EL ADIÓS A UN ESTADISTA

Menem, sin "grieta": desde Macri hasta Cristina, todos lo votaron y celebraron su pragmatismo

Sus posturas, hoy políticamente incorrectas, llevan a un homenaje "tibio". Pero fue el político que mejor interpretó los deseos ocultos de los argentinos
POLÍTICA - 15 de Febrero, 2021

En este tema, no hay grieta posible: toda la clase política argentina votó a Carlos Menem, toda lo admiró y celebró en su época de gloria, toda tomó una distancia oportunista cuando eso fue lo políticamente correcto y toda le dio una protección judicial en sus últimos años.

Y hoy, desde el kirchnerismo hasta el macrismo, padece el mismo síndrome: el del homenaje tibio y algo culposo al hombre que cambió para siempre la forma de hacer política en Argentina de la era post-dictadura.

Se entiende: los kirchneristas no pueden excederse en elogios, porque Menem representa, en teoría, el modelo económico al que ellos quieren combatir. El macrismo tampoco puede sobreactuar la pesadumbre, porque Menem está demasiado ligado a la idea de la corrupción estatal, justo cuando se acusa a Cristina Kirchner de esos vicios. Pero hay, en todo el arco político, una sensación de deuda con el hombre que interpretó lo que los argentinos realmente querían.

Basta comparar las reacciones ante la muerte de Menem con lo que fue el luto popular ante la muerte de Raúl Alfonsín para entender lo que significó este político que marcó una era y cambió la historia argentina. Alfonsín es recordado como el representante de valores aspiracionales: el apego a la democracia, la ética como valor principal, la transparencia en la administración, el respeto a los derechos humanos, la reivindicación de la cultura, el regreso al círculo de las naciones respetadas en el mundo.

En cambio, el homenaje a Menem en estas horas es muy diferente, implica cierto pudor. Porque todo en Menem rebosaba de "incorrección política"

Claro, la historia reciente –la que incluso ya es historia oficial y hoy es enseñada en manuales de texto en algunos colegios secundarios- caracteriza a la etapa menemista con una larga lista de valores negativos: la frivolidad, la permanente sospecha de corrupción, los "atajos" institucionales, las graves acusaciones sobre complicidad en atentados. En fin, la "pizza con champagne", expresión que definió de qué se trataron los años ’90 en Argentina.

Menem y Alfonsín, el símbolo del cambio de época: del sueño socialdemócrata al pragmatismo del capital

Menem y el cambio de época

Pero estos homenajes y estas primeras versiones de la historia reciente ocultan y distorsionan una verdad contundente: a Raúl Alfonsín, en definitiva, los argentinos le dieron la espalda. Porque si bien devolvió la esperanza de una normalidad democrática y una cierta aureola de prestigio internacional, Alfonsín también fue el apego a fórmulas económicas inviables, la asfixia estatal, el desprecio por la economía de mercado, la hiperinflación.

En el final del gobierno alfonsinista, el austral –una moneda desconocida para las nuevas generaciones, con la que el alfonsinismo intentó con total falta de éxito dominar la inflación- no valía nada. Cuando se lanzó, en 1985, cada billete de austral cambiaba de manos 12,5 veces por año, mientras que en el pico hiperinflacionario la rotación había subido a 100 veces, según una investigación de Ucema.

En aquel momento dramático, la mecánica de la indexación hacía que cada billete emitido por el Central impactaba en los precios apenas tres semanas después de estar circulando, cuando lo normal en los países de mayor estabilidad monetaria es que el lapso entre una cosa y otra sea de 18 meses.

En aquella Argentina caótica, los ajustes salariales eran mensuales, y el chiste que corría en la City era que el taxi costaba más barato que el boleto de colectivo, porque la devaluación era tan vertiginosa que el tiempo que uno se ahorraba para llegar a las casas de cambio y comprar dólares compensaba largamente el costo del transporte.

La Argentina había dejado de ser un país moderno hacía mucho tiempo: los precios de los departamentos variaban notablemente dependiendo de que vinieran con línea telefónica, porque la empresa estatal Entel tenía un retraso en las instalaciones de nuevas conexiones que hacía que buena parte de la población siguiera desconectada –justo cuando el mundo entraba en la revolución de las telecomunicaciones-.

Por aquellos días se tuvieron registros de los primeros saqueos a supermercados. Que fueron minúsculos en comparación con los que luego ocurrieron en 2001, pero que en su momento horrorizaron a un país que sentía que había tocado fondo.

