Alberto piensa en el 2023: quiere que el acuerdo con el FMI sea el relanzamiento de su gestión
En el círculo íntimo de Alberto Fernández, la consecución del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional fue celebrada como una victoria, luego de las turbulencias políticas y financieras de las últimas semanas.
Y ahora el objetivo comunicacional es instalar la idea de que el gran protagonista de la negociación fue el Presidente, por encima incluso del ministro Martín Guzmán. Y que el mérito del mandatario fue haber mantenido un equilibrio en el que tuvo que pelear contra la rigidez del FMI pero sin caer en la tentación de ver al default como una salida factible.
"Estamos muy contentos. Fue un gran laburo del equipo técnico, y te digo que el que llevó adelante y fue la cabeza de la negociación fue el Presidente. Se lo puso al hombro de forma directa en el minuto a minuto de los últimos 20 días", confió un funcionario de su entorno en la mañana del viernes.
Lo cierto es que para Alberto Fernández, el discurso desde Olivos supuso mucho más que anunciar un acuerdo por el pago de la deuda: fue ratificar que está al mando y que ahora vendrá un relanzamiento de su gestión.
Después de todo, siempre justificó los problemas de la primera etapa con la presencia de "las dos pandemias", en alusión al covid y a la deuda heredada de la gestión macrista. Ahora, con el fantasma del default ya alejado y con la crisis sanitaria en vías de superación, el Presidente siente que tiene el camino despejado para terminar su mandato con un crecimiento económico y sin tener que escuchar reproches sobre promesas electorales incumplidas.
Fue por eso que el mensaje presidencial retomó el hilo de otros discursos clave de los últimos meses. Como el posterior a la derrota en las PASO, cuando recordó: "Tengo por delante dos años de mandato y le pido humildemente a cada argentino que me ayude". O el del día del militante peronista, cuando ante una plaza donde por primera vez pudo contar con un apoyo propio -y no prestado de Cristina Kirchner- se animó a pronosticar una victoria electoral en 2023, luego de la "remontada" en la elección legislativa.
Como en esas oportunidades, también el discurso de Olivos tuvo en sus entrelíneas un tono de desafío al ala kirchnerista de la coalición, que en los últimos días había coqueteado con la idea de que un default podría llegar a ser preferible antes que un mal acuerdo.
No por casualidad, el inicio del discurso fue una enumeración de todos los temores kirchneristas que no se verían concretados por el acuerdo con el Fondo: ni un ajuste fiscal impracticable, ni una reducción en la obra pública, ni un compromiso de reforma jubilatoria ni de flexibilización laboral.
Y, anticipándose a las críticas que venderían del sector más duro, recordó que "gobernar es un ejercicio de responsabilidad" y que "sin acuerdo no teníamos un horizonte de futuro".
En definitiva, eligió un tono y un léxico que a la militancia kirchnerista le resulta chocante por el contrasta con la épica que transmitía Cristina cuando hacía referencia a las peleas con los organismos de crédito o con los "fondos buitre". Pero ese fue el objetivo buscado: dar la sensación de que quien hablaba entendía la importancia histórica del momento y que iba a resolver un problema antes que a satisfacer a una "minoría intensa".
Una apuesta a la moderación
Por cierto que no fue una jugada exenta de riesgo el haber elegido los jardines de la residencia de Olivos para dar, detrás del atril, el mensaje de un acuerdo por la refinanciación de la deuda. Inexorablemente, esa imagen tendría destino de ser comparada con el recordado discurso de Fernando de la Rúa, quien luego de anunciar el "blindaje" financiero cerraba con el pronóstico más erróneo de la historia argentina: "El 2001 será un gran año para todos. Qué lindo es poder dar buenas noticias".
No hubo que esperar muchos minutos para que las imágenes de ambos discursos aparecieran, una al lado de la otra, circulando en las redes sociales.
Es probable que la mayoría de los asesores en comunicación política hubiesen desaconsejado esa elección. Sin embargo, el Presidente tuvo sus motivos para hacerlo: a diferencia de lo que habría ocurrido en un acto en la Casa Rosada con la sala llena de funcionarios que aplaudieran cada párrafo, o de lo que hubiese significado hablar ante un grupo de militantes, el mensaje desde Olivos, en tono mesurado y sin connotaciones partidarias implica una imagen de mayor "institucionalidad" y, sobre todo, de neutralidad.
