• 16/12/2024

Antes de la pandemia eran jóvenes, pero ya no: el relato de 4 personas que tienen Covid prolongado

Jóvenes que ya no se siente jóvenes, que están presos de un cuadro de Covid-19 que se extendió por mucho tiempo y cuyas secuelas no los dejan recuperarse
16/05/2021 - 13:32hs
Antes de la pandemia eran jóvenes, pero ya no: el relato de 4 personas que tienen Covid prolongado

Estrés, caída del cabello, molestias en el cuerpo producto del extremo sedentarismo, problemas de sueño, falta de ganas para todo, fatiga física y mental. Estos son algunos de los problemas que sufren muchas personas en todo el mundo y que tienen causa clara: el Covid-19, la pandemia, y las medidas de aislamiento dictadas en la mayoría de los países. 

Jóvenes españoles han contado sus historias, han contado cómo se sienten y cómo se han sentido todos estos meses. Menores de 35 años que se sienten ancianos, no sólo por los dolores y molestias que sienten, sino también por la forma en que están viviendo sus vidas. 

Son pacientes con Covid persistente, Covid prolongado o "long Covid", un término que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya usa. Se define como "un síndrome que se caracteriza por la persistencia de síntomas de Covid-19 semanas o meses después de la infección inicial, o por la aparición de los síntomas tras un tiempo sin ellos". No está relacionado con la forma en que atravesaron la enfermedad en un principio, "por lo que puede afectar tanto a pacientes leves como a graves hospitalizados".

Todavía hay pocos estudios sobre este tema, e incluso hay muchos profesionales que no conocen a fondo cómo es el cuadro que afecta a estos pacientes, que muchas veces se sienten desamparados. Con lo que se conoce hasta ahora, la estimación es que lo sufren un 20% de los que contrajeron el virus unas cinco semanas después de la infección y uno de cada diez, más allá de los tres meses. La encuesta entre estos pacientes que el año pasado hizo la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG) junto a los colectivos de afectados Long Covid Acts —la unión de los grupos de las distintas autonomías que reúne a unas 3.000 personas—, concretó un perfil: mujer, de 43 años, que lleva más de 185 días con síntomas que no desaparecen.

El diario El País recogió cuatro testimonios de personas que están dentro de quienes padecen Covid prolongado y que se sienten desamparados. Se trata de Paula Salcedo tiene 21 años; Miguel Méndez, 34; Bárbara Llorente, 31; y Laura Fernández, 28. 

Paula Salcedo asegura no saber cómo se contagió, pero dice haber sentido todos los síntomas. Luego del hisopado, "ese mismo día empecé con todos los síntomas: falta de aire, dolores de cabeza muy fuertes, musculares. Estaba hecha un trapo pero tranquila, porque pensé que eran dos semanas". Al día siguiente llegó la fatiga y desaparecieron el gusto y el olfato. Su madre, María Jesús Cañas, con quien vive, también se contagió. "Ella se recuperó al poco y a mí los síntomas se me fueron durante unos días, excepto la disnea, respiraba raro, y ni gusto, ni olfato. En el centro de salud me dijeron que era normal y me dieron el alta". Días después, comprando en un supermercado, volvió el dolor de cabeza, el malestar y el dolor de garganta, "como si estuviese empezando otra vez".

Cuando finalmente pudo salir, los síntomas continuaban: "Me ahogaba, no podía, muchos mareos, dolor de cabeza", afirmó. Estudiaba protocolo y organización de eventos y tuvo que dejarlo, no podía fijar la vista ni concentrarse. 

