Ahora viene el partido por la apropiación política del triunfo deportivo: ¿podrá Messi cerrar la grieta?
Pasó el sufrimiento y llegó la alegría: tras un partido y una definición por penales para el infarto, Argentina es campeón del Mundial de Qatar y se volvió a vivir una postal que no se recordaba en mucho tiempo: una explosión de alegría unánime que, al menos por unas horas, hizo olvidar todas las "grietas" políticas y sociales.
Pero claro, ahora empieza el otro partido: el de la apropiación política del triunfo deportivo. Porque si algo quedó en claro durante el Mundial de Qatar es que la selección podrá ser "el equipo de todos" pero la pelea política no se suspende.
Del lado del kirchnerismo, el foco de la argumentación política fue que en realidad a "la derecha" no le gusta la alegría de la gente, y la prueba esgrimida fueron los artículos periodísticos que habían criticado la nueva faz "maradoniana" de Lionel Messi. El gesto del "Topo Gigio", el desahogo furioso ante los jugadores holandeses y la ya célebre frase "Qué mirás bobo, andá pa allá bobo" se transformaron en estandarte de quienes quieren ver allí una actitud de rebeldía y desafío al poder.
No por casualidad, el mensaje de Cristina Kirchner en las redes sociales incluyó una mención especial para esa frase. Según la vicepresidente, fue con esa actitud que "se ganó definitivamente el corazón de los y las argentinas".
La frase de Cristina implica que, hasta ese momento, todavía el amor por Messi no era completo y que recién ahora puede haber una identificación con el pueblo argentino, al romper definitivamente con una imagen de tibieza.
Del otro lado de la "grieta", la oposición argumentó lo exactamente opuesto: es decir, que la "Scaloneta" representa los valores opuestos a los que defiende el kirchnerismo. Que la Selección es un ejemplo de meritocracia, de humildad, de esfuerzo y de búsqueda por la excelencia. Uno de los momentos más festejados fue cuando Emiliano "Dibu" Martínez dijo que estaba contento por poder dar una alegría a la gente que sufría por la crisis económica.
Un capítulo insólito de la grieta fue el de la audiencia televisiva: entre los partidarios del Gobierno hubo una marcada preferencia por la transmisión de la TV pública mientras que la oposición se volcó al relato del canal TyC Sports.
¿Chiqui Tapia presidente?
En medio de ese tironeo, se ha transformado en una cuestión de Estado la organización y gestión de los festejos junto a Messi y compañía, que arribarán al país en la nochecita del lunes.
En el Gobierno se impuso hace tiempo el criterio de "bajo perfil", lo que llevó a que el presidente Alberto Fernández finalmente rechazara la invitación a presenciar la final junto a su colega francés Emmanuel Macron.
Fue una decisión difícil, tomada en consideración al momento de crisis económica que vive el país, pero que dejó un sabor amargo en el Gobierno: se perdió una gran oportunidad de dar una imagen positiva en un evento seguido por más de 1.000 millones de telespectadores. Peor aun, quien tomó de facto la representación argentina terminó siendo nada menos que Claudio "Chiqui" Tapia, titular de la AFA, a quien probablemente millones de extranjeros habrán tomado por el mismísimo presidente del país.
Lo más duro, sin embargo, no fue haber renunciado a estar en la celebración en Doha sino en haber arriesgado que el protagonismo fuera tomado por Mauricio Macri, quien en su rol de presidente ejecutivo de la Fundación FIFA estuvo presente en todos los partidos de la Selección.
Para alivio del Gobierno, Macri mantuvo una prudente distancia y no formó parte de la foto de los festejos. Trascendió que los propios jugadores habían pedido que no se hiciera un uso político del Mundial, y hasta ahora ambos lados del espectro político han cumplido razonablemente con ese pedido.
En todo caso, la revancha de Macri fue haber logrado romper el mote de "mufa" que el kirchnerismo intentó endilgarle desde la derrota ante Arabia Saudita en el debut mundialista.
La revancha de Alberto Fernández
En cuanto a Alberto Fernández, decidió transformar la debilidad en fortaleza. Presentó la decisión de no asistir a la final -en definitiva, forzada por la crisis económica y por el riesgo de recibir críticas por los privilegios de la "casta política"- como una actitud de austeridad y bajo perfil. "Viviré este momento fantástico como hasta ahora, junto a mi gente", dijo el Presidente. Y agregó el guiño: "Además, cábalas son cábalas".
Durante el resto de la jornada, se dedicó a responder los mensajes de felicitaciones de presidentes de todo el mundo, desde Macron el primer ministro de India, Narendra Modi, pasando por muchos jefes de Estado latinoamericanos.
Alcanzó amplia difusión la felicitación del electo mandatario brasileño Lula Da Silva, quien dispensó un cariñoso "meu amigo" a Alberto Fernández, que antes había celebrado como propia su elección en los comicios de Brasil.
