Día del Militante: presionada por el "operativo clamor", a Cristina Kirchner se le acorta el margen para una definición
Con Cristina Kirchner como protagonista excluyente, el peronismo se prepara para escenificar uno de sus momentos más importantes del año: el "Día del Militante", que conmemora el regreso de Juan Domingo Perón a Argentina el 17 de noviembre de 1972.
Y será un festejo muy diferente al que se vivió en el acto del año pasado. En aquel momento, el protagonista fue Alberto Fernández, que este año ni siquiera estará en el país: convenientemente, el G20 proporcionó la posibilidad de esquivar la disputa interna y mostrarse junto a líderes mundiales en la cumbre de Indonesia.
Aquel peronismo de hace un año estaba entusiasmado por la "remontada" de lo que parecía iba a ser una paliza electoral y finalmente fue una derrota honrosa en las legislativas. Se palpaba cierto optimismo sobre que, una vez superado el peor momento de la pandemia, el peronismo podía recuperar la calle y la iniciativa política. Ante una Plaza de Mayo llena y entusiasta, Alberto enfatizaba en su convencimiento de que "hay 2023".
La alegría del Presidente no se limitaba solamente a que la derrota en las legislativas había sido digna, sino que había logrado una base de apoyo político en el peronismo. Aquella plaza, por primera vez, aparecía poblada por una militancia propia -y no prestada por el kirchnerismo, que era lo habitual-, y eso fue lo que lo impulsó a insinuar, por primera vez, sus aspiraciones reeleccionistas.
De hecho, en aquel acto fue cuando, por primera vez, Alberto desafió al kirchnerismo al plantear que los candidatos para 2023 deberían salir de la libre competencia en las PASO. Un año después, el contraste no puede ser más marcado: el Día del Militante pertenecerá completamente al kirchnerismo, que repudia la realización de internas y que quiere consagrar por aclamación el liderazgo de Cristina Kirchner.
Cristina Kirchner, presionada por el "operativo clamor"
No es la única diferencia ocurrida entre un año y otro, claro. Entre ambos actos celebratorios del peronismo, la inflación pasó de un promedio mensual de 3,5% a un 7%, y la interanual de 52% al 84%. Además, abundan las alertas de una recesión mientras la pobreza retomó el camino ascendente y el Gobierno aplica un plan de ajuste.
Es así que, en los días previos al Día del Militante, se repitió una de las postales que más hieren el ánimo de la base peronista: miles de piqueteros copando la avenida 9 de Julio, en reclamo de una mayor asistencia social -por la erosión que provoca la suba de precios- y acusando al Gobierno de faltar a sus compromisos de inclusión social.
Con semejante golpe al discurso de la justicia social, hay solamente una cosa que puede insuflar de entusiasmo a la alicaída tropa militante: la esperanza de que un nuevo liderazgo formule un nuevo discurso épico, una promesa de empezar una nueva etapa en la que "el pueblo recupere la alegría".
Fue lo que quedó en evidencia en el reciente acto de la Unión Obrera Metalúrgica, que marcó el regreso de Cristina a la escena política después del atentado contra su vida. Los discursos previos, los cánticos "Cristina presidenta", la asistencia masiva de dirigentes partidarios le puso al acto un inconfundible clima de lanzamiento de campaña electoral.
La vice profundizó la línea política que venía insinuando: mostrarse crítica de la situación económica, reclamar medidas y tomar distancia del Gobierno del cual ella forma parte, al punto que abundó en comparaciones de indicadores entre el año 2015 y el momento actual.
Pero, al mismo tiempo, abogó por la unidad peronista, un llamamiento que pareció más bien la exigencia de sumisión a su liderazgo político por parte de las demás facciones del Frente de Todos.
Y dejó flotando una sugestiva frase en el cierre de su discurso: "Yo, como siempre, voy a hacer lo que tenga que hacer para lograr que nuestro pueblo pueda organizarse en un proyecto que pueda recuperar la ilusión, y la alegría de nuestra gente". A partir de ese instante, el mayor entretenimiento del ámbito político consiste en debatir qué quiso decir Cristina con "hacer lo que tenga que hacer".
Porque puede leerse como el preanuncio de que dará un paso al costado y que apoyará un candidato de unidad capaz de ganarle las elecciones al macrismo. Quienes hacen esa interpretación dicen que Cristina hace un paralelismo entre la situación actual y la de 2019: es decir que si el peronismo concurre fragmentado a la elección o con un candidato que tenga un nivel de rechazo alto, tiene garantizada la derrota.
Pero otros interpretan que Cristina sí se postulará, porque al prometer que el peronismo volverá a las políticas de hace una década, muchos también vieron allí un mensaje en el sentido de que no volverá a cometer el error de apoyar un candidato que no esté dispuesto a enfrentarse a los grandes grupos económicos.
