifiesta su escepticismo sobre que el viejo modelo de "fuga al consumo" pueda reeditarse. "Si te guiás por los informes que surgen después de los Hot Sale, por ejemplo, ves algunos impulsos esporádicos, hay subas de venta, porque el que puede ve los créditos a 18 cuotas y se mete. Pero hoy ese público ya no es masivo. La mayoría está ajena a eso, está pensando en cómo comer".
Y apoya su argumentación con números crudos: sobre un universo de 28 millones de personas que tienen ingresos, un 79% no llegan a $40.000 mensuales. El promedio de ese sector mayoritario indica un ingreso de $27.000 por persona. Lo que implica que, para cubrir la canasta básica, un hogar necesita 2,3 ingresos de ese nivel.
Su colega Oliveto lo describe en términos dramáticos: "Cae el poder adquisitivo, se deteriora la calidad de vida, hay registros evidentes de movilidad social descendente. Desde no poder pagar el alquiler hasta tener que vender el auto o cambiar de prepaga, en los estratos sociales que tenían resto. Desde abandonar hábitos muy arraigados, como el consumo frecuente de carne vacuna, o sentir que ya no va a poder renovar la tecnología cuando se rompa hasta ver que ciertos consumos aspiracionales, como algunas marcas de ropa o modelos de zapatillas, quedan ahora demasiado lejos, en la clase media baja".
¿Un "parche" que traerá inflación?
Es cierto que en el Gobierno se proponen revertir la situación con las revisiones de las paritarias y con alivios impositivos a los que tributan Ganancias o a los monotributistas. Pero los expertos no creen que alcance.
"La masa salarial hoy no va a excitar ni un clavo, ni los cheques para los jubilados. Entramos en un escenario donde por el lado del consumo vas a tener un estancamiento, ahí está el diablo", grafica con su estilo característico el economista Carlos Melconian. Desde su punto de vista, la inflación, que hace una década actuaba como un aliciente para el consumo, hoy sólo cumple la función de licuar la deuda pública.
En la misma línea, Del Río manifiesta su escepticismo: "Las mejoras salariales de los próximos meses van a ser un parche que generará un efecto de corto plazo, porque mientras el nivel de producción no aumente, difícilmente haya una dinámica de precios diferente a la actual".
Ese es otro punto central en el que están poniendo foco los economistas: así como antes la inyección de pesos para consumo funcionaba como un incentivo para un mayor nivel de producción, hoy está generando más inflación.
Como argumenta el consultor Salvador Di Stefano, hoy el problema es que las empresas están "con severos problemas de caja, sin capital de trabajo, con dotación de personal reducida y demanda escasa". En ese contexto, sin stock de productos, ante un aumento del consumo responderán con aumentos de precios.
En definitiva, la vieja fórmula, la que tanta satisfacción le dio en su momento a la dirigencia kirchnerista, hoy se muestra inadecuada para el nuevo contexto. Lo cual no quita que, como se está viendo en estos días, igualmente la reactivación del consumo será la gran apuesta para mejorar el humor social.
Pero los más realistas no se engañan. Es ilustrativa una frase del economista Emmanuel Álvarez Agis, uno de los "ministeriables" del Gobierno: "El votante del Frente de Todos es más bien de una edad joven y el nivel de ingreso es de ingreso medio a medio bajo. El votante de Macri es de una edad más bien grande y de un ingreso medio alto. La pandemia le pegó más al votante del Frente de Todos que al votante de Macri".
En otras palabras, un modelo que sintetiza las peores pesadillas del kirchnerismo: inflación sin consumo, aumentos salariales con alto desempleo; el modelo K nunca estuvo más lejos de cumplir su proclamado objetivo de inclusión social.