Reforma laboral y "CEOcracia": cómo la llegada de Aracre reaviva la interna peronista y pone en alerta al kirchnerismo
Todos en el peronismo hablan de Antonio Aracre. Y no es para menos: desde que se anunció su nombramiento como jefe de asesores de Alberto Fernández, el nuevo funcionario ha puesto el dedo en la llaga de muchos tabúes políticos, empezando por el de la necesidad de una flexibilización laboral.
Pero hubo más: el locuaz ex CEO de Syngenta ha recalentado debates en diversas áreas, en algunos casos tal vez intencionadamente, en otros sin proponérselo, en otros como consecuencia inevitable de su perfil biográfico. Lo cierto es que Aracre ha dado que hablar a los activistas por la ecología, a los militantes con un sesgo anti-campo, a quienes resisten el "modelo extractivista" y hasta a quienes debaten el tema de la meritocracia.
Muy activo desde las redes sociales y con gestos que generan inquietud en el Gobierno -como denominar "mis colegas" a los ministros del gabinete, a pesar de que los asesores no tienen potestades resolutivas-, Aracre está levantando polvareda cuando todavía falta medio mes para que asuma en su nuevo cargo. Tanto que desde la Presidencia le pidieron que bajara el perfil polemista, lo que lo llevó a suspender un debate con el economista Lucas Llach, en el canal de YouTube del Maxi Montenegro.
¿Qué tiene Aracre -en definitiva un ejecutivo desconocido para el gran público- como para generar semejante debate apasionado? La respuesta está quedando cada vez más clara con el paso de los días: el sector más cercano al kirchnerismo cree que su llegada es apenas el síntoma de otra situación más grave, justo cuando se debate cómo encarar el año electoral.
Para empezar, está el CV de Aracre. Viene directamente de ser CEO de una empresa, algo que lo emparenta peligrosamente con el estigma de "CEOcracia" con el que cargó la gestión macrista. Es una situación reñida con la consigna de Cristina Kirchner de pasar a una postura política confrontativa contra los "poderes concentrados".
De hecho, el argumento defensivo tras la condena judicial de Cristina es que el "lawfare" es la herramienta necesaria para que las grandes empresas lleven mantengan privilegios monopólicos sin sufrir limitaciones por parte del poder político.
En consecuencia, Aracre es visto como un representante de ese sector al que el kirchnerismo quiere poner en el banquillo de acusados. Para peor, el nuevo jefe de asesores dirigió casi dos décadas una empresa que es, en sí misma, un símbolo de todo lo que el kirchnerismo ha combatido: una protagonista del "lobby agrícola", una multinacional que juega un rol protagónico en la revolución tecnológica de semillas y fertilizantes.
En definitiva, lo que el kirchnerismo ve es que Aracre es el emergente y símbolo de un "modelo de país" que, desde dentro del propio peronismo, quiere instalar una agenda no muy diferente de la que podría plantear la oposición macrista.
Un símbolo de la "CEOcracia"
El síntoma más obvio de la preocupación que existe en el kirchnerismo es la iniciativa de grupos que le están pidiendo a Alberto Fernández que revea su decisión. Ya hay más de 15.000 firmas en un petitorio de la Asociación Argentina de Abogados Ambientalistas, que publicó una carta en la que califica a Syngenta como responsable de la "sojización transgénica de América del Sur, bajo un proyecto que se dio a conocer en el año 2003 como ‘La República Unida de la Soja’, pasando así por encima de las fronteras y los intereses nacionales".
Y menciona que las ganancias de Syngenta provienen de tres biocidas que están en la lupa de las organizaciones ambientalistas por su condición de "agrotóxicos": atrazina, paraquat y glifosato. Indica que la aplicación de estos productos está prohibida en varios países, sobre todo de la Unión Europea, y que existe la sospecha de efectos cancerígenos.
"Aracre va a ser un predicador del agrotóxico y el latifundio", sintetizó la ex diputada Alicia Castro, referente de la agrupación filo K "Soberanxs", que ya había protagonizado debates de alto voltaje contra las políticas de Alberto Fernández en áreas como las relaciones internacionales. Ahora, nuevamente marcó su visión crítica con una frase bien expresiva: "La culpa no es del chancho, sino del que le da de comer. La responsabilidad es del Presidente. Qué desatinado ha estado".
Mientras tanto, Aracre ha adoptado la política de responder todas las críticas y meterse en el debate ambientalista, algo que, lejos de apaciguar los ánimos, sólo ha recalentado la interna peronista.
"El ambientalismo debe incorporar el concepto de sustentabilidad. Porque somos un país con 40% de pobreza y necesitamos sumar exportaciones y trabajo. Claro que debemos planificar una transición tecnológica. Pero no a costa de más hambre ni menos fuentes de trabajo", planteó el ex CEO de Syngenta, para irritación de quienes interpretaron esa frase como una declaración de que los principios ecológicos sólo pueden aplicarse en países ricos.
Es un tema que tocó un resorte sensible en el ala progresista del Frente de Todos, porque trajo el recordatorio sobre la frustrada aprobación de la ley de humedales, donde la gran resistencia no vino desde fuera sino desde los propios gobernadores de provincias con recursos mineros.
Modelo extractivista, ¿con Massa a la cabeza?
Ahora, la llegada de Aracre es vista, desde la trinchera K, como una contraofensiva de los sectores que quieren promover un "modelo extractivista".
