Tropezando con la misma piedra: por qué el kirchnerismo selló su derrota al pelearse con el campo
De todos los cálculos electorales que sacó el peronismo antes de las PASO, el que resultó más errado de todos fue el del peso que tendría el "factor campo".
Lo que razonaban en la previa los estrategas, empezando por la propia Cristina Kirchner, era que las medidas intervencionistas contra la actividad agropecuaria tendrían un beneficio claramente mayor al costo.
Se estimaba que medidas como el cierre a la exportación de carne apenas generaría el enojo de pocos empresarios ganaderos, que por otra parte ya estaban enojados desde antes, con lo cual el costo en términos electorales sería marginal. Y que, en el otro extremo de la balanza, ese tipo de medidas permitirían una mejora en el consumo en los segmentos más pobres, donde se sumarían millones de votos.
La realidad demostró que fue un cálculo totalmente erróneo: la bronca de los afectados por las medidas no se limitó a un pequeño grupo de ganaderos millonarios, sino que alcanzó a una vasta clase media ligada a la actividad rural. Ese sector social no sólo es crítico de la política económica sino que siente amenazado su propio estilo de vida.
Y, del otro lado, el aumento del consumo de alimentos fue apenas marginal, sin que nadie haya percibido que, ahora sí, se estaba cumpliendo la promesa electoral de que hubiera "asado para todos".
La cruda estadística marca que, con 50 kilos anuales per capita, el consumo de carne es el más bajo de los últimos de los últimos 30 años.
La traducción de ese error de cálculo fue contundente en las urnas: el Frente de Todos registró derrotas aplastantes en Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, La Pampa y el interior rural de Buenos Aires.
Para los analistas, lo que ocurrió era inevitable para todos los que vieran con objetividad lo que estaba ocurriendo en el interior agropecuario. El encuestador Carlos Fara, en una columna sugestivamente titulada "Era la moderación, estúpido", señala que la crisis se inició desde que Alberto Fernández "perdió el rumbo y el estilo estratégicos" con el intento de estatización de Vicentin.
Destacó que Dionisio Scarpin, el intendente de Avellaneda, la localidad santafecina donde está la sede de la cerealera, fue clave para la victoria de la lista de Juntos por el Cambio. Y especula con que también en Chaco, donde Vicentin tiene actividades, el malhumor de los productores rurales influyó para la derrota.
Por su parte, el politólogo Lucas Romero considera que el Gobierno hará una lectura política de las PASO y tratará de bajar el nivel de tensión con el campo. "Un avance en la ley para la agroindustria y la posibilidad de poner algún límite a las regulaciones en carne podrían ser señales", afirmó.
Por su parte, las agremiaciones agropecuarias hicieron su propia interpretación de esa votación: creen que la población rechazó de plano la política intervencionista en el campo, lo cual les da impulso para intensificar su plan de protesta -incluyendo medidas como ceses de comercialización-. Por otra parte, se sienten más fuertes para exigirle a un Gobierno debilitado y en shock que revise sus políticas.
Por lo pronto, la Mesa de Enlace se reunirá para definir medidas. "El Gobierno no sólo tiene que escuchar los resultados de las elecciones sino también actuar en consecuencia", dijo Nicolás Pino, titular de la Sociedad Rural, que está dispuesto a exigir la reapertura total de la exportación de carne.
Señales de un choque inevitable
Lo peor del error oficialista es que había señales muy claras sobre lo que ocurriría. Para empezar, las propias encuestas marcaban una muy baja intención de voto hacia aquellos candidatos que estaban identificados con el kirchnerismo puro en provincias de actividad agropecuaria.
Pero, además, una serie de hechos encadenados a lo largo de la gestión Fernández dejaban en claro cuál era el humor social. Después de todo, fue en Santa Fe donde nació el movimiento de los "banderazos" como repudio al intento de estatización de Vicentin.
Y luego hubo una sucesión de incidentes y desencuentros, como la suba de retenciones, el cierre temporario de la exportación de maíz y la intervención que impuso subsidios cruzados en el sector aceitero. Pero además hubo señales políticas que exacerbaron los ánimos, como los sospechosos ataques a los silobolsas, ocupaciones de terrenos -entre las que sobresale el recordado experimento de Juan Grabois en un predio de la familia Etchevehere, en Entre Ríos- y todo matizado con frases ambiguas del Presidente sobre el respeto a la propiedad privada de la tierra.
En ese debate se destacó la reedición del debate sobre la incidencia de los precios internacionales sobre el mercado doméstico, y que incluyó una frase de la diputada Fernanda Vallejos que levantó polvareda: "Argentina tiene una desgracia, que a veces se piensa que es una bendición, que es exportar alimentos. La maldición de esto es que los precios de los productos indispensables que tenemos que consumir los argentinos terminan muy tensionados por la dinámica de lo que ocurre con el comercio internacional".
Lo cierto es que esa visión fue la que marcó la política del Gobierno hacia el campo, y quedó en evidencia que no se consideró que el choque de frente contra ese sector de la sociedad pudiera implicar un costo político.
De hecho, cada expresión de enojo del campo tuvo una respuesta por parte de la coalición gobernante que parecía tensar más la relación. Por caso, cuando se produjo la masiva manifestación nacional del 9 de Julio con epicentro en San Nicolás, el kirchnerismo emitió una proclama en la que reivindicaba el derecho y la obligación del Estado a captar "rentas extraordinarias" y mejorar la redistribución del ingreso.
Gobernadores en la cornisa
Uno de los primeros en darse cuenta del riesgo al que se estaba exponiendo el Gobierno fue el gobernador de Santa Fe, Omar Perotti, quien primero convenció a Alberto Fernández de desistir de la estatización y luego intentó mantener un delicado equilibrio cada vez que una medida afectaba el corazón de la actividad agropecuaria.
