La victoria cultural del cepo: ya nadie cree posible una pronta vuelta a la flotación del dólar
En los festejos por el aniversario de las PASO que marcaron el regreso del peronismo al poder, nadie recordó una de las estrategias de campaña que resultaron fundamentales para que Alberto Fernández venciera las dudas del electorado: había dicho que el cepo cambiario de Cristina Kirchner había sido una mala idea y que de ninguna manera pensaba en una herramienta similar en caso de llegar a la presidencia.
Para graficar, el entonces candidato hacía una analogía entre el cepo cambiario y una puerta giratoria que se traba: "Es efectiva para impedir que la gente salga, pero también impide que los de afuera puedan entrar".
Pero la necesidad tiene cara de hereje. Lo intuyó Alberto cuando –ya con el panorama electoral claro en su favor- le exigió a Mauricio Macri que hiciera todo lo posible por mantener la estabilidad cambiaria pero, al mismo tiempo, le reclamó que defendiera las reservas del Banco Central. Aunque él no lo decía con todas las letras, eso sólo dejaba un camino disponible: reinstaurar el cepo, porque en ese momento de incertidumbre, en el que con las altas tasas de interés ya no alcanzaba, sólo se podía defender el tipo de cambio mediante las ventas de dólares en el mercado.
Y el hecho de que Macri debiera rendirse a la evidencia e instaurar un cepo tuvo un gusto a revancha para quienes en su momento habían sido denostados por haber tomado esa medida, empezando por Mercedes Marcó del Pont, la ideóloga del cepo original.
Hasta ahí, la restricción cambiaria tenía para Alberto la incomodidad de una medida antipática pero con el atenuante de que había sido adoptada por el gobierno saliente, y por lo tanto era un ingrediente más en la "pesada herencia" macrista.
Pero con el correr de los meses, el panorama se agravó. La segunda ocasión en que Alberto debió contradecir su promesa electoral fue más reciente. Ante la presión del público, que se tornó en una amenaza para las reservas del Central y la estabilidad del Gobierno, admitió que no veía otra solución que cerrar por completo la ventana de venta de dólares.
No le faltaba razón para preocuparse: la demanda de los ahorristas viene subiendo a razón de un millón de compradores por mes, de forma tal que los bancos ya tienen expectativas de que el volumen de compras ronde los u$s1.000 millones en agosto.
Alberto calificó la vocación dolarizadora de los ahorristas como "un problema". Y otros funcionarios fueron más explícitos, como la influyente vicejefa de gabinete, Cecilia Todesca, quien avisó que los argentinos deberían "amigarse con el cepo" porque las restricciones cambiarias llegaron para quedarse mucho tiempo.
Sólo la gestión urgente de Martín Guzmán impidió que se ingresara en un cepo total, similar a la versión más dura de las restricciones, como la impuesta en 2012. La apuesta del ministro –y también del Banco Central- es que la formalización del canje de la deuda provoque un punto de inflexión.
Al menos, ese fue el argumento con el que convencieron temporariamente a Alberto. Se supone que el anuncio cambiará las expectativas del mercado, de tal forma que inversores del exterior traigan dólares para colocaciones financieras y proyectos productivos, y eso descomprimiría la tensión.
Soltando los dólares de a poco
Pero a pesar de esas visiones optimistas, la realidad es que pocos creen que pueda normalizarse en el corto plazo la situación cambiaria. De hecho, hay más medidas restrictivas en carpeta.
Y los funcionarios son los que más explícitamente manifiestan su convencimiento de que no puede soñarse con un dólar libre en Argentina. Su diagnóstico es que uno de los principales factores que dificultan el crecimiento en el país es la escasez de divisas que se produce cíclicamente y que lleva a crisis devaluatorias.
Ese diagnóstico lleva a una conclusión que hoy nadie, ni siquiera desde la ortodoxia, se anima a discutir: no se puede levantar el cepo porque eso dejaría sin reservas al Central, promovería un nuevo ajuste devaluatorio al cual le seguiría una disparada inflacionaria. En consecuencia, defienden el esquema de gestión de las reservas, donde sólo se autoricen para casos justificados.
Por ejemplo, el ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, en una reunión con empresarios recriminó a los industriales nacionales que pretenden acceso ilimitado para la importación de insumos. Y focalizó en la industria automotriz, responsable de un déficit cambiario crónico.
"Si nos ponemos a importar y descuidamos la producción nacional es ahí cuando nos quedamos sin dólares y terminás davaluando abruptamente. Y si devaluás caen los salarios reales y los ingresos y no vendés más autos", argumentó el ministro.
En esa tónica, el nuevo mantra de los funcionarios es que la forma genuina de resolver el problema cambiario a largo plazo es el fomento a la exportación. Y es por eso que se privilegió el tema en la agenda del nuevo gabinete sectorial económico.
Claro, otra vez la necesidad tiene cara de hereje: el deseo de fomentar la exportación no implica que se esté pensando en disminuir las retenciones a las ventas agrícolas al exterior. Esto hace que el productor sojero perciba un dólar real de $49, es decir poco más de un tercio del tipo de cambio en el mercado informal.
