El verdadero objetivo de Massa en EEUU: convencer que el Gobierno no se "cristinizará"
"Queremos mostrarle al mundo que los trapitos sucios los lavamos en casa". Con esa expresiva frase, Sergio Massa justificaba ante la prensa y la diplomacia internacional su acompañamiento al entonces presidente Mauricio Macri al célebre Foro de Davos en 2016. Cinco años después y en un contexto radicalmente diferente -aunque con el tema del endeudamiento argentino siempre en primer plano- Massa parece repetir la misma estrategia.
Esta gira por Estados Unidos trajo reminiscencias de aquellos tiempos iniciales de Macri, en el que el líder del PRO disfrutaba de una aprobación del 70% y Massa era presentado como la encarnación de una "oposición responsable" con capacidad de asumir el recambio de poder y mantener políticas de Estado.
Porque la visión que se instaló en el ámbito político es que, más allá del éxito que Massa pueda tener en destrabar la negociación con el Fondo Monetario Internacional, hay otro objetivo acaso más estratégico en este viaje: dejar el mensaje de que la coalición de gobierno no está dominada por el kirchnerismo radicalizado y que el peronismo tiene para ofrecer líderes de línea moderada.
El inicio de la gira, con la cena que Massa le ofreció a Juan González, principal asesor del presidente Joe Biden para temas latinoamericanos, abundó en señales de recomposición luego de las asperezas en la relación diplomática de los últimos tiempos.
"Hay una enorme vocación de la política en Estados Unidos para colaborar con la situación en la Argentina", dijo Massa, luego de su cena con González. La frase, que en una primera lectura puede parecer una obviedad obligada por la amabilidad diplomática, permite sin embargo otras interpretaciones.
Porque lo que está claro es que el esfuerzo del ministro Martín Guzmán por mostrar un avance en los números fiscales de Argentina no será suficiente si no hay una voluntad política de los países que dominan el directorio del Fondo, y especialmente de la administración Biden.
Como tantas veces, los gestos de alineamiento geopolítico pueden ser determinantes para destrabar una negociación que ya llegó a su límite desde el punto de vista técnico. Y a Massa le toca ahora transmitir el mensaje tranquilizador: explicar, por ejemplo, que el documento que -con el guiño de Cristina Kirchner- se publicó el 25 de mayo pasado no es un anuncio de default.
En términos políticos, el mensaje que dejará Massa en Estados Unidos es que no debe confundirse a la Argentina con el kirchnerismo, y que existen dentro del Gobierno fuerzas que hacen de contrapeso para garantizar una agenda que evite maximalismos ni un cambio drástico en el alineamiento internacional.
Como aquella vez en Davos, Massa se muestra como un garante de que el país tiene un recambio presidencial moderado y confiable, y que los "trapitos sucios" se siguen lavando en casa.
El verdadero mensaje de la misión
Este objetivo explica por qué para Massa fue más importante garantizarse la llegada a funcionarios en posiciones de decisión política -como Julie Chung, subsecretaria para Asuntos del Hemisferio Occidental- que a la cúpula del propio FMI.
"Lo político es lo más importante en ese contexto. Y Massa tiene un rol importante que jugar en este momento. Lo fundamental, es que, después que el Presidente se mimetizó con el sector más radicalizado del gobierno, Massa se convirtió en el único líder moderado de la coalición", observa el politólogo Sergio Berensztein.
Para este experto, las recientes asperezas con Estados Unidos -que van desde el tema vacunas hasta el FMI, pasando por posturas ambiguas sobre Venezuela e Israel- no suponen una situación incómoda para Massa. Más bien al contrario, le permiten afirman un rol diferencial que lo beneficia tanto en el plano externo como en el posicionamiento ante la opinión pública argentina.
"La verdad es que hoy Massa es el único que puede viajar a Estados Unidos para cumplir una misión de este tipo. Es un viaje que no puede hacer el canciller Felipe Solá, ni el Presidente, ni mucho menos Cristina Kirchner. Y le permite exhibir una agenda propia, con contactos internacionales que nadie tiene en el Gobierno", afirma Berensztein.
Desde ese punto de vista, el viaje de Massa no implica un riesgo en el sentido de que se destrabe en el corto plazo la negociación con el FMI. Nadie en el mercado financiero esperaba un anuncio ahora mismo en ese sentido. Más bien, lo que hay en un sector del Gobierno es la expectativa de que antes de las elecciones pueda haber una señal del Fondo, que no implique tener que condicionar la economía durante este año pero que, al mismo tiempo, envíe un mensaje que tranquilice al mercado y al electorado más moderado.
"Pero claro, en cierto sentido Massa sí corre un riesgo, que no se verá ahora sino luego del viaje. Y es el riesgo de que el Gobierno argentino se radicalice. Porque lo que él está poniendo en juego es su credibilidad al dejar el mensaje de que la coalición peronista no va a quedar dominada por el kirchnerismo duro. Ese es su verdadero desafío, sostener la credibilidad después de estos encuentros", argumenta Berensztein.
