Terminó el recreo de la política: volvió el dólar y Fernández enfrenta un momento decisivo para su futuro
Gobernar la Argentina es gobernar el dólar. Más exactamente, es administrar la relación entre la divisa norteamericana y el peso, nuestras dos monedas: la del corazón y la biológica.
Su inestable vínculo a lo largo de las décadas hace a la cuestión política más importante de nuestro país. Cuando se dan movimientos bruscos en ese vínculo todos hablamos, discutimos, analizamos y -por sobre todas las cosas- actuamos guiados por el fantasma de la devaluación. Para decirlo claramente, buscamos proteger los ahorros en "moneda dura", como le gusta decir a la vicepresidenta.
Hace mucho tiempo que "el verde" pasó a ser nuestra reserva de valor y el medio de pago para las operaciones relevantes. Pueden dar fe de ello las casas de cambio, los "arbolitos" y las cuevas que operan habitualmente las pequeñas cantidades de aquellos que solo necesitan un reservado lugar de su casa para esconder "el canuto". Y por supuesto pueden sumar su testimonio los operadores de gran escala y los que facilitan la "formación de activos externos".
Ricos y pobres unidos por la misma pasión. De allí que los debates en el Congreso, las internas y otras cuestiones de la dirigencia suelen darse ante la indiferencia de la sociedad o la atención de sectores especializados. Pero los movimientos del dólar forman parte de la conversación de todos. Se trata de una verdadera tradición nacional.
El dólar, una tradición nacional
Cuentan Mariana Luzzi y Ariel Wilkis en su excelente libro "El dólar, historia de una moneda argentina" que ya en 1939 en el Teatro Maipo se estrenaba la temporada con la obra "El dólar se puso cabrero" y que, en 1949, se presentaba la revista cómica "La risa es la mejor divisa", con obvias alusiones al billete del norte.
Claro que el fenómeno recién comenzaba y, por eso, el entonces presidente Perón podía preguntar en un encuentro de trabajadores de comercio: ¿han visto alguna vez un dólar? y su audiencia responder con sinceridad que no. Pero el asunto estaba dando vueltas, si no el General no lo hubiese incluido en su repertorio. Todavía estaba más en la boca que en los bolsillos.
La pregunta hoy sería: ¿quién no ha visto alguna vez un dólar? Y la respuesta sería masivamente afirmativa. De ahí su politicidad, el impacto que tiene en la estabilidad de los gobiernos. En octubre de 2020, cuando el blue llegó a los $195, Cristina Kirchner señalaba que la Argentina era una nación bimonetaria y le hacía un guiño a Guzmán para asumir más responsabilidades y tomar medidas para calmar a los mercados.
Nueva disparada del dólar: ¿cómo responderá Alberto?
El tiempo pasó, la relación de confianza entre el ministro y la vice se deterioró, la inflación se disparó, pero los distintos tipos de cambio oscilaron por un buen tiempo alrededor de los $200, lo que fue un recreo para las ansiedades locales y una posibilidad para los amigos de la bicicleta financiera. En la última semana todas las cotizaciones retomaron el camino ascendente y la tensión regresó antes de lo previsto. Se anticipó un trimestre, dando lugar a que especialistas de todos los colores expliquen motivos y remedios y a que el Gobierno salga a la búsqueda urgente de matafuegos.
La experiencia es elocuente: la devaluación del peso devalúa políticamente a los gobiernos. Y esta experiencia del Frente de Todos ya viene con la cotización dañada como consecuencia de internas y disputas de poder. ¿Será esta la oportunidad para despejar las diferencias y coordinar adecuadamente la administración de Alberto Fernández o la turbulencia agudizará las contradicciones de la gestión? Esa es la pregunta que se formulan propios y extraños.
Mientras los economistas analizan técnicamente los indicadores relevantes, la sociedad no requiere demasiadas precisiones para deducir que la combinación de pocas reservas y muchos pesos son dos condiciones de las tres que requiere la tormenta perfecta. La última la pone la política. O su ausencia, para ser más precisos. De allí que quizás estemos transitando por estos días la definición de la suerte de los dieciocho meses que le restan al Presidente para concluir su mandato.
Si utiliza inadecuadamente las "pocas balas" que le quedan en la cartuchera, el camino hasta diciembre de 2023 se le tornará muy estresante. Si apunta bien y logra disipar los temores de la espiralización cambiaria e inflacionaria, obtendrá una reserva de capital político para enfrentar los desafíos del tiempo electoral con menos estrés y más posibilidades.
¿Podrá? ¿Lo dejarán? El partido se define en una cancha donde dos jugadores clave, el ministro de economía y el presidente del BCRA, le responden. Por su bien y el de todos, esperemos que le respondan bien.