Guerra y crisis energética mundial: qué papeles juegan Rusia, Europa, EE.UU. y China
El precio del crudo en su variante Brent trepó por encima de los u$s110 el barril en la cuarta semana de febrero, el mayor valor de los últimos 8 años, y se mostró en un nítido camino ascendente. Este shock fue el resultado de que el segundo exportador mundial de petróleo, y el primero de gas, que es Rusia, entró en guerra con un país que es el eje de la red de infraestructura energética de mayor importancia estratégica del sistema global, que es Ucrania.
Rusia provee más de 40% de la demanda energética europea y 25% del consumo petrolero. Y en lo que hace a Alemania, el principal país de la Unión Europea y cabeza de los 19 integrantes de la Zona Euro, la Federación Rusa cubre 60% de sus necesidades gasíferas, y 35% de las petroleras.
Esto significa que el continente europeo experimenta una dependencia crucial de la energía rusa, que es una de las dos mayores fuentes energéticas del mundo junto a Arabia Saudita.
El potencial energético de Rusia
Rusia vendió a Europa 167,8 billones de metros cúbicos de gas natural en 2020, de los que 102,1 billones se destinaron a Alemania, y 50,8 billones a Italia, que es el segundo país más industrializado de la Unión Europea después de la República Federal.
"El continente europeo experimenta una dependencia crucial de la energía rusa, que es una de las dos mayores fuentes energéticas del mundo junto a Arabia Saudita"
La región Norte de Italia (Piamonte, Lombardía, Véneto) tiene un tejido industrial con un nivel de productividad/competitividad que es solo comparable con el Ruhr alemán, que es la expresión más avanzada del "capitalismo renano" (es el cuarto del mundo en orden de importancia, después de EE.UU, China, y Japón).
Hay que agregar que Alemania, por su extraordinaria potencia exportadora, posee el mayor superávit de cuenta corriente del mundo en relación al PBI, y que en los últimos 10 años ha alcanzado un promedio de 20%-30% del producto.
La crisis del petróleo, entre China y EE.UU.
La crisis energética mundial ocasionada por la ofensiva generalizada de Rusia sobre Ucrania surge de dos variables fundamentales. Por un lado –esto es lo esencial– hay un alza extraordinaria de la demanda mundial, originada en Asia, y primordialmente en China.
La República Popular es la primera importadora mundial de petróleo, con 13 millones de barriles diarios, lo que implica que absorbe una parte significativa de las exportaciones globales.
En segundo lugar, esto ha sido acompañado por una caída brutal de la producción petrolera y gasífera norteamericana, como lo que ha ocurrido sobre todo en los yacimientos de "shale gas" y "shaleoil" de la Cuenca Permiana, que se despliega desde Texas hacia el oeste, y abarca a gran parte de los estados mexicanos del norte.
La producción de "shale" en EE.UU. llegó a ser de más de 5 millones de barriles por día en el último trimestre de 2020, cuando todavía Donald Trump gobernaba la superpotencia norteamericana; y el total de la producción energética estadounidense trepó a más de 17 millones de barriles diarios.
Un año después, tras 12 meses de gobierno del presidente Joe Biden, esa producción ha caído a menos de 11 millones de barriles por día. Es una diferencia de 6 millones de barriles menos cada 24 horas.
"La República Popular China es la primera importadora mundial de petróleo, con 13 millones de barriles diarios"
Debilidad de EE.UU. post Afganistán
La asombrosa disminución de su producción petrolera, ha hecho que EE.UU. perdiera la condición de primer exportador mundial de petróleo y gas, por encima de Arabia Saudita y Rusia, que ostentó a lo largo de los 4 años de Donald Trump. El resultado ha sido que han aumentado sistemáticamente las importaciones petroleras provenientes de Medio Oriente e incluso de Rusia.
El dato central de la actual situación internacional es el extraordinario debilitamiento de Estados Unidos, originado en la derrota experimentada en Afganistán frente a los Talibanes en agosto del año pasado, cuya manifestación pública fue la catastrófica retirada de Kabul, la capital.
Sin duda, uno de los principales componentes de ese extremo debilitamiento internacional de EE.UU –solo comparable por su magnitud al que sufrió por la derrota de Vietnam en 1975– es la pérdida de la posición dominante en el mercado petrolero mundial.
Por qué la crisis favoreció a Rusia
Al mismo tiempo, la crisis energética ha favorecido notablemente a Rusia, que a su vez es la principal beneficiaria del nuevo "Superciclo de los commodities del siglo XXI", que está en marcha desde el último trimestre de 2020, debido a la irrupción de la demanda china/asiática en el mercado global.
Por eso, Rusia tiene un récord de u$s632.000 millones en el Banco Central de Moscú, y su Fondo Anticrisis (anti-cíclico), que acumulaba u$s32.000 millones en 2008, alcanzó a u$s175.000 millones en febrero de este año, aproximadamente 10% del PBI.
Si se suma el stock de reservas del Banco Central de Moscú con el nivel alcanzado por el Fondo Anticrisis se obtiene una cifra de u$s867.000 millones, que indica el grado de fortaleza de la Federación Rusa para enfrentar la multiplicación de las sanciones internacionales ocasionadas por la guerra contra Ucrania.
A esto hay que sumarle el acuerdo energético con China, surgido de una visión estratégica común de largo plazo sobre los acontecimientos y las tendencias de fondo de la época, sellado por los presidentes Vladimir Putin y Xi Jinping.
El primero de los logros de ese acuerdo es la construcción de un gasoducto de más de 4.500 km de extensión que va a trasladar la producción gasífera siberiana al mercado de la República Popular por un lapso de 20 años y un valor superior a u$s400.000 millones en ese período.
Por último, la Agencia Internacional de Energía (AIE) señaló que el consumo mundial de petróleo alcanzaría este año a 100,6 millones de barriles por día, record histórico absoluto.
Lo que se prevé es una verdadera explosión de consumo energético, que indica que la pandemia solo suprimió la demanda por 2 trimestres consecutivos, pero no la redujo estructuralmente en modo alguno, sino todo lo contrario.
Hay ahora, en 2022, una economía mundial en expansión, arrastrada por una pasión por vivir, viajar, consumir, propia de la etapa post-pandemia.