Sputnik "nacional y popular": por qué producir la vacuna en Argentina es una apuesta arriesgada para el Gobierno
Lejos de "bajar la intensidad" como pidió la ministra de Salud, Carla Vizzotti, todos los acontecimientos de los últimos días están llevando a que la gestión de la campaña vacunatoria pase a jugar el rol protagónico de la grieta política. Y el anuncio de que Argentina pasará a fabricar la vacuna rusa Sputnik resultó una contribución central para eso.
Desde el punto de vista de los funcionarios oficiales, es una oportunidad inmejorable para revitalizar el discurso épico sobre el orgullo de formar parte de "un gobierno de científicos", un concepto que Alberto Fernández había puesto en primer plano al anunciar, en agosto del año pasado, que Argentina fabricaría el principio activo de la vacuna AstraZeneca pero que luego fue perdiendo fuerza a medida que salían a la luz los problemas de la campaña y las sospechas de corrupción.
Y, de hecho, el Gobierno no desaprovechó la oportunidad, aunque más no fuera como un mensaje pensado para reforzar la moral de la "tropa propia", a la que ya no le resultaban suficientemente motivadores los eventos como el vuelo de un avión de Aerolíneas Argentinas hacia Moscú, con relato de Víctor Hugo Morales y llanto de azafata incluidos.
Ahora, en cambio, las cuentas oficiales y los principales funcionarios celebraron en las redes sociales la noticia de la aprobación del instituto ruso Gamaleya para que el laboratorio Richmond completara el procesamiento y envasado de la vacuna y que, en el futuro, tomara la producción completa de la Sputnik V.
"Otro logro de la ciencia nacional" fue la definición utilizada por la comunicación oficial, que incluyó un video con las consabidas imágenes emotivas y que contó, como fondo musical, el tema "Gracias a la vida" en la voz de Mercedes Sosa.
Pero las primeras reacciones políticas indican que esta noticia, lejos de tapar la polémica en torno a por qué no se llegó a un acuerdo con el laboratorio estadounidense Pfizer, funcionará como un aliciente para la controversia.
En la vereda opositora nadie celebró el hecho de que Argentina pueda producir la vacuna Sputnik, ni el hecho de que ahora el país integre el "selecto grupo de los fabricantes de vacunas contra el Covid" al que, hasta ahora, solamente pertenecían 12 naciones -aunque cada vez se agregan más, como muestra el hecho de que Rusia acaba de anunciar un acuerdo con Bahrein, similar al argentino-.
Más bien al contrario, la noticia está dando pie para que los políticos opositores ratifiquen todas sus críticas y acusaciones. Por ejemplo, que de esta manera se confirma que el Gobierno encaró la campaña con un criterio geo-político y decidió alinearse con el eje Rusia-China en contra de Estados Unidos. A fin de cuentas, mientras se rechazaba el ingreso de las tres vacunas de origen norteamericano, se celebraba el acuerdo para que el Fondo Ruso de Inversión Directa acordara con Argentina el traspaso de tecnología y aceptaba como socio al laboratorio Richmond, del empresario Marcelo Figueiras.
Desde el punto de vista de la oposición dura, esta situación coincide exactamente con la denuncia realizada por Patricia Bullrich, en el sentido de que el Gobierno no consentiría la llegada de una vacuna que no cumpliera con un esquema de acuerdo en el cual el no hubiera un empresario argentino, que haría las veces de operador local y que referenciaría a las autoridades nacionales, como supervisoras de todo el proceso.
Claro, en ese esquema donde el oficialismo ve al "Estado presente", a la vocación de la independencia tecnológica y al desarrollo de la ciencia nacional, Bullrich y la oposición macrista ven la intención de controlar una campaña vacunatoria que debería ser transparente, así como la posibilidad de que se generen "retornos" por sobreprecios y otras maniobras. Esa era, según la dirigente del PRO, la exigencia que se le quiso imponer a Pfizer y que generó la reacción irritada de todo el Gobierno.
Y nada indica que las noticias procedentes desde Moscú hagan cambiar ese desacuerdo profundo.
La lupa sobre el farmacólogo
Por lo pronto, las primeras reacciones opositoras ante el anuncio oficial van desde el sarcasmo hasta la denuncia de negocios turbios. En las redes sociales, no faltaron quienes compararon la iniciativa de la Sputnik argentina con el ensamblado de celulares y computadoras en el polo industrial de Tierra del Fuego, dando a entender que el agregado de valor y el aporte científico argentino serán marginales.
Pero las críticas más ácidas estuvieron dirigidas a resaltar el vínculo entre el empresario Figueiras y el kirchnerismo. Por caso, el diputado Fernando Iglesias ironizó: "El Estado te salva, pero si tenés un empresario casado con tu amiga senadora para cerrar las cosas en familia, mucho mejor".
Era una alusión al hecho de que Figueiras está casado con la ex senadora María Laura Leguizamón, amiga íntima de Cristina Kirchner. Y también al hecho de que el laboratorio Richmond ha crecido durante los años del kirchnerismo, en parte gracias a los acuerdos de provisión al Estado.
Richmond -que el año pasado tuvo un balance con ventas por $3.540 millones y una ganancia neta de $162 millones- produce medicamentos oncológicos y para el VIH y, cuando hace una década el mundo se asustó por la anterior pandemia, la de la "gripe porcina", fue uno de los autorizados a fabricar la droga Oseltamivir en el país.
Lo cierto es que en los últimos días el currículum de Figueiras ha sido objeto de estudio detallado, y muchos vieron similitudes con Hugo Sigman, el otro empresario del sector farmacológico que en su momento entusiasmó al Gobierno al participar en el acuerdo para la vacuna AstraZeneca.
