La crisis obliga al peronismo a definir las candidaturas: sin Alberto Fernández, todos miran a Cristina
La "bajada" de Alberto Fernández de la candidatura es la muestra más elocuente de que la crisis económica está acelerando todas las decisiones. Después de todo, a nadie sorprendió una medida que se daba por descontada, pero que el Presidente quería estirar lo máximo posible, por lo menos hasta mayo, para no sufrir el temido "síndrome del pato rengo" cuando todavía faltan ocho meses para entregar el mando.
Pero con un dólar paralelo desbocado, un Banco Central rascando el fondo de la olla y dándole más vueltas de tuerca al cepo, un nuevo "dólar soja" que se reveló como un fiasco y, en definitiva, con las esperanzas puestas en que el Fondo Monetario Internacional adelante el pago de u$s8.000 millones para evitar una crisis cambiaria, no hay mucho margen para la tensión política.
Tras la renuncia, cobró otra dimensión la foto del jueves entre el Presidente y el ministro Sergio Massa. Sonrisas y gestos distendidos que pretendían comunicarle al mercado que no habrá golpes de timón. Y el mensaje, ahora queda más claro, es que Massa seguirá al mando real con el objetivo de evitar una crisis.
También adquiere ahora otra relevancia la elocuente frase que Malena Galmarini "retuiteó", cuando en el mercado se hablaba del plan Aracre: "Massa se queda hasta el final, porque el final es cuando se vaya Massa".
Es un diagnóstico en el que creen todos, incluyendo al propio Alberto Fernández y también a Cristina Kirchner, que en aras de la estabilidad ha llevado a su militancia a "tragar sapos" que no estaban en la cuenta, como las tres ediciones de un dólar preferencial para los productores sojeros, la negativa a aumentos salariales de suma fija por decreto, o la instauración de un control de precios "light" en vez de un plan agresivo que atacara los márgenes de rentabilidad de las grandes empresas.
Con la excepción de figuras marginales del peronismo, como Juan Grabois, que dijo "Massa no nos conduce ni a la esquina", el resto de la dirigencia se puso de acuerdo en un único tema: no hay chances mínimas de pelear la elección si no se consigue disipar el fantasma del caos financiero y frenar la escalada del dólar.
Esa es, hoy, la batalla a la que se enfrenta el peronismo, y es lo que hace que probablemente el kirchnerismo continúe tragando sapos, como las condiciones que pondrá el FMI a cambio de hacer la vista gorda al incumplimiento de la meta fiscal y para aprobar una asistencia financiera que compense la falta de sojadólares.
Es también el motivo por el cual, en medio de una crisis de caída salarial, la cúpula de la CGT invitó a Massa al acto del 1° de Mayo, en un raro intento por plantear las reivindicaciones en defensa de los trabajadores y, al mismo tiempo, "indultar" al ministro por el empeoramiento en los indicadores sociales. En retribución, Massa analiza medidas compensatorias para las franjas de menores ingresos. Aunque, claro, sin posibilidades fiscales de reeditar nada parecido a un Plan Platita.
La "massa-dependencia", en su máxima expresión
Claro que la bajada de Alberto no determina, de por sí, que Massa mejore sus chances de ser el candidato del peronismo. En realidad, lo que siempre condicionó esa posibilidad fue el resultado del plan económico.
Ya Massa cometió un error de manual al pronosticar una cifra de inflación, algo que los asesores y ministros veteranos siempre desaconsejan. El próximo dato de abril, que empezará con un 7, será el recordatorio más cruel del error de diagnóstico de Massa, que en enero hablaba sobre un IPC que comenzaría con un 3. En su descargo, el ministro plantea la gravedad de la sequía, pero lo cierto es que para fines del año pasado ya estaba en claro que la campaña caería en proporciones históricas y que el ingreso de dólares se recortaría en más de u$s10.000 millones.
Aun así, las chances de Massa continúan en pie. Y, como se encargó de recordar Malena Galmarini, es paradójicamente la debilidad de la economía lo que determina también su fortaleza: Massa está condenado a ocupar el rol central en los próximos meses. Y cuenta, por ahora, con el apoyo de dos mujeres clave: Cristina Kirchner y Gita Gopinath, la dura "número dos" del Fondo Monetario.
Cada una tiene sus motivos personales para desear que al ministro le vaya bien y que se llegue al recambio gubernamental sin que se produzca una espiralización de los precios ni un estallido social.
La funcionaria del FMI tendrá que firmar la asistencia financiera y argumentar, ante un directorio desconfiado, que esta vez no se repetirá la situación de 2018, cuando la ayuda del Fondo se esfumó en cuestión de meses. Es por eso que el cepo cambiario no se toca y que, por las dudas, se discute la posibilidad de un salto discreto en el precio del dólar oficial.
