HISTORIAS DE VIDA

Fue ídolo de Boca y brilló en México, pero terminó preso y en la ruina: qué pasó con esta gloria del fútbol

Wing talentoso que, en los 80, fue goleador del Xeneize y marcó una época en el fútbol mexicano. Vicios y malas decisiones, los culpables de su presente
RECREO - 15 de Noviembre, 2024

"Todavía no me he podido vencer. Todavía sigo luchando contra mí mismo. Todavía no me saqué esa mala vida que he hecho, que me ha pagado con margen", dice Jorge Alberto Comas.

Nadie podría afirmar cuántos desbordes realizó sobre la banda izquierda, allí donde se sentía a gusto superando defensores rivales. Comitas era un wing clásico, o un típico 11, como se los llamaba por entonces. Hábil, veloz y goleador, jugaba al fútbol de manera profesional igual a cómo lo había hecho en los potreros de su Paraná natal, en Entre Ríos. Con la generosidad que solo poseen quienes crecieron en la carencia, con el coraje de aquellos que están dispuestos a perderlo todo, porque nada tienen.

Jorge Alberto Comas: ídolo de Boca y en México, pero terminó preso

Del mismo modo, nadie podría asegurar cuándo ocurrió el primer desborde de Comas fuera de las canchas. Puede que sucediera en Colón, el club de su debut en la Primera División. Allí también se estrenó en la red, cuando una tarde anotó el tanto de la victoria, nada menos que ante el River de Ángel Labruna, con el Pato Fillol en el arco. Todo un presagio de lo que vendría después.

Pero mucho antes, el pequeño Jorge Alberto dejó la escuela en cuarto grado de la primaria. A los 11 empezó a trabajar: fue verdulero, panadero y albañil. Hasta que su padre, luego de comprobar su talento, le ordenó: "M'hijo, no trabaje más y vaya a jugar al fútbol". Unos años más tarde se lucía en Patronato cuando Colón se lo llevó. Y así, un Comas adolescente derrotaba a la pobreza.

Puede que el primer desborde haya ocurrido luego del traspaso a Vélez, donde Comitas fue goleador del fútbol argentino en el Nacional de 1985, con un veterano Carlos Bianchi de compañero. El joven Comas brillaba. Y entonces Boca se fijaría en él.

Fueron cuatro años en un club en plena reconstrucción, procurando ponerse de pie luego de una profunda crisis económica. En el Xeneize, Comitas no consiguió títulos, pero conformó un tridente de ataque inolvidable, con Alfredo Graciani de wing derecho, Jorge Rinaldi de 9, y él haciendo de las suyas por la izquierda.

Aunque no consiguió títulos, en Boca, Comas marcó 63 goles en 127 partidos.

En Boca marcaría un registro altísimo, con 63 goles en 127 partidos, y se convertiría en ídolo cuando pocos lo logran: en tiempos de sequía.

A partir de aquí ya no hay dudas: el desborde personal de Comas sucedió en México, a donde el delantero viajó a fines de los 80 para integrar las filas de los Tiburones Rojos de Veracruz, la ciudad con el puerto más importante de todo México.

"Cuando llegó, poco a poco se convirtió en idorazo —describe el periodista Alex Tapia, de XEU Deportes—. Comas causó un fenómeno social impresionante. Con su forma de jugar, siendo argentino, consagrándose goleador de la primera división del fútbol mexicano en la temporada 89/90. Con su corte de cabello, que empezaron a copiar los niños, pero también los jóvenes y los adultos. Comas fue grandísimo como futbolista, ídolo máximo de Veracruz".

El pelo de Comitas merece un párrafo aparte. Y es el que viene a continuación.

En 1985 sus actuaciones en Vélez llamaron la atención del poderoso calcio, que por esos años contaba con un Maradona estelar. El Lecce quiso comprar a Comas y envió un directivo a la Argentina. La negociación —por una suma millonaria— prosperó, pero el italiano hizo una salvedad: "Tendría que cortarse el pelo". "Sí, me lo corto", se comprometió el delantero, quien ese mismo día fue a la peluquería.

La anécdota amerita otro párrafo. Para la firma del contrato, Comitas apareció con el pelo muy muy corto, pero disimulando debajo de la camisa una larga melena que cubría su cuello y le llegaba a la espalda. Firmaron. Y fue entonces cuando el dirigente del Lecce se percató de los mechones escondidos. A los gritos y con gestos ampulosos, rompió el contrato. "¡A este indio no me lo llevo!", bramó. Comas ni se inmutó ante la ofensa. "Me dejé el pelo así. Y años después, ¡en Veracruz todos se lo cortaban de esa manera! Qué linda época…", recordaría, con una sonrisa casi revanchista.

