Balotaje: horas clave para captar a los indecisos, que se definen "entre Guatemala y Guatepeor"
El debate ha quedado atrás con una clara ventaja para el candidato de Unión por la Patria. Sergio Massa se adueñó de la iniciativa desde el comienzo dejando incómodo a Javier Milei. Fiel a la vieja y nunca gastada consigna de que "no hay mejor defensa que un buen ataque", fue al frente y atacó. Consideró que la misma aplicaba perfectamente para la ocasión. Y no se equivocó.
El ministro-candidato, que debía iniciar con el tema más incómodo -la economía- zafó imponiéndole un cuestionario a su rival que este, extrañamente, acepto con docilidad. "Por sí o por no". De allí en más, todo fue casi un trámite.
¿Se trató la noche del domingo en un golpe de nocaut para las expectativas del libertario o solo de un traspié? Difícil saberlo. Pero, sin dudas, es un bajón anímico en lo personal y también para la tropa. Justo en el sprint final, cuando más se requiere llegar con la moral y la estima bien arriba, llegó el bajón.
De más está decir que un debate no premia al que tiene razón y castiga al que no la tiene. Solo contribuye a consolidar o esmerilar imágenes y percepciones públicas. En esta instancia, tan cercana a la fecha de la elección, lo que prima es todo aquello que sirve para devaluar al rival. Sobre todo ante los indecisos o frente a quienes eligieron en las anteriores oportunidades (primarias y primera vuelta) a candidatos que ya no están.
El universo al cual dirigirse no es aquel que ya ha votado por uno u otro de los dos finalistas, sino el de aquellos indecisos que están sometidos a optar entre "Guatemala y Guatepeor". El mensaje implícito es uno solo: "Guatepeor es el otro, yo solo soy Guatemala".
Javier Milei, el "buen alumno"
Milei "no supo, no pudo o no quiso" hacerlo. Parecía obsesionado en dejar a salvo su coherencia personal y responder como un buen alumno las preguntas de un profesor exigente. El entorno de la Facultad de Derecho de la UBA posiblemente contribuyó a su confusión. Actuó como si estuviese en un aula disertando sobre cuestiones académicas y falacias ad hominem y no frente a un auditorio monumental que por distintos medios siguió de manera masiva (picos de 49 puntos de rating) un espectáculo político, no un concurso de propuestas o una exposición de teorías.
En la segunda parte del encuentro encontró algunos aciertos, pero estuvieron lejos de incomodar al destinatario. ¿Por qué alguien que construyó su notoriedad en los estudios de televisión y las redes se olvidó de sus orígenes? ¿O fue precisamente el problema no asumir que el panelista debió dejar lugar al presidenciable? Posiblemente, constituya un desafío grande para su autoestima aceptar que debe apelar al voto de los que solo lo escogerían como una herramienta para repudiar a otro y no por sus virtudes específicas.
Massa y la obsesión por llegar a ser presidente
Sergio Tomás, en cambio, no tiene problemas de esa estirpe porque está obsesionado con la victoria y está dispuesto a lo que sea para conseguirla.
Ambos son las caras opuestas de una misma moneda: el libertario encarna las convicciones sostenidas como principios morales indiferentes frente a la coyuntura. El renovador sublima el papel de un pragmático esclavo de los permanentes movimientos tácticos. Podría haber sido destinatario del poema que FR Scott dedicó a un político canadiense de la primera mitad del siglo XX: "No teníamos forma, porque él nunca se ponía de un lado, ni teníamos lados porque nunca dejaba que tomaran forma".
El presidenciable oficialista puede resetearse las veces que haga falta y no dudar en invitar a la ciudadanía a googlear a su oponente para descubrir sus "mentiras". Muchos en su lugar y con su biografía se hubiesen abstenido de incitar a tales búsquedas por el temor a que las mismas debelarán sus muchas versiones. Pero, dueño implacable de sí mismo, no dudó.
"Audentes fortuna iuvat" reza un viejo proverbio latino cuya traducción sería, aproximadamente: "La fortuna se va con los audaces". Nadie podrá negarle esa condición, casi hasta la temeridad. Lucho y pujó primero por adueñarse del Ministerio de Economía cuando nadie quería hacerse cargo. Luego, sobre el último minuto, se impuso como candidato oficialista cuando todo hacía suponer una derrota segura. Hizo de la necesidad virtud y presentó su gestión débil en resultados como su principal fortaleza. Llegó más lejos de lo que aún muchos de sus seguidores fieles suponían.
Justo cuando la casta parecía amenazada de muerte surge su figura más emblemática para rescatarla y hacerla programa de gobierno. Los sondeos de opinión señalan que la mayoría cree que él será el ganador. El debate fortalece esa percepción. Los votantes tendrán la última palabra.