El vino imposible existe: se elabora en Chaco, donde la temperatura puede alcanzar los 50 grados
La vitivinicultura heróica es la que expande los límites. En general, está impulsada por un visionario, pionero y muchas veces… por un incomprendido. Es el resultado, en general, de un deseo profundo, que suele ir más allá del vino: es una búsqueda personal.
Quienes se deciden a desafiar los límites y explorar qué hay más allá, saben que están arriesgando tiempo, energía y capital. Pero eso no los detiene. Para este tipo de emprendedores y emprendedoras, no es viable comprar un viñedo llave en mano en una zona de calidad probada y donde todos los engranajes ya están funcionando.
Este tipo de productores se alimentan con lo extremo, con lo diferente. La apuesta puede salir muy bien, o pueden chocar contra un muro. Eso es lo de menos: no intentar llegar a lo extremo sería el peor escenario, eso sí lo viven como un fracaso.
Hay muchos casos de productores que profesan la vitivinicultura heróica en la Argentina. Algunos con más y otros con menos espalda financiera. Pero, en todos los casos, su impacto en la industria es enorme: le agregan matices y color al vino. Abren puertas que nadie sabe si se cerrarán de un golpe o si quedarán abiertas por décadas, posicionando así nuevos y diferentes terroirs en el siempre complejo escenario del vino.
"Muchos me decían que esto era imposible, que estaba loco", dice con una sonrisa Carlos Gonak, un emprendedor chaqueño, bajo un sol abrasador. El termómetro marca 33 grados pero la sensación térmica ronda los 35. Igual, se eligió un buen día: para la jornada siguiente, el servicio meteorológico anuncia 38 grados, pese a que estamos en pleno invierno.
Vinos extremos, en el corazón de Chaco
Mientras hablamos, el sol pega de lleno sobre la media hectárea que plantó en un campo ubicado en Colonia La Matanza, en el departamento de Maipú, a unos 45 kilómetros de Presidencia Roque Sáenz Peña.
Este cuadro representa muy bien el camino que debe superar todo pionero en un lugar extremo: en 2016, Carlos adquirió de un viñedo de Mendoza unas 400 plantas. De eso, no quedó nada: no las quemó el sol; fue una helada que fulminó el viñedo.
"Pero no me rendí. Al año siguiente compré 800 plantas", explica Carlos mientras recorremos sus filas plantadas con variedades como Moscatel Rosada, Malbec, Torrontés Riojano, Merlot, Bonarda y Cabernet Franc.
Nos detenemos en la fila del Torrontés. Y uno no puede no perder el sentido tiempo/espacio: se pueden ver cómo están formándose pequeños racimos de uvas, del tamaño de un grano de pimienta. Algo que en otras zonas estará ocurriendo recién de un par de meses.
"Entendemos que somos el primer viñedo en cosechar en toda la Argentina", plantea Claudia Pinatti, periodista especializada en agro y pareja de Carlos (de hecho, se conocieron hace años gracias al vino).
En efecto: la vendimia en este viñedo, bautizado "Finca Carlos I" arranca en la primera semana de diciembre con el Moscatel Rosado, sigue con el Torrontés y para los primeros días de enero del año siguiente ya se habrán levantado los últimos racimos de variedades tintas. Insólito pero real.
La zona, en pleno monte chaqueño, tiene varias particularidades: en verano, la temperatura puede llegar a los 50 grados. Sin embargo, a lo largo del año, pueden suceder al menos un par de heladas. Y los vientos son constantes, del orden de los 20 kilómetros por hora, pero se registraron ráfagas de hasta 60 km/h. En cuanto a los suelos, son bien profundos, con contenido de arena.
Los vientos y la irradiación solar permiten llevar adelante un cultivo agroecológico, bastante sano. Solo deben tener cuidado con los momentos posteriores a las lluvias, cuando pueden comenzar a desarrollarse hongos.
Sin embargo, en este terruño hay que estar preparado para cualquier sorpresa: Carlos recuerda cuando, tras un temporal, el viñedo quedó literalmente inundado. "Durante dos meses tuvimos 30 centímetros de agua cubriendo todo el viñedo. Y así y todo, sobrevivió", relata.
Más allá de estos eventos extraordinarios, las principales amenazas suelen ser las hormigas y los pájaros, más en las épocas de seca como les tocó atravesar en los últimos meses, cuando este viñedo es el único lugar en la zona que les ofrece "alimento a la carta".
Otro dato de color: pegado al viñedo arranca el monte y Carlos asegura que es muy común ver por las tardes a familias de monos carayá.
Vinos extremos: un proyecto a pulmón
Por el momento, están elaborando tres etiquetas: un Malbec, un Bonarda y un blend tinto. Para la próxima vendimia, esperan sumar el Torrontés, que requiere de un cuidado extremo antes, durante y después de la fermentación.
Lo interesante es que todo lo hacen en su garage, de manera artesanal, con tanques utilizados originalmente para la elaboración de cerveza.
En cuanto a las partidas, todo depende de cuánto el viñedo haya resistido las condiciones extremas del clima y del hambre de las aves: un buen año pueden sacar unos cientos de kilos de uva; otros años, en cambio, les alcanza para elaborar 50 0 60 litros de vino.
Probamos el blend y sorprendió gratamente: en estas condiciones, donde el calor puede ser sofocante y el sol, abrasador (buena elección, por cierto, haber plantado el viñedo en dirección este-oeste para que no se quemen las uvas con la irradiación de la tarde), uno no puede no preguntarse cómo se desarrollan la maduración fenólica y azucarina. Los riesgos son muchos: puede haber mucho alcohol potencial pero con taninos verdes y todo tipo de desbalances.
Sin embargo, el vino (en este caso, un corte de Malbec, Bonarda, Merlot y Cabernet Franc) entrega buena fruta roja y negra, además de toques especiados; y un paso amable, sin taninos agresivos y con un nivel de alcohol equilibrado. Un vino jugoso y bebible, nacido en un lugar que parecía imposible.
Todo acá está hecho a pulmón. Carlos golpeó puertas pero tuvo pocas respuestas. Hacer vitivinicultura heróica también es un poco eso: ser un incomprendido. Lo bueno es que la familia no se detiene: a futuro, la idea es ampliar el proyecto a cuatro hectáreas. "Acá muy cerca hay una zona con mucha arena que es ideal para que avance el proyecto", dice Carlos, con una mirada donde se ve el tesón y la determinación, dos condiciones sin las cuales esto no podría avanzar.
Hay un dato que no puede pasarse por alto: la génesis de todo esto está en el padre de Carlos, quien en 1953 plantó las primeras vides en la zona. Así que, detrás de este emprendimiento hay ya una cuestión de herencia familiar.
Con este viñedo heróico y extremo, el geofísico Guillermo Corona planteaba recientemente que solo quedan Tierra del Fuego, Formosa y Corrientes como las únicas tres provincias sin desarrollo vitivinícola (una de las últimas en sumarse fue Santa Cruz, con un proyecto experimental de espumantes en Caleta Olivia).
Al emprender la vuelta, mientras el sol se escondía en el horizonte y el auto se bañaba en polvo, fue imposible no pensar que se trata de un sueño depositado en unas hileras que debe celebrarse, cuidarse y apoyarse: lo extremo, lo diferente, lo impensado, es una hermosa bocanada de aire fresco para la industria del vino.