Alberto Fernández, un presidente con menos poder del previsto y una agenda plagada de urgencias
La dinámica de la crisis argentina hizo que todos los tiempos se acortaran. El festejo de Alberto Fernández y Cristina Kirchner fue breve y cargado de mensajes de advertencias.
A Mauricio Macri, en el sentido de defender las reservas del Banco Central, sin escatimar medidas antipáticas y a no anteponer los deseos de una salida elegante sin costo político.
La respuesta fue también rápida y contundente: a la medianoche, el Banco Central estaba anunciando que el tope para comprar dólares se limitaría a u$s200. Es decir, casi casi el cepo con el que había terminado Cristina y que durante años fue motivo de las críticas macristas.
La otra advertencia fue para la propia militancia. Porque detrás de las evocaciones emotivas a Néstor Kirchner en el aniversario de su fallecimiento, detrás de la retórica encendida de reivindicación a los movimientos "nacionales y populares" de América latina y más allá de las promesas de "nunca más neoliberalismo", hubo un pedido entrelíneas para los enfervorizados partidarios kirchneristas.
El pedido fue no hacerse expectativas desmedidas sobre resultados económicos inmediatos. Tanto el diagnóstico sobre "tierra arrasada" que hizo Axel Kicillof como los discursos de Cristina y de Fernández apuntaron a poner énfasis en la herencia que reciben de una economía en recesión profunda y con desafíos graves en el plano financiero.
Un resultado que condiciona el futuro
Lo cierto es que nadie esperaba sorpresas y sin embargo las hubo. Porque si bien se formalizó lo que desde agosto pasado todos los argentinos sabían que ocurriría -que Alberto Fernández es el próximo presidente y Cristina Kirchner la nueva vicepresidente- la sensación política es muy diferente de la de aquella noche de las PASO.
Una vez más las encuestadoras erraron por lejos: no se produjo la derrota lapidaria del macrismo, que mostró una espectacular recuperación anímica y en votos luego de su campaña apostando a la épica de "darlo vuelta".
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Y es por eso que a muchos kirchneristas le dejó un gusto a poco la diferencia de menos de ocho puntos, luego de haber imaginado una diferencia que podría superar con holgura los 20 puntos. Esa era la dimensión de la victoria que esperaba Fernández, consciente de que la toma de decisiones en la emergencia económica y social que vive el país sería menos pesada con una legitimación contundente surgida en las urnas.
El Presidente electo deberá encarar ya desde antes de asumir urgentes negociaciones con los sindicatos, las corporaciones, el mercado financiero, la oposición política en el Congreso, las gobiernaciones provinciales, el Fondo Monetario Internacional y los fondos de inversión acreedores de Argentina.
Pero no sólo no se dio ese resultado, sino que el macrismo se recuperó al punto de imponerse en provincias donde había sido derrotado en agosto, tales como Santa Fe, Mendoza, San Luis y Entre Ríos.
De manera que la asunción de Fernández no es como la que había soñado. Y esa diferencia de votos no es apenas un dato anecdótico: el hecho de que el nuevo presidente le deba su victoria a la abrumadora ventaja lograda en la provincia de Buenos Aires –donde vota casi el 40% del padrón- implica que le debe su cargo a Cristina Kirchner.
Fernández había expresado su deseo de gobernar con un estilo distinto al de Cristina, en una coordinación mucho mayor con los gobernadores provinciales y con un estilo más conciliador. En definitiva, que su aspiración era tener una considerable autonomía respecto de su vicepresidenta.
Pero ahora, el hecho de que Cristina haya sido la verdadera artífice del triunfo electoral, que ahora sea la vicepresidente y maneje un Congreso que le responde más a ella que a Fernández hace que en el ambiente político se empiece a hablar sobre cierto "poder de veto" informal para la ex mandataria.
Una agenda plagada de urgencias
El Presidente electo es consciente de que la "luna de miel" que disfrutó Macri –a quien su base electoral le perdonó una larga serie de medidas de ajuste- no será tan larga en esta nueva etapa. Y acaso por eso los discursos apuntaron a la gravedad de la "nueva pesada herencia".
