Vinos frescos, también en Agrelo: lanzan el proyecto Anaia Wines
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La "valledeuquización" continúa a paso firme. Según un reporte de la División Vinos del Banco Supervielle, de las casi 16.000 hectáreas de nuevos viñedos que se plantaron en la Argentina entre 2006 y 2018, el 65% se lo llevó Valle de Uco, siendo Tunuyán la zona que más superficie sumó en todo el país.
Los perfiles de suelos, las temperaturas y la posibilidad de lograr vinos muy frescos, con mucha tensión y muy buena textura son las variables que empujan a las bodegas a apostar más y más por algunas microrregiones de esa zona de Mendoza.
Sin embargo, no está todo escrito en el mundo del vino. Si bien Agrelo está más identificada con vinos generosos en boca, sucrosos y de buen volumen, la realidad es que los cambios que han operado en los últimos años a nivel agronomía y también en bodega están permitiendo sacar a relucir esa frescura natural que también estaba en ese lugar de Luján de Cuyo pero hace unos años tal vez no se exaltaba tanto.
Un poco de esa búsqueda habla un nuevo proyecto que acaba de lanzarse: Anaia Wines, ubicado en pleno corazón de Agrelo.
Allí, los tres propietarios (Osvaldo del Campo, Patricia Serizola, y Octavio Molmenti) compraron una finca de 72 hectáreas y construyeron una bodega. El área de vinificación está completamente terminada y ahora están culminando con la parte de enoturismo, que incluirá un "business lodge", tal como lo denominaron.
"Este proyecto es de vinos, pero es más que es eso: es enoturístico. Queremos vivirlo, vivenciarlo. Por eso el plan incluye una bodega, una casa de visitas y un reservorio de agua de 15 millones de litros, que será el eje sobre el cual girará todo", asegura Serizola, que además de ser cofundadora también es sommelier.
Ella fue, de hecho, quien al comenzar a gestar la idea convocó al reconocido enólogo Héctor Durigutti, quien los asesoró desde cero: fue quien eligió la finca y quien ayudó a marcar el estilo de los vinos.
Además, como head winemaker está Alejandra Martínez Audano, quien se formó en la bodega de Durigutti.
La clave del proyecto, según el prestigioso enólogo, está en el terroir: "Son suelos fríos y pesados y esto permite que obtengamos una acidez natural".
La finca está ubicada a unos 960 metros sobre el nivel del mar. El experto asegura que se trata de una de las zonas más frías de Agrelo, dado que el frío que baja de la montaña queda encajonado justo en esa zona, lo que genera un raleo natural en el viñedo.
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Durigutti se entusiasma al asegurar que "este pedacito de Agrelo está permitiendo elaborar vinos diferentes que van a dar que hablar. Nuestra función es hacer lo más auténtico posible con lo que nos dé esta microrregión".
En cuanto a la definición del estilo de los vinos, el enólogo aseguró que "fue una búsqueda y el resultado de muchas horas de probar y charlar con los propietarios, hasta que encontramos un equilibrio. Tenemos la convicción de alumbrar vinos de añadas, que sean una representación de lo que fue la vendimia, con la menor intervención posible y usando mucho concreto".
"No queríamos fuegos artificiales en este proyecto. No buscábamos un vino que la pegue para tener un boom de ventas. Queremos hacer vinos consistentes a lo largo del tiempo", agrega Serizola.
Como parte de esa filosofía, decidieron utilizar levaduras autóctonas y no filtrar ni clarificar los vinos, a lo que se suma un manejo sustentable del viñedo, sin el uso de agroquímicos.
En el viñedo cuentan con unas 54 hectáreas plantadas con un amplio abanico de variedades. El Malbec predomina, pero también hay Cabernet Sauvignon, Viognier, Sauvignon Blanc, Cabernet Franc, Tannat y Pinot Noir, entre otras.
Hay unas 30 hectáreas que se plantaron recién en 2017, así que esos cuadros entrarán en producción recién el año próximo. En cuanto a los volúmenes, están elaborando unas 40.000 botellas por vendimia, con la idea de seguir creciendo pero no superar el techo de las 300.000.
Los vinos
Más allá de hablar en particular de cada etiqueta, al degustar todo el portfolio claramente se percibe un hilo conductor. Hay algunos factores en común que le dan mucha coherencia y cohesión a esta familia de vinos, empezando por la parte aromática: hay que olvidarse de los vinos que son bombas de frutas. Acá hay sutileza, incluso algo de austeridad, y eso para nosotros es sinónimo de elegancia.
Son vinos fáciles de entender, pero que no andan gritando sus virtudes. En general, la fruta se presenta bastante fresca y la madera, en los vinos en que se registró un paso por roble, está integradísima.
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En el paladar, en tanto, tienen el sello innegable de Agrelo. Esto se traduce en un pulso algo oleoso, con buen peso, volumen y jugosidad, especialmente en los tintos. Pero no son densos ni excesivamente sucrosos. En ese sentido, tienen presencia pero no sobreactúan y jamás cansan. Son esos vinos que hablan bajo y marcan la diferencia a fuerza de sutilezas.
Para seguirles el rastro te recomendamos tres etiquetas:
Anaia Viognier 2018 ($590 sugerido)
Como marcábamos, se trata de un blanco cauto en aromas, con toques de fruta blanca y algo floral. Es bastante austero, pero con buena presencia en boca, de la mano de un paso untuoso y una acidez sutil pero constante, características que lo tornan un ejemplar híper gastronómico.
Anaia Malbec 2017 ($690)
En nariz ofrece una fruta roja brillante y que se anticipa crujiente, en alta definición. Hay una puntita apenas especiada y un dejo floral pero lejano. Tiene una excelente jugosidad, con un pulso apenas graso, más que compensado por una gran frescura general que seguramente no te remita a Agrelo como el lugar de origen. Pero sí: con un trabajo sensible en el viñedo y en la bodega se demuestra que la frescura no es patrimonio exclusivo de ningún terroir.
Anaia Gran Cabernet Sauvignon 2017 ($1.050)
Fresco y equilibrado en nariz, este Cabernet Sauvignon se luce con su paleta de frutas rojas, suaves especias y algo que recuerda al pimentón, con una punta lejana a tabaco. En boca tiene una entrada impactante, pero luego se muestra largo y bien fluido.