Tras haber sido forzado por Cristina para echar a Kulfas, el Presidente apela a Scioli para cerrar la grieta interna
"Tenés la lapicera, lo que te pido es que la uses", le había reclamado Cristina Kirchner a Alberto Fernández en el acto por los 100 años de YPF, en un hecho inédito de un vicepresidente que alecciona al presidente sobre cómo debe gobernar. Y menos de 24 horas después, Alberto usó la lapicera para complacer a Cristina: echó a Matías Kulfas, uno de los ministros que ella venía criticando con más virulencia.
Y, por más que el argumento formal para haber eyectado a Kulfas del ministerio de la Producción fue el haber dejado trascender a los medios una crítica en "off the record" a funcionarios de IEASA -el organismo encargado de licitar el gasoducto Néstor Kirchner- la realidad fue otra.
Porque lo cierto es que Kulfas, antes de esos mensajes "en off", había hablado el viernes "en on", y había explicado los mismos argumentos que enojaron a Cristina. Es decir que Alberto no lo echó por haber realizado críticas por la espalda a otros funcionarios, sino porque había dejado flotando una sospecha de corrupción que involucraba a funcionarios vinculados con el kirchnerismo.
La secuencia fue así: el viernes, en el acto de YPF, entre la larga lista de reproches que le hizo al Presidente, Cristina se preguntó qué sentido tenía potenciar a Vaca Muerta para que pudiera generar u$s33.000 millones de divisas en exportaciones si luego esos dólares no iban a ser cuidados por los funcionarios. Aludió al otorgamiento de reservas del Banco Central para que pagaran sus deudas corporativas, se quejó de un "festival de importaciones", pero, además, hizo una crítica que lo involucraba directamente a Kulfas.
Cristina cuestionó el hecho de que el grupo Techint -que se adjudicó la provisión de caños para la obra que llevará el gas desde Neuquén hasta el centro del país- traiga la chapa laminada desde Brasil en vez de producirla en Argentina.
"Muchachos: no podemos seguirle dando 200 millones de dólares para que se paguen ustedes mismos en la empresa subsidiaria que tienen en Brasil. Pongan la línea de producción de chapa en Argentina, si han ganado fortunas en la Argentina", dijo la vice.
Y le explicó al Presidente la importancia de contar con una industria nacional de ese insumo, que es utilizado en el la fabricación de electrodomésticos, en el sector automotor y en la construcción.
"Entonces, si los preferimos por ahí a compradores extranjeros, pidamos que entonces esa línea de producción para los caños sin costura de los gasoductos, la traigan acá a la Argentina. Todavía tienen un horno apagado que se apagó en la época del macrismo", completó Cristina.
Aunque no lo mencionó, la protesta de la líder kirchnerista tenía un destinatario con nombre y apellido: Matías Kulfas. Y esa misma noche, en una entrevista con AM 750, Kulfas le contestó a Cristina. No era la primera vez que un funcionario se animaba a rebatirla -ya lo había hecho Martín Guzmán, cuando la vice había denunciado un recorte del gasto público-, pero Kulfas pasó un límite que nadie había hecho: insinuar que había un hecho de corrupción en la licitación del gasoducto y que Cristina lo estaba encubriendo.
Un ministro irritante para el kirchnerismo
Kulfas nunca gozó de la simpatía de Cristina Kirchner, como ella misma se encargó de hacerlo saber: el ahora ex funcionario había publicado un libro en 2016 donde hacía una evaluación crítica sobre la gestión del kirchnerismo. Para la vice, era un hecho que lo tornaba poco confiable.
Y hubo actitudes de Kulfas que le confirmaron su visión. En lo político, siempre se mostró poco favorable a las retenciones y a los cupos de exportación. Por ejemplo, el año pasado se comprometió con los frigoríficos y ganaderos a que las restricciones serían apenas temporales, cuando Cristina abogaba por la continuidad de esa medida, como forma de garantizar el consumo doméstico de carne vacuna.
Ya antes le había molestado que Kulfas desestimara un plan elaborado por el economista Hernán Lechter para revitalizar la secretaria de Comercio. La propia Cristina contó en su discurso de la universidad de Chaco que ella quería a Lechter en ese cargo, que entonces dependía del ministerio de Producción, pero que Kulfas no sólo vetó al economista sino que no se mostró interesado en rearmar una secretaría con real poder de control sobre el sector privado.
Además, Kulfas se había transformado en el portavoz de la "visión optimista" del Gobierno cada vez que desde el kirchnerismo se hacía llegar una crítica. Por ejemplo, cuando se publicó el dato de pobreza en marzo -que arrojó un 37,3%-, el ministro de la Producción organizó un evento llamado Argentina Productiva 2030, en el que anunció un ambicioso plan que sacaría de la pobreza a un millón de personas por año.
El programa preveía metas de incremento productivo -por ejemplo, aumentar un 120% las exportaciones y crear 100.000 nuevas empresas- cuyo objetivo principal es crear dos millones de empleos.