Sigman también había sido un protagonista de la fabricación de la gripe A. Pero también se asemeja a Figueiras en el gusto por incursionar en otras actividades ligadas a lo mediático y lo político.
Mientras Sigman es un hombre cercano al gobernador tucumano -y ex ministro de salud con Cristina- Juan Luis Manzur, a Figueiras se lo ve como un empresario simpatizante con Cristina, aunque también con Sergio Massa, aunque sea por vía indirecta. Ocurre que entre los empresarios que quieren asociarse a la producción de la Sputnik criolla figuran nombres ligados al titular de la Cámara de Diputados.
Ahora se podría decir que ambos compiten en el mismo rubro de las vacunas por el Covid, aunque está claro que el tamaño del mercado no será el problema que los haga enfrentar. En todo caso, la carrera pasará por ver cuál de los dos queda mejor parado ante los ojos de los ojos del Gobierno.
Sigman había sido la gran apuesta de Alberto Fernández, en un momento en el que el desplome económico agobiaba al Gobierno. Se esperaba que AstraZeneca fuera la primera vacuna en aplicarse en el país y terminó siendo la última. Y si bien el empresario se justificó con el argumento de que él había cumplido su parte y que el problema estaba en la contraparte mexicana, lo cierto es que la vacuna desarrollada en Oxford no cumplió el rol que los funcionarios esperaban, ni desde el punto de vista sanitario ni desde el político.
Hoy ya no se escuchan elogios para el laboratorio mABxience, ni Alberto Fernández podría repetir la frase que dijo el año pasado al inaugurar la planta de Escobar: "Lo que necesitamos es que haya muchas más empresas como éstas, que haya muchos más empresarios invirtiendo y dando trabajo, y menos banqueros comprando letras del Banco Central para llenarse de plata".
Ni la operación de la que Sigman formó parte pudo cumplir sus compromisos, ni se terminó la especulación bancaria. Más bien al contrario, se exacerbó con la "bola de Leliq" y con el nuevo permiso para que los bancos usen los encajes para comprar bonos del Tesoro y así ayudar a financiar el déficit fiscal.
La solución de la Sputnik "nacional y popular
Tras la confirmación de que Richmond producirá la vacuna en el país, las acciones de esta compañía tuvieron una inmediata suba en la bolsa de valores, anticipando grandes ingresos.
Aunque el antecedente de AstraZeneca sugeriría mantener la cautela a la hora de hacer pronósticos, tanto Figueiras como los comunicadores oficiales se entusiasmaron con la cantidad de vacunas que podrán producirse a nivel local.
En la primera fase, corto plazo, mientras solamente se haga el procesado final y envase del principio activo llegado desde Moscú, se anunció la producción de un millón de dosis ya en el correr de junio, e ir escalando la producción hasta llegar a cinco millones mensuales hacia fin de año.
Y en la segunda etapa, que ocurrirá el año próximo cuando esté lista la planta de Pilar -a un costo de u$s70 millones, para la cual se constituyó un fideicomiso- entonces se podrá asumir la elaboración completa de la vacuna, que empezará a ser exportada a países de la región.
Son anuncios que suenan como música a los oídos de Alberto Fernández: implican la resolución rápida del déficit de vacunación argentino, justo cuando las encuestas marcan que ese tema es crucial para la intención de voto en las próximas legislativas. De hecho, un reciente sondeo de Synopsis encontró una diferencia importante en el humor social según si quien respondiera había recibido o no la vacuna. Y es particularmente llamativa la diferencia cuando los interrogados son personas que en 2019 votaron al Frente de Todos: entre quienes sí fueron vacunados, hay un sólido 82,6% de apoyo, mientras que entre los que todavía están esperando, la fidelidad cae al 57,4%.
Y otro sondeo de la firma Giacobbe y Asociados deja un dato revelador: cuando se le pregunta a la gente cuándo cree que recibirá la vacuna, un contundente 43% cree que recién tendrá la cobertura contra el Covid durante el año próximo.
Pero, si las cosas salen tal como fueron prometidas, la Sputnik "nacional y popular" no solamente resolvería las dificultades de la campaña sanitaria sino que también harían su contribución al devaluado "relato". El desarrollo científico nacional, la independencia tecnológica y la vanguardia en la región al exportar vacunas son consignas que, en la base electoral kirchnerista, tocan una fibra sensible.
Lo dejó en claro el ex ministro Ginés González García, que en una reciente entrevista afirmó que le daba orgullo el hecho de que Argentina era uno de los cuatro países del mundo -junto a Estados Unidos, Alemania y Japón- en los que los laboratorios nacionales superan a las multinacionales en la presencia del mercado.
Es una situación que se verá reforzada con la Sputnik local. Ese hecho -que para Bullrich es casi una prueba de asociación para delinquir-, tiene una valoración positiva para los nostálgicos del desarrollismo que proclaman la necesidad de un empresariado comprometido (una "burguesía nacional" le gustaba decir a Néstor Kirchner en su lenguaje setentista) que ayude a que Argentina siga en el club selecto de países mantienen aerolíneas de bandera y que fabrican autos, celulares y vacunas nacionales.
Mientras la polémica sigue, el propio Alberto Fernández se ha transformado, a su pesar, en uno de los mayores propagandistas de la Sputnik: se contagió el coronavirus tras haber recibido las dos dosis de la vacuna rusa y tuvo una recuperación óptima. El mismísimo Vladimir Putin, que siguió con interés su evolución, respiró aliviado.