Se han detectado hasta 200 síntomas distintos del Covid prolongado. Jesús Díez Manglano, presidente de la Sociedad Española de Medicina Interna (SEMI), explica que la media, concomitantes, son 30: "No hay ninguna enfermedad que se manifieste con tanta sintomatología a la vez. Estamos ante una patología desconocida que puede provocar muchísimas molestias y muchas personas que viven con mucha preocupación o mucha incertidumbre, que no saben lo que va a pasar o lo que ha ocurrido". Lo que sí han percibido, añade Díez, es que quienes a pesar de las dolencias siguen o intentan seguir con sus rutinas, "alcanzan una mejor funcionalidad con una disminución, si no desaparición, de aquellos síntomas que limitan la actividad".

Es importante destacar que, además del cuadro en sí mismo, la falta de datos, de seguridad, da incertidumbre a los pacientes, e incluso también a los médicos.  Hay una parte emocional y psicológica difícil de gestionar para todos. "Es un círculo vicioso. Cuando hay un componente de preocupación añadido, si yo limito mi vida, focalizo más en las sensaciones extrañas que tengo. La predisposición mental y la actitud mental es importante, pero la incertidumbre es complicadísima de manejar, más cuando estamos hablando de salud, y más con tanta opinión diversa", señala el experto español. 

Pilar Rodríguez Ledo, responsable de Investigación de la SEMG y una de las principales impulsoras del proyecto de Covid persistente —que ahora, junto a otras 47 sociedades científicas han elaborado una guía clínica de atención a estos enfermos, enviada al Ministerio de Sanidad— explica que esas dolencias que se solapan afecta a la calidad de vida y a la funcionalidad: "Estamos ante un problema de salud, pero no solo de salud, hasta un 70% de estos pacientes tienen problemas para mantener su actividad laboral o educativa".

Hay estimaciones, pero hasta el momento ningún dato real: "No existe un registro de pacientes adecuado. Una vez que pasaba la enfermedad aguda, se daba el alta. Cuando volvían de nuevo se les daba de baja por el síntoma que tenían, no por la enfermedad. Es como si alguien tiene una neumonía y la baja es por fiebre, no por neumonía". Por eso no hay registros claros, una inmensa mayoría de estos enfermos no están identificados o reconocidos; el cálculo es que "si entre el 10% y el 15% de los contagiados desarrollan síntomas de persistencia, con los contagios que hay, no solo los notificados, sino todos, estamos hablando de 500.000 personas", dice Rodríguez.

"Y si de ellos el 70% tienen limitaciones importantes para la actividad laboral, son unas 350.000 personas con problemas para trabajar. Y de ese 70%, el 30% limitaciones que se la impide, estamos hablando de un número muy grande, más de 100.000 personas, que están seguramente con bajas laborales con otros motivos y otros diagnósticos, como síncopes, taquicardias, migrañas, diarrea... Pero el motivo es la covid", explica. Esto se convierte "en un problema de salud, laboral, familiar y económico", suma. "Los efectivos más jóvenes no pueden producir o los que encuentran empleo no lo podrán mantener, los que estudian no progresan de curso".

El pasado 1 de mayo, el colectivo Long Covid Acts publicó un manifiesto en el que pedían que se les reconociera derechos "como ciudadanas y ciudadanos". "Personas en edad laboral productiva máxima y que hemos tenido que abandonar nuestro trabajo. Necesitamos que se reconozca la nueva enfermedad y se nos atienda debidamente para recuperar nuestra salud", decía el documento, que añadía "una baja ajustada a la covid persistente y no a uno de los múltiples síntomas de ella" y la incorporación "paulatina" al trabajo. "Los que, en marzo del 2020, al inicio de la pandemia éramos un problema sanitario, nos hemos convertido, también, en un problema social y laboral que las autoridades responsables deben, porque nuestros derechos nos amparan, resolver y abordar", cerraba el manifiesto.

Más casos

Miguel Méndez y Bárbara Llorente viven juntos en un departamento. La recuperación de él fue mejor, aunque tiene un dolor de cabeza que no se le va. Bárbara, diseñadora gráfica en una editorial, lleva sin trabajar más de un año; Miguel, tras la suya, dejó su trabajo en la cocina del hospital Ramón y Cajal, donde se infectó, y consiguió entrar en la bolsa de profesores para dar clase en un instituto, para lo que se preparaba y donde ahora está a media jornada.

