Renunció a un buen sueldo porque no quería jefes, casi pierde todo y hasta se deprimió: así nació la Pyme Abedul
A sus 45 años, Carlos Bustamante tenía todo lo que había deseado: era gerente en una multinacional, ganaba bien, muy bien, y podía asegurarles una vida tranquila y confortable a su esposa y a sus tres hijos. Pero por dentro, el estrés lo estaba aniquilando, además, en el fondo, siempre quiso ser su propio jefe. Así que un buen día, sin más, renunció.
Hoy, casi 30 años después, dirige su propia empresa: Abedul, la marca líder en el país en producción de porciones individuales de mermeladas, aderezos y una amplia variedad de productos, con 117 empleados y planta de producción propia en el parque industrial La Cantábrica.
Sin embargo, cada vez que puede, Carlos alerta a todos emprendedores a no hacer lo que él hizo: "Cometí la locura de renunciar sin tener otra cosa", recuerda "tomé una decisión muy riesgosa y no sabía si me iba a salir bien".
En aquel entonces, tardó poco en darse cuenta de que había cometido un grave error y arrastrado consigo a toda su familia. Tuvieron que ajustarse. Sin trabajo ni proyecto propio, Carlos cayó en una profunda depresión que duró cuatro meses. Su esposa le preparaba currículums y lo alentaba a ir a entrevistas de trabajo. Él fue a dos o tres, para complacerla. Por más hundido que se encontrara en el fondo de su depresión, sabía muy bien que no quería volver a tener jefe.
Una tarde, una conocida lo llamó y le ofreció regalarle el 20% de una fábrica que tenía cerrada, en Martínez, y que se había dedicado a envasar pequeñas porciones de manteca y miel. A Carlos, la idea le interesó. No le agradaba tener socia pero, en sus circunstancias, no le quedaba opción. Fabricó las primeras porciones y salió. "No vendí un solo envase", recuerda. Se dio cuenta de que era un producto difícil de colocar. En seguida se le ocurrió conseguir mermelada y dulce de leche en tanques de 20 kilos y envasarlos en mini porciones. Ahí sí, la venta comenzó.
Se entusiasmó tanto que le ofreció a la dueña de la fábrica invertir todo su capital: unos 100 mil dólares de ahorros que había conservado intactos mientras estuvo desocupado. La mujer le dijo que mejor le diera ese dinero a ella y, a cambio, le daba un 10% más de la fábrica. Fue una decepción, pero también una oportunidad para Carlos: "Realmente había que invertir capital y esta señora no quería, así que me independicé".
Un nuevo error que amenazó el nacimiento de Abedul
Carlos montó una pequeña fábrica al lado de su casa, en el local de una ferretería que había comprado cuando tenía empleo, porque suponía que en algún momento lo iba a utilizar. Habilitarla no fue fácil, se encontraba en un barrio residencial de Castelar, no apto para fábricas, pero lo logró. Invirtió todos sus ahorros en equiparlo y cometió el segundo gran error que aconseja a todos los emprendedores evitar: usó todo su capital sin contemplar gastos futuros en packaging y marketing. "Cuando fundás una empresa, no empieza a producir dinero en seguida", explica, "calculo que necesitás uno o dos años para eso".
Sin dinero, sin la fábrica en marcha y con una familia que alimentar, Carlos tuvo que salir a buscar trabajo. Justo cuando estaba a punto de resignarse a volver a tener un jefe, un amigo le ofreció envasar una jalea de regularización intestinal, para un laboratorio. "Nada que ver, pero yo creo que en ese momento envasaba cualquier cosa", bromea. "Lo acepté porque era mi única salida y gracias a ese producto pudo nacer la empresa", agrega.
La fábrica de Abedul se puso en marcha con toda la familia Bustamante trabajando, excepto por el hijo menor, que era muy chico, y sólo con un empleado. Carlos tuvo que aprender a vender, entregar la producción y cobrar. "Vender es lo más difícil cuando no lo hiciste nunca en tu vida", reconoce el empresario, "pero la desesperación hace que uno aprenda en tiempo récord algo que te llevaría 10 veces más".