En todo caso, lo cierto es que se generó una inusitada expectativa por las definiciones que Cristina pueda tener en el Día del Militante. En medio del "operativo clamor", aumenta la presión para que la líder kirchnerista dé señales sobre su disposición a postularse nuevamente.
Alberto Fernández pelea contra el síndrome del "pato rengo"
Es así que Cristina se ve empujada a un dilema, porque se hace difícil conciliar el llamamiento a la unidad y la actitud abiertamente opositora que, necesariamente, implica tomar distancia de la gestión de Alberto Fernández.
Esa contradicción quedó expresada de múltiples formas en los últimos días. Por ejemplo, en el discurso de Máximo Kirchner en Mar del Plata, cuando le reclamó al Presidente dar un paso al costado y abandonar la "aventura personal" de una reelección.
Luego, Andrés "Cuervo" Larroque, el vocero extraoficial de Cristina, profundizó en el debate al afirmar que Alberto Fernández actuaba como si no le importara que el peronismo fuera derrotado en 2023.
Lo que el kirchnerismo no está percibiendo es que, aun cuando Alberto tuviese ya definido que no se postulará a la reelección, le resulta difícil anunciarlo abiertamente sin caer en el consabido "síndrome del pato rengo".
Ya bastante debilitada había quedado su posición cuando se vio obligado a renunciar funcionarios por quejas públicas de Cristina y, luego, cuando le cedió a Sergio Massa el control total del área económica bajo un "superministerio". Si, además, se autoexcluye de la contienda electoral y admite tácitamente el liderazgo de su vicepresidente, que lo critica a diario, entonces su margen de gestión se verá seriamente limitada en el largo año que resta para el recambio presidencial.
Combatir esa erosión del poder fue una obsesión de Alberto Fernández desde el inicio. Y no por casualidad, en el Día del Militante de hace un año, su festejo por la "remontada" electoral tuvo un tono de alivio por haber sorteado un clima destituyente.
En aquella ocasión, el propio Presidente recordó cómo la semana anterior a la elección legislativa se especulaba en los medios que el Congreso definiera la sucesión presidencial por acefalía, en medio de un caos económico. Eran días en los que se daban las puntadas finales al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y el principal requisito que ponía el organismo era que el Gobierno que pusiera la firma tenía efectivamente el control político del país.
Por eso, para aquel acto de hace un año Alberto había convocado a gobernadores, los intendentes del conurbano, la plana mayor del sindicalismo y los movimientos sociales. Casualmente, algo parecido a lo que estuvo haciendo en las últimas semanas, cuando volvió a recorrer el país en búsqueda de alianzas territoriales.
Lo que ha quedado en evidencia es que, por más que Cristina Kirchner lidere con mucha ventaja las encuestas internas del peronismo, eso no significa que tenga el camino despejado entre la dirigencia. Por caso, el reciente encuentro entre el Presidente y un grupo de intendentes peronistas del conurbano dio pie para las quejas sobre el escaso apoyo financiero y logístico del gobernador Axel Kicillof, y para el pedido de un armado político que limite el avance de La Cámpora en la provincia.
También llamaron la atención otros gestos de Alberto Fernández, como la visita a San Juan, con sugestivos elogios al gobernador Sergio Uñac en un acto de entrega de viviendas; y antes de eso, el nombramiento de Ayelén Mazzina en el ministerio de la Mujer, un acto de explícita sintonía política con los hermanos Rodríguez Saá.
Mientras, hay un protagonista silencioso en esta interna. Sergio Massa, el único que hoy emerge como un candidato que podría ser potable tanto para Alberto Fernández como para Cristina Kirchner, que le dedicó elogios en su acto de la UOM.
Claro que Massa primero hay que pasar el duro test financiero del verano sin que se genere una turbulencia cambiaria ni se espiralice la inflación. Y eso va a requerir más medidas de las que a la militancia K les provocan rechazo, como una probable nueva concesión a los productores sojeros con un dólar especial.
A la espera de un nuevo golpe de efecto
Esta situación de múltiples amenazas a la unidad del Frente de Todos hace que Cristina Kirchner deba extremar su habilidad de dirigente política. La militancia la presiona para que acepte su postulación, algo sobre lo que ella misma había dado señales de querer evitar.
Pero se hace difícil rechazar de manera expresa un "operativo clamor", que ahora está potenciado por el efecto de simpatía que generó el atentado. Otros factores, como el "efecto contagio" de la elección de Lula despierta las esperanzas de una militancia desilusionada.
El Día del Militante pondrá a Cristina en el centro de varias presiones. Y por eso mismo genera la expectativa de que dé otro golpe de efecto similar al de 2019, cuando puso en carrera a un peronismo que parecía haber abandonado las chances de regresar al poder.