Menem fue quien mejor leyó ese momento social. Y fue quien, con su agudo instinto de animal político, entendía la diferencia entre lo que los argentinos decían que querían ser las verdaderas ambiciones ocultas. No necesitaba para eso haber estudiado psicología social: le alcanzaba con haber tenido 40 años de militancia y haber visto todas las fases del peronismo y los gobiernos militares.

El giro pragmático que todos festejaron

Menem lo entendió: aunque nunca fueran capaces de confesarlo, los argentinos no querían un líder socialdemócrata culto y sensible como Felipe González; querían a alguien decidido a tomar medidas drásticas y que comprendiera que había que cambiar la economía de raíz, como la innombrable Margaret Thatcher. Querían a un ministro como Domingo Cavallo, que transmitía al mismo tiempo solidez técnica y la determinación de un fanático.

Privatizaciones de empresas públicas, apertura comercial, pasaje a un sistema jubilatorio de capitalización individual, reforma financiera que permitiera un boom del crédito hipotecario, gran ajuste fiscal aunque implicara al principio una licuación salarial. Y, finalmente, la frutilla de la torta, el golpe mortal a la inflación por la vía expeditiva de no tener más política monetaria y adoptar al dólar como moneda espejo del renacido peso.

Y sin ninguna nostalgia por el viejo manual peronista de combate al capital, mientras llegaban las inversiones externas surgidas del Plan Brady.

Todo eso entraba en el programa del pragmático Menem, quien si las circunstancias hubiesen sido diferentes no habría tenido problema en defender las políticas opuestas, porque su postura no era ideológica. Peronista de ley, su única lealtad era con el poder.

"Si contaba mi programa de gobierno no me votaban", le confesó Menem, con ese desparpajo característico, a su derrotado oponente Eduardo Angeloz un día en que éste le preguntó cómo era posible que no lo hubiesen votado a él, si en realidad tenía el mismo programa.

El carisma que no resistieron ni Bush ni Madonna

El pragmatismo es una cualidad que en determinadas épocas es elogiada como una virtud que refleja amplitud mental y que en otros momentos es denostada como una falta de apego a principios, casi como una postura cínica.

A Menem todos lo definían como un pragmático, pero en su caso siempre era con una connotación positiva, porque iba además acompañado de un carisma inusual, que cautivó desde los punteros del conurbano hasta la propia Madonna –según relata en sus memorias sobre la filmación de la película "Evita".

Una anécdota que circuló mucho en esa época sirve para ilustrar este punto. Recién asumido como presidente de una Argentina traumatizada, Menem viajó a Washington para entrevistarse con el anfitrión, George Bush padre.

Menem dio un giro drástico en la política exterior y se alió con el estadounidense George Bush

"¿Así que usted es el famoso presidente Menem?", lo recibió Bush, curioso por el halo pintoresco del argentino, pero también algo a la defensiva y preparado para escuchar un pedido de urgente ayuda financiera. Pero Menem lo sorprendió y en vez de comenzar a relatarle las penurias económicas del país, le dijo con su característico desparpajo: "Presidente Bush, encantado, dígame en qué puede ayudar la Argentina a su país".

Bush soltó la carcajada, y en ese mismo momento quedó establecido el tipo de relacionamiento que ambas naciones cultivaron durante una década, más tarde bautizado con el expresivo nombre de "relaciones carnales".

Lo que quedaría demostrado es que la frase de Menem iba más allá de sus típicas humoradas, sino que encerraba toda una concepción de relaciones internacionales: por más que la Argentina se encontrara entonces en uno de sus peores momentos, le estaba haciendo saber a Estados Unidos que podía tener un gran valor como aliado.

Los mejores alumnos: desde los Kirchner a Macri

Esa era, en el fondo, la gran fortaleza política de Menem: así hablara ante banqueros o dirigentes sindicales, así jugara al fútbol junto a Diego Maradona o prometiera la llegada de una "revolución productiva", siempre entendía que su misión era devolverle la autoestima a un pueblo que necesitaba el envión anímico.

Sus rivales se mofaban y le pusieron el mote de "Mesías", pero él redoblaba la apuesta, al punto que en el discurso inaugural de su presidencia repitió tres veces la frase bíblica de Jesús a Lázaro: "Levántate y anda".

Lo cierto es que Menem tuvo alumnos que captaron enseguida que el nuevo presidente estaba interpretando un cambio de época. Empezando por Cristina Kirchner.

