Alberto debuta ante el Congreso: el discurso buscará equilibrio de "pesada herencia" y optimismo
Mientras Alberto Fernández se dedica a pulir el discurso con el que debutará este domingo en las aperturas de sesiones del Congreso, seguramente realice un repaso mental de lo que han sido los estilos de sus antecesores, de manera de no cometer los mismos errores.
El estilo de Cristina Kirchner, por ejemplo, se caracterizaba por dos ingredientes fundamentales. El primero era la extensión, al punto que en 2013 batió su récord al hablar durante tres horas y 45 minutos. Y el segundo era la agresividad en el discurso y la transformación de la sesión inaugural en un acto partidario, con cánticos y papel picado.
Sus diagnósticos siempre incluían un ingrediente de conspiración, como culpar a banqueros por la presión devaluatoria y a los empresarios por la inflación. A la hora de enumerar propuestas legislativas, Cristina mostraba una predilección por los proyectos que reformaban el accionar de la justicia.
En principio, será un formato del cual el Presidente tratará de mantenerse alejado. O al menos eso es lo que se infiere de la promesa que realizó el día de su asunción, cuando se declaró contrario a toda actitud que pudiera agravar la "grieta".
También tendrá a mano una lista de errores de Mauricio Macri, que solía pronunciar frases que luego se le volvían en contra. Y es por eso que posiblemente Alberto evite la tentación de decir, como hizo su antecesor en 2018, que lo peor ya pasó y ahora empieza la etapa del crecimiento económico y la inclusión.
Macri no pudo haber tenido peor "timing" para semejante afirmación. Apenas un mes después de ese discurso estalló la crisis cambiaria, y al cabo de otro mes tuvo que anunciar el pedido de salvataje al Fondo Monetario Internacional.
El "efecto boomerang" de aquella frase acompañó a Macri hasta el final de su mandato, al punto que cuando el 1° de marzo de 2019 dio su último discurso ante el Congreso, se vio obligado a recordar, en el arranque de su exposición, lo que había dicho un año antes y admitir su fallo de pronóstico.
De manera que para Fernández hay valiosas enseñanzas en los antecedentes recientes. Y por si ello no fuera suficiente, hay poderosos motivos del presente como para mantenerse alejado de los vaticinios triunfalistas. Por caso, los economistas no sólo no prevén ningún rebote de la economía, sino que siguen proyectando –según la encuesta del Banco Central- que la actividad caerá un 1,5% adicional.
Por otra parte, la previsión de inflación para el año es de 41,7%, una cifra todavía alta en comparación el optimismo que han dejado entrever los funcionarios. Lo cierto es que, con dólar inmovilizado por el cepo y tarifas congeladas –dos variables a las que los economistas no les asignan chances de sostenerse en esos niveles– el ritmo inflacionario sigue alto, especialmente en el rubro alimentos.
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Un mensaje para cada público
Como todo presidente en esta situación, Alberto no hablará para un único público, sino que tendrá varios auditorios al cual dirigirse.
Para empezar, sabe que su discurso será seguido con lupa por los fondos de inversión que tienen títulos de la deuda pública argentina. Y también por el Fondo Monetario Internacional, que acaba de hacer su monitoreo de las cuentas. Ambos buscarán señales sobre qué tan agresiva será la negociación de la deuda.
Otro grupo al que el Presidente prestará especial atención será el de los empresarios, que aguardan señales más precisas antes de convencerse de que, ahora sí, la economía podrá arrancar y es una buena oportunidad para invertir sin temor a un cambio inmediato de reglas de juego.
El desafío para Fernández es, en ese caso, lograr un equilibrio entre la seducción y la amenaza: una promesa de que se reactivará la actividad pero, al mismo tiempo, el aviso de que el Gobierno puede decidir que el margen de ganancias de algún determinado rubro es excesivo y, por lo tanto, pueda incrementarse la vocación intervencionista del Estado.
Pero acaso el público principal sea la "propia tropa", a la que deberá explicarle la necesidad de ciertos ajustes y hasta de contradicciones con los discursos de campaña. La suspensión de la movilidad jubilatoria, el mantenimiento del sistema de crédito UVA –al que él mismo había definido como "una estafa"–, el celo en el equilibrio fiscal que sorprendió hasta a los economistas más ortodoxos, la marcha atrás en la autonomía financiera de las provincias. Son todos puntos que necesitan una justificación.
Y, como se ha convertido en un clásico de estos actos de apertura legislativa, cuanto peores sean las noticias a brindar, mayor es la tendencia a la agresividad discursiva, a modo de compensación.
Esa fue la estrategia de Cristina que, por ejemplo, en su discurso de 2014, luego de un verano caótico por el colapso energético, las huelgas policiales y la devaluación, dio pistas de que la economía se estaba enfriando y que sería necesario un ajuste. De hecho, ese año caería el poder adquisitivo de salarios y jubilaciones. Para compensar, la ex mandataria enumeró sus clásicas argumentaciones conspirativas y se autodenominó "la chica de las corridas" en alusión a la supuesta persecución orquestada desde la City financiera.
