¿Puede venir una inflación de tres dígitos?: los "gurúes" de la City ven similitudes con el momento previo al Rodrigazo
De a poco, la inflación va recuperando su lugar protagónico en el debate económico argentino. El "veranito" de bajos registros de aumentos de precios parece estar llegando a su fin, y los economistas ya no dudan sobre si se va a acelerar, más bien se preguntan cuándo y qué tan fuerte será la explosión.
Por lo pronto, aparecieron las primeras señales de advertencia: cuando todos creían que el IPC de junio estaría en línea con los de los dos meses previos –que habían dado 1,5%-, se registró un 2,2%. En otro momento, la cifra habría parecido aceptable, a fin de cuentas sigue estando por debajo de los IPC de diciembre y enero-. Pero en el contexto de la cuarentena, --es decir, con un consumo reprimido y en el marco de una recesión profunda- se trata de un número que no deja espacio para el festejo.
Y tal vez la señal que más inquieta sea el hecho de que en aquellas provincias donde la cuarentena se flexibilizó en mayor grado fue donde más se aceleraron los precios.
En la Ciudad de Buenos Aires, donde más se nota el efecto cuarentena, la inflación de junio fue de apenas 1,4%, es decir 0,8 puntos debajo del promedio nacional.
En la región del NEA, para los primeros seis meses del año, la diferencia en el registro de inflación general fue de 2,9% más que en el AMBA.
Y además queda en claro que estos promedios están contenidos por el congelamiento tarifario. Cuando se toma el rubro alimentos, los números también dan muy encima del promedio, y también es notoria la diferencia en las zonas de mayor apertura. Para el último semestre hubo una diferencia de 2,3 puntos -17,2% versus 14,9%- para el promedio nacional respecto de Buenos Aires.
Con estos números a la vista, y considerando las otras variables macroeconómicas, como la gran emisión monetaria que se llevó a cabo para financiar la asistencia estatal a empresas y desocupados, las conclusiones de los economistas no dejan lugar a dudas: están dadas las condiciones para una aceleración en los próximos meses.
Lo que resta por verse es qué tan grave puede ser la aceleración de esa "otra curva" que tiene en vilo a los argentinos tanto como la de los contagios. Y por eso causó asombro y preocupación el hecho de que economistas muy influyentes hayan hablado sobre la posibilidad de una disparada en el corto plazo y con un nivel de inflación similar al que se registraba décadas atrás.
El más severo en el pronóstico fue Ricardo López Murphy, que compartió una conferencia vía Zoom con otros tres ex ministros de economía: Domingo Cavallo, José Luis Machinea y Roque Fernández. El hecho de que todos ellos hayan ocupado la silla más caliente de la Argentina en momentos de turbulencias hizo que en el mercado se le prestara especial atención a sus advertencias.
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"Han emitido todo lo que han podido y estamos en los topes históricos del gasto público", analizó López Murphy, para quien la alternativa es clara: "a la salida de la pandemia o hay un programa de estabilización del gasto o vamos a un proceso de aceleración inflacionaria. La mega inflación es un riesgo y esa situación está justo frente a nosotros".
Y, para mayor preocupación de la audiencia, vaticinó niveles similares a los que conoció el país en las décadas de los ’70 y ‘80. "Si no se normaliza la situación, vamos a una mega devaluación, que no es una híper pero es una inflación de niveles similares a los que hubo después del Rodrigazo, entre 1975 y 1988, que es una inflación de tres dígitos y el primero no es un 1".
Crisis a la vista
La sola mención al "Rodrigazo" causó escozor entre quienes siguieron la exposición, tanto por la gravedad de aquel hecho histórico como por la acumulación de similitudes en la situación previa al estallido. Aquel ajuste fue, en realidad, el sinceramiento de los precios que estaban contenidos por los congelamientos.
Celestino Rodrigo pasó a la historia por haber hecho la corrección de precios relativos, que implicó ajustes de tres dígitos en las tarifas de servicios públicos y en los precios de los combustibles. Además, claro, de una devaluación que duplicó la cotización del dólar. La inflación de ese convulsionado 1975 fue de 187% y a partir de allí el país ya se estacionó en una inflación crónica de tres dígitos hasta la convertibilidad de los años ‘90.
¿Es eso lo que le espera a Argentina? La mayoría de los analistas cree que no, pero también es cierto que muchos se alarman al comprobar ciertas similitudes, por ejemplo el atraso tarifario, el abuso del dólar como ancla cambiaria y el crecimiento acelerado de un déficit fiscal que sólo puede ser financiado con emisión monetaria.
Un informe de Economía & Regiones lo plantea con crudeza: proyecta que el déficit fiscal primario podría llegar a un impactante 9% del PBI hacia fin de año, al tiempo que la base monetaria crece a un 33,9% en términos reales.
Pero sobre todo, lo que genera preocupación es la persistencia de problemas estructurales de fondo. Cada vez la proyección de déficit fiscal es mayor, y cada vez con mayor financiación del Banco Central. Y la "bola de Leliq" que crece en la medida que se intenta retirar liquidez.
Machinea fue el único que dejó entreabierta alguna esperanza de que, una vez pasada la fase aguda de la cuarentena, el Gobierno pueda reabsorber el dinero emitido, pero la mayoría de sus colegas se muestran escépticos.
Fue particularmente comentado el pronóstico de Cavallo, para quien el problema inflacionario "será grave y pronto". Tan es así, que el ex ministro dudó de que Alberto Fernández pueda contener una explosión de los precios antes de la elección legislativa del año próximo.