Genio y figura de los Tiburones Rojos, Comas provocó lo que se conoció como la Tiburomanía: estadios repletos, 5.000 personas siguiendo cada práctica y todo un pueblo encolumnado detrás de la gesta deportiva del equipo de la ciudad. "¡Era un rockstar total y absoluto en Veracruz! No podía ni caminar por la calle —recuerda Alex Tapia—. Pero cuentan historias…".

Una de ellas es célebre. En la antesala de un partido ante el Puebla, Comas no fue a entrenar en toda la semana, sin brindar explicación alguna. Como si nada, se sumó a la concentración horas antes del encuentro. "Vengo a meter tres goles", les dijo a sus compañeros. Y los hizo, claro. Los Tiburones se impusieron 4-0, con un hat-trick del entrerriano.

Pero la indisciplina y los excesos de Comas crecían tanto como su idolatría. "Es una parte muy triste —lamenta Alex Tapia—. Al final de su carrera presentaba algunas situaciones de desorden social, también en cuanto a cierto tipo de vicios. Lo digo de manera cruda, porque así es: Comas se perdió mucho en el alcohol, en deambular".

Jorge Alberto Comas, tras quedar en libertad.

En 1994 se alejaría de los Tiburones Rojos, en conflicto con su director técnico y algunos compañeros del plantel. Meses después regresaría a Colón con el sueño de llevarlo a Primera, pero no alcanzaría a completar el primer partido. A Comas le sobró un puñado de minutos para comprobar que ya no era veloz, ni podía superar a los defensores rivales, ni marcaría gol alguno. Ese día sería su última vez en el césped como futbolista profesional.

Volvió a Veracruz, la ciudad donde era amo y señor. Pero sin la gloria de cada domingo, Comas quedaría empantanado en sus propias miserias. Dejaría a su familia. Se excedería en sus excesos. Caería en la miseria, incapaz de sostener un trabajo: al tercer o cuarto día de comenzar, se ausentaba para nunca regresar. Así, una y otra vez.

El ídolo en desgracia era ayudado por un pueblo que se desvivía por él. Dormía en una casa prestada, le daban dinero para sustentar el día a día. "Todo el mundo me tilda de borracho y yo odio los borrachos. Tomar un vinito, una cervecita, compartir un asado con amigos, es diferente que ser borracho —diría Comas en una nota con el periodista Rodrigo Soberanes Santin, ya en 2012, cuando se juramentaba rearmar su vida—. Conmigo siempre hay problema: si no es uno, es otro. Es parte de mi vida. Yo tengo un temperamento bastante feíto".

Jorge Comas también brilló en México

Poco después de brindar aquella entrevista —en una de sus escasas apariciones—, la policía lo retuvo por una pelea en un bar. En 2016 hubo un hecho similar, esta vez en un restaurante. Hasta que en junio de 2021 Jorge Alberto Comas quedaría detenido por haber agredido y amenazado a tres mujeres, vecinas de su casa. Condenado a cinco años de prisión por violencia de género, fue alojado en el penal de mediana seguridad de La Toma, en Amatlán de los Reyes.

Días atrás se supo que Comas, de 64 años, había quedado en libertad cuando un amigo suyo —el entrenador de arqueros Alejandro Nato Sánchez— posteó una foto en sus redes sociales. En la imagen se los ve almorzando mariscos en Veracruz.

"Personas que lo han visto me dijeron que ha salido muy tranquilo, pero también muy desorientado por el hecho de saber que no tiene nada, que prácticamente está solo —aporta Alex Tapia—. Le ofrecieron trabajar en la escuela de porteros de Nato Sánchez. Comas fue la semana pasada. Pero esta semana ya no se presentó".

En diciembre de 2019, los Tiburones Rojos fueron desafiliados de la liga mexicana, debido a una nefasta gestión dirigencial que propició una quiebra económica. Hoy, el club no existe más. El viejo estadio —escenario de las hazañas deportivas de Comas— se encuentra en ruinas. Mientras, en las calles de Veracruz aún resuenan como un eco los cánticos felices de la Tiburomanía. Y sobre sus paredes se proyecta la sombra del ídolo del pasado oscuro, el presente improbable y el futuro incierto.

"El problema que tienen los deportistas que han hecho dinero —relataba Comas en aquel reportaje—, es que no se sostienen las tentaciones. Yo fui uno de esos".

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