Tampoco Macri resistió a la tentación de culpar a terceros por la falta de resultados económicos y de echar mano al recurso de la "grieta", sobre todo con el tema de la corrupción, en alusiones ruidosamente festejadas por la bancada de Cambiemos.
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Por ejemplo, el año pasado desafió al peronismo, entonces en la oposición, a "que cada quién que se opone diga dónde está parado y a quién busca proteger, porque se acabó el tiempo de que los delincuentes se salgan con la suya mientras la enorme mayoría trabajamos para sacar el país adelante".
Aunque no la mencionó, había una destinataria obvia de la frase: Cristina Kirchner. Que, por cierto, pegó el faltazo y dejó vacía su banca de senadora.
Un diagnóstico servido en bandeja
En la previa, todo hace suponer que Alberto evitará los excesos retóricos de sus dos antecesores inmediatos y, más bien, preferirá buscar inspiración en su admirado Néstor Kirchner.
El fallecido mandatario se caracterizaba por un discurso enérgico y de definiciones tajantes. En el arranque de su mandato, enumeraba los problemas económicos y sociales, enfatizando en la imposibilidad de pagar la deuda. Mientras que hacia el final de su gestión, cuando el crecimiento a "tasas chinas" ya era una realidad palpable, repasaba las cifras que mostraban la recuperación del salario, el aumento del empleo y la fortaleza del aparato productivo.
En ese estilo es donde el Alberto corre menos riesgos. Es casi una tradición argentina que a un presidente debutante se le concede el derecho de hacer referencia a la "pesada herencia" para trazar un duro diagnóstico.
Y allí hay datos de sobra a los que aferrarse. Por caso, en pocas semanas se dará a conocer la cifra de pobreza correspondiente al segundo semestre de 2019 y todo indica que se empeorará el ya pavoroso 35% de la última medición.
La sola mención de ese dato le alcanzará a Alberto para justificar las medidas más discutidas del arranque de su gestión, tanto las de aumento de la presión impositiva que irritan al empresariado como la suspensión de la movilidad jubilatoria que preocupa a su propia base de apoyo político.
Por otra parte, el presidente tendrá varios puntos que le jugarán a favor. Podrá aprovechar, por ejemplo, para recordar que el cepo cambiario odiado por la clase media fue instaurado por el propio Macri, en una admisión tácita del estado al que habían llegado las reservas por la política de libre cambio que favoreció la salida masiva de capitales.
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Competencia de chicanas… y los gestos de Cristina
En cuanto al ambiente de este domingo, a Alberto probablemente le tocará un clima más tranquilo que el que caracterizó a los cuatro discursos de Macri, en los que la bancada peronista no escatimó recursos a la hora de manifestar su desaprobación por la gestión presidencial.
Ya fuera mediante carteles preparados para la ocasión que recordaban los números del desempleo o la existencia de cuentas de la familia Macri en los documentos del "Panamá Papers", o bien mediante gritos, cánticos y hasta aplausos irónicos, los legisladores peronistas se las ingeniaron para que cada 1° de marzo fuera un auténtico debate y competencia de chicanas.
¿Se repetirá la situación, con roles invertidos? En principio, parecería que no. El estilo macrista y el de la Unión Cívica Radical es algo más medido, aunque de ninguna manera puede garantizarse que Alberto no sufra interrupciones ni expresiones de rechazo.
Por lo pronto, en las últimas semanas hubo demostraciones de que los ex funcionarios no están dispuestos a aceptar callados la mención a datos que consideran alejados de la realidad.
Fue así, por ejemplo, que el ex ministro de Hacienda, Hernán Lacunza, desmintió dichos de Axel Kicillof sobre el estado de las finanzas provinciales o como el ex director de Vialidad Nacional, Javier Iguacel, cuestionó los datos del ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis.
De la misma manera, varios legisladores que integraron Cambiemos cuestionaron la manera en que el nuevo gobierno planteó la situación del endeudamiento nacional, un pilar del nuevo "relato" de la gestión albertista.
Por caso, en una reciente polémica en Twitter, el diputado radical Mario Negri le preguntó a un militante peronista: "¿De cuál deuda hablás? ¿De los u$s100.000 millones que contrajo CFK o de los u$s69.000 millones que contrajo Cambiemos para recomponer las reservas y pagar la deuda y el déficit que dejó ella?
De todas maneras, es probable que el gran foco de atención no esté tanto en la reacción de la bancada macrista ni en las expresiones de apoyo del peronismo. Porque el gran detalle del discurso del Alberto será que, sentada a su lado y presidiendo la sesión se encontrará Cristina Kirchner. Como nunca antes, la lupa estará puesta en la detección de qué gestos de aprobación, de desagrado o de indiferencia dedique la vicepresidente, una experta en transmitir mensajes políticos aun cuando le toque escuchar discursos en vez de pronunciarlos.