Hoy, otro "banderazo" contra un Alberto debilitado, mientras el peronismo prepara contrataque
Con un desplome de 20 puntos en la imagen presidencial respecto del inicio de la pandemia, con un dólar blue en $167 y sin perspectivas de freno, con estadísticas asustadoras en la pandemia y además con récord histórico en pobreza e indigencia, Alberto Fernández viene soportando una seguidilla de golpes que desgastaron rápidamente su poder.
Hoy recibe un nuevo golpe, con otra jornada de protesta convocada por las redes sociales y sin organizador formal. Como ya se hizo tradición, el feriado de cada mes se transforma en excusa para que los opositores se vuelquen a las calles a expresar su irritación hacia el Gobierno.
Ocurre que el movimiento de los "banderazos" de protesta empieza a transformarse en víctima de su propio éxito, como ya le había ocurrido a los "cacerolazos" masivos durante la presidencia de Cristina Kirchner. Al principio generan sorpresa por la masividad, provocan debates y análisis políticos. Los dirigentes opositores tratan de sacar provecha de esa corriente de opinión mientras los oficialistas dudan entre criticar o mostrarse comprensivos. Y, de a poco, al perderse el efecto sorpresa empieza el rendimiento decreciente.
A diferencia de otros momentos, en que el Presidente se mostraba irritado y preocupado por las convocatorias, anteponía el argumento sanitario en plena cuarentena y pedía "que no nos confundan", ahora parece resignado a que estas manifestaciones mensuales forman parte del entorno con el que le toca gobernar.
Y la protesta, aunque en el fondo siempre tiene el mismo tono y está protagonizada por un mismo sector, ha ido cambiando de consignas. La primera, coincidiendo en junio con el Día de la Bandera, tuvo como motivación principal la oposición a la estatización de Vicentin, que se interpretaba como una avanzada contra el campo y la propiedad privada.
En julio, el tema central se había desplazado al rechazo a la cuarentena estricta, pero empezaban a aparecer las alusiones a las presiones de Cristina Kirchner sobre la justicia. Además, el campo seguía preocupado por la ola de ataques a silobolsas, a los que se atribuía intencionalidad política.
En agosto, la consigna pasó a ser el proyecto de reforma judicial, y se unieron celebridades militantes de la oposición macrista, como Luis Brandoni, enarbolando el discurso de "defensa de los valores republicanos".
En septiembre, aunque no hubo feriado, igual se organizó un domingo la manifestación, que en los días previos parecía no generar mucho entusiasmo pero que a último momento recibió un espaldarazo del propio Alberto: el recorte de la coparticipación a la Ciudad de Buenos Aires para asistir a la provincia, en crisis por el levantamiento policial, recalentó el clima político. Fue en medio de esa polémica entre Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof que tuvo su aparición otra figura que se había mantenido en las sombras: Mauricio Macri.
Coincidiendo con la manifestación del 13 de septiembre, el ex presidente aprovechó para enviar un mensaje en múltiples direcciones: a la clase media enojada con Fernández y que reclamaba una oposición más firme, les reiteró que está dispuesto a liderar esa "línea dura" contra el kirchnerismo.
Y hacia la interna, significó un recordatorio de que no estaba dispuesto a perder protagonismo, justo cuando la figura de Rodríguez Larreta ingresaba en una curva ascendente, después de los 40 puntos de rating logrados en la conferencia de prensa en la que dijo que llevaría el caso de la coparticipación a la Corte Suprema de Justicia.
Una oposición que le tomó el gusto a la calle
En todas esas manifestaciones, más allá de las fluctuaciones en su nivel de convocatoria y masividad, quedó en claro que goza de buena salud una fuerza opositora de clase media, que ve en el peronismo un peligro para con las instituciones republicanas y el derecho de propiedad. Y que esa corriente tiene deseos de manifestarse y que hasta disfruta de haber ganado la calle, un territorio tradicionalmente exclusivo del peronismo y la izquierda, donde ahora este nuevo espacio empezó a "jugar de local".
Como su gran motivador para salir a la calle es la resistencia al kirchnerismo, siempre encuentra –sea real o imaginario- alguna amenaza contra la cual expresarse. Puede ser el traslado de los jueces que deben tomar la causa contra Cristina Kirchner, puede ser la protección a los ahorros en los bancos o el planteo por el derecho de los comerciantes a trabajar. Las consignas son variopintas, pero el tono de la protesta es siempre el mismo: el mantenimiento de la "grieta" política.