Por primera vez, Alberto se resistió a la tentación de nombrar a Mauricio Macri y, casi en tono de tregua, afirmó: "La historia juzgará quien hizo qué. Quién creo un problema y quién lo resolvió. Los invito a mirar hacia adelante sin olvidar el pasado".
Esa moderación para referirse a la oposición puede obedecer, como recordaron todos los analistas, a la necesidad de contar con los votos en el Congreso para aprobar el nuevo acuerdo. Es algo que no solamente le conviene políticamente al Gobierno -porque hace co-responsable a los opositores en la negociación- sino que además cumple con un pedido expreso del FMI, que pidió el apoyo político más amplio como garantía de que el acuerdo sería cumplido.
Desde ese punto de vista, el resultado ha sido aceptablemente bueno: Juntos por el Cambio emitió un comunicado en el que califica como "positivo" el entendimiento con el FMI y considera que de esta forma de acota la incertidumbre social. Solamente en los dos extremos ideológicos -la izquierda y los "libertarios"- hubo señales claras de rechazo.
Pero hay también otros motivos políticos que justifican la moderación del discurso de Alberto para referirse a la oposición: para su nueva etapa quiere reconciliarse con el votante centrista que lo había apoyado en 2019 y luego lo abandonó en las legislativas.
Entre ambas elecciones, el apoyo de la ciudadanía a Alberto cayó en cinco millones de votos, mientras la fuerza que conducen Macri y Horacio Rodríguez Larreta perdió sólo perdió un millón. Eso explica que haya bajado el tono confrontativo y que haya centrado su mensaje en la recuperación de esperanza sobre el crecimiento económico.
Claro que esa decisión política también implica un notorio contraste con el kirchnerismo más exaltado. Hubo incluso declaraciones a título personal de referentes que criticaron el acuerdo y que pronosticaron la imposibilidad de chances reeleccionistas para el Presidente. Pero la realidad es que esas reacciones de enojo eran algo que se descontaba en la Casa Rosada y que, en el fondo, nadie cree que pueda haber un boicot interno a la votación del acuerdo en el Congreso.
Una victoria frágil
Pero también en el entorno de Alberto saben que esta "victoria" es frágil. En la práctica, implica la recuperación de cierto oxígeno financiero y el alejamiento del fantasma devaluatorio, pero la presentación de Guzmán dejó en claro que la cautela sigue siendo la impronta de la gestión diaria.
No por casualidad, el ministro hizo explícito su agradecimiento a los sindicatos por su "actitud responsable". La aspiración del funcionario es que no haya desbordes a la hora de las negociaciones salariales, de manera de evitar presiones adicionales en el plano inflacionario.
Es uno de los mayores desafíos para el Gobierno, que sabe que no tiene mucho margen para limitar los reclamos de aumentos, pero al mismo tiempo quiere ponerle un freno a la carrera nominal de precios.
Por lo demás, quedaron flotando algunas dudas importantes, como la referida a los aumentos tarifarios, dado que Guzmán negó que fueran a implementarse cambios, pero el documento del FMI afirma que habrá un importante recorte en los subsidios estatales.
Para que la victoria política del Gobierno sea completa, se deberá lograr que no aparezca en la "letra chica" del acuerdo ninguna sorpresa que haga peligrar el apoyo del Congreso y, sobre todo, que no reavive las rispideces con el kirchnerismo.
En el plano financiero, los analistas creen que puede haber cierta calma, derivada del hecho de que con las últimas licitaciones de deuda, más la asistencia del Banco Central acordada con el FMI, Guzmán ya se asegura una cobertura por 1,2% el PBI.
Y, como siempre, las mayores dudas están en el dólar. Las primeras reacciones del mercado reflejan el alivio por el alejamiento del default, pero aun así la brecha sigue en torno del 100% y la pregunta que más se escucha en el mercado es hasta cuándo durará la tregua.
Por lo pronto, la apuesta de Alberto es poder seguir dando "buenas noticias" con su próxima gira por Rusia y China, que en los últimos días han sido objeto de especulación por la posibilidad de nuevas ayudas para reforzar las reservas.