Alberto pierde poder: por qué su deterioro empieza a ser un riesgo para el proceso político
A finales del Siglo XVIII, en la Bolsa de Valores de Londres solía utilizarse una metáfora zoológica para referirse a aquel corredor de bolsa que no había cumplido con sus deudas, se lo denominaba "pato rengo". El término se refiere a un pato que no puede seguir el ritmo de su bandada, lo que lo convertía en un objetivo vulnerable para los depredadores. Pero como todos sabemos, el término se trasladó luego a la esfera de la política y allí se utiliza para significar el proceso de deterioro (o de escurrimiento) acelerado del poder que sufre un liderazgo político que enfrenta inexorablemente el fin institucional de su mandato.
En Estados Unidos, por ejemplo, un presidente es un "pato rengo" después de que se ha elegido a un sucesor, tiempo durante el cual el presidente saliente y el presidente electo generalmente se embarcan en una transición de poder. Pero también se ha utilizado el término para hacer referencia a la pérdida de poder anterior a la elección que define la alternancia, cuando el poder de un presidente se deteriora porque ya se sabe que por motivos institucionales, su liderazgo terminará por no tener condiciones legales de reelegir.
Este tipo de pérdida de poder político, cuando el final se vuelve inexorable, tiene consecuencias muy variadas, pero la principal es que produce un deterioro profundo de la capacidad de los dirigentes políticos de alinear a la tropa, de conducir un espacio, de que se lo obedezca. Para describir esta situación particular del deterioro del poder, un ex presidente argentino lo graficaba dramáticamente recordando que ni los mozos que le servían el café en su despacho lo obedecían durante los últimos días de su mandato.
Poder: el mayor problema del "pato rengo"
En términos generales, cuando uno deja de poder garantizar futuro, pierde capacidad de conducir. Ello sucede naturalmente a los presidentes que no pueden legalmente reelegir, pero puede ocurrirle a otros presidentes que sí están en condiciones legales de reelegir, pero padecen otro tipo de limitaciones: la pérdida de apoyo popular. Del mismo modo que se le deteriora el poder a quien no puede seguir conduciendo por cuestiones legales, se le escurre al que, por sufrir una crisis de popularidad, no puede garantizar un triunfo en la próxima elección.
Esto último pareciera ser lo que le está sucediendo al presidente Alberto Fernández. Su situación en términos de popularidad, que se ha venido peligrosamente deteriorando, lo está condicionando seriamente para conducir su coalición de gobierno. Nadie sigue y obedece a quien será derrotado y carecerá de poder en el corto plazo. Y algo de ello pudiera proyectarse sobre la figura de Fernández cuando se mira su composición de imagen, con un diferencial negativo de casi -50p.p.
"Cuando uno deja de poder garantizar futuro, pierde capacidad de conducir"
Es cierto que el proceso de deterioro de Alberto Fernández está muy vinculado a la crisis política que atraviesa al oficialismo con la pelea entre el presidente y su vice. Pero tampoco es menos cierto que esa crisis posiblemente se dispara y se profundiza por el proceso de deterioro de la popularidad del presidente y su derrota electoral en 2021. Si el presidente tuviera 80% de imagen positiva, difícilmente tendríamos esta crisis en el oficialismo. Si el presidente no estuviera condicionando tanto el futuro, la crisis no existiría.
Pero no se trata solo de impopularidad, sino de pérdida de competitividad electoral. Registramos un síntoma preocupante para el oficialismo en nuestro último estudio nacional de mayo, donde consultados sobre la predisposición de voto al Presidente si fuera el candidato del oficialismo en 2023, un 23,2% (casi 1 de cada 4) de los votantes del Frente de Todos en 2021 señaló que nunca lo votaría. Lo que marca que hoy Alberto Fernández no está ni siquiera en condiciones de garantizar el apoyo pleno del 34% de votantes que se inclinaron por el Frente de Todos en la elección de noviembre pasado.
