MODELO DE GOBIERNO

La democracia, en crisis de representación: cómo se reinventó y llegó a ser "totalitaria"

Con el crecimiento exponencial de las minorías y el surgimiento de Internet, el trabajo de la elite política se queda corto. ¿Hay otras alternativas?
POLÍTICA - 15 de Enero, 2024

Mucho se especuló en los últimos tiempos y a partir de diversos fenómenos sociales en la región y el mundo, sobre el eventual "fin de la democracia", sobre que la democracia "se devora a sí misma" y otros títulos grandilocuentes.

Sin embargo, lo que parece estarse desmoronando, es un componente de la democracia moderna que es la teoría de la representación política. La democracia griega no contaba con representantes, era una democracia directa, en la que todos los ciudadanos participaban de las decisiones sobre asuntos públicos. El desarrollo de las civilizaciones, la inclusión de sectores que en época de los griegos no eran considerados "ciudadanos" y el crecimiento demográfico, hicieron que, en la práctica, sea imposible una democracia directa "a la griega".

La democracia, limitada: ¿se profundiza la crisis de representación?

Ahora bien, la solución que el sistema democrático se dio a sí mismo fue establecer una ficción, consistente en que un grupo reducido de personas podía representar, en sus intereses y necesidades, al total. Así empezaron a desarrollarse en Inglaterra los agrupamientos de representantes de determinados sectores de interés, como los comerciantes, o los estratos más ricos e incluso en cierto momento, más cerca en el tiempo, los trabajadores.

No obstante, la idea de que una persona represente la multiplicidad de intereses contrapuestos de otros miles, no es ni puede ser, más que una ficción. Pongamos el ejemplo más cercano posible: la Ciudad Autónoma de Buenos Aires tiene 25 diputados nacionales representantes del pueblo, en la Cámara de Diputados; algo así como uno por cada 100 mil electores aproximadamente.

¿Alguien puede por ventura creer, que una sola persona puede representar las necesidades e intereses cruzados de 100 mil? Imposible. Entre esos "representados" habrá muchos que apoyen la legalización del aborto y otros muchos que la repudien. Centenas querrán disminuir el gasto público y otros aumentarlo; habrá quienes quieran desgravaciones impositivas y otros que pretendan que se les cobre más a los que más ganan y miles de combinaciones y variantes, porque puede haber pañuelos verdes que quieran que el gasto público crezca y otros que quieran que disminuya. ¿Cómo representaría una persona todos esas aspiraciones contrapuestas?. Es evidentemente una ficción.

Y esta, funcionó cuando se puso en marcha y hasta hace muy poco. Cuando la gente se informaba por el diario, la radio y luego la televisión, y dependía de un llamado telefónico o una reunión familiar o de amigos para saber que pensaban unos pocos congéneres. Hablar con un amigo en España implicaba esperar que una operadora consiguiese la comunicación y demandaba un alto costo económico.

Con 257 diputados, que deben representar a 47 millones de personas, la representación política entra en crisis.

En su obra "Política y Cultura a Fines del Siglo XX", el lingüista y pensador norteamericano Noam Chomsky, describía como las elites políticas propiciaban el aislamiento de los ciudadanos, cada uno en su casa, frente a su televisor sin saber que pensaba el vecino, como forma de control social. Sin detenernos en si era propiciado o espontáneo, así funcionaba la vida hasta hace 25 años. Internet, el desarrollo de las redes sociales y los nuevos modos de comunicación entre las personas, autogestionados, sin participación de los gobiernos o las élites, claramente ha cambiado la historia, y hoy cada persona no está frente una tele sino frente a un teléfono, interactuando con otros miles.

Las redes sociales: la herramienta capaz de derrocar a cualquier gobierno

En 2010, cincuenta jóvenes egipcios de clase acomodada educados en Europa y usando la red X (exTwitter) provocaron el más fuerte cimbronazo en la región de la era moderna, la "Primavera Árabe".

Interactuando, la gente ha entendido que no hay representantes. La misma persona insulta a un diputado por su voto en determinado tema y lo acompaña por su posición en alguna otra cuestión. La gente en las redes increpa, interpela, exige, pide respuestas, que resulta imposible otorgarle.

