Legalización del aborto: ¿Alberto Fernández pagará un costo en las próximas elecciones?
Era inevitable: el debate sobre el aborto que se aprobó en el Senado en la madrugada de este jueves también se politizó, también formó parte de la grieta y, ya presumen algunos, también estará entre los temas que incidirán en el resultado de la elección legislativa de 2021.
El oficialismo no dudó en darle, desde el mismo envío del proyecto al Congreso, el mismo tono de gesta épica que le insufla a todos los grandes proyectos, desde los de asistencia social como el IFE hasta la campaña de vacunación contra el Covid.
Y de inmediato quedó en claro la estrategia de comunicación política: a diferencia de lo que había sido la confrontación de 2018, cuando el debate se centraba en la cuestión ética y filosófica del aborto y sobre si se podía considerar al feto una persona, ahora el kirchnerismo planteó el tema como una puja entre los sectores que quieren ampliar derechos y los que los quieren restringir.
En la previa del debate, la intención fue presentar a la coalición gobernante como apoyando homogéneamente al proyecto y a la oposición como resistiéndolo. Pero lo cierto es que hubo legisladores de Juntos por el Cambio que ya en 2018 habían votado a favor y otra vez volvieron a hacerlo.
En aquella ocasión, por cierto, el debate había sido posible porque el entonces presidente Mauricio Macri facilitó el tratamiento del proyecto en el Congreso y además avisó que no vetaría en caso de que saliera aprobado. Todo un contraste con la actitud que había tenido Cristina Kirchner durante su etapa como mandataria, cuando no quiso exponerse a ese conflicto, sobre todo, porque buscaba mejorar el vínculo con Jorge Bergoglio, recién nombrado como nuevo Papa de la iglesia católica.
A propósito, Bergoglio, en 2010, había sido un férreo opositor a un proyecto del cual el kirchnerismo hizo bandera y del cual sacó rédito político: el del matrimonio igualitario. Un reclamo histórico de la comunidad homosexual argentina, el proyecto nunca había estado entre las prioridades del peronismo tradicional, que más bien lo rechazaba en sus facciones más conservadoras.
Sin embargo, el acercamiento de sectores juveniles y de izquierda al kirchnerismo convencieron a Néstor y Cristina Kirchner de que estaban dadas las condiciones como para que esa ley no sólo saliera aprobada sino que, además, pudiera ir en línea con el discurso de la "inclusión social" y la ampliación de derechos que en ese momento enarbolaba el gobierno.
La reacción del otro bando fue furibunda. "No seamos ingenuos: no se trata de una simple lucha política; es la pretensión destructiva al plan de Dios", decía el entonces cardenal Bergoglio, que venía de una mala relación de años con el kirchnerismo. El hoy pontífice hablaba de "una movida del padre de la mentira, que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios".
A lo cual, Kirchner respondía: "Cuando se tiene que presionar es porque se tienen muy pocos elementos para convencer. El país debe dejar definitivamente visiones discriminatorias y oscurantistas".
El ex mandatario había comprendido el cambio de clima social y político. De hecho, la sesión en la que se aprobó el matrimonio igualitario fue la única a la cual concurrió tras haber sido elector diputado por Buenos Aires en 2009. Un año y medio más tarde, con Kirchner ya fallecido, Cristina recibía un espaldarazo histórico en las urnas: un 54% de los votos, de la mano de un boom consumista y un discurso político en el cual resaltaba la ampliación de los derechos.
Si bien no puede hablarse de un "voto gay" que se haya comportado de manera uniforme, sí resultó evidente que las organizaciones de defensa de los derechos civiles de las minorías volcaron de inmediato su simpatía hacia el kirchnerismo.
La nueva lectura social del kircherismo
El giro en la actitud de Cristina Kirchner también puede leerse en esa clave política: tras haberse opuesto históricamente a considerar el aborto legal, recién abrazó la causa en el debate de 2018, un año después de su regreso al congreso en condición de senadora. Ella misma confesó que le había hecho cambiar de opinión la militancia juvenil, en la cual basa el apoyo militante del proyecto kirchnerista.
Por ese entonces, el movimiento feminista ya se había transformado en un fenómeno de masas luego de las movilizaciones bajo la consigna "Ni una menos". Y las celebraciones de cada 8 de marzo por el día internacional de la mujer empezaron a incluir proclamas en las cuales se mezclaba el reclamo por los derechos femeninos y también el rechazo a las políticas sociales y económicas del macrismo.
La cúpula kirchnerista no dudó en el sentido de que el proyecto de aborto legal era una bandera que de ninguna manera podía regalarse a la izquierda ni, mucho menos, al macrismo, que se mostraba tolerante y abierto a la discusión. Pero fue allí cuando surgió la gran contradicción del peronismo: fueron los propios senadores de la mayoría peronista la que garantizó en aquel momento la derrota del proyecto por 38 a 31.
A partir de allí se replanteó la estrategia para impulsar el proyecto con cambios que lo hicieron aceptable para los sectores más dialoguistas. Por caso, contemplar las situaciones de objeciones de consciencia médica o acortar el período de gestación en el que estaría permitida la práctica.
En definitiva, que una promesa implícita de la campaña electoral kirchnerista era que se tomarían las medidas necesarias para que el proyecto fuera aprobado. Y para ello no alcanzaba sólo con tener una mayoría en el Congreso. De hecho, ya la había en 2018 cuando el proyecto se rechazó.
