Elecciones brasileñas, en clave argentina: por qué Cristina cree que una victoria de Lula puede cambiar su suerte personal
Si este domingo, como todo indica, Luiz Inácio Lula Da Silva derrota a Jair Bolsonaro y concreta su vuelta al poder en Brasil, Cristina Kirchner podrá argumentar que ella hizo su aporte. El pasado 10 de diciembre, ante una Plaza de Mayo colmada de militantes, invitó al político brasileño, que fue recibido con el cántico "Lula presidente".
"Mire que cada vez que cantaron eso, no se equivocaron", dijo aquella noche Cristina a su amigo Lula, que hacía un año había sido liberado y todavía no había confirmado oficialmente su candidatura presidencial.
Lo cierto es que nunca una elección brasileña había sido tan sentida como un tema de la política local argentina como la que se celebra este domingo, en la que Lula podría volver al poder. Y prueba de ello han sido los carteles callejeros, como el que muestra la foto de Néstor Kirchner hablando en el oído de Lula, con la frase "Bolsonaro está nerviosho".
Para el Gobierno argentino, golpeado por la crisis financiera, la persistencia de altos índices de pobreza y con inocultables peleas intestinas, una eventual victoria de Lula sería una inyección de optimismo. Se cree que impactará positivamente en el ánimo de la base militante del Frente de Todos y que revertirá esa sensación que se está instalando sobre un inexorable giro a la derecha del electorado.
El ámbito internacional, en los últimos tiempos, ha jugado en contra de las posiciones de Alberto Fernández y Cristina Kirchner. En Europa sorprende la llegada al poder de la derecha en su expresión más dura, como fue el caso de Giorgia Meloni en Italia. Mientras que en América latina, aquellos gobiernos que llegaron con un discurso de izquierda perdieron apoyo rápidamente y se vieron obligados a suavizar su agenda, como le ocurrió a Pedro Castillo en Perú y a Gabriel Boric en Chile.
Si a eso se suma el "efecto boomerang" que tuvo la gira de Alberto Fernández por Rusia y China justo antes de que se concretara la invasión rusa a Ucrania -y el recordado ofrecimiento a Vladimir Putin para que Argentina fuera su puerta de entrada a la región-, se completa el panorama de un Gobierno que quedó en una posición incómoda, alineado con potencias que están en conflicto con el mundo occidental.
El regreso de Lula a la presidencia brasileña pondría un punto de inflexión en esa visión y hasta sería una reivindicación del gesto que tuvo Alberto Fernández, que visitó al líder del PT en prisión, algo que en su momento le generó duras críticas por parte de la oposición.
Una ayuda en la pelea contra el "lawfare"
Pero, sobre todo, quien más expectativas tiene en la vuelta de Lula es Cristina Kirchner: desde su punto de vista, se trata de algo que trasciende una victoria electoral porque, además, implica una derrota infringida al "lawfare".
El "timing" en el que se produce la elección brasileña es crucial para Cristina, que afronta la fase final en la causa por la obra pública en Santa Cruz. La vice ha sostenido siempre que las denuncias en su contra no tienen fundamento jurídico y que tienen como único objeto la persecución política.
Y, desde la primera citación judicial que le hizo el fallecido juez Claudio Bonadio en 2016, siempre ha caracterizado las causas en su contra como el producto de una estrategia de tres patas: una corriente política de derecha, los medios de comunicación y parte del poder judicial. Al explicar que el "lawfare" se había transformado en la forma moderna de perseguir líderes populares, Cristina siempre mencionó el caso de Lula -que estuvo preso un año y medio- como el ejemplo más claro.
Y, tras el último alegato de Cristina por la causa de la obra pública, se instaló entre la militancia kirchnerista la esperanza de que sus chances puedan mejorar, si es que se forma una corriente de opinión pública a favor del sobreseimiento. Se basan para ello en el hecho de que Cristina cuestionó la aplicación de la figura de "asociación ilícita" para un Gobierno y dijo que, en todo caso, ella debería responder en un juicio político en el Congreso.
Para quienes siguieron el cierre de la campaña electoral brasileña, es inevitable ver las similitudes entre el discurso de Lula ante las acusaciones de corrupción y los argumentos que planteó Cristina: la negación de los hechos de corrupción siempre fue acompañada por el recordatorio de que en su gestión se produjo "la mayor inclusión social de la historia".
Pero, sobre todo, lo que genera expectativa es el hecho de que Cristina argumentó fuerte contra jueces y fiscales a quienes acusó de faltar a la verdad. De hecho, insinuó que está pensando en pedir un juicio por prevaricato contra sus acusadores.
Ya anteriormente, al declarar por otra causa en diciembre de 2019 les había dicho a los jueces: "A mí me absolvió la historia. Y a ustedes seguramente los va a condenar la historia. ¿Preguntas? Preguntas tienen que contestar ustedes, no yo".
