Economía de guerra: por crisis del coronavirus, cambian las prioridades y se proyecta empeoramiento del panorama
El mundo cambió la última semana. En términos de expectativas económicas y financieras, ya no es el mismo que el de la semana anterior. Y todo mutó para peor. En todo caso, el incipiente debate hace eje en la gravedad que tendrá esta crisis disparada por la extensión a Europa y a América del coronavirus.
Dentro de la inmensa incertidumbre que vive el mundo, lo seguro es que la Argentina atravesará el tercer año consecutivo recesivo.
El Producto Bruto cayó 2,5% en 2018; un 2,1% adicional el año pasado; y ahora la pregunta refiere a la profundidad de la caída de este 2020, el primer año del regreso del peronismo a la Casa Rosada.
Hasta ahora, las consultoras de la City preveían un signo negativo del 1,2%, en base al arrastre estadístico y a que la actividad recién se recuperaría hacia la última parte del año. Pero ahora, se desecharon todas las proyecciones: el mundo cambió y la crisis del coronavirus arrastrará a la Argentina.
Como ya publicó iProfesional, el Banco Central calculó que el coronavirus tendrá un impacto de medio punto del PIB (u$s2.000 millones). Esa estimación, realizada hace diez días, debería ser actualizada. Los economistas del BCRA ya están en eso.
Cuesta dimensionarlo porque todas las variables se están moviendo juntas y al mismo tiempo. Lo cierto es que la economía argentina -como seguramente otras, también afectadas por la pandemia- sufrirá una sensible caída durante los próximos meses.
El economista Pablo Goldín -director de la consultora MacroView- previene: "Se viene una economía en shock. Una economía de guerra, con la salvedad de que acá no habrá edificios demolidos por las bombas".
Suena lógico: en las próximas semanas habrá un verdadero desplome en la actividad del sector servicios. Habrá menos consumidores a las mesas de los restaurantes y de las cervecerías. Mucha menos gente en los shopping centers; lo mismo que en los cines. De hecho, el jueves de estrenos, apenas 22.000 espectadores concurrieron a las salas.
También habrá menos gente en los comercios probándose ropa o calzados. Habrá estadios de fútbol vacíos y teatros cerrados. Todos los espectáculos han sido prohibidos.
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Ni hablar del turismo, que sufrirá el tremendo impacto del cierre de las fronteras y el miedo al contagio. No habrá visitantes desde el extranjero pero tampoco cantidad de turistas en busca de una experiencia para el disfrute y el descanso.
No sólo se trata de los movimientos individuales de una sociedad asustada. Las decisiones de China, Italia y España de clausurar sus respectivas actividades. O de los Estados Unidos de suspender los vuelos hacia Europa. O las propias medidas similares en la Argentina no hacen más que pronosticar un desplome de la actividad en cada país.
¿Qué pasará cuando las terminales automotrices se queden sin stock de autopartes chinas? Un escenario que en las propias fábricas aguardan para el corto plazo.
¿Cuál será la caída de las ventas nacionales al extranjero? ¿Y qué hay del retroceso de los precios de la soja y de otros productos que Argentina le vende al mundo?
En fin: todo conduce a la misma pregunta, por ahora sin respuesta cierta: a cuánto ascenderá el salto en la desocupación.
Todo quedó registrado en las últimas horas. El pánico y la incertidumbre inmovilizan a los consumidores. En todo caso, los moviliza rumbo a los supermercados y autoservicios, a abastecerse de alimentos y productos de higiene hasta agotar los stocks, por las dudas de que se venga lo peor. Como en Italia y en España.
El temor a lo desconocido y el testimonio de lo que sucede en países desarrollados alimenta el pánico. Y la actividad económica va a sufrir en proporciones.
Una de las incertidumbres de las últimas horas refiere a cómo va a repercutir este novedoso escenario -más de película que de vida real- en los niveles de empleo.
Las miles de personas que esperaban trabajar en el Lollapalooza o en los shows programados sentirán la misma frustración que los espectadores que hace rato adquirieron las localidades.