El presidente Mauricio Macri lo invitó a desayunar en la Casa Rosada, en un gesto que implica un intento por superar la antipatía mutua que se profesaron durante toda la campaña.
Las semanas previas a la elección fueron agitadas en la economía, con una fuerte presión sobre el dólar y advertencias de Fernández en el sentido de que el Banco Central no debería seguir sacrificando reservas –cayó u$s20.000 millones desde las PASO- para contener al tipo de cambio.
La aplicación de un cepo mucho más duro que el implementado en septiembre obedece al agravamiento de las expectativas, lo cual se reflejaba en la fuga de dólares del sistema bancario y en una demanda de divisas mucho mayor por parte del público. Ahorristas en pánico abarrotaron el viernes pasado los bancos, lo cual obligó a una asistencia de urgencia que dejó al Central con 1.755 millones de dólares menos que el día anterior.
Con esos números en mente fue que tanto Cristina como Alberto le recordaron a Macri que debe ejercer con responsabilidad su función de presidente hasta el 10 de diciembre.
Todos entendieron el mensaje: son seis largas semanas las que restan para el cambio de mando, y lo que el peronismo espera es que Macri no eluda el costo político de tener que implementar medidas intervencionistas con las que siempre estuvo en desacuerdo.
Macri, satisfecho con su derrota digna
En la vereda de enfrente, Macri lució más tranquilo y hasta satisfecho por lo que podría calificarse como una derrota digna. Y, de hecho, el partido del Presidente mejora su representación parlamentaria, porque anoche también se renovó la mitad de la cámara de diputados.
Como Macri en 2015 había sacado 34% y ahora mejoró esa votación en cuatro puntos porcentuales, se da la paradoja de que, siendo opositor, tendrá mayor fuerza parlamentaria que siendo presidente.
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De hecho, en el "bunker" macrista había un buen estado de ánimo, muy diferente al de la noche de la derrota estrepitosa de las PASO. Ya el hecho de haber logrado una victoria clara en su bastión de la Ciudad de Buenos Aires predispuso positivamente los ánimos, ahuyentando los fantasmas de una debacle política.
"Esto recién comienza", sintetizó Macri, dejando en claro cómo es que él entiende el actual momento político: su derrota en las urnas no implica el fin del proyecto Cambiemos sino que, por el contrario, se consolida un espacio con proyección de futuro, cohesionado y con la aspiración de ser una alternativa de recambio con el peronismo.
Pero, en el balance, el macrismo se retira relativamente satisfecho. Un apoyo de 40% del electorado después de haber sufrido una larga y profunda recesión, incluyendo un fuerte tarifazo, varias devaluaciones, un incremento del desempleo y una inflación desatada, deja en claro que hay una porción del electorado que encontró una forma donde canalizar sus aspiraciones y valores.
Macri calificó lo que viene como "una oposición sana, constructiva, responsable, que ayude a consolidar logros". Toda una declaración en el sentido de que aspira a liderar personalmente la oposición en la nueva fase.
Primeras señales de lo que viene
Se llega así al final de una campaña larga, exasperada, tensa y con el trasfondo de una dura crisis económica.
Para el corto plazo, resta ver es si en estas largas seis semanas de transición se logrará una relativa estabilidad y un traspaso de mando que cumpla la institucionalidad. Algo que no es poco para un gobierno no peronista que termina en una crisis económica.
Y, para el mediano plazo, hay algunas señales que ya se empiezan a vislumbrar. Por ejemplo, la interna del "día después".
La perspectiva de que se vienen años duros hace que pocos en el peronismo imaginen una reelección de Fernández en 2023, lo cual abre una inmediata puja por la sucesión.
De un lado, la proyección de Axel Kicillof como nueva estrella de la política argentina. Del otro lado, Sergio Massa, tercero en la línea sucesoria cuando sea confirmado como presidente de la cámara de diputados, que ya avisó sobre su intención de postularse en cuatro años.