De tal modo que la teoría de la representación política ha estallado por los aires, resulta insostenible. La gente se comunica entre sí, se moviliza, recurre a la violencia, sea esta física o verbal, alentada por la masificación y desconfía de todo aquel que dice representarlos, aunque haya ganado unas elecciones hace quince minutos.

Y esa explosión arrastra a la democracia tal como la conocemos. Se mencionó en los primeros párrafos, la democracia sufrió una primera gran adaptación cuando pasó de directa a representativa y perduró en esa etapa unos cuatro siglos. Llegan tiempos de un nuevo proceso de adaptación hacia otro formato que le permita la supervivencia.

Dicha adaptación no puede basarse únicamente en la modificación del instrumento de emisión del sufragio. La boleta única o el voto electrónico no resuelven este problema, sino otros, más operativos pero también superficiales. Se trata de que la democracia se recicle y encuentre un nuevo vector, incluso cuando se trate de una nueva ficción como lo fue la representación, pero adaptada a las necesidades que crearon los nuevos mecanismos de comunicación, porque esa interacción constante y masiva, lejos de detenerse se incrementa cada día, demoliendo minuto a minuto la teoría de la representación política.

La democracia moderna se centra en personalidades, a veces estridentes, que encuentran la clave para comunicar sus ideas.

Democracia totalitaria

La crisis del sistema representativo descripta, que genera un sistema de democracia directa sui generis basada en el imperio de los nuevos modos de interconexión social, que encuentran impulso en las modernas tecnologías de la comunicación, empujan a la democracia a buscar mecanismos de adaptación que le permitan sobrevivir a los nuevos tiempos.

Los sistemas políticos, tanto como los económicos, se ven obligados a adaptarse para prolongar su existencia. Se ha dicho, por ejemplo, que la democracia capitalista venció al comunismo cuando los Estados Unidos se mantuvieron a pie firme mientras se desmoronaba el comunismo soviético. Esto es relativamente cierto.

En primer lugar, porque la democracia capitalista no estuvo siempre tan firme, necesitó diversas adaptaciones. De hecho, tras el crack del ‘29, el sistema entendió y aceptó, una adaptación que no hubiese tolerado en otras circunstancias. Los capitalistas comprendieron que debían acoger como una variante de su doctrina al keynesianismo, ese avanzado mix de capitalismo y economía social con fuerte intervención estatal, que no hubiese sido tolerado de no ser por la crisis que llevaba al capitalismo a su final, si no se hubiese aceptado tal variante. Se adaptó al proceso evolutivo social, para después sí, con el mundo ordenado, volver a versiones más clásicas, como el llamado neoliberalismo.

Y si bien el comunismo soviético es el ejemplo del sistema rígido e inalterable que se encaminó al fracaso y la desaparición, justamente por su incapacidad de incorporar variantes o adaptaciones al nuevo medioambiente, el comunismo maoísta chino sí subsistió en base a modificaciones en el sistema económico. Habrá quienes digan que el nuevo sistema chino no es comunismo sino un totalitarismo capitalista. Bueno, tal vez así sea desde el punto de vista lato, pero tanto lo es como el keynesianismo estatista tampoco es capitalismo sino un socialismo a la sueca maquillado.

En definitiva, se trata de la aplicación de la teoría de la evolución a las ciencias sociales, la supervivencia requiere adaptaciones al nuevo medioambiente, más allá del nombre que se le quiera dar. Ahora bien, volviendo a la crisis terminal del sistema democrático basada en la definitiva muerte de la ficción de la representación política, puede observarse el inicio de un proceso de adaptación, que no podemos todavía deducir si es transitorio o definitivo, es decir, si nos encaminamos un mundo con imperio del nuevo sistema, o se trata de un refugio provisorio hasta la aparición de un esquema distinto. Es lo que podemos llamar la democracia totalitaria, cuyo sostén y legitimidad se basa exclusivamente en el fanatismo.

¿A que nos referimos? A que las sociedades han comenzado a depositar la legitimidad en un representante único, no ya en un grupo político (de los que desconfía), o una ideología determinada, sino en una única persona con características particularísimas a la que entrega toda la legitimidad de su representación. En términos generales, esa persona reúne condiciones múltiples, que son comunes en la mayoría de los casos: son individuos con personalidades contundentes, con características farandulescas o estridentes, empecinados en causas concretas y titánicas (al menos a priori), que combaten a sus rivales políticos con agravios y presiones que son limítrofes del sistema y la legalidad y que ganan enormes grupos de seguidores en esas empresas muchas veces ridículas o innecesarias.

