Tiene una distribuidora de medicamentos pero fue por su sueño: elaborar vinos Malbec orgánicos
Después del boom de nuevas bodegas que tuvo lugar tras la crisis del 2001, cuando la Argentina encontró una oportunidad inmejorable a nivel cambiario para conquistar los mercados internacionales, en los últimos años se ha venido registrando una oleada de nuevos proyectos, muchos de los cuales están impulsados por inversores que no pertenecen a la industria vitivinícola pero que, a fuerza de buenos vinos, comenzaron a hacerse un lugar en el negocio.
Este es el caso de la familia Salas: luego de haber invertido en una finca en la zona de Maipú, Mendoza, en 2018 hicieron la gran apuesta y comenzaron a construir su propia bodega, en la que actualmente están produciendo 35.000 botellas de vino orgánico al año.
"Nací en Godoy Cruz, provincia de Mendoza. Mi infancia transcurrió en Guaymallén y, ya siendo adolescente, mi familia se mudó a la ciudad. Al mundo del vino lo conocí como una consecuencia de mi afinidad por las actividades del campo y por el hecho de vivir en esta provincia que es netamente vitivinícola. Pero lo cierto es que en mi familia ningún integrante tiene estudios relacionados a la enología o la agronomía. De hecho, mi mamá es maestra jardinera y mi papá, farmacéutico", cuenta Ramiro Salas, impulsor del proyecto Familia Salas Organic Estate.
"En 2008, cuando se iniciaron los viñedos, yo era estudiante de secundaria y mi familia se dedicaba tiempo completo a una distribuidora de medicamentos, la cual, sigue siendo la empresa familiar más relevante", explica Ramiro, quien recalca que la ventaja de no tener un respaldo les permitió desde el primer momento ir paso a paso, sin quemar etapas y así elaborar vinos de alta calidad, sin urgencias financieras.
"Parte de la inversión ha sido fruto del trabajo de mis padres y también de distintas oportunidades crediticias que han ido surgiendo y que utilizamos para seguir enfocados en la sustentabilidad que buscamos lograr, lo cual naturalmente implica costos adicionales", explica Ramiro.
La familia actualmente cuenta con 7 hectáreas cultivadas de manera completamente orgánica. Para definir el estilo de los vinos contrataron al enólogo Fabián Valenzuela, que cuenta con un gran recorrido en bodegas de renombre.
Cuando se le pregunta a Ramiro por qué optaron por comprar una finca en la zona de Maipú, explica que "el principal motivo es por su cercanía a la Ciudad de Mendoza. La elección tuvo que ver con que todo comenzó como un pasatiempo más que como un negocio y se priorizaron otras cosas antes que una zona específica".
Pero subraya que "al día de hoy, no nos arrepentimos de esa decisión porque creemos, con toda humildad, que hemos logrado un producto que cumple con las expectativas, tanto nuestras como las de nuestros fieles consumidores".
La bodega cuenta hoy con la línea "Malbecino Organic Wines", que busca mostrar las diversas caras del Malbec a través de cuatro etiquetas: reserva, joven, rosado y un blanc de noir, es decir, un vino elaborado con uvas tintas a la manera de un blanco.
"Malbecino es una suerte de gentilicio de la palabra Malbec. Es una línea dedicada exclusivamente a vinos de esta variedad y es también un homenaje a la cepa. De hecho, nuestra finca es 100% de variedad Malbec", detalla Ramiro, quien también asegura -con una dosis de humor- que hay un "doble sentido" en el juego de palabras: y es que, por el hecho de ser una propiedad orgánica, "nos hace ser 'malos vecinos' con nuestros colindantes, ya que les limitamos ciertas actividades o costumbres en los límites que compartimos".
Esto se debe a que, a la hora de certificar un viñedo como orgánico, las empresas responsables de hacerlo establecen restricciones al uso de agroquímicos a las fincas vecinas.
Apuesta por los vinos orgánicos
¿Por qué decidieron ser orgánicos? Ante esta pregunta, Ramiro responde: "Primero, porque creemos en el trabajo a conciencia: estamos convencidos de que todos tenemos que aportar al medio ambiente y trabajar para no dañarlo. Segundo, porque vimos que, a la hora de vender la uva, íbamos a tener un diferencial que nos permitiría ser más competitivos, teniendo en cuenta la superficie pequeña en la que trabajamos".
"Más tarde se cumplió el sueño de la bodega propia y se siguió por el mismo camino de la producción orgánica. Estamos convencidos de que es mucho más que una tendencia, y que se hará cada vez más fuerte", completa.
El plan de la familia es ampliar la superficie con viñedos -actualmente tienen 7 hectáreas cultivadas-. Y un paso importante para ello fue pasar de regar de manera superficial por surco a una modalidad mucho más sustentable y precisa como es el riego por goteo.
"Con este cambio, buscamos llegar a una superficie que nos permita producir unas 55.000 botellas al año, 20.000 más que en la actualidad; siempre manteniendo la calidad", anticipa Ramiro.
Además, como parte de la estrategia de sustentabilidad, la familia está proyectando instalar una planta solar fotovoltaica que cubrirá la demanda eléctrica de la bodega y del viñedo.
Lanzar una marca de vinos, todo un desafío
¿Cuán difícil es emprender en un contexto como el actual y más en una industria con tanta competencia? A la hora de responder, afirma antes que nada que es una industria en la que es posible tener un negocio rentable.
"Empezar una bodega de cero, y sobre todo una marca nueva, es un desafío muy difícil para un productor pequeño como es nuestro caso, ya que la competencia es cada vez más fuerte. Son muchas las etiquetas en el mercado y lograr posicionarse es un trabajo muy lento, por eso hay que ser constantes", explica.
Y asegura que una de las claves es el trabajo en equipo: "En la bodega trabajamos todos, cada uno aportando sus conocimientos desde algún punto o en algún momento de la temporada. Normalmente, en tiempos de vendimia es cuando más influenciados estamos todos los integrantes del grupo familiar. Por lo general, yo estoy a cargo de la parte operativa y el resto del grupo familiar se ocupa principalmente de las cuestiones administrativas".
Y profundiza: "Tener un vino propio no es algo sencillo. Se necesita mucha dedicación y pasión, más allá de lo económico. Tengamos en cuenta que el vino no deja de ser un alimento, que como siempre digo, está vivo. Requiere de un seguimiento constante si se pretende un buen producto, como es nuestro objetivo. En resumen, para poner un pie en el mundo del vino hay que estar decidido, ser constantes, realistas y tener un propósito claro, saber hacia dónde se quiere ir con el producto".
"La competencia es altísima, hay miles de etiquetas diferentes de muy buena calidad. Por eso, para lograr imponer una marca nueva en el mercado, tenemos que llamar la atención del consumidor: primero con un buen diseño y lograr que esto esté respaldado con un buen producto dentro de la botella", recalca Ramiro, quien subraya que "lo más importante es que aquel consumidor que nos elige por curiosidad, ya sea por diseño, certificaciones o cualquier otro motivo, vuelva a elegirnos nuevamente porque le gustó el vino".