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Son pronósticos que llaman la atención por el contraste con las encuestas entre bancos y consultoras, que ven para los próximos 12 meses una inflación de 52% y una devaluación de 49%, es decir números altos pero no explosivos.
Rodrigazo: el juego de las diferencias
Lo cierto es que hay coincidencias pero también divergencias respecto del momento previo al Rodrigazo, por lo tanto las opiniones siguen siendo divergentes.
Entre las principales coincidencias está el grave déficit fiscal. En 1975, el rojo de las cuentas llegó a un 12%, con el inquietante detalle de que dos tercios de ese agujero eran financiados con asistencia monetaria pura del Banco Central.
La otra coincidencia preocupante es el volumen del dinero inyectado al mercado. Un informe de la consultora SBS apunta que para fin de año los pasivos monetarios del BCRA llegarán al 19% del PBI. Son niveles que se acercan a los que se registraban en la previa del Rodrigazo. El informe indica que, para peor, gran parte de esos pasivos no son billetes en circulación sino títulos por los que se deberá pagar interés, lo que hace que la situación pueda agravarse con el paso del tiempo.
Además en 1975 -como ahora- había controles de precios, que a la larga generaron desabastecimiento, mercado negro y finalmente perdieron eficacia- y un congelamiento tarifario. Eso provoca una diferencia de precios relativos que se torna insostenible y que puede notarse, por ejemplo, en el deterioro de la calidad de servicios por el freno a la inversión.
Pero también hay diferencias entre los dos momentos históricos, entre las cuales la más notoria es el saldo de la cuenta corriente –es decir, la diferencia entre los dólares que entran y los que salen del país-. En 1975 ese rojo fue del 3,3% del PBI después de un año de superávit, un cambio abrupto causado por el nuevo contexto internacional. Ese fue el disparador que llevó a la necesidad del ajuste del tipo de cambio.
A diferencia de aquel momento, ahora no hay déficit en la cuenta corriente –sí lo hubo antes de la devaluación de Macri, cuando se llegó a un 6%-, pero la situación tampoco es holgada. Sin crédito externo, el Gobierno depende del duro cepo cambiario para quedarse con todo el excedente exportador –se proyecta unos u$s17.000 millones-.
Al decir de un informe de Consultatio, esto implica que la situación "está bien en la foto pero muy mal en la película". La explicación es que si bien el efecto combinado del cepo cambiario, el cierre del turismo y la caída de la importación llevaron incluso a un superávit de cuenta corriente, el futuro luce inestable por el riesgo de una pérdida de reservas.
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La otra gran diferencia entre la actualidad y el Rodrigazo es la situación política. Como bien observó Cavallo, "el descontrol hiperinflacionario y la fuga del dinero se produce cuando hay una situación de vacío político". Es decir, un escenario que no se ve ahora, aunque los economistas observan señales preocupantes por las divergencias internas entre Alberto Fernández y el núcleo duro del kirchnerismo.
Pero, sobre todo, lo que funcionaba "a full" en 1975 y ahora está anestesiada es la puja distributiva. En otras palabras, el tironeo entre sindicatos, empresas y Gobierno por las subas salariales, que echan combustible a la inercia inflacionaria.
La situación excepcional de la cuarentena congeló la discusión salarial, aunque también esa es una situación destinada a cambiar en un plazo relativamente corto, como ya empieza a notarse en las negociaciones de los sectores menos afectados por la recesión.
¿Ortodoxos en el Gobierno?
Ante las profecías catastrofistas, desde el Gobierno siguen en la postura de minimizar y hasta ridiculizar los argumentos, en particular el referido a la conexión causal entre la "maquinita" de la emisión monetaria y los aumentos de precios.
El principal ideólogo de esa postura es Emmanuel Álvarez Agis, cuyo nombre siempre suena como "ministeriable" para la etapa post canje de la deuda. Alineado con la postura "heterodoxa", el economista causó revuelo al marcar que el hecho de que la inflación cayera mientras la emisión aumentaba era una prueba de lo errado de la teoría económica clásica.
"A la pregunta: ¿El aumento del gasto público va a generar una pelota monetaria que explotará en una hiperinflación? La respuesta es, definitivamente, no", dijo el economista en una videoconferencia.
Y justificó su argumento con el dato del bajo nivel de monetización que Alberto Fernández heredó de la economía macrista, como consecuencia del plan "emisión cero" que ejecutó Guido Sandleris desde el Banco Central. Según Álvarez Agis, esto llevó a que la economía tuviese su nivel más bajo de monetización desde 2003, lo cual deja cierto colchón como para que se pueda emitir sin que eso implique una presión inmediata sobre los precios, sobre todo en un momento de muy baja circulación del dinero.
En realidad, es un punto de vista con el que la mayoría de los economistas coincide, aunque observan que esa situación es apenas temporaria y se va deteriorando rápidamente.
Y lo llamativo es que el propio Gobierno está dando señales de entender que la política actual tiene límites. Por un lado, se empezará a recortar el gasto en medidas de emergencia como el IFE.
Pero, sobre todo, Miguel Pesce se está esforzando en contrarrestar la emisión, al retirar masivamente pesos del mercado. Después de haber asistido al Gobierno con $1,25 billón desde que empezó la cuarentena, pasó la aspiradora para retirar $870.000 millones.
Toda una señal de que los temores del Rodrigazo no sólo existen entre los críticos del Gobierno.