CAMBIO DE MANDO

El riesgo para la gobernabilidad de Alberto no es Macri, sino la suba impositiva a la clase media

Pese a la demostración de fuerza del macrismo, no es en el Congreso donde estarán los límites al nuevo gobierno, sino en una opinión pública hipersensible
POLÍTICA - 09 de Diciembre, 2019

Los analistas y encuestadores son contundentes en su pronóstico: Alberto Fernández prácticamente no podrá disfrutar de la famosa "luna de miel" que todo presidente tiene al inicio de su mandato, porque las urgencias económicas lo colocarán en una carrera contra reloj. Dicho en otras palabras, que nadie considera que esté 100% garantizada la "gobernabilidad" de la gestión que se inicia.

Y por eso surge la pregunta de quién será la verdadera oposición al nuevo gobierno y bajo qué forma manifestará sus desacuerdos.

En el entorno de Alberto analizaron con lupa la despedida eufórica de Mauricio Macri, que en sus semanas finales se ocupó de defender la herencia de su gestión y, sobre todo, de demostrar que tiene capital político como para ser una oposición con chances de volver a alternar en el poder.

Para los estrategas del presidente electo, la demostración de movilización callejera hecha por Macri viene a acentuar el lamento del peronismo por no haber logrado un resultado más contundente en las urnas.

Sin embargo, esa preocupación por garantizarse mayorías parlamentarias y por estar a resguardo de un eventual bloqueo político del macrismo puede ser exagerada ante la posibilidad de otras oposiciones más duras.

Probablemente el propio Alberto lo sospeche, y por eso dedicó buena parte de estas semanas de transición a cultivar el vínculo con sindicalistas y dirigentes piqueteros y líderes de las organizaciones sociales. Es especialmente sintomático que tanto el presidente electo como Cristina Kirchner se dedicaron a bajar expectativas de su propia base de apoyo político en cuanto a la consecución de resultados urgentes.

Cristina conoce el tema por experiencia propia. El hecho de haber sido reelecta en 2011 con un contundente 54% -y una oposición política débil y atomizada- no significó que no tuviera resistencias durante su gestión. Más bien al contrario, las tuvo y muy intensas, sólo que no se manifestaron en el Congreso sino por otras vías.

Porque, como gustan recordar los politólogos, nunca hay "espacios vacíos" en las relaciones de poder. Aun si desapareciera la oposición fuera del peronismo –como parecía ser el caso durante el kirchnerismo- entonces surgirá desde dentro del partido en el gobierno.

Eso le pasó a Cristina, que en el inicio mismo de su segundo gobierno tuvo que enfrentar una dura oposición con el sindicalismo duro liderado por Hugo Moyano, que pugnaba por imponer su agenda.

Y, desde otro flanco, sintió la fuerte presión de los "caceroleros" autoconvocados que expresaron la bronca de una clase media que rechazaba las formas y el fondo de la gestión kirchnerista y que pusieron el embrión para lo que luego sería la victoria macrista.

Y, como siempre, más allá de las luchas intestinas, Cristina sufrió otro límite "no partidario" a la hegemonía peronista. Fue la del mercado financiero, que votó a través del dólar blue, el contado con liqui y la fuga de capitales y la forzó a devaluaciones, algo que ella siempre se encargó de destacar como parte de una conspiración.

Bajas expectativas, ¿buena noticia?

Ocho años después, Alberto llega al poder con las defensas más altas que Cristina. El hecho de no haber logrado en la elección el porcentaje lapidario que le auguraban las encuestas lo puso en alerta sobre la necesidad de tejer acuerdos que ampliaran su base de apoyo político más allá del 48% que lo votó.

Lo cierto es que la opinión pública no parece totalmente convencida sobre el éxito de Alberto. Una reciente investigación de Synopsis, consultora dirigida por el politólogo Lucas Romero, señala que la "expectativa positiva" sobre la nueva gestión es de 48,9%. Una cifra sustancialmente inferior a la que recibía Mauricio Macri cuatro años atrás, cuando ascendía a 70% la expectativa sobre su gobierno.

Si ese dato es bueno o malo, es algo que varía según quién opine. Desde el punto de vista del nuevo gobierno, posiblemente sea una buena noticia. A fin de cuentas, lo último que quiere Alberto es que se genere una expectativa desmedida sobre resultados en los primeros meses de su gestión.

Más bien al contrario, todo indica que el mandatario entrante quiere preparar el terreno para la aplicación de medidas que, al menos para parte de la población, serán inexorablemente antipáticas.

Parte del trabajo sucio ya queda hecho por el macrismo, como es el caso del cepo cambiario. De todas formas, el hecho de que la autoría del cepo sea ajena no implica que sus consecuencias no lo puedan salpicar.

Hasta ahora no se escapó el dólar blue, pero los economistas creen que en el verano, cuando caiga la demanda de dinero y haya que reabsorber una masa monetaria que luego de fin de año podría ascender a $300.000 millones, será inevitable que vuelva la presión sobre el tipo de cambio paralelo.

Ya ahí estará uno de los primeros motivos de tensión, que irá creciendo a medida que los ahorristas empiecen a demostrar malhumor por no poder comprar divisas, o que sectores como el inmobiliario o los exportadores pidan tratos especiales para acceder a los dólares.