Y ahí es donde el "factor Lula" gana importancia: en el kirchnerismo creen que el hecho de que Lula vuelva al poder puede ser interpretado como una advertencia por el poder judicial argentino: un líder político que fue llevado a prisión por corrupción vuelve al poder, mientras el juez Sergio Moro, que lideró su juicio, cayó en el descrédito y tiene una causa judicial en su contra.
El espejo de Lula y el juez Moro
Moro fue, durante el proceso conocido como "Lava Jato" -que investigó una red de lavado de dinero y pago de sobornos que involucraba a la petrolera estatal Petrobras-, una estrella política en Brasil. Dio conferencias fuera de fronteras y llegó a ser glorificado en una serie de ficción emitida en Netflix. Con Bolsonaro en la presidencia, fue nombrado ministro de justicia, y su nombre comenzó a sonar como un posible presidenciable.
Sin embargo, su suerte cambió radicalmente. Se alejó del gobierno, ante divergencias con el presidente, al tiempo que también empezó a cambiar su imagen de juez ejemplar. Una investigación dejó al descubierto un complot entre Moro y los fiscales para restringir el acceso a la defensa de Lula.
El Supremo Tribunal Federal entendió que Moro no se había comportado con la imparcialidad que su condición de juez exigía, con lo cual la causa fue revisada y Lula liberado. Más adelante, las otras causas contra Lula fueron anuladas por problemas de jurisdicción, con lo cual el ex presidente quedó rehabilitado para actuar en política.
Moro, por su parte, que había anunciado su candidatura presidencial, anunció que se apartaría de la competencia electoral. En ese momento, estaba cuestionado por declaraciones públicas donde reconocía que la causa Lava Jato había sido una forma de combatir al Partido de los Trabajadores.
En un irónico giro de la historia, hoy Lula y Moro cambiaron los roles. Mientras el líder del PT está por regresar el poder, Moro enfrenta una causa judicial, en la que se lo acusa de haber perjudicado a la economía brasileña porque la causa "Lava Jato" hizo que se cayeran contratos y se retirasen de la economía brasileña u$s35.000 millones, lo cual afectó a cuatro millones de empleos.
Moro contestó con argumentos parecidos a los que en otros tiempos usó Lula. Es decir, que es víctima de una causa armada por el PT en connivencia con parte del poder judicial, y que se lo busca castigar por haber perseguido la corrupción.
Vista desde Argentina, y particularmente desde el entorno de Cristina, es inevitable trazar el paralelismo entre las dos situaciones. La apuesta del kirchnerismo es que si el argumento del lawfare es aceptado por la opinión pública, los funcionarios del poder judicial, que son permeables al clima político del país, tenderán a suavizar sus posturas. Y, a esos efectos, la suerte divergente que corrieron Lula y Moro implicaría un mensaje potente para fiscales y jueces en Argentina.
Afinidad en el discurso, divergencia en la economía
Claro que, así como el Gobierno se entusiasma con la posibilidad de que una victoria de Lula influya positivamente, tampoco se puede descartar que ocurra lo contrario y que la comparación pueda jugar en contra. Sobre todo en el terreno de la política económica.
Después de todo, una de las mayores preocupaciones de Lula ha sido enviar un mensaje al empresariado y al mercado financiero en el sentido de que dará previsibilidad, que mantendrá el clima de negocios y que no abandonará el esfuerzo por bajar la inflación.
En un reciente encuentro con la plana mayor del empresariado paulista, Lula fue recibido con aplausos. Y quedó flotando la expectativa de que el ministerio de economía y del Banco Central sean manejados por economistas con trayectoria en el mercado financiero.
La probabilidad de una gestión Lula en versión moderada es algo que los analistas vienen percibiendo ya desde la conformación de la alianza con el Partido de la Social Democracia Brasileña -al cual pertenecía el ex presidente Fernando Henrique Cardoso-. Fruto de ese acuerdo, Lula aceptó como compañero de fórmula a Gerardo Alckmin, que desde el PSDB fue gobernador del estado de Sao Paulo y candidato presidencial en 2018.
Son señales que contrastan con las que se emiten en la política argentina, donde el Gobierno plantea la necesidad de intervenir para disminuir márgenes de ganancia en el sector productivo.
Por otra parte, no está claro cuál es la opinión que Lula tiene sobre la marcha de la economía argentina. Cuando se firmó el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, había enviado un mensaje de felicitación a Alberto Fernández por haber conducido una negociación que "preserva la soberanía y la posibilidad de cuidar el desarrollo y la justicia social para el pueblo argentino".
Sin embargo, en una entrevista reciente comentó su preocupación por los problemas que enfrenta la gestión de Alberto y atribuyó la crisis a "querer resolver el problema del FMI".