Se obsesionaron con las jarras pingüino de vino y crearon el primer museo virtual
Alejandro Franco no es un coleccionista común. Profesor de Filosofía, viajero empedernido y aficionado a las preguntas más inesperadas, lleva 20 años dedicado a coleccionar un curioso objeto: jarras de pingüino, un símbolo clásico en las mesas argentinas. Con su socio Joaquín Martínez, llevó su pasión a otro nivel y fundó un museo virtual para compartir con el mundo la historia de estos simpáticos recipientes.
El recorrido de Alejandro hasta convertirse en "pingüinólogo" es tan interesante como sus jarras. Tras recibirse de profesor de Filosofía, viajó a Inglaterra para hacer un posgrado sobre Hobbes y el liberalismo.
De ahí en adelante, vivió y trabajó en 68 países, acumulando sellos en su pasaporte desde de Perú, España, Italia, Grecia, Turquía hasta de la India. Aunque durante su infancia, coleccionó estampillas, fue en 2004 cuando el bichito de coleccionar volvió a picarlo.
En un mercado de pulgas de San Isidro, Alejandro se topó con su musa: su primera jarra de pingüino, la Lord Brown Jr., adquirida por $4.50. Como buen filósofo, se preguntó: "¿Por qué un pingüino? ¿Qué tiene que ver esta ave marina con el vino? ¿Por qué un pingüino y no un tucán, o un ñandú?" Y como buen coleccionista, no paró hasta encontrar la respuesta y acumular 281 ejemplares.
¿Argentinas? Non, monsieur: françaises
Como muchos, Alejandro pensaba que estas jarras eran una invención nacional, tan argentinas como el asado o la pasión por discutir sobre política. Para confirmar su teoría, realizó una investigación exhaustiva, entrevistando a 141 personas (sí, lo tiene contado). Las respuestas variaban entre "no sé" y las invenciones más disparatadas, desde los vikingos hasta fechas "antiquísimas" como 1901 o 1899.
La verdad, como suele ocurrir, estaba lejos de casa. Durante un viaje a Saussine, en el sur de Francia, un vecino local le aclaró el misterio: ¿argentinas? Non, monsieur, françaises.
Según relata Joaquín, instruido por su socio, las primeras jarras surgieron en Francia alrededor de 1860. En ese entonces, el gobierno francés implementó estrictas regulaciones sanitarias que centralizaron la producción de vino en grandes bodegas, dejando a los pequeños campesinos sin trabajo. Ante la imposibilidad de seguir vendiendo vino suelto y negándose rotundamente a trabajar en las fábricas, los campesinos buscaron alternativas para adaptarse.
Inspirados por el movimiento Arts and Crafts liderado por William Morris y John Ruskin en Inglaterra, comenzaron a diseñar creativas jarras de cerámica con tapa que cumplían con las nuevas normas de higiene. Estas jarras, que rápidamente se popularizaron, adoptaban formas de animales como elefantes, vacas, patos, cerdos, perros, monos y, por supuesto, pingüinos.
Una década más tarde, Italia siguió un camino similar. Con las oleadas migratorias de 1880, los inmigrantes italianos trajeron consigo algunas de estas singulares jarras a la Argentina. Aquí, el diseño de las jarras cambió, y no tardó en aparecer el famoso "pingüino".
¿Por qué pingüinos? Fácil: porque la Patagonia argentina y chilena alberga la sexta colonia de pingüinos más grande del planeta. Así, estos recipientes no solo se popularizaron en bares, bodegones y almacenes locales, sino que también adquirieron un símbolo arraigado en la identidad regional.
Entre las 281 jarras que conforman la colección de Frango, se encuentran auténticas joyas. El ejemplar más antiguo data de 1927 y tiene su origen en Génova, Italia. Destacan también Madame y Monsieur La Comptesse, dos pingüinos de porcelana de Limoges, firmados por Theodore Haviland en 1930.
Además de cerámica, las hay de porcelana, vidrio, hierro y hasta de plástico. Una de las piezas más notables, Monsieur La Comptesse, fue adquirida por Alejandro en un anticuario de San Telmo por u$s480. Sin embargo, el año pasado, esta misma jarra alcanzó un valor de 1.250 libras esterlinas en una subasta en Londres.