Miguel Méndez y Bárbara Llorente
Miguel Méndez y Bárbara Llorente

"He mejorado y en cierto modo me he acostumbrado a vivir así, con limitaciones. Me da miedo salir lejos de casa por si me canso", dice ella. Dolor en pecho, garganta y cabeza, "mucho", y un "agotamiento constante". Bárbara corta a ratos el relato por la tos. Mientras, Miguel cuenta que hasta el supermercado supone una planificación: "Según el día, vemos hasta qué punto va a poder aguantar parada. De aquí a lo que suponga media hora, un kilómetro, no podemos hacer muchos planes".

Ya no la ayuda en el baño, pero tiene presente ese y otros momentos, como la decena en las que tuvieron que ir a urgencias porque a ella le faltaba el aire. Las pruebas, sin embargo, "salían bien", dice ella. A los cinco meses de haberse contagiado, le detectaron un tromboembolismo pulmonar que la dejó internada por una semana. También se dieron cuenta de que caminaba "raro". Hiperreflexia fue el diagnóstico en una de las consultas postcovid en su hospital, una reacción anormal y exagerada del sistema nervioso involuntario.

 "Ves que tu vida no es normal", dice él. "Miramos a veces las fotos de cuando salíamos de viaje y esta limitación ahora", dice ella. Respira hondo y llora: "Es que van a abrir la piscina, que está a 500 metros, y ahora mismo no podría ir. Algo tan tonto como acercarme a la piscina". Miguel resume: "La gente piensa que solo hay secuelas si pasas por una UCI (unidad de cuidados intensivos), pero no es así. Esto es una lotería, yo trabajaba en el hospital y me contagié y no tuve opción".

Sin haber pasado por terapia intensiva, Laura Fernández tiene más cerca que muchos otros jóvenes lo que ocurre en los hospitales. Su madre, personal de salud, fue la cadena de contagio, en marzo de 2020. Pasó con febrícula 55 días, pero no le hicieron una sola prueba: "En aquel momento no había pruebas para nadie, pero el médico de cabecera de mi madre, que era quien le hacía el seguimiento, me dio por positivo". Le duelen menos los síntomas del virus que haber tenido que parar de hacer su tesis doctoral. "Arqueóloga. Y cuando estaba a punto de conseguir lo que había soñado desde que tenía siete años, todo se me fue a la mierda".

Paula Fernández
Paula Fernández

En su casa pasaron miedo. Tiene además una hermana pequeña, discapacitada; se preguntaban qué ocurriría si les pasaba algo. "Si alguna empeoraba, se iría al hospital y la otra se quedaría con mi hermana", recuerda. Todo le pesa, pero lo aguanta: "Los síntomas se fueron pero volvieron. No me vine abajo, he redirigido la carrera y ahora estudio oposiciones, para museos". Sin embargo, le duele el pecho, tiene dos inhaladores de mantenimiento y uno de rescate, niebla mental y pastillas para que la ayuden a concentrarse, "no es una solución, es solo un parche". Olvida caminos que ha hecho "40 veces", palabras, y su vida social ha pasado "del 80 al 1": "Veo a mi chico y porque vive a 15 minutos". Llega a tener 160 pulsaciones en reposo y la saturación de oxígeno se desploma con cualquier esfuerzo.

¿Ahora qué? "Ahora, a veces, odio un poco a la gente que se comporta como si no hubiese pasado nada, como si el resto de la gente no hubiese perdido a gente a la que quería. Veo los bares hasta arriba y me cabreo, la verdad". Su ahora, solo el suyo, es seguir, algo que comparte con las alrededor de 700 personas que en Madrid forman parte del colectivo Long Covid Acts: "Mejorar, poder sacarme las oposiciones, recuperar mi vida tanto como pueda".

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