Cristina Kirchner, por su parte, tiene que contener y convencer a su propia base militante, que no se resigna a que ella no encabece la fórmula presidencial. Lo cierto es que, por más que la lealtad interna siga siendo fuerte, la experiencia de haber votado a Alberto dejó un gusto amargo entre los militantes K, que ven a Massa como una versión apenas mejorada de los candidatos de Juntos por el Cambio.
Es por eso que la vice está analizando fórmulas que puedan hacer más tolerable para la militancia la alianza con un candidato cercano al "establishment". Así, suena en estos momentos el nombre de Eduardo de Pedro como eventual vice de Massa, a modo de contrapeso. No es una estrategia nueva, claro: ya en 2015, para hacer más digerible la candidatura de Daniel Scioli, se eligió como vice a Carlos Zannini, un hombre "del riñón" kirchnerista.
Aun con esta situación, la militancia no se resigna. El sábado realiza un acto para expresar la enésima versión del "operativo clamor" y el llamamiento popular a "levantar la proscripción" con una gran movilización. La fecha marcada con rojo en el calendario es el 25 de mayo, que además del significado histórico tiene para Cristina un contenido emotivo: se cumplen 20 años de la llegada de Néstor Kirchner a la Casa Rosada.
Como siempre, Cristina maneja el secretismo en sus decisiones. Pero, a la hora de especular, quienes tienen más llegada a su entorno íntimo afirman que no está en su ánimo la postulación presidencial. Para empezar, las chances de derrota son altísimas, no sólo por la crítica situación de la economía sino también por el alto grado de rechazo a su figura.
Entre la coalición amplia la tentación de la vuelta
La módica victoria de Alberto Fernández fue la de haber impuesto la realización de las PASO. Lo cual, casi, equivale a decir que vetó -o, al menos, condicionó seriamente- la candidatura de Cristina, porque ella no arriesgaría nunca ir a la disputa con otros candidatos, sino que solamente aceptaría una postulación en un contexto de aclamación popular como candidata única del espacio peronista.
Y, tal como están las cosas hoy, parece difícil que el peronismo vuelva a tener una PASO de candidatura única. Son demasiados los postulantes que manifestaron su deseo de estar en la contienda.
Por ejemplo Scioli, quien cree que puede ser la figura que dé por terminada la "grieta" interna, dado que cuenta con la simpatía de Alberto Fernández pero también ha demostrado ser fiable para el kirchnerismo.
Scioli, haciendo gala de su perfil dialoguista y moderado, ha cumplido un rol como embajador en el Brasil de Jair Bolsonaro que motivó elogios por parte de políticos y empresarios. Y en medio de una crisis no dudó en asumir en una silla caliente, como la de ministro de Desarrollo Productivo, y abandonarla sin quejas ni reproches apenas un mes y medio más tarde.
También hay candidatos con origen en el kirchnerismo pero que han cultivado un perfil independiente. El más notorio es Agustín Rossi, quien ya ha jugado por fuera del kirchnerismo, como ocurrió en las legislativas de Santa Fe en 2021.
Rossi es apreciado por Alberto Fernández, que alentó su pre-candidatura, y también cuenta con la simpatía de la militancia K, que recuerda su rol protagónico durante el conflicto de 2008 con los productores sojeros por la resolución 125.
Hay, además, otro factor que conspira contra la candidatura de Cristina: en el peronismo hay una intención de armar una coalición lo más amplia posible, que implica contener a los peronistas moderados del interior que durante los últimos años han cultivado un perfil netamente opositor. Y hasta se habla de tentar a dirigentes de la Unión Cívica Radical que no se sienten cómodos con la "derechización" de la propuesta opositora.
Esta estrategua incluye la convocatoria a gobernadores como el cordobés Juan Schiaretti y el santafecino Omar Perotti, que han sido muy críticos de medidas como el intento de estatización de la cerealera Vicentin, y que se han opuesto con firmeza a los cierres exportadores de la carne y los intentos de suba de retenciones.
En esa convocatoria pan-peronista se aspira a captar también a figuras como el salteño Juan Manuel Urtubey y a Florencio Randazzo, que en la provincia de Buenos Aires captó casi un 5% de los votos, algo que puede marcar la diferencia en un escrutinio peleado.
Es decir, se requerirá limar las asperezas con los sectores del peronismo que han mantenido conflictos con el kirchnerismo.
Aun así, no está dicha la última palabra, porque la definición, como siempre, la tendrá la propia Cristina, que en su fuero íntimo está convencida de que no hay, como afirman los medios y las encuestas, un corrimiento a la derecha del electorado, sino que todavía hay receptividad para una agenda de reformas estatistas.