Los saludos de Alberto se mantuvieron dentro del protocolo. Aunque hubo algún guiño político entrelíneas, como en la respuesta al mandatario boliviano Luis Arce, quien había calificado el triunfo argentino como "la victoria de la Patria Grande". "Así es amigo Lucho. En equipo, con esfuerzo y trabajo hasta el último segundo, la gloria eterna es posible", respondió el mandatario argentino, en un mensaje en línea con su último discurso sobre la negativa a aceptar como inevitable una derrota oficialista en las elecciones de 2023.
En todo caso, Alberto tendrá ahora la revancha por no haber podido asistir a la final. Todavía no está definido si los festejos incluirán el saludo de Messi y compañía en el balcón de la Casa Rosada. Manteniendo la línea de todo el Mundial, se prefirió que sea una decisión de la AFA y los propios jugadores.
Hay en ese sentido antecedentes diversos. En 1986, Maradona y el equipo de Carlos Salvador Bilardo estuvieron en la Casa Rosada, con el protagonismo absoluto porque el entonces presidente Raúl Alfonsín prefirió mantenerse al costado de la escena.
Hasta el día de hoy, los partidarios de Alfonsín reivindican ese gesto como un momento de grandeza por parte de un estadista que no quiso sacar rédito político de un triunfo deportivo. Sin embargo, sus opositores nunca olvidaron que, en medio de los festejos por el triunfo, el gobierno decretó subas de precios en las tarifas de los servicios públicos, para aprovechar la euforia popular como anestesia del golpe a los bolsillos. En todo caso, no parece haber sido suficiente: en la elección legislativa del año siguiente, el partido de Alfonsín sufriría su primera gran derrota.
Maradona volvió al balcón de la Casa Rosada en 1990, cuando el subcampeonato del Mundial de Italia se celebró como una victoria. El inquilino en ese momento era Carlos Menem, quien pasaba por su período de mayor popularidad. Pero cuatro años más tarde el clima social había cambiado y había una percepción de que el menemismo estaba manchado por la corrupción. Fue por eso que, en el Mundial de Estados Unidos 1994, los referentes del plantel dijeron que, en caso de ganar la copa, no se la llevarían a Menem sino al escritor y activista por los derechos humanos Ernesto Sábato, considerado en ese momento un símbolo de la honestidad perdida en el país.
No se llegó a vivir esa situación de incomodidad para el Menem, claro, dada la temprana eliminación argentina luego del escandaloso doping positivo que dejó a Maradona fuera del evento.
La siguiente recepción multitudinaria fue para la Selección subcampeona del Mundial Brasil 2014, ya con Cristina Kirchner en la presidencia. Tal como hizo ahora Alberto Fernández, Cristina había desistido de ver la final, pero asumió un rol protagónico en el homenaje al plantel. En el predio de la AFA de Ezeiza, compartió escenario con los jugadores, a quienes llamó uno por uno y les cedió el micrófono para que improvisaran un discurso.
Probablemente haya sido un momento que ningún asesor en comunicación política podría haber aprobado. Para un gobernante, pocas cosas hay tan arriesgadas como cederle el micrófono a un ídolo deportivo, sin control alguno sobre el contenido del discurso que la figura pueda pronunciar.
Una ayuda para la distensión social
Pase lo que pase durante el acto de homenaje al plantel, el Gobierno puede considerarse satisfecho. La alegría por el triunfo deportivo supone un desahogo para una sociedad agobiada por los problemas de la economía y las tensiones políticas.
Los más optimistas creen que, junto con el alivio por la desaceleración en la inflación y gracias a la llegada de las vacaciones, se configurará un clima de buen humor social que eliminará el riesgo de conflictividad social en los días pre navideños.
No todos piensan igual, sin embargo. Los referentes de las organizaciones sociales han sido muy críticos con el bono salarial de $24.000 y la ayuda extra de $13.500 para los beneficiarios del plan Potenciar Trabajo que acaba de decretar el presidente.
Como recordatorio de que el Mundial no tapa los problemas, hay nuevas marchas de protesta convocadas para pedir una mayor ayuda. Y a eso se agregará una recargada agenda de protestas sindicales por reclamo salarial. Se destaca en ese rubro el activismo de los gremios del neumático, el metalúrgico, los portuarios y los trabajadores del transporte.
Además, claro, está la advertencia de los economistas en el sentido de que la "baja" inflación de 4,9% registrada en noviembre no debe ser interpretada necesariamente con el inicio de una tendencia bajista sino posiblemente como una excepción, una tregua antes de un nuevo repunte inflacionario en los meses de verano.
Pero lo cierto es que todos esos factores habrían sido más graves si Messi y sus muchachos no hubiesen obtenido el triunfo. Para el Gobierno, no cabe duda de que el triunfo deportivo siempre tiene la capacidad de descomprimir la situación social.
Y es que pocas cosas como el fútbol ofrecen la posibilidad de conectar con la identidad nacional, el orgullo de pertenencia y hasta de recuperar el perdido prestigio internacional. Para Alberto Fernández, que suele quejarse de los factores externos que boicotearon su gestión -como la pandemia y la guerra de Ucrania- la posibilidad de levantar, junto a Messi, la Copa FIFA significa una ayuda especial, objeto de envidia por sus colegas de todo el mundo.