Hubo ocasiones en que no le quedó más remedio que enfrentarse abiertamente con el Gobierno nacional, como cuando se anunció el cierre exportador de carne. En esa ocasión, Perotti dijo explícitamente que la medida era contraproducente y propuso una solución para aumentar la faena sin que eso perjudicara ni la exportación ni el tamaño del stock vacuno. Era una medida que coincidía con lo que se proponía desde las gremiales del campo: incentivar con impuestos el engorde de animales para faena.
Coincidieron en el diagnóstico los gobernadores peronistas de Córdoba, Juan Schiaretti, y de Entre Ríos, Gustavo Bordet.
El gobernador de La Pampa, Sergio Ziliotto, había intentado un difícil equilibrio. Por un lado justificó el cepo exportador con el argumento de que había que garantizar el consumo. "Nadie pudo explicar por qué la carne aumentó el doble que el resto de los productos de la canasta básica", había dicho Ziliotto, quien trató de matizar al afirmar que la solución de fondo sería el plan ganadero para aumentar la producción.
El mismísimo ministroo Matías Kulfas juró en ese momento que la medida era transitoria y que tenía como único cometido corregir distorsiones e identificar evasores fiscales.
Cristina, aferrada a su relato
Pero la realidad quedó en evidencia cuando se prorrogó por dos meses el cierre exportador, en una medida que los empresarios del sector suponen que se repetirá, de forma que se extenderá al menos hasta fin de año.
Quedó en evidencia que la visión que había triunfado era la de la "exportación como problema". Y Cristina Kirchner expuso el punto con su elocuencia habitual en el acto de cierre del Frente de Todos.
En esa ocasión no sólo consideró que la medida había sido un éxito porque habían bajado los precios, sino que argumentó sobre la justicia del cierre exportador. "Obvio que si yo tengo vacas quiero poder venderlas a precio dólar, pero ¿qué hacemos entonces, dejamos que nadie coma carne?, ¿les decimos que a la gente que no van a poder comer más carne hasta que no tengan los sueldos como en 2015?", se preguntó.
En ese acto la acompañaban varios gobernadores, pero tuvo suerte de que no estuvieran allí Perotti ni Bordet, que habían sostenido la postura opuesta, y sufrieron ante sus bases electorales, que manifestaban el enojo luego traducido en votos.
A esa altura, el festejo por la baja de precios en la carne ya había sido contestado por las agremiaciones del campo, que señalaban que se trataba de una caída meramente estacional, observable todos los años, pero que este fin de año, como consecuencia del cierre exportador, habría escasez de cortes en las góndolas. Es decir, el preludio de una fuerte suba de precios.
Además, todos recordaron que la anterior experiencia de Cristina al respecto trajo como consecuencia una caída en el stock vacuno de más de 10 millones de animales. Y que ya en este momento se está notando una caída a un ritmo de un millón de cabezas por año.
Un rechazo contundente
Lo que ocurrió en las urnas, y que muchos analistas del peronismo no logran explicar, era algo que en realidad se veía venir.
La contundente derrota en La Pampa -49% a 38%-, considerada insólita en una provincia tradicionalmente peronista, estuvo precedida por manifestaciones de repudio contra la actitud "blanda" de Ziliotto frente a las medidas del gobierno nacional.
"Si conociera un poco su provincia, debería saber el enorme impacto que tiene la pésima (y repetida) medida del gobierno para una producción tan central como la ganadería. Sólo alguien que no entiende nada de carne puede decir que el supuesto plan del gobierno va a servir para algo. De hecho, creo que es el único gobernador de provincia ganadera que expresa ese apoyo", le había contestado el productor y ex titular del Instituto de Promoción de Carne Vacuna, Ulises Forte, en una carta abierta que causó revuelo en la provincia y que resultó casi premonitoria del resultado.
Mientras tanto, en Santa Fe, Perotti sufrió por la noticia de despidos en frigoríficos de porte mediano, porque la imposibilidad de exportar a China había forzado a las empresas a reducir turnos de producción.
El hecho de que Agustín Rossi fuera con lista aparte y lo acusara de no ser suficientemente leal le jugó indirectamente a favor, porque hizo que la bronca de la clase media rural se canalizara hacia la corriente más explícitamente K. Pero aun así, Perotti, que formalmente tiene el apoyo de Alberto y Cristina, sufrió una derrota inapelable -44,4% a 28,6% en los votos para el Senado-.
Bordet sufrió en Entre Ríos, donde vio cómo el ex ministro macrista Rogelio Frigerio festejó una aplastante victoria de 51,85 a 29,5%. "Los entrerrianos se cansaron de ver cómo otras provincias avanzan más que la nuestra", dijo Frigerio en la noche del festejo.
Y hasta en Córdoba, donde el gobernador Juan Schiaretti ha cultivado un marcado anti-kirchnerismo y una defensa explícita del campo, también se impuso la oposición por 47,9% a 24,5% para el Senado. La expresión cordobesa del Frente de Todos quedó reducida a un 10,9% de los votos.
Ahora, tras estos resultados, en el mercado se preguntan si prevalecerá el giro a la moderación o si, por el contrario, los instintos kirchneristas de radicalizarse en las crisis se terminarán imponiendo y se profundizará la pelea con el sector más dinámico de la economía argentina.
En este momento, los referentes del kirchnerismo están reclamando más controles de precios y más intervencionismo, como forma de incentivar el consumo. Y la propia historia kirchnerista, desde el recordado conflicto por la resolución 125, ha sido la de generar una épica de la resistencia en las derrotas.
Para preocupación de los gobernadores, todo apunta a que no habrá una reconciliación con el campo que tenga el visto bueno de Cristina.