"Operativo asado barato": por qué es un test muy riesgoso para Alberto Fernández
En la política, hay chicanas "light" y hay chicanas hirientes, que llegan al alma del adversario. Que Mauricio Macri critique a Alberto Fernández por no dejar flotar al tipo de cambio o por la vocación de interferir en la justicia, vaya y pase. Se daba por descontado y casi constituye un elogio, visto desde el punto de vista del Presidente. En cambio, cuando Macri le recuerda a Alberto su incumplida promesa de campaña de que todos los argentinos volverían a comer asado y pronostica que "posiblemente muchos se queden sin parrilla y muchos van a perder la heladera", ahí el tema adquiere otra gravedad.
No solamente se trata de una crítica en un tema sensible, sino que, para colmo, está más dirigida a los votantes peronistas que a los que apoyan a Macri.
Eso es lo que explica la urgencia del Gobierno por mostrarse activo en el tema alimentos, sobre todo cuando la inflación vuelve a dar señales de empuje.
Hasta ahora, Alberto tuvo a mano el argumento de la pandemia para justificar la caída en los niveles de consumo, pero se trata de un argumento con fecha de vencimiento. Lo sabe todo el kirchnerismo, empezando por Cristina Kirchner, que no por casualidad planteó la consigna de que en este año electoral hay que "alinear precios con salarios y tarifas".
Y lo cierto es que es difícil para un gobierno peronista encarar una campaña electoral cuando el país se encuentra en uno de sus mínimos históricos en el consumo de carne, con 50 kilos anuales por habitante.
Es una cifra que -tal como surge de las estadísticas de la Cámara de la Industria de Comercio de Carne y Derivados (Ciccra)- hace empalidecer incluso a los años más críticos, como el 2002 posterior al colapso de la convertibilidad -58 kilos- al 2011 posterior al fracaso del plan Moreno -55 kilos- y al y al desordenado final del kirchnerismo, cuando en 2019, devaluación mediante, se cayó a 51,7 kilos.
Ni siquiera es necesario que la chicana venga desde la oposición: el ala más dura del kirchnerismo le recuerda día por medio al Presidente la urgencia por tomar cartas en el asunto.
"En el país del trigo no se puede comer pan y en la pampa de las vacas no se puede comer carne", resumió con su habitual elocuencia el líder piquetero Juan Grabois, que hundió todavía más el dedo en la llaga al afirmar: "Si no se puede sostener una tibia medida de regulación del comercio exterior, hay que entregarle la llave del ministerio a Etchevehere y que gobiernen los estancieros".
Pero el Presidente, que no en vano fue testigo de la pelea -que siempre consideró un error- entre Cristina Kirchner y el campo en 2008 también tiene presente otro recuerdo: el de la desastrosa política de Guillermo Moreno, que cerró las exportaciones cárnicas para forzar a los ganaderos a vender todo su producto en el mercado local y así bajar los precios.
Fue uno de los peores momentos del "modelo K": al no poder exportar y ante la perspectiva de ver la ruina de su negocio, muchos ganaderos decidieron cambiar de rubro y pasarse a la soja, que estaba en pleno boom. Fue así que enviaron a faena a las vacas todavía en condiciones de parir –"faenar vientres", en la jerga-, lo que equivale a rematar un bien de capital.
El resultado: la carne efectivamente bajó de precio, por un período limitado de un semestre, pero luego subió con fuerza ante la falta de oferta. Así, el consumo, que venía en un promedio de 68 kilos anuales por persona bajó abruptamente a 57 el primer año y a 55 el segundo, sin poder nunca recuperar su nivel previo.
La Sociedad Rural, en aquel momento, acusaba al kirchnerismo de haber llevado el stock vacuno de 60 millones de cabezas a apenas 48 millones. Mientras tanto, el "relato K" hacía un brusco viraje y pasaba a ponderar las bondades de la carne de pollo y de cerdo, que habían pasado a ser sustituto de un asado demasiado inaccesible.
En contraste con esa situación, todos -ganaderos, carniceros, políticos opositores y también algunos kirchneristas- veían con admiración el modelo que había aplicado José "Pepe" Mujica en Uruguay, cuando era ministro de ganadería.
El veterano político terminó de consolidar su popularidad al llegar a un acuerdo con la industria cárnica: se mantendría la exportación de los cortes caros -en general los cuartos traseros, con mayor demanda en Europa- y con las ganancias de esa exportación se haría un subsidio cruzado para abaratar cortes, que pasaron a ser conocidos por los consumidores uruguayos como "el asado de Pepe".
Muchos recordaron en los últimos días esa experiencia, tanto por la declarada admiración del Alberto Fernández hacia Mujica como también por cierto parecido en la forma en que el Presidente planteó el tema a los frigoríficos argentinos: una fórmula "win-win" en la que todos salieran ganando.
Podría fallar, ¿ya falló?
En los papeles parecía todo correcto: se compensarían las malas noticias de la inflación, se les daría un tema para que los colegas de los medios oficialistas pudieran editorializar, se le daría una respuesta al macrismo y, sobre todo, se estaría cumpliendo una promesa de campaña sin que por ello hubiese que enemistarse con el campo.
Pero, diría el recordado Tu-Sam, siempre puede fallar. Y en ese caso no pasaron 24 horas de firmado el acuerdo para que se vieran las dificultades. La primera dificultad la aprenden todos los estudiantes de primer año de economía cuando leen sobre la ley de oferta y demanda en el célebre manual de Mochón y Beker: cuando se fuerza un precio demasiado por debajo de su equilibrio, el resultado lógico es el desabastecimento porque sube la demanda y baja la oferta.