En una entrevista de 2013, ya siendo presidenta, sorprendió y confundió a sus seguidores más jóvenes al recordar que en la interna peronista de 1988, en la que se enfrentaba Menem con Antonio Cafiero, ella discutió con su esposo Néstor Kirchner respecto de quién había que apoyar.

Menem, recordó Cristina, tenía el aura del caudillo del interior profundo, con su "look" extravagante de patillas al estilo 19, que hacían recordar al caudillo Facundo Quiroga. Tenía un discurso esperanzador, con toques de prédica religiosa. Y hasta gozaba de cierto respeto en la izquierda por haber estado preso en la dictadura y haber sido abogado de presos políticos.

A Cristina le fascinaba. Pero Néstor, que entonces soñaba con ser gobernador de Santa Cruz, quería apostar a ganador. Porque todo el mundo creía que el próximo presidente sería Cafiero, que hablaba sobre la necesidad de renovar al peronismo, que coqueteaba con las ideas socialdemócratas y que quería adquirir la respetabilidad que le permitiera acceder a figuras como el admirado Felipe González.

Pero en el caos inflacionario en el que se encontraba el país, los argentinos dejaron en claro que una cosa era el discurso y otra la vida real: querían un líder prágmático, que hiciera lo que fuera necesario, sin ataduras ideológicas, para arreglar de una vez la economía.

Ese fue Menem, que le ganó a Cafiero la interna, que arrasó en las elección de 1989, y luego en las dos legislativas siguientes. Y que, en medio de la euforia por el auge del "uno a uno" entre el dólar y el peso, reformó la constitución para poder hacerse relegir.

Lo raro fue que, contradiciendo la creencia de que en un momento recesivo un presidente no puede ser reelecto, Menem volvió a arrasar en 1995, en plena crisis del "efecto Tequila" que hizo subir al desempleo, y cuando buena parte de la población lo culpaba por los dos grandes atentados terroristas que había sufrido el país.

En ese momento, Menem alentaba la entrada a la política de figuras populares provenientes de otros ámbitos, como el deporte, el espectáculo o el mundo empresarial. Su misma personalidad transgresora resultaba un atractivo irresistible para los "outsiders" que querían ser apadrinados.

Fue de esa forma que Daniel Scioli, ex piloto náutico, se transformó en legislador y llegó a vicepresidente de Néstor Kirchner y a gobernador de Buenos Aires. Fue así que Carlos Reutemann, una gloria del automovilismo, llegó dos veces a la gobernación de Santa Fe.

Y, también, fue así que un joven heredero de un imperio empresarial, entusiasta de todas las reformas económicas llevadas a cabo por el menemismo –en particular las privatizaciones, de las que fue beneficiario directo- fue alentado a entrar a la política. Las revistas de crónica social lo retrataba todo el tiempo compartiendo lujosas fiestas en la que Menem era el invitado estelar. Se trataba de un tal Mauricio Macri, que prefirió primero competir por la presidencia de Boca Juniors para esperar que llegara su momento.

En sus años finales, Menem fue una especie de senador vitalicio, con la protección política en sus causas judiciales

La protección judicial del final

Pero hay otra unanimidad generada por Menem: la voluntad de la clase política por protegerlo de sus causas judiciales. En los hechos, el peronismo garantizó que fuera senador vitalicio, al reelegirlo sistemáticamente desde hace 15 años.

Esta condición le daba inmunidad parlamentaria para no ir preso en dos causas con condena firme, por pago de sobresueldos a funcionarios. Y estaba pendiente una definición de la Corte Suprema en otra investigación, la del extraño accidente en un arsenal de Río Tercero, un pueblo cordobés en el cual murieron siete personas y se causaron graves daños.

Siempre se acusó a Menem de haber promovido esa explosión de manera intencional para borrar evidencias del tráfico ilegal de armas hacia Croacia y Ecuador. Y hasta la propia muerte trágica de Carlos Menem Junior, en 1995, en un accidente de helicóptero, quedó para siempre ligada a la duda sobre si se había tratado de un atentado en venganza por pactos incumplidos con facciones fanáticas de medio oriente o con traficantes de armas.

Pero el pacto de la clase política no se rompió: los peronistas siempre se garantizaron de que saliera electo, los opositores nunca pidieron su desafuero y los jueces de la Corte Suprema demoraron sus expedientes todo lo necesario.

También, en ese sentido, fue un hombre que reflejó a la clase política argentina, con sus luces y sombras. Esa misma dirigencia, que hoy suspendió temporariamente su "grieta" para rendirle un homenaje más sentido que proclamado.

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