Pero claro, con un déficit fiscal que se encamina al 10%, quién puede darse el lujo de prescindir de un rubro que el mes pasado representó el 6% de la recaudación de la AFIP y que fue uno de los pocos que mantuvo su aporte, en medio de un desplome generalizado.
El fin del sueño librecambista
El turbulento final del gobierno de Macri terminó legitimando al cepo que antes se había demonizado. Tanto que se da por descontado que en la próxima negociación con el Fondo Monetario Internacional podrán repetirse los reclamos clásicos –como el equilibrio fiscal, la reforma jubilatoria, la flexibilización laboral- pero ya nadie osará pedir por la libre flotación del dólar.
Después de haber firmado un stand by de u$s56.000 millones, de los cuales el Gobierno usó u$s44.000 mientras en paralelo se "fugaban" en dos años unos u$s54.000 millones, nadie en el organismo tiene intenciones de arriesgarse a repetir esa experiencia. Tras haber liberado al dólar, debieron finalmente aceptar que se usaran reservas para contener al mercado.
El resultado está a la vista. El stand by no existe más y hay una dura negociación por delante. De hecho, esa situación les significó un costo político a los funcionarios de la "gestión Lagarde".
De hecho, entre los funcionarios argentinos está el convencimiento de que una de las lecciones que la crisis argentina dejó para el FMI es que no debe subestimarse el carácter bimonetario de la economía nacional, algo que hace que no necesariamente las recetas que se aplican a otros países con crisis de deuda sean aplicables aquí.
Quien defiende con más elocuencia ese punto de vista es Cecilia Todesca, para quien "si soltamos el mercado de cambios se estropea todo, la producción, el empleo, todo, y caemos directamente en una crisis de balanza de pagos".
Y lo cierto es que ni los más críticos de la gestión actual se animan a pedir por una liberalización lisa y llana del mercado cambiario. Por caso, Hernán Lacunza, último ministro de Macri, que reinstauró el cepo, primero en versión light y luego en la actual con cupo de u$s200, justificó su medida como necesaria para una emergencia. Y si bien dijo que no puede sostenerse en el largo plazo, aceptó que no puede eliminarse de forma abrupta.
En tanto, una de las propuestas más comentadas, la del ex ministro Domingo Cavallo, planteó el desdoblamiento cambiario –en los hechos, la legalización del blue-, como única forma para recrear una oferta de dólares por parte del sector privado. Aunque siempre fue un crítico del sistema de cambios múltiples –que fueron la tónica de los años 80-, el padre de la convertibilidad admitió que hoy no había condiciones para una unificación del mercado.
Según su estimación, para que todos los pasivos monetarios estuvieran respaldados por dólares, la paridad debería ser superior a $150, un nivel que causaría una explosión.
La reivindicación de los duros
El consenso de estos días es que, tal como están las cosas, el tipo de cambio flotante que rige en la mayoría de los países no se puede aplicar en Argentina. Al menos no por ahora. Al menos, no sin arriesgar una crisis inflacionaria.
Es, acaso, la mayor victoria cultural del kirchnerismo. La que no logró imponer durante el mandato de Cristina, pero que regresa ahora.
Por eso Todesca afirma que las restricciones no deben ser vistas como "un castigo" sino más bien como "una condición para estabilizar la macroeconomía, para que podamos producir, exportar, generar empleo de calidad".
Y de a poco se van adoptando medidas reclamadas por kirchneristas del ala dura para profundizar los controles.
Como Guillermo Moreno, quien en su momento tenía la lapicera para marcar qué se podía importar y les obligaba a los importadores a hacer exportaciones compensatorias. Desde hace tiempo el ex secretario pide una mayor "planificación" en la gestión de las divisas.
"El mecanismo adecuado para estas circunstancias, en las que el bien más escaso de la economía es el dólar, es el de regular las importaciones antes de la realización de las compras, y no el de condicionar sus pagos, exponiendo a las empresas a las consecuencias jurídicas que pudieran acarrear", escribió el funcionario.
En la misma línea, el ex viceministro Roberto Feletti se preguntó: "¿Qué es lo que estamos importando? No sea cosa que ocurra como en otras épocas, donde gastábamos las divisas en autos de lujo".
Todo indica que le darán el gusto. Las medidas ya empezaron a tomarse y hay cepo para rato.
Posiblemente nadie se sienta más reivindicada que Marcó del Pont, quien ya desde la campaña electoral, en la coordinación de equipos programáticos, se fijó el objetivo de "desdolarizar" la economía.
"Es ingenuo pensar que nuestro bimonetarismo se arregla simplemente con una medida del Banco Central", advertía la funcionaria, que proponía un acuerdo social que incorporase las regulaciones cambiarias como "parte de una política macroeconómica permanente".
Mientras tanto, como para remarcar la paradoja argentina, si hay algo que en el país abunda son los dólares: se estiman hay en poder de los privados unos u$s400.000 millones, entre los billetes verdes que están "en el colchón" más lo que se colocó fuera del país.