Las redes sociales han convertido a los votantes en sujetos activos, creadores de realidades.

Veamos. Nadie puede negar que el ex presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, fue elegido democráticamente, por los medios tradicionales del sistema. Y probablemente, sea próximamente vuelto a elegir. Pero su forma de conducirse hubiese sido intolerable hace 10 años, el propio sistema lo hubiese expulsado, como intentó hacerlo con el impulso dado a Joe Biden, y sin embargo, todo indica que el péndulo vuelve a moverse a favor del magnate.

¿La democracia fanática llegó para quedarse?

Los demócratas no consiguieron la figura capaz de rivalizar, parecen ser hoy más conservadores que los republicanos, porque no están entendiendo los cambios, lo que les impide adaptarse.

Entonces, estos nuevos líderes con fuertes tendencias totalitarias no se imponen por la fuerza, no recurren a alteraciones del sistema para alcanzar el poder. Pero comprenden la nueva demanda social simplificadora: un representante. Luego viene la segunda parte del esquema. Si ese líder responde a ciertos parámetros, mantiene o agiganta su "prestigio" en base a sus acciones, nacen los fanáticos que lo sostienen. Mientras el mundo occidental buscaba maneras de "civilizar" a los países musulmanes, "democratizándolos" a la fuerza, empezó a adquirir democracias totalitarias que si bien no tienen un sesgo de fanatismo religioso (aunque en todos los casos hay un componente místico), están sostenidas en un fanatismo personalista. Por cierto, si el elegido no responde a esas condiciones la propia sociedad lo demuele en cuestión de semanas y la gobernabilidad entra en un tobogán sin escalas a la salida.

Ese líder, que genera fanáticos, no alcanza tal objetivo solamente por lo que hace, sino por lo que comunica, por cómo lo comunica. Trump twittea. En muchos casos espontánea e intuitivamente, al margen de sus estrategas y sus community manager, al margen del partido y de sus ministros. Probablemente el análisis previo a cada tuit sea breve y sus consecuencias y escenarios consecuentes, valorados con un lapso previo de no más de cinco minutos. Pero eso no resulta ser un problema sino, tal vez, uno de los secretos del éxito.

La democracia está en proceso de adaptación y busca, casi sin querer, nuevas formas para subsistir.

Habla como la gente, se identifica con ella y no con el establishment político y de última, si algo sale mal se arregla con otro tuit identificando un enemigo al que combatir y culpándolo del error o algún otro mal. Los problemas producidos por una enunciación exagerada, desmesurada o simplemente equívoca pero valiente, se resuelven profundizando el conflicto, porque esto genera una fuerte adhesión del grupo de fanáticos que sale en defensa del líder, haga lo que haga, diga lo que diga.

El líder de una democracia totalitaria, como las que actualmente vemos, se basa en la exageración, en bordear siempre la legalidad del sistema y casi en burlarse de él, y por cierto en los fanáticos, cientos de miles que aspiran también a denigrar un sistema en el que ya no creen y cuyo fanatismo radica en sostener a quien hace lo que todos quisieran hacer, sin tapujos ni límites.

Ahora bien, ¿la democracia-totalitaria-fanática llegó para quedarse? ¿Tenemos por delante otros quinientos años de esta eventual adaptación del sistema? Tal vez, o quizás sea una transición, un refugio del sistema hasta encontrar una alternativa menos degradante. Pero hacia eso se encamina el mundo, liderado por las que han sido "las grandes democracias tradicionales" como la de los Estados Unidos.

La democracia debe mutar y muta, nos agrade o no y despojados de juicio de valor. Posiblemente llegue un punto donde pongamos en cuestión cuál es el límite de la democracia, cuando la democracia totalitaria pasa a ser más un totalitarismo democrático, pero en definitiva las etiquetas solo sirven para los científicos sociales, la gente protagoniza los fenómenos hoy más que nunca, más allá de las palabras, por imperio de la comunicación.

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