El desafío político de Alberto: presentar el canje como una victoria y no una claudicación
Alberto Fernández se apresta a hacer un anuncio que tiene atragantado desde hace meses. Pero la duda es si el acuerdo con los acreedores de la deuda será anotado entre los logros políticos o si, por el contrario, le traerá como consecuencia un agravamiento de la fisura interna.
La deuda siempre tuvo para el Gobierno dos costados: uno financiero y otro político. Porque para el Presidente, tan difícil como llegar a un acuerdo con el díscolo fondo BlackRock es llegar a una solución aceptable para el no menos díscolo núcleo duro del kirchnerismo.
De manera que por estas horas en la mesa chica de Alberto no sólo se discute los números que hacen al detalle final de la oferta sino a la forma de comunicar un acuerdo. En otras palabras: es imprescindible para el Gobierno que el canje sea presentado como una victoria y no como una claudicación.
Un objetivo difícil de lograr si se tiene en cuenta que, desde la oferta original de abril hasta ahora Argentina habrá cedido una cifra superior a los u$s15.000. Todo el mundo sabe que así son las negociaciones y que a lo largo de las conversaciones siempre se mejora la propuesta original, pero para el Gobierno se transformó en un boomerang aquella dureza sobreactuada de Martín Guzmán, cuando inauguró el argumento del "pago sustentable".
"Argentina hoy no puede pagar nada", había sido la frase del ministro en aquella ocasión, al explicar la propuesta de canje que implicaba un período de gracia de cuatro años y un fuerte recorte de intereses para los bonistas, a los que se terminaría reconociendo, en términos de valor presente neto, un 39% del valor de los títulos que habían comprado.
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Y a continuación se había realizado el operativo internacional de apoyo por parte de economistas celebrities, liderados por Joseph Stiglitz –mentor de Guzmán en la Universidad de Columbia-, que firmaron una carta destacando la postura responsable del Gobierno argentino y la necesidad de apoyo. Pocas veces una recomendación que venía con la firma de dos premios Nobel y varios economistas de primera línea recibió una respuesta tan indiferente por parte del mercado.
La contundencia del fracaso –la primera oferta de Guzmán fue un papelón, con un 15% de apoyo- fue un recordatorio general sobre la vigencia de la célebre frase de Juan Carlos Pugliese: no se les puede hablar con el corazón a los que sólo saben responder con el bolsillo.
El paradójico favor de BlackRock
Ahora, que todos hablaron el idioma del dinero, el acuerdo está al alcance de la mano y el país podrá ingresar en la fase de pensar la agenda productiva. Pero habrá que encontrar la forma de explicarle al país –pero, muy especialmente, a la propia base de apoyo político, con el kirchnerismo a la cabeza- que después de esa postura rígida se haya aceptado llegar a reconocer más de 54% del valor presente de los bonos.
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Sobre todo si, como ya ocurrió hace un mes cuando Guzmán presentó su cuarta "última propuesta", surgen elogios incómodos, como el que en su momento publicó Luis "Toto" Caputo, el ex ministro de Finanzas de la gestión macrista, que firmó la mayoría de las emisiones de bonos que hoy se están renegociando.
Acaso una de las mejores posibilidades en términos de comunicación política para Alberto Fernández haya provenido, paradójicamente, del fondo BlackRock.
Porque para un movimiento político que ha cimentado su apoyo social sobre la base de un relato épico que siempre necesita conflictos, el fondo liderado por el inversor Larry Fink aportó la bienvenida posibilidad de contar con un villano con el cual confrontar.
Gracias a la inflexibilidad de BlackRock y a su intento por atraer a su posición a la mayoría de los bonistas, el Gobierno podrá presentar ahora el acuerdo como una victoria sobre el mayor fondo de inversión del mundo. Y no por casualidad desde el Gobierno se fomenta la imagen de que este fondo quiere utilizar a la Argentina como un caso ejemplarizante, ante la perspectiva de una ola de reestructuraciones de deudas soberanas.
De este modo, un acuerdo podría ser presentado por los medios K y afines como una victoria ante quien quería evitar que el ejemplo argentino cundiera entre los mercados emergentes.
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Un "relato" para la etapa post canje
Pero, sobre todo, lo que permitirá que la base militante del Gobierno reciba bien un acuerdo que implicará que ya a partir del año próximo se empezará a pagarle a los acreedores –una situación que no estaba prevista que ocurriera en la oferta original- es plantear que se trata de la condición necesaria para dejar atrás la recesión.
De hecho, el Gobierno intenta que el anuncio del acuerdo vaya en paralelo con el grueso de los anuncios de "las 60 medidas" de estímulo para la reactivación de la economía. Y, por otra parte, en el Banco Central se esperanzan con que un acuerdo pueda implicar un alivio en la fuerte presión de los ahorristas sobre el dólar.
Mirando la interna del Gobierno, ese es el desafío de Alberto, que en las últimas semanas sufrió el costo de algunos retrocesos obligados, como los casos Vicentin y Edesur, y que despertó enojos y hasta mensajes indirectos de reprobación por parte de Cristina Kirchner.
Claro que la etapa post canje tampoco será sencilla desde el punto de vista de la comunicación política. Por lo pronto, habrá que "vender" políticamente la negociación y un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, otro "amigo incómodo".