Además, al mismo tiempo que desde el kirchnerismo se criticaba la marcha del plan económico acordado con el FMI, Kulfas destacaba que la industria se recuperaba a toda velocidad, que había un récord histórico en el despacho de cemento y recordaba que en lo que va de la gestión Fernández se crearon más de 50.000 puestos de trabajo registrados y se realizaron anuncios de inversión por u$s58.000 millones.
Y llegó al nivel máximo de irritación del kirchnerismo cuando justificó las elevadas ganancias de las empresas en un contexto de alta inflación, con el argumento de que así como en las crisis cae más rápido la renta empresaria que el salario, en los momentos de recuperación era natural que ocurriera lo contrario.
Alberto Fernández, forzado a exhibir su debilidad
Pero la gota que colmó el vaso de Cristina fue que Kulfas haya explicitado la pelea interna por la licitación del gasoducto de Vaca Muerta. Según el ex ministro, los funcionarios designados por Cristina diseñaron un pliego que estaba hecho a la medida de Techint.
Kulfas argumentó que para este tipo de gasoductos hay un estándar que se utiliza en Europa, y que implica un tubo de 31 milímetros, pero que en IEASA habían incluido como condición que los tubos debían ser de 33 milímetros, una medida que únicamente produce la planta de Techint situada en Brasil.
Kulfas no solamente negó tener una actitud displicente hacia Techint, sino que dijo que, por el contrario, el Gobierno negocia con firmeza. Y recordó que hace poco se acaba de anunciar que, después de 50 años, el país volvía a producir chapa naval -a cargo de una empresa santafecina-, y que ese material podría usarse para el gasoducto Kirchner sin que el país sufriera esa fuga de divisas que criticó Cristina.
Con esa argumentación, sumado al célebre "off" que provocó la airada respuesta oficial de Enarsa, quedó en evidencia que la pelea interna de la coalición gubernamental ya no se limita a divergencias sobre medidas de gestión de la economía, sino que hay acusaciones cruzada de corrupción y de intentos de ejercer favoritismos hacia empresas privadas.
La respuesta de Enarsa, inmediatamente replicada por Cristina en su cuenta de Twitter, acusaba a Kulfas de desconocimiento técnico sobre la obra del gasoducto y le reprochaba su falta ética de acusar a otros funcionarios.
En todo caso, más allá de la discusión técnica sobre la cual solamente pueden arbitrar ingenieros especializados en la industria gasífera, había un hecho político innegable: en el medio de la discusión había quedado Alberto Fernández.
Para el Presidente, era una disyuntiva de hierro: si apoyaba a su funcionario, podía interpretarse que compartía las insinuaciones de corrupción kirchnerista que había sembrado Kulfas. Y si lo echaba, podía dejar la sensación de que compartía la crítica de Cristina sobre que Kulfas -y él mismo- no había actuado con la suficiente firmeza ante Techint para exigirle que trasladara su producción a suelo argentino.
Optó por el camino del medio: echó a Kulfas, pero no por haber consentido la importación de chapa brasileña ni por su acusación contra Cristina, sino por la falta ética de haber hecho una crítica "off the record". El argumento sonó a excusa, dado que de inmediato los medios reflotaron la entrevista radial donde Kulfas, la noche anterior, había planteado los mismos argumentos "en on".
Scioli, ¿la reivindicación del "incombustible?
En otras palabras, Alberto echó a su ministro para evitar que la tensión con su vicepresidente llegara al nivel de una ruptura pública, dado que Cristina no iba a dejar pasar la insinuación de que está involucrada en una licitación donde se ejerció favoritismo hacia el grupo industrial comandado por Paolo Rocca.
En adelante, el Presidente deberá elaborar un discurso para que su debilidad política no quede más expuesta y que los medios no instalen la idea de que Cristina echó a un ministro. No será fácil: por lo pronto, ya hay un pedido de informes de la oposición para que el Gobierno explique ante el Congreso cómo fue el proceso licitatorio del gasoducto.
Ante esa situación, la reacción de Alberto fue apelar a alguien con vasta experiencia en transmitir calma y armonía incluso en las situaciones de mayor tensión política: Daniel Scioli, que hasta el sábado ocupó el rol de embajador en Brasil pero que venía dando señales claras de querer involucrarse en la gestión gubernamental.
Todo indica que Scioli tendrá un rol que excederá las funciones de mero ministro de Producción, sino que jugará una carta política para tratar de cerrar la fisura del Frente de Todos.
Acaso el efecto colateral de esta pelea pueda ser la reivindicación de Scioli como figura capaz de cohesionar a un peronismo dividido. No en vano, durante los años de su gestión en la gobernación bonaerense, cuando sobrellevaba estoicamente –"con fe y esperanza"- las críticas de Cristina, se ganó el apodo de "incombustible".