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Pero la cuestión, más allá de lo inmediato, es qué actitud tomarán los empresarios y los dueños de los comercios cuando la crisis avance, como advierten los propios gobiernos.
¡Una buena!
En semejante contexto deprimente -y aunque parezca mentira- hay una buena noticia: que esta crisis global no es como la de 2008.
Aquélla se correspondía a una economía global enferma, con los cimientos rotos. Tenía sus problemas de base ligados al mundo financiero. Cualquier "olla" que se destapaba deparaba desagradables sorpresas, que en los hechos agravaron la situación.
Balances bancarios falsificados; empresas endeudadas y la quiebra de un emblema de Wall Street: Lehman Brothers.
Ahora la situación luce diferente, aunque nunca se sabe si podría haber una quiebra bancaria. Acá no hay problema de desconfianza; lo que no es poco.
Eso significa -ni más ni menos- que la recuperación (una vez que ocurra) puede ser veloz. ¿Será cuándo aparezca la ansiada vacuna contra el coronavirus? Por ahora nadie sabe cuándo podría suceder. Y ahí está el foco del problema que aqueja a la humanidad y preocupa a empresarios y financistas.
El drama: no se sabe cuánto va a extenderse el virus. Ni cuánto va a demorar en controlarse. ¿Será cuestión de algunas semanas, meses o más? Nadie tiene la respuesta y manda el temor. Por eso se explica el derrape de los precios de los activos en el mundo.
Según una estimación de la consultora Delphos Investment, el bajón bursátil de la última semana fue peor que el del inicio de otras crisis, como la de 1997 (tigres y tigrecitos asiáticos); 1987 o la ya citada de 2008-2009.
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Lo único que puede apreciarse de corto alcance refiere a la "economía de guerra", que muy posiblemente obligue al Gobierno a tomar medidas extraordinarias para amortiguar lo inevitable: el tercer año consecutivo de recesión.
También luce muy probable que el gobierno de Alberto Fernández cambie sus prioridades. Una administración que en sus inicios priorizó la baja sensible de la inflación y tomó medidas para asegurarse esa desaceleración, como el congelamiento de los combustibles, tarifas y del dólar, ahora está poniendo en revisión esa estrategia.
El caso más claro es el del dólar. En un contexto en el que los países de la región devalúan de manera defensiva ante la caída del precio de los commodities, el peso argentino anduvo a contramano: el Banco Central priorizó la función de "ancla" de los precios para contener la inflación. Pero los analistas creen que esa situación no puede extenderse mucho tiempo y que, más temprano que tarde, el tipo de cambio oficial empezará a moverse a tono con la tendencia regional.
Por otra parte, ¿mantendrá Alberto F. el objetivo de reducción fiscal trazado al inicio de la gestión? Muchos creen que ya no vale la pena, en medio de semejante desastre económico y con los distintos países enfocándose en la emisión de dinero y la reducción de las tasas de interés. No parece el escenario adecuado como para que Argentina intente sobreactuar un deseo de contención fiscal y monetaria.
De hecho, en una reciente comunicación a la SEC -la autoridad regulatoria de la bolsa neoyorquina- se advirtió que el nuevo contexto podría alterar las metas iniciales del programa. En otras palabras, que el equilibrio fiscal que se había previsto para el año 2023, tal vez tampoco sea logrado en esa fecha.
En simultáneo, Alberto Fernández se había impuesto la fecha límite del 31 de marzo para arreglar la deuda. Ahora el escenario se modificó.
¿En qué consistirá la oferta a los acreedores? ¿Será aceptable para los bonistas, que ahora miran a la Argentina como la prioridad número 35, en medio de la debacle financiera mundial?
La aparición del coronavirus en la agenda global supone varias modificaciones al plan inicial. La revisión de esa estrategia se realiza en tiempo real por parte de los funcionarios del equipo económico.
"Es un día a día. No exagero. El análisis se ajusta hora tras hora", asegura uno de los funcionarios con acceso al primer piso de la Casa Rosada.