Golpe al liderazgo presidencial
Las consecuencias de esta situación de impopularidad y de deterioro de su competitividad electoral sobre el liderazgo presidencial son evidentes y complican al proceso político. Su incapacidad para garantizar futuro y, como consecuencia de ello, su imposibilidad de liderar al oficialismo, obstaculizan la gestión de gobierno e impiden que el programa acordado con el FMI pueda generar las expectativas que necesita para que las cosas salgan bien. No habría que naturalizar la necesidad que sintió el presidente de tener que expresar públicamente que si sus colaboradores no cumplen con el programa por él decidido, se tendrán que ir. Una obviedad que, expresada públicamente, es un reconocimiento de las condiciones de debilidad de su liderazgo. Todo ello pareciera estar contribuyendo a un endiablado circulo vicioso que lo sigue condicionando aún más de lo que ya está y haciendo más incierto su futuro.
"Las consecuencias de esta situación de impopularidad son evidentes y complican al proceso político"
En resumen, el presidente toma la decisión de aceptarle el acuerdo al FMI acorralado por un posible default con el organismo. Esa decisión no estuvo avalada por la vicepresidenta, pieza clave de la coalición gobernante. Ello conllevó a que semejante rebeldía empujara a Cristina Kirchner a oponerse al acuerdo y a necesitar que la decisión termine en un fracaso para penalizar la rebeldía. De este modo, Alberto quedó necesitando que las cosas salgan bien, y a Cristina le sirve que la cosa salga mal. Como consecuencia de ello, empieza a criticarlo y le retira apoyo.
Ese retiro de apoyo se ve reflejado en los niveles de popularidad del presidente que deja de tener la simpatía de los que simpatizan con la vicepresidenta, pero no recupera lo que le era ajeno. Mientras todo ello ocurre, el programa languidece por la aceleración inflacionaria y las expectativas sobre su funcionamiento se deterioran. Y para cerrar el círculo, hoy el presidente tiene un programa que no está resolviendo los problemas de fondo de la economía (no tiene reformas profundas), que no atiende la principal preocupación de la ciudadanía (inflación), y que no le permite ser competitivo para 2023 lo que lo condiciona políticamente. Un círculo vicioso políticamente endiablado.
Visto desde esa óptica, la resolución del problema pareciera no tener solución, ya que los que no se pueden poner de acuerdo no son Alberto y Cristina sino el FMI y Cristina. Si el FMI no convalida lo que Cristina pide (eliminar la necesidad de ajustar el gasto público (subir tarifas) y las limitaciones al financiamiento monetario del déficit y permitir utilizar el tipo de cambio como ancla contra la inflación), será difícil sostener que este conflicto puede tener solución en esos términos.
Qué puede hacer ahora el Gobierno
¿Cómo salir de este atolladero? ¿Debemos sentarnos a esperar que el tiempo pase? La respuesta es sí, porque el sistema presidencialista no ofrece alternativas a estas rigideces. Y deberemos hacerlo esperando que la crisis no se retroalimente de la propia impotencia del Gobierno en un círculo vicioso, que genere más desconfianza, que aleje las metas del programa, aumentando más la impotencia y volviendo a profundizar más la desconfianza.
Pero la pregunta inquietante a hacerse es si no hay posibilidad de que ese círculo vicioso que viene socavando el capital político del Ejecutivo, pudiera afectar seriamente la confianza sobre el programa económico y agrave más de lo tolerable la dinámica económica. ¿Cuál es el punto de quiebre donde los escenarios disruptivos terminan siendo los más probables?
Una pregunta clave, porque cuando ello ocurra entonces ya no estaremos queriendo acelerar hacia 2023 para resolver el conflicto político, sino que 2023 estará acelerando hacia nosotros para anticiparse, y ver si la intervención del soberano recrea condiciones políticas más propicias para atender las urgencias de la Argentina. Ese es el verdadero riesgo que enfrenta el proceso político y la debilidad del liderazgo presidencial.