Otras medidas antipáticas se dan por obvias, como las retenciones a la exportación agrícola, pero eso no significa que no pueda haber tensión. De hecho, organizaciones agropecuarias hicieron llamamientos a resistir al costado de las rutas el aumento de la presión impositiva.

Alberto Fernández encargó a estrategas de comunicación política la forma de presentar esta medida de una forma "amigable", pero al mismo tiempo no tiene margen fiscal para atenuar el impuestazo a un sector que se queja de tener bajos márgenes de rentabilidad. Lo cierto es que el riesgo de una rebelión fiscal no puede descartarse, algo de lo cual ya tomaron notas medios afines al kirchnerismo, que ya empezaron a editorializar sobre el "nuevo golpismo".

El riesgo de enemistarse con la clase media

Pero el tema más difícil para Alberto va a ser convencer a la clase media de que tiene que sufrir un nuevo castigo con los impuestos. Y ni siquiera es seguro que esta vez se pueda echar mano al congelamiento tarifario como mecanismo de compensación.

Un mayor peso de Ganancias afectará a asalariados, que ya están enojados por el nivel actual del impuesto. Y Alberto no tiene margen para mantener la reforma macrista, de manera que es probable una marcha atrás en la rebaja de alícuotas.

Y en estos temas no hay lealtad política que valga. Nadie lo sabe mejor que Cristina, a quien el enojo por ese impuesto le costó la derrota en las elecciones legislativas de 2013. No por casualidad, la primera medida que tomó luego de las PASO de 2013 fue un alivio en Ganancias que igual no llegó a revertir el mal resultado.

Situaciones similares pueden darse con otros impuestos, como Bienes Personales, como Ingresos Brutos en las provincias –un aumento seguro, ahora que los gobernadores tendrán menos parte de la torta coparticipable- y tal vez con nuevos impuestos, como los que el peronismo propone a inmuebles y a cuentas bancarias.

Y no debe incurrirse en el error de creer que un aumento de la presión impositiva solamente afectará a la clase media alta compuesta por profesionales de altos salarios.

La experiencia del gobierno de Cristina marca que las mayores expresiones de enojo por este tema vinieron de sindicatos de sectores que habían registrado un avance, como los camioneros y los bancarios. No por casualidad, Hugo Moyano fue el principal embanderado con la consigna "el salario no es ganancia".

La oposición dentro de la mesa de aliados

En todo caso, lo que Alberto tiene en claro –si es que aprendió las lecciones de Néstor Kirchner- es que el líder camionero es alguien a quien siempre hay que tener como aliado. En los últimos días hubo señales de acercamiento, pero no hay garantías sobre cuánto tiempo puede durar la paz.

También hace cuatro años Moyano había forjado una alianza circunstancial con Macri, que terminó de la peor manera. Es probable que en el inicio, el camionero mantenga la paz, luego del hostigamiento judicial por las denuncias en su contra. Pero desde su entorno ya se habla sobre cierto malhumor por la falta de respuesta de Alberto a pedidos concretos sobre nombramientos de personas de su confianza en el nuevo elenco gubernamental.

Una situación parecida ya se percibe en el frente piquetero. Sin medias tintas, Juan Grabois se quejó de no haber sido tenido en cuenta para la definición de cargos.

En una entrevista radial, el líder de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular dijo que le había acercado "muchas propuestas de política pública" a Fernández, pero que "todo quedó bastante desdibujado en la carrera de los cargos y la vorágine de las ambiciones personales".

Los mensajes parecen claros: Alberto comprende que el hecho de ser un presidente peronista no implica un sello de garantía contra las manifestaciones. De hecho, los peores casos de estallido social –con saqueos y violencia incluidos- no ocurrieron en los diciembres de Macri sino en los de Cristina.

La probable suba de planes sociales, salarios y jubilaciones mínimas en las primeras semanas de Alberto traerán una distensión, pero sólo comprarán tiempo si no se consigue aplacar la inflación rápidamente.

El desafío de un nuevo "relato"

En definitiva, Alberto sabe que su grado de gobernabilidad estará dado, en gran medida, por el manejo de las expectativas de la opinión pública. O, por ponerlo en términos argentinos, del "relato" que pueda construir.

Lo que no está claro es si la sobredosis de retórica y épica sigue teniendo hoy el mismo efecto que, por ejemplo, cuando Cristina daba grandes golpes de efecto como la estatización de YPF.

Hoy la situación es peor, y hay ansiedad por ver resultados rápidos. El compromiso de campaña fue reactivar el empleo y el consumo.

La parte que Alberto no explicó es quién va a pagar la cuenta. Y ante la falta de recursos, hay un alto riesgo de que en algún momento toque intereses de su propia base de sustento social y político.

El objetivo del presidente electo es que haya un consenso. El de un nuevo modelo en el cual la parte de la sociedad que fue "beneficiada" que tiene que hacer un esfuerzo para salir de la crisis. Es una meta difícil, y hasta ahora nada indica que los designados como perdedores del nuevo modelo estén dispuestos a aceptar mansamente su nueva función social.

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