Ganando influencia, con guiños a la clase media
Aunque 2023 parece una fecha muy lejana, lo cierto es que Massa nunca la pierde de vista: él mismo avisó, cuando aceptó formar parte del Frente de Todos, que como era joven -tenía entonces 47 años- podía esperar cuatro años más para disputar la presidencia.
Y su accionar en los últimos meses dejan ver una estrategia de recuperación de protagonismo que alcanza su grado máximo con esta gira por el centro del poder político y financiero mundial.
Ya desde el año pasado, Massa asumió el rol de interlocutor del empresariado. A veces con una cercanía que despierta recelos en los demás socios de la coalición. Pero lo cierto es que al resto de los sectores peronistas les resulta difícil ocupar esa función.
Desde su cargo de presidente de la Cámara de Diputados, Massa logró cambios en la ley de presupuesto, consiguiendo mayores ingresos tributarios para organismos dirigidos por políticos de su sector, y también beneficios para determinados sectores empresariales.
Curiosamente, una práctica aprendida de Néstor Kirchner, pero que hoy es mirada con desconfianza desde el kirchnerismo. Massa extendió su influencia al área de la política energética, con el cambio de dueños en Edenor, que implica la llegada como accionista del principal proveedor de cloro de Aysa, la empresa estatal que dirige su esposa, Malena Galmarini.
Y, además, mantiene su tradicional buena relación con el multimedios América, de la dupla Vila-Manzano, y donde ahora también tiene participación Claudio Belocopitt, el principal de Swiss Medical.
En suma, Massa es interlocutor privilegiado de sectores empresariales clave de la economía, como la energía, la salud y parte de la industria, justo en un momento en el que se abre un período de negociaciones duras.
Su perfil de diferenciación del sector "duro" del Gobierno encontró una oportunidad de expresarse cuando citó al Congreso a los laboratorios presuntamente perjudicados en la campaña vacunatoria -como la firma estadounidense Pfizer- para que dieran su versión de los hechos.
Pero, sobre todo, la estrategia del tigrense fue visible en cuanto a tratar de recuperar la simpatía de la opinión pública, y mas concretamente de la clase media. No por casualidad asumió el protagonismo del alivio impositivo en el Impuesto a las Ganancias, una situación que irritó al kirchnerismo, que no sentía que esa medida fuera prioritaria ni beneficiosa en lo electoral.
Meses después, el tema impositivo le dio otra chance de lucimiento, y esta vez fue por un "error no forzado" del kirchnerismo. La ola de indignación que despertó el cobro del retroactivo a los monotributistas recién tuvo su freno cuando se anunció el envío de un nuevo proyecto de ley, que el Presidente le encargó a Massa, que tiene un equipo propio trabajando en los temas del área impositiva.
Con el 2023 entre ceja y ceja
Cuando vuelva a pisar el suelo de Ezeiza, Massa habrá concluido un paso importante en su estrategia de reposicionamiento político, cuyo objetivo fundamental es recuperar una imagen de "presidenciable". ¿Alcanzará con las señales y el protagonismo ganado en los últimos meses?
A juzgar por los sondeos de opinión pública, todavía no. Las cifras siguen mostrando una prevalencia de imagen negativa por sobre la positiva, tanto a nivel nacional como en la estratégica provincia de Buenos Aires.
Una encuesta de la firma Ágora Consultores realizada en mayo en la región metropolitana (es decir, capital y conurbano) lo muestra con 45% de imagen positiva y 50% negativa, lo cual dentro de la coalición gobernante lo pone en leve desventaja frente al gobernador bonaerense Axel Kicillof.
En tanto, un sondeo encargado por la oposición a la firma CB Consultores sólo en la provincia de Buenos Aires sigue ubicando a Massa con 34% de opiniones favorables y un 60% en contra. Es decir, un nivel de rechazo similar al de Cristina Kirchner.
Ahí es donde el ex intendente de Tigre está jugando su carta: dar el salto de ser "influyente" para pasar nuevamente a ser "candidateable".
"Su electorado es un peronista moderado y de clase media. Y es cierto que viene dando pasos para reconciliarse con ese público, pero también ahora hay muchos que están apuntando al mismo lugar, por ejemplo Florencio Randazzo, que va acompañado con figuras que antes fueron del espacio de Massa, como Graciela Caamaño", advierte Berensztein.
De todas maneras, el politólogo cree que cuenta con chances de recuperación, porque la propia situación política del país va a obligar al peronismo a mostrar figuras moderadas que compensen la radicalización kirchnerista. Pero advierte que Massa tiene una situación que lo condiciona: está obligado a convivir con ese mismo kirchnerismo al que debe contener y hacer de contrapeso.
"Los espacios opositores ya están ocupados, así que en la medida en que la coalición no se radicalice y no tomen medidas equivocadas del estilo de Vicentin, él tiene más para ganar quedándose dentro del Gobierno", afirma Berensztein.
En Washington y Nueva York, Massa está constatando el beneficio de haber vuelto al poder, pero también el riesgo de tener que dar explicaciones por expresiones de sus socios más volcados a la izquierda. Como aquella vez en Davos, su desafío es convencer de que prevalecerá la línea moderada y que "los trapitos sucios los lavamos en casa".