Para seguir creciendo y poder sostener la empresa, necesitaban incorporar más productos y, sobre todo, ingresar a un segmento clave del mercado: los aderezos. Un día lo contactaron de una importante empresa dedicada a caterings aéreos para pedirle vinagre. Era una gran oportunidad para Abedul y Carlos no iba a dejarla pasar.
"n 48 horas hicimos la fórmula y durante toda la noche intentamos envasarlo pero no podíamos. El aderezo es muy delicado y si la máquina chorrea o mancha, el paquete no sella. Además, en un momento dejé abierta la canilla del emulsionador, que es como una olla gigante, y se rebalsó todo. La verdad que me agarró una locura y una depresión que me acosté arriba del aderezo y me puse a llorar. Había fracasado.
Pero ese impulso vital que lo acompañó siempre, apareció una vez más: "Por suerte soy duro. Me levanté, volvimos a hacer la producción, la máquina empezó a funcionar y a las 8 de la mañana entregamos el primer pedido de aderezo de vinagre", recuerda, orgulloso, el empresario.
Una gran fábrica para estar a la altura de los grandes clientes
Después de años y años de esfuerzo, Abedul dejó de ser un emprendimiento y se convirtió en una empresa. La antigua ferretería de 90 m2 se había transformado en una fábrica de 260 m2, pero aun así les quedaba chica. El ingreso de camiones de proveedores se complicaba cada día más: en esa zona estaban prohibidos los de más de 30 toneladas y los inspectores de tránsito los desviaban; cuando no había inspectores y lograban pasar, con frecuencia había que molestar a los vecinos pidiéndoles que corrieran sus autos para que llegaran a la fábrica.
Un día, Germán, el hijo más grande de Carlos, le propuso ofrecer los productos Abedul a McDonald's. Carlos se rió. Le dijo que era una ridiculez, que una fábrica de esas dimensiones podía satisfacer semejante demanda. Al día siguiente, lo llamó el gerente de compras de McDonald's. Carlos creyó que era una broma de su hijo: "Pensé que un amigo de él me estaba llamando para seguir la farra", recuerda. Pero no, de verdad era el gerente de compras de McDonald's y preguntaba, en serio, si podían proveerles aderezos. Tuvo que decir la verdad: no podían. Ese día entendió que había que mudarse.
Desde la Unión Industrial del Oeste, le propusieron instalarse en un parque industrial. La decisión implicó un nuevo gran esfuerzo. Había que construir una nueva fábrica, en una superficie de 1800 m2, siete veces más grande que la anterior. "La verdad que se podía hacer una bailanta", bromea Carlos cuando recuerda los primeros tiempos en el parque industrial La Cantábrica, "éramos 12 personas y ocupábamos el 10% del espacio". Cuando la fábrica estuvo operativa, el empresario golpeó las puertas de McDonald's y les dijo que, ahora sí, podían contar con los productos Abedul. Así sumó otro nuevo gran cliente.
Hoy Carlos celebra la decisión de mudarse a un parque industrial: la seguridad, la retroalimentación entre fabricantes y la capacidad de expansión que posibilita, no se consiguen en otro lugar. De hecho, los 1.800 m2 que ocupaban en un principio, se transformaron en 9.500 m2.
Para seguir creciendo, el empresario se decidió a envasar productos de terceros. Siempre se había rehusado, pero se dio cuenta de su conveniencia: no había que invertir capital, solo disponer de la maquinaria y de la mano de obra. En vistas al futuro, junto a su hijo, Sebastián, planean completar la línea de mini porciones, exportar y entrar a los supermercados.
A Carlos le gusta contar su historia porque cree que puede servir a otros. Los alienta a hacer como él en los aciertos: "Hay que tener siempre un mínimo capital para invertir", y a no cometer, insiste, sus mismos errores: "No hay que dejar un trabajo y tirarse a una pileta sin agua, hay que programarlo". Pero sobre todo alienta a todo el que emprende a pensar siempre en positivo: "Hay que ser optimistas y decir que les va a ir bien y seguro que les va a ir bien".
Por Gonzalo Otálora