Quienes hacen estas advertencias se basan en declaraciones de Aracre en el sentido de que se propone ser un nexo entre el Gobierno y los inversores privados, para una agenda de largo plazo que dé impulso a la explotación de gas, petróleo, litio, minería, ganadería y agricultura.
Ese foco en la actividad extractiva es percibido en el kirchnerismo como "toda una definición de un modelo de país", en la que no plantea como un objetivo la industrialización sino que los privados exploten los nuevos recursos estratégicos como el litio.
Y la preocupación del kirchnerismo es que, lejos de estar representando apenas un punto de vista personal, el planteo de Aracre es sustentado por una corriente del Gobierno, cuyo principal referente es el ministro de Economía, Sergio Massa, uno de los "presidenciables" del peronismo.
A propósito, uno de los temas preferidos de Aracre es el éxito que tuvo Massa en cuanto a la mejora de los indicadores financieros -como la moderación en la inflación y el refuerzo de las reservas- sin que ello haya implicado un ajuste del empleo ni un enfriamiento de la economía.
¿Agenda de Aracre versus agenda de Cristina?
Pero, sobre todo, esta nueva agenda que quiere impulsar Aracre va en contra de la visión política que Cristina Kirchner esbozó en su último acto en el estadio único de La Plata, cuando se celebró el Día del Militante. Allí, Cristina había destacado la importancia estratégica del litio, la apuesta económica al autoabastecimiento de gas, mencionó la hidrovía sobre el río Paraná -un tema que generó fuertes críticas desde los sectores más estatistas hacia la gestión de Alberto Fernández- y hasta se animó a una defensa de la deficitaria Aerolíneas Argentinas.
Además, recordó que Vaca Muerta, que se transformó en una de las escasas coincidencias nacionales en cuanto a la necesidad de potenciar su explotación, no tendría el actual valor estratégico para el país si no se hubiese tomado la medida de la reestatización de YPF en 2012.
Nada de eso era casualidad: Cristina tenía desde hacía tiempo los resultados de una encuesta realizada por el asesor español Alfredo Serrano Mancilla, quien sostiene que, a diferencia de lo que se suele plantear en los medios de comunicación, no hay una tendencia a la "derechización" ni existe una mayoría social que esté reclamando el regreso de los principios liberales y privatistas de los años ’90.
Más bien al contrario, su investigación observó una decidida preferencia por la gestión estatal en los recursos naturales. Por ejemplo, en el tema del litio, una mayoría de 52,2% cree que se debería avanzar a un régimen de nacionalización, mientras un 32,4% cree que su gestión sería más eficiente en manos de los privados.
El fantasma de la reforma laboral peronista
Pero si hay un tema en el que la llegada de Aracre encendió alarmas fue, sobre todo, en la flexibilización de la legislación laboral. Bastó con un par de frases alusivas a la necesidad de modernizar los procesos para incorporar al mundo laboral a seis millones de argentinos con trabajo informal".
Aracre no dio propuestas específicas sobre cómo hacer ese blanqueamiento laboral, pero en el kirchnerismo y sus sindicatos aliados se interpretó como un intento de reformar el marco laboral legal que promueve el macrismo. Como suele ocurrir en esos casos, la reacción corporativa se expresó con virulencia.
La respuesta más vehemente vino de parte de Pablo Moyano, que se refirió a Aracre como "un técnico que nunca habrá salido de una oficina, que nunca estuvo luchando junto a los trabajadores, que nunca agarró un cepillo para barrer una empresa con lluvia o con calor, y hoy viene livianamente a decir que va a presentarle a la oposición un proyecto de reforma laboral".
El líder camionero fue contundente sobre el grado de adhesión que puede tener una propuesta de ese tipo: "Siga soñando".
El propio Gobierno le pidió al nuevo asesor que bajara los decibeles del debate, por lo que Aracre tuvo que aclarar expresamente que no está en la intención del Presidente impulsar una reforma laboral y que sólo había opinado a título personal.
"Mi intención fue proponer un debate pensando en que los muchos millones de argentinos que hoy tienen un trabajo informal y precario puedan acceder a uno que les garantice una obra social, jubilación y paritarias SIN que se modifiquen los derechos adquiridos del resto", escribió Aracre.
Pero por ahora, los intentos de Aracre por empatizar con el discurso peronista no parecen haber dado buenos resultados. En un intento de bajar el grado de rechazo a su figura, hizo un recordatorio de su extracción familiar humilde: "Cuando nací mi viejo trabajaba 14 horas por día en un taxi y mi vieja cosía de noche para ayudar con los estudios de mis hermanas y míos. Este país me dio todo y me acercó a la política para los pibes recuperen la esperanza de la movilidad social ascendente que tuve yo.
Las respuestas, sin embargo, no tuvieron el efecto buscado. Buena parte de la militancia se puso en alerta ante lo que interpretan como un elogio a la meritrocracia -que pueda esconder entrelíneas una crítica al protagonismo del Estado como empleador y como dador de asistencia social-.
Lo cierto es que Aracre ya es, en sí mismo, tema de debate. Y promete transformarse, desde su rol de asesor presidencial, en algo que al kirchnerismo le preocupa sobremanera: un recordatorio de los problemas pendientes de solución, como la legión de trabajadores "no incluidos". Y, además, una advertencia sobre que la agenda de reformas puede avanzar sin necesidad de que la oposición macrista llegue al poder: podrían encontrar eco dentro del propio peronismo.