Quien lo explicó más claro y elocuente fue Alberto Williams, presidente de la asociación porteña de carniceros: "Nosotros no recibimos el kilo de asado para venderlo a 400 pesos, ni loco. Ni loco. Si lo tuviéramos, estaríamos todos chochos vendiendo carne".
Claro, el acuerdo implicaba apenas 6.000 toneladas de carne -apenas un 3% del mercado total nacional- a ser repartidas en 1.600 bocas de expendio.
Se estima que hay en el país 100.000 carnicerías. Los conocedores del mercado cárnico no tuvieron más que ver estos números para llegar a la conclusión de que el acuerdo anunciado se asemejaba más a una operación de marketing político que a un intento serio por abaratar la carne vacuna.
Williams fue contundente al afirmar que esos promocionados cortes con 30% de descuento jamás llegarán a las carnicerías porteñas y que, además pone como protagonista de la movida a los supermercados.
Los carniceros -que venden el 70% de lo que se consume en el mercado- se quejan de haberse enterado del acuerdo por los medios de comunicación. Y lo cierto es que el Gobierno privilegió como interlocutores a los grandes consorcios exportadores. Pero faltaron los pequeños matarifes que destinan su producción al abasto del mercado interno.
Problemas de incentivos
Lo cierto es que por estas horas Alberto Fernández no debe estar haciendo un buen balance de su movida. Lo que estaba destinado a ser una doble jugada que lo beneficiara en lo económico y lo político empieza a tansformarse en un boomerang.
Y retrotrajo al mal momento que el Presidente pasó hace unas semanas cuando, en plena crisis por las exportaciones de maíz, se quejó de que los argentinos tuvieran que pagar por un asado lo mismo que un alemán, cuando aquí la cadena productiva tiene costos en pesos.
Aquella afirmación fue rotundamente desmentida por la Cámara Argentina de Feedlot, que informó que el asado en Alemania cuesta unos 20 euros mientras que los cortes premium llegan a 60 euros. Es decir, un precio que triplica al argentino, siempre que lo calcule al tipo de cambio oficial. Medido al blue, esto implicaría que pagar la tira de asado en Berlín puede implicar unos $3.000.
Pero el papelón del Presidente no termina allí. Porque surgieron nuevos estudios que demuestran que la carne argentina no sólo es barata en comparación con los países europeos sino también con el resto de la región, donde hay altos niveles de producción y de exportación vacuna.
Así, Juan Manuel Garzón, de la Fundación Mediterránea, llegó a la conclusión de que el precio promedio de una muestra comparada da en Argentina $781, versus los $832 de Brasil y $845 de Uruguay, mientra que en Chile, que es importador neto de carne, el precio sube hasta los $1.000.
Claro, no todos los países tienen la misma situación económica y eso distorsiona la comparación, como comprobó Alberto Fernández cuando le explicaron que el mayor componente del precio de la carne en Argentina son los impuestos.
Lo cierto es que en Uruguay hay 3,4 vacas por habitante, y el 70% de la producción vacuna se exporta, al contrario de lo que ocurre en Argentina, donde las ventas al exterior rondan el 30% y hay 1,2 vacas por cada persona. Ahí reside uno de los principales temas que los expertos le critican al Gobierno: el no tener en cuenta que la única forma efectiva de bajar los precios es incentivar un aumento del stock.
El consultor agropecuario Salvador Di Stefano es contundente al pronosticar que el plan oficial de bajar el precio de la carne fracasará "porque no resuelve el problema de fondo, que es la falta de inversión".
Y advierte que, tal como ocurrió en otros tiempos, se está viendo un fenómeno de liquidación de vientres, como consecuencia de las urgencias financieras de los ganaderos, lo cual da una perspectiva de baja de stock vacuno en el mediano plazo.
Hablando en números, observa que la faena del año 2019 fue de 13,9 millones de animales, y pasó a 14,2 millones de animales al año 2020. Es decir, se mandaron más vacas al frigorífico a pesar de que el stock venía cayendo.
Esa relación entre cantidad de vacas faenadas respecto del total se denomina "tasa de extracción, y en un año subió de 25,3% a 26,1%. Los expertos consideran que cuando esa tasa es superior a 25%, la población de vacas del país empezará a bajar, por una simple cuestión demográfica: el ciclo biológico indica que desde que la vaca queda preñada hasta que el ternero llega al peso como para ser faenado pueden pasar cuatro años. El pronóstico es que este año el stock caerá a 54,1 millones de cabezas.
Pero la cosa es peor aun, porque no solo cae toda la población vacunas, sino también las vacas en condiciones de parir, que técnicamente son un bien de capital porque producen los terneros. El número de vacas cayó medio millón en un año, todo un síntoma de crisis por desinversión.
El test ácido de Alberto
Ante esta situación, Alberto Fernández se enfrenta a una disyuntiva difícil desde lo político. Si el plan logra corregirse y sale bien, habrá logrado su objetivo de proveer al mercado interno sin tener que afectar la exportación. "Desacoplar los precios", según la frase que puso de moda la controvertida diputada Fernanda Vallejos.
Para una Gobierno necesitado de dólares no es fácil argumentar contra la exportación de un millón de toneladas de carne, que es lo que Argentina podría vender este año gracias al incremento de la demanda china. Hablando en plata, sería un ingreso de divisas por u$s3.000 millones.
Sin embargo, si en poco tiempo no se ven resultados con el precio de la caerne, será un test ácido para el Gobierno. Porque desde el kirchnerismo duro se están haciendo sentir cada vez con más fuerza los reclamos para que traben las exportaciones. Una fórmula de resultado cortoplacista y grandes daños a futuro.
Todos saben cuál es la consecuencia, pero los tiempos urgentes del calendario electoral pueden alterar las prioridades.