Lo que ha ido cambiando es la reacción en la vereda de enfrente. En las primeras manifestaciones, a las que los partidarios del Gobierno calificaban como "las marchas de los contagios", el eje de la discusión pasaba por el cuidado de la salud pública. El argumento oficialista era que los manifestantes constituían una derecha incivilizada, negadora de hechos científicos –"terraplanista" era la expresión preferida- y que dejaban traslucir una actitud egoísta.
Pero en la medida en que los números de la pandemia se han agravado en todo el interior del país, sin que haya existido evidencia de que estas concentraciones hayan sido disparadores de olas de contagios en el centro de Buenos Aires y las grandes ciudades, ese argumento sanitario se ha ido debilitando.
Ahora, la confrontación está más cercana a la que existía en la época de los cacerolazos contra Cristina. Es decir, el peronismo le está atribuyendo a estas marchas una intención "desestabilizadora y destituyente". Y empezó a gestarse una especie de desafío con cierto tono deportivo, que promete que las manifestaciones peronistas una vez que se haya levantado la cuarentena harán ver como pequeñas a estas marchas opositoras.
El propio Alberto Fernández prometió a los militantes ansiosos que llegaría el momento del desquite, al afirmar: "El día que termine la pandemia habrá un banderazo de los argentinos de bien".
El peronismo, entre la respuesta "tecno" y la desconfianza interna
Pero esta nueva manifestación tiene, además, otro condimento. Octubre es el mes en el que hay dos efemérides importantes para el peronismo. El primero, el sábado 17, es el Día de la Lealtad. Y el segundo, el martes 27, el décimo aniversario de la muerte de Néstor Kirchner.
En el peronismo se está debatiendo sobre la mejor forma de encarar esas fechas, en un contexto muy particular: no solamente se quiere dar un mensaje a la oposición política, sino que además hay un clima enrarecido en la interna.
Es algo que quedó de manifiesto en los últimos días, por las desavenencias sobre las medidas financieras, y que llegó a su grado máximo con las críticas sobre el alineamiento internacional de Argentina contra el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela.
Con ese ruido político interno, la CGT y el Partido Justicialista quieren que el 17 de octubre sea un acto que implique un respaldo contundente a la figura de Alberto Fernández. Como parte de esa estrategia se lo nombrará presidente del partido. La CGT llegó a ofrecer la organización de un acto masivo pero el propio Alberto prefirió la modalidad virtual para no contradecir sus pedidos de prevención por el Covid.
En todo caso, se busca la forma de que esa celebración pueda transformarse en un contrapeso de las manifestaciones opositoras.
Algo que está lejos de generar consenso en este momento. Como observó el analista Jorge Asís, en el intento de "empoderar" al Presidente, los sindicalistas y el aparato partidario peronista puede terminar perjudicándolo: "Más que hacerle un favor, ese acto implica menoscabarlo, porque si a un presidente es necesario empoderarlo, eso es admitir su debilidad", argumentó Así.
Y esa no es la única discrepancia. Porque el agravamiento de la fisura interna en la coalición de gobierno ha puesto al kirchnerismo a la defensiva. De hecho, hasta la fecha no está claro cuál sería el rol de Cristina Kirchner en el acto del 17 de octubre, si es que participa.
Y ya hay quienes desde el propio kirchnerismo están advirtiendo sobre un eventual efecto boomerang de ese acto. En concreto, en notas editoriales de medios K se está planteando la duda respecto de cuál es la verdadera intención de la cúpula de la CGT.
"No vaya a ser que la respuesta popular masiva, pero informática desde la CGT esté naciendo viciada, si acaso lo que se procura es fortalecer al Presidente, pero frente a la vicepresidenta", advierte el editorial de Mempo Giardinelli.
Para esta facción K, tan peligrosa como la oposición macrista ganando la calle es la posibilidad de que "los burócratas" del aparato sindical quieran copar el Gobierno.
"La visión anticipada de una mesa en la CGT con Alberto rodeado de burócratas (algunos habrán cenado la noche anterior con patrones gorilas) y sin CFK, sería grotesca y negativa por más tecnología que se disponga", es la elocuente advertencia.
El panorama luce confuso. De todas formas, para el acto del acto del 17 faltan cinco días, que en la Argentina de hoy, como todos saben, son una eternidad.