Desde hace 20 años, con la primera pieza de su colección, Franco fue confeccionando y actualizando un catálogo donde además de detallar cuándo y dónde compró cada jarra, anota el precio que pagó en pesos con su equivalente en dólares. Por lo tanto, devaluaciones mediante, puede más o menos saber cuánto lleva invertidos en su colección, unos 9.900 dólares.
Muchas de las jarras fueron adquiridas por Alejandro, pero con el tiempo su afición se volvió contagiosa: amigos, conocidos y hasta desconocidos empezaron a regalarle o donarle ejemplares. Animado por la idea de poner en valor las jarras y hacer que todo el mundo las amase como él, decidió crear un museo virtual. Pero había un pequeño problema: Alejandro no sabía nada de programación ni de diseño web.
Del pingüinero digital al imperio jarresco
La solución llegó de forma inesperada, cuando conoció a Joaquín, un joven de 24 años que trabajaba en el área de sistemas de la misma institución de la que Alejandro estaba por jubilarse. Joaquín lo ayudó a arreglar el audio de su celular, y a pesar de la diferencia generacional, la conexión fue inmediata. "Un día, durante la pandemia, me llamó diciendo: ‘Vos que sabés usar la computadora y desarrollo web, ¿te animás a hacer un museo virtual de jarras de pingüinos?", recuerda Joaquín. Y sin pensarlo mucho, le contestó: "Sí, totalmente y va a ser un éxito, pero quiero ser socio en el proyecto", condición a la que Alejandro contestó también que sí, sin dudarlo. En ese momento, Joaquín todavía no sabía que tendría que digitalizar, numerar e inventariar 250 jarras.
En agosto de 2021, el museo quedó oficialmente inaugurado. Hoy cuenta con seis salas temáticas donde las jarras están organizadas en cuatro categorías: "Pulgarcito", para las más pequeñas; "Davides", para las de tamaño estándar; "Guliverinos", que se destacan por su capacidad y diseño; y "Goliates", con ejemplares gigantes de hasta tres litros.
Además del recorrido virtual, Alejandro y Joaquín publicaron en abril del año pasado, Jarras de Pingüino, un libro que documenta en detalle los 260 modelos con fotografías en alta calidad y descripciones detalladas de cada pieza tanto en español como en inglés.
Y como buenos anfitriones de su museo, también decidieron incluir una tienda virtual donde los visitantes pueden adquirir las exclusivas Jarras Malbec, diseñadas por ellos en diferentes colores y con el logo del museo. El objetivo de esta edición es que la jarra de pingüino acompañe la jerarquización del vino Malbec y que el mejor vino del país se sirva nuevamente en jarra desde los bodegones hasta en el restaurante de hotel más bacán del país. "No nos andamos con chiquitas", remarca Alejandro. Mientras tanto, lo recaudado de las ventas se destina a mantener el proyecto del museo, que ya está planeando dar el salto al mundo físico con un espacio propio para exhibir las piezas.
Pero ¿dónde debería estar este museo? Alejandro propone un pueblo del interior bonaerense como San Antonio de Areco y Joaquín, en cambio, prefiere un sitio en una zona turística de la ciudad, tal vez con el glamour de un espacio como el MALBA. "Si el bolsillo no da para Figueroa Alcorta, al menos en San Telmo o La Boca", opina Joaquín.
Además del museo virtual, sus jarras a la venta y el libro, Alejandro y Joaquín tienen nuevos planes. Están trabajando con el reconocido orfebre Juan Carlos Pallarols para diseñar una exclusiva jarra de pingüino de cristal con pico, mango y base de plata. Esta colaboración promete dignificar la jarra de modo que no sea solo para bodegones, sino también como signo de elegancia y distinción en eventos oficiales, por dar un ejemplo.
Lejos de detenerse, esta dupla sigue ideando formas de expandir su proyecto. Porque, como ellos mismos dicen, ningún coleccionista puede resistirse al encanto de una jarra de pingüino. Y si algo está claro, es que siempre habrá espacio en la mesa para un nuevo ejemplar, especialmente cuando llega acompañado de una buena historia para contar.