• 21/12/2024

El arte de equivocarnos como padres: aprender del enojo, la vergüenza y enseñar con amor

Ser padre o madre no es un papel que se desempeña sin errores; es una experiencia de aprendizaje constante, tanto para los chicos como para nosotros
16/12/2024 - 16:36hs
padre hijo padres

Ser padres es un camino lleno de emociones intensas. Desde el amor más puro hasta el cansancio extremo, todos hemos sentido ese momento en el que el enojo nos toma por sorpresa. Y cuando nos enojamos con nuestros hijos, no es raro que la vergüenza venga después, susurrándonos: "No debería haberme puesto así", "Soy un mal padre/madre". Pero, ¿por qué nos pasa esto?

El enojo es una emoción ancestral, una de las más básicas y primitivas del ser humano. Está ahí para protegernos, para alertarnos de que algo no está bien, y no siempre viene cuando lo deseamos. La sociedad, sin embargo, suele ponerle una etiqueta negativa, especialmente cuando aparece en un contexto tan sensible como la crianza.

Nos enseñaron que ser buenos padres significa ser pacientes, amorosos y comprensivos todo el tiempo. Pero cuando el enojo se presenta, esos ideales pueden transformarse en prejuicios internos que nos hacen sentir que fallamos. Es fundamental recordar que ser padres no nos quita lo humano. Podemos sentir enojo, cansancio o frustración y, al mismo tiempo, amar profundamente a nuestros hijos.

Por otro lado la vergüenza nos desconecta. Nos hace sentir aislados, como si fuéramos los únicos que atravesamos estas emociones, y esto empeora aún más esa sensación de culpa. Sin embargo, es clave entender que no estamos solos en esto. El enojo en la crianza es común y, bien gestionado, no define la relación que tenemos con nuestros hijos. Lo que importa no es evitar sentir enojo, sino aprender a responder desde un lugar consciente y amoroso. Por eso es importante replantearnos nuestras expectativas en este tema. Es hora de liberarnos de la idea de que debemos ser padres perfectos. Ser padre o madre no es un papel que se desempeña sin errores; es una experiencia de aprendizaje constante, tanto para los chicos como para nosotros. En lugar de evitar el enojo, podemos verlo como una señal de que algo en nuestro interior necesita atención: ¿estoy sobrepasado? ¿Estoy poniendo expectativas poco realistas en mí mismo o en mis hijos?

Cuando miramos el enojo desde esta perspectiva, en lugar de una emoción que debemos reprimir o temer, se convierte en una oportunidad de crecimiento.

Mostrarles a nuestros hijos que también somos humanos, que sentimos enojo pero sabemos manejarlo, es uno de los mayores regalos que podemos darles. Les enseñamos que todas las emociones son válidas y que no necesitamos tenerles miedo. Validar nuestras emociones es fundamental para que ellos también puedan hacerlo, no solamente de pequeños, sino que en su etapa adulta no las repriman.

Cuando nos equivocamos, pedir perdón a nuestros hijos no es una muestra de debilidad, sino una lección de humildad y fortaleza. Les mostramos que incluso los adultos están aprendiendo, y que la crianza no es un camino lineal, sino un viaje compartido.

Cinco pasos para gestionar el enojo de forma consciente

Quiero compartirte una guía de 5 pasos que damos en nuestros cursos para gestionar el enojo de manera consciente:

  1. Reconocer el enojo: Admitir que estamos enojados es el primer paso. Decirlo en voz baja o mentalmente ayuda a traer la emoción al plano consciente. Para esto es importante prestar atención a nuestro cuerpo para saber cuando el enojo se va a hacer presente.
  2. Pausar y respirar: Tres respiraciones profundas pueden marcar la diferencia. Esta pausa evita que actuemos impulsivamente. No solamente porque nos de un espacio para conscientizar la posible reacción con su respuesta, sino que respirar profundamente 3 veces activa el sistema nervioso parasimpático, sistema encargado entre otras cosas de "relajarnos".
  3. Aceptar la emoción sin juicio: En lugar de pensar "No debería estar así", probá decirte: "Es normal sentirse enojado. Soy humano". Quisiera que algo quede en claro: El 100% de los humanos sintieron alguna vez enojo. Algunos varias veces al día, otros con menor frecuencia.
  4. Decidir cómo responder: ¿Qué quiero enseñar en este momento? Esta pregunta nos ayuda a enfocarnos en una respuesta constructiva.
  5. Reparar si es necesario: Si sentimos que nos excedimos, una disculpa sincera ayuda a reparar la conexión con nuestros hijos y refuerza la confianza mutua.

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El enojo como maestro

El enojo no es el enemigo. Es un maestro incómodo que nos invita a mirar hacia adentro, a conocernos mejor y a ser compasivos con nosotros mismos. Cuando aceptamos nuestra humanidad, podemos dejar de lado la vergüenza y dar paso al aprendizaje.

Entonces, la próxima vez que el enojo toque tu puerta, recordá que no estás fallando. Estás siendo humano. Y en ese espacio de aceptación y reflexión, no solo creces vos, sino también tus hijos.

Quisiera finalizar esta columna con un cuento que, en mi opinión, va a dejar muy claro este tema.

También te invito a escuchar otros cuentos y meditaciones en nuestro canal de Spotify: https://open.spotify.com/show/3Kc5dGfoOcWPc89hHCXRJe?si=5e3358c20d274ae0

Un joven estudiante llegó un día muy agitado a donde estaba su maestro. Sus palabras eran rápidas, sus gestos bruscos, y su rostro, rojo de enojo.

—¡Maestro! —gritó el estudiante—. Hoy me enojé mucho con mi hermano menor porque rompió mi libro favorito. Perdí el control y le grité tan fuerte que empezó a llorar. Ahora me siento terrible. ¿Por qué no puedo controlar mi enojo?

El maestro, que escuchaba con calma, se levantó y le entregó una taza de cerámica.

—Llená esta taza con agua hasta el borde —le pidió.

El estudiante obedeció, y la taza quedó tan llena que un mínimo movimiento hacía que el agua se derramara.

—Ahora —dijo el maestro—, caminá por el cuarto con esta taza en la mano sin que se derrame ni una gota.

El estudiante intentó hacerlo, pero con cada paso el agua se movía y, aunque se esforzaba mucho, no logró que no cayera una sola gota. Frustrado, regresó al maestro.

—No puedo hacerlo, maestro. Es imposible caminar sin que se derrame el agua.

El maestro asintió y con una sonrisa le respondió:

—Así es el enojo. Cuando estamos llenos hasta el borde de nuestras emociones, cualquier movimiento o situación puede hacer que se derramen. Pero no es el agua ni el movimiento lo que hay que temer, sino qué hacemos con el derrame. ¿Te detuviste a recoger el agua derramada o te quedaste quejándote de que se derramó?

El estudiante reflexionó por un momento.

—¿Entonces… está bien que el agua se derrame?

El maestro puso una mano sobre su hombro.

—El agua se va a derramar. Es natural. Lo que importa no es evitarlo, sino qué hacemos después. Pedí disculpas si lastimaste a alguien, aprendé de la experiencia y continuá tu camino. Así, poco a poco, aprenderás a sostener la taza con más equilibrio.

Este cuento nos deja una moraleja y es que no podemos evitar sentir enojo o perder el control a veces. Pero podemos aprender a gestionar lo que viene después, sin vergüenza, con aceptación y voluntad de crecer.

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