En definitiva, había que convencer a los propios peronistas. Lo cual no fue fácil. Porque además de las modificaciones al texto del proyecto de ley, todo el tiempo hubo un monitoreo del clima político, en el cual por un lado había fuerzas que impulsaban y otras que frenaban.
Desde los grupos feministas y desde la izquierda había sido un reproche permanente la demora en el envío del proyecto de ley, que el Gobierno justificaba con el argumento de que la pandemia había cambiado las prioridades en la agenda política.
Lo cierto es que, en la evaluación política del Gobierno, quedó en evidencia que impulsar el aborto como para que su debate se diera en diciembre constituyó una buena estrategia. Mientras buena parte de la militancia estaba focalizada en esa causa histórica, al mismo tiempo se impulsaban algunos de los proyectos más polémicos, como el del cambio en la fórmula jubilatoria –criticado porque vincula los aumentos a la recaudación fiscal-.
Funcional a corto plazo, riesgoso para la cohesión interna
Pero, en la vereda de enfrente, el peronismo tradicional de las provincias, sobre todo el más ligado a la iglesia católica, dejó ver su disgusto por la forma en que se impulsó el proyecto de aborto legal en un contexto de crisis.
Encuestas de los últimos días marcan esa contradicción entre el entusiasmo que se percibe por la militancia callejera de los "pañuelos verdes" y el rechazo de la opinión pública silenciosa del interior, que suele votar mayoritariamente al peronismo.
Mientras la militancia oficialista marcaba que siete de cada diez jóvenes apoyaban al proyecto, los sondeos del interior reflejaban una realidad diferente.
Por caso, en Salta, una encuesta de Doxa Consultores marcó que un 58% rechazaba el proyecto mientras que un 21% sólo la justificaba en casos de violación. Mientras que en Córdoba, un sondeo de la firma In Focus registró un rechazo de 64% de la población contra el proyecto de aborto legal.
Pero el que más trascendencia tuvo fue el sondeo nacional realizado por la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino, con sede en Tucumán. Un contundente 93% opinó que el tema del aborto no era una prioridad de salud pública. Y un 67% se mostró en contra de legalizar la interrupción voluntaria del embarazo en cualquier situación, mientras un 25% sólo lo acepta en casos de violación o ante riesgo de vida de la madre.
"Se observa un contundente rechazo al aborto y al proyecto de legalizarlo. Lo cual denota que es un proyecto que no hace de los intereses y necesidades reales del conjunto de la población", dijo la cátedra de Sociología de la Unsta. El informe tuvo amplia difusión en las redes, incluyendo sitios que difunden la opinión del Vaticano.
Lo cierto es que otra vez, como en aquel 2010 en que se debatió el matrimonio gay, la iglesia jugó una carta fuerte. No es un hecho que el presidente Alberto Fernández tome a la ligera. Después de todo, el Vaticano ha sido uno de los grandes aliados del gobierno argentino en sus peores momentos de crisis, por ejemplo cuando parecía que se caía la negociación de la deuda con los acreedores externos y se requería una señal de parte del Fondo Monetario Internacional.
"Mientras los médicos y enfermeras cumplieron su misión con heroico sacrificio por salvar vidas, en estas últimas semanas el panorama se ha ennegrecido: la opción política pasó a ser una incomprensible urgencia, una febril obsesión por instaurar el aborto en Argentina, como si tuviera algo que ver con los padecimientos, los temores y las preocupaciones de la mayor parte de los argentinos", dijo el arzobispo Mario Poli, un religioso que, cuando opina sobre la actualidad argentina, es interpretado unánimemente como un mensajero del propio Papa Francisco.
Y en una frase que apunta al mismo núcleo del relato "pro derechos" del kirchnerismo, Poli argumentó: "Otra cosa sería defender los derechos humanos de los débiles, de tal manera que no se los neguemos aunque no hayan nacido".
Peor aun para el Gobierno, hubo críticas de parte de figuras como los "curas villeros", personajes de protagonismo fundamental en la contención social del pauperizado conurbano bonaerense, a los cuales desde la Casa Rosada se ve como aliados para haber logrado un diciembre sin situaciones de desborde social.
"Causa indignación que mientras trabajamos para que la gente pueda comer en medio de la pandemia nos vengan con la propuesta del aborto", había dicho el padre Pepe di Paola, uno de los referentes del grupo de curas villeros.
Y, por cierto, el propio Papa Francisco, sin aclarar que hablaba de la Argentina, pero con un "timing" muy sugestivo, se refirió también al tema, había dejado un mensaje en el que señalaba que "toda persona descartada es un hijo de Dios". Días antes, el pontífice había comparado el aborto con el alquiler de un sicario para resolver un problema.
En definitiva, todo indica que, al contrario de lo ocurrido con la ley de matrimonio igualitario de 2010, que le permitió al kirchnerismo ampliar su base de apoyo social, esta vez el Gobierno corre el riesgo de un efecto inverso. La defensa del aborto resultó funcional para compensar a la militancia dura por la falta de resultados en la economía, pero dejó una fisura interna en la propia base de apoyo masivo del peronismo tradicional.
Un efecto al que las cúpulas partidarias recién empiezan a considerar para definir sus estrategias de campaña con vistas a la elección legislativa 2021. En la cual, seguro, el